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sábado, 12 de junio de 2010

Sobre la existencia de las hadas

Se oían algunas noches las bombas más o menos lejanas caer sobre las ciudades próximas a pesar de lo cual sus doce años exigían su sueño, agotados por todo el día lavando la ropa de otros en el lavadero, apenas amanecía ella estaba allí, con el jabón, o lo que hacía sus funciones, y el agua fría, con las manos enrojecidas, con los pies descalzos o peor aún calzados con alpargatas de tela que absorbían el agua fría. Sola, las otras muchachas o estaban haciendo las labores de los hombres que se había llevado el frente, habían huido con sus familias o habían acabado recluidas en alguna institución con sus padres y madres muertos o encerrados. Ella no recuerda la cara de ningún varón de la familia y por esas ausencias entre su hermana y su madre tenían que sacar la casa y las tierras adelante. A ella le tocaba lavar para otros, como su abuela, para los pocos que podían permitirse pagar algo en el pueblo. Allí pasaba el día, enjabonando y aclarando, tendiendo sobre las hierbas altas, pendiente de que las nubes quisieran descargar o no. Un día apareció el hada.
Era una niña pequeña, luego supo que tenía seis años, vestida de rosa, limpia, casi de señorita que llegó junto al lavadero arrastrando una pierna muy delgada. Se llamaba Pili y había llegado con su madre y sus hermanas huyendo de las bombas, el padre estaba en el frente, no sabían nada de él. Pili saludó y se sentó cerca de ella, como no hizo caso, y después de varios intentos de trabar conversación, la pequeña abrió un libro en cuya tapa había un niño sentado en la media luna y se puso a leer. Ella nunca supo leer. En el pueblo la llamaban La Cojita y por eso buscaba la soledad, eso sí, cerca de alguien. La Cojita llevaba prendedores en el pelo, ella nunca tuvo uno e incluso se ataba la cola de caballo con los restos de los cordones de los zapatos que iba encontrando. No era bonita, pero a sus ojos tenía cuanto una niña podía desear, ropa limpia, prendedores, sabía leer, zapatos aun no demasiado rotos. Cada día se iba junto al lavadero y pasaba las horas leyendo en silencio. A veces apenas se la distinguía entre las sombras y luces filtradas por las ramas, sobre todo los días de sol, ese sol cegador que reverberaba sobre el agua de aclarar y sobre el blanco de las sábanas tendidas sobre la hierba. No recuerda como, no recuerda por qué, ni siquiera cual fue el primero, pero un día Pili, La Cojita, empezó a leer en voz alta. Era un libro de cuentos, a ella nunca le habían contado cuentos, como mucho había escuchado a hurtadillas relatos aterradores sobre personajes que ella conocía y que había dejado de ver por las calles. Las palabras que brotaban de la luminosa niña traían a señoras bellísimas que salían de los destellos dolorosos del agua, o del sonido de la ropa contra la piedra, a príncipes a lomos de caballos –corceles decía el libro- y cuyos cascos parecían salir de entre las encinas y más de una vez se volvió sobresaltada esperando encontrarlos a su lado. Tejían en el aire castillos que no estaban en ruinas, vestidos de estrellas, zapatos de cristal, cabelleras color ala de cuervo, rizos como el oro, mejillas tan rojas como la sangre, trenzas por las que podía trepar un fornido galán, gatos mejor calzados que ella, países donde los dragones siempre eran vencidos y los buenos ganaban siempre, la princesa se casaba con el príncipe y comían perdices. Había oído que antes de guerra su padre cazaba perdices.Cada día le pedía a Pili, la Cojita, que le leyera cuentos y, cuando se acabaron los del libro, le hablaba de otros libros que había tenido que dejar en su casa, bajo las bombas, huyendo de las bombas. Ella nunca aprendió a leer pero cuando tuvo les contó aquellos cuentos, grabados como los tenía en la memoria junto con el frío del agua, el sol hiriendo sus ojos y el hambre. Su padre nunca volvió y sólo comió perdices ya con sus hijos grandes. La escuálida niña parecía disfrutar tanto como ella contándoselos, le describía los dibujos que había en los libros de cuentos que habían quedado atrás casi acariciándolos con sus deditos. A La Cojita se le fue ajando el vestido rosa y el lazo del pelo, le fue pesando más el zapato con alza según iban los kilos yéndose de su cuerpo, pero cada día iba al lavadero y charlaba sin parar. Ella callaba y atesoraba. Una mañana no volvió. Ni los castillos y las princesas, los vestidos y los zapatos de cristal. Poco a poco Pili, La Cojita, se fue desdibujando y casi tomó la forma de un diminuto ser de los árboles que aparecía cargado de historias. Por eso, cuando le preguntan sus hijas y nietas, e incluso bisnietas, ella siempre dice que sí, que existen las hadas y que ella conoció a una.
(No he encontrado imagen menos cursi, perdón)

6 comentarios:

  1. jaj leía un libro de un niño que colgaba de una luna? el principito, eh!... En Galicia, en los pueblos aun quedan de esos lavaderos donde las mujeres iban a lavar la ropa y luego la poníen encima de la hierba a lo que llamaban "a clareo", jaja

    Eso si, lo que no entiendo es la manía de los cuenetos en eso eso que tú dices... llamarles corceles a los caballos, cuando ya se ve que tienen forma y cara de caballos y cuatro patas como los caballos y se llaman caballos, jaaj

    Pero tu cuento es delicado como esas alas de las propias hadas, cari..

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  2. Esto es una maravilla. Tierno, estremecedor, real. Te puedo decir lo mismo que me has dicho tú. El corazón se encoge desde que suenan las bombas mas o menos lejanas. Se encoge y ya no se recupera hasta pasado un buen rato desde la lectura ¿Cómo lo haces? ;-)

    Y me tomo muy humildemente la libertad(porque es una lástima en un texto tan bueno que haya una laguna, obviamente involuntaria), de decirte que te has comido la palabra "hijos" en una frase. Búscala, busca a los hijos. Te lo agradecerán. Y entonces, será totalmente perfecto.

    Un besote, maestro.

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  3. Que importa si la imagen es cursi, si la barriste con semejante maravilla que escribiste! Quedé fascinado por esa mujer que, en las peores condiciones, atesoró esos cuentos fantásticos que le ayudaron a sobrevivir. La Cojita, inolvidable!

    Chapeau querido amigo! Que bien que escribís!

    BESOTES GUAPO Y TE DESEO UNA SEMANA ESTUPENDA!

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  4. Yo fui un niño de cuentos, de muchos cuentos, como tantos otros niños que tienen una enfermedad que se prolonga mas de lo razonable. Yo podría aún hoy describir su forma, sus colores, sus ilustraciones. Qué importantes fueron. Qué importantes son.

    Que me ha encantado, vamos.

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  5. No se si la historia es inventada, pero tampoco importa ya que es un reflejo de historias que sí fueron en unos tiempos en que la tristeza y lo gris lo envolvía todo.

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  6. Thiago: claro que quedan, cuando yo era crío también los había y a Galicia le cuesta dejar sus costumbres. Gracias a Dios.Gracias por tus palabras.
    Theodore: no ha sido involuntaria la falta de "hijos" ni mucho menos. Pronto enterás por que. Muchísimas gracias por tus elogios y por el inmerecido "Maestro"
    Stan: muchas gracias. La Cojita es, para mí, la verdadera protagonista, el hada.
    Uno: yo también fuy y afortunadamente sigo siendo un niño de muchos cuentos y también por una enfermedad que se ha prolongado más de lo razonable. Como dices ¡que importantes son! Sólo lamento no tenerlos todavía y no tener dinero para comprarlos de nuevo. Además creo firmemente que en ellos hay enseñanzas valiosísimas.
    Pe-jota: me has cazado, no es inventada... del todo. A mí me la contó el Hada.
    Chicos: viniendo de quienes aportan tales maravillas vuestras palabras tienen un mayor valor. Gracias por leerme y por vuestros elogios.

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