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miércoles, 25 de agosto de 2010

Herencias, legados y asuntos semejantes. (Entrada casi demasiado personal)

A Leopoldino Alcáraz de las Altas Torres y Bajas Chabolas le cayó en herencia unos amplios olivares que convirtió en un campo de golf y hoy vive en las Bahamas de las rentas y defraudando impuestos.
Ernestina de la Parda Peña y de la Peña Parda heredó un espejo tallado del s. XVIII de valor incalculable que cuelga en su salón y ante el que pasa horas de deleite convencida de la inigualable belleza de su persona.
A Deogracias de Navalpellote del Marquesado le tocó en herencia toda la la flota de su tío el naviero que nunca dirigió la palabra a Onásis por ser éste un pobretón y desde entonces anda Deogracias sumido en una orgía inacabable de sexo, sexo y sexo ¿para que más? se pregunta él.
Don Dacio Momileo del Asiento Fijo heredó más de cien pisos en el centro de Madrid y hoy está en paradero desconocido y tan sólo de vez en cuando la familia recibe fotos desde los lugares más insospechados con el propio Dacio sacándo la lengua.
Sin duda os habréis preguntado por que no he participado en absoluto en niguno de los blogs en los que suelo hacerlo, o por que la tardanza en continuar mi serie de entradas veraniegas. Muy simple: he ido a recoger mi herencia. Una herencia que como muchas, sabes que ha de llegar pero te pilla siempre de sorpresa.
Os preguntaréis ¿pero qué ha heredado este zagalón?, ¿sería conveniente dejar a mi pareja y tirarle lo tejos por si cuela?, ¿Una isla griega? o mejor aún ¿una isla gallega?, ¿una flotilla aérea?, ¿los derechos de Belén Esteban?, ¿la dentadura de Winston Churchill, pero la de verdad? ¿El Santo Grial?, ¿El Arca perdida?,
¿el plano de El Dorado?, ¿La fórmula contra la calvicie?
Pues no, señores. Algo mucho más gordo. He ido a cobrar mi herencia que ha consistido en... un infarto de miocardio importante, definido esta misma mañana por los galenos como "Peazo infarto has tenido, zagal". El caso es que no tenía factores de riesgo -mi ya comentado sobrepeso no es escesivo- sólo mi herencia genética. Esto es una herencia, cojones, y lo demás gilipolleces.
El pronóstico es bueno, hay que esperar, claro, pero parecen bastante tranquilitos y ya sabemos que los médicos no suelen pillarse lo dedos con afirmaciones vanas. Me encuentro bien pero me siento como un jarrón de cristal de Bohemia en medio de un partido de rugby.
Ya os dije que era demasiado personal pero como alcalde vuestro que soy bloguero que soy me parecía que os debía una explicación de mis retrasos pero también por que cuando empecé esto me preguntaron que quería hacer y dije una sola palabra: expresarme. Y eso estoy haciendo.
He encontrado esta imagen que es, más o menos expresiva de como me han dicho que tengo el corazón ahora mismo: en obras.

viernes, 13 de agosto de 2010

Aquellos veranos

Antes de mi reclusión en playa levantina durante ese montón de años iba a otras playas, más al sur, a casa de una abundante familia amiga nuestra. Era yo muy crío y ya desde entonces gustaba de la compañía de las mujeres mucho mayores que yo, concretamente diez años mayores que yo, 17 ellas, calculad yo. Eran dos, una era una belleza de bronce un poco pánfila pero adorable, la otra una cascarrabias encantadora, lista como una ardilla, se llevaban a matar, como todos los primos que en el mundo son y han sido. El caso es que me las apañaba para liarlas a jugar con la baraja que tantos recordamos y que va teniendo un cierto protagonismo en este blog. A la ardillita encantadora le gustaba especialmente la familia tirolesa.
                          

No siento nostalgia de aquel tiempo pero ellas dos son de las poquísimas personas con las que me gustaría reencontrarme. E. y A. M. para vosotras esta entrada.
Me estoy volviendo loco con esta nueva manera de colocar imágenes. Perdonad el desorden.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Lunares blancos

Tenía los ojos verdes y un lejano parecido a Enma Cohen en cutre. Se comía las uñas, caminaba como un percherón y llevaba un chubasquero rojo con lunares blancos. Morena de pelo y blanca de piel, hacía régimen pero se zampaba cada bollo en la cafetería de la facultad que ya quisiera yo –ya por entonces con el cuentacalorías en marcha-. Tenía los ojos verdes y la mirada perdida, el óvalo perfecto y los pechos pequeños -Jardiel diría que como “granadas de mano”-, llevaba las camisas de su hermano mayor que le quedaban enormes y zapatillas de deporte aunque no hacía ninguno. En Eurovisión aquel año nos representaba José Vélez con “Voulez vous avec moi” y ella tenía la cabeza de un busto renacentista. Se sentaba a mi lado, cada día, con sus camisas grandes y su bolso inmenso. Tenía los ojos verdes y oscuros. Una tarde llevó tacones y se iba agarrando a las paredes, no la reconocí y casi la trato de usted. Un día dejó de sentarse a mi lado, luego cambiamos de turno, ella por la mañana, yo por la noche. Acabamos la carrera, ella antes que yo, y la perdí de vista. Pasaron unos pocos años y me encontré con ella de dependienta en una librería. Seguía teniendo los ojos verdes y seguía comiéndose las uñas. Siguieron pasando los años –los años es lo que tienen, que no se cansan de pasar- y en la calle del Arenal yo bajaba, ella subía, la vi de lejos, ella también me vio. Tenía los ojos verdes y se cruzó de acera. Uno es un macho, mantuve la sonrisa y seguí calle abajo. Ella trabajaba calle arriba en una célebre institución donde todos los que estudiamos lo nuestro querríamos hacerlo. Congelé mi sonrisa y vi de reojo que seguía comiéndose las uñas y que seguía teniendo aspecto de dama florentina. Los pesaos de los años siguieron pasando y ya teníamos la friolera de treinta y… Volví a la librería y no pude evitar preguntar por ella así, a lo tonto, se había casado con un catalán y hacía poco que había tenido un niño. Algo se había cerrado en mi vida. Tenía los ojos verdes y yo me sentí aliviado.
Mira por donde tenía que llegar LA RED. El primer día, solo e iluminado apenas por el flexo, estando ya mi casa sosegada, en esas primeras horas de la madrugada tecleé su nombre. El primero que escribí en el nuevo mundo. Había desplegado sus bellas alas de mariposa y había volado alto, un buen puesto académico. No me alegré –soy un poco cabroncete- pero tampoco lo lamente; descubrí que, a pesar mío, a pesar de los esfuerzos por convertir aquel desastre en una historia romántica, a pesar de mis intentos de hacer una película de Meryl Streep y Al Pacino, a pesar del dolor, a pesar de todo eso me daba igual, absolutamente igual. O quizás no. Sólo años después cuando hice terapia conseguí no pensar en ella –sus ojos verdes, sus uñas comidas, sus andares de percherón, su mirada perdida, sus pechos menudos, sus lunares blancos y sus camisas grandes- con rencor todos los días.
Hoy me he puesto nostálgico. Vintage que se dice ahora y quedas como un señor (pedante pero como moderno y como se decía en aquellos tiempos del cuplé “chic”) y me he dedicado a recorrer viejas canciones. Leonardo Favio es de cuando yo tenía seis o siete añitos pero describe un encuentro semejante al último con la chica de los ojos verdes que subía la calle del Arenal por la misma acera que yo la bajaba y cruzó la calle a la altura de San Ginés. El caso es que ella no fue mía ni un verano quizás ese sea mi verano pendiente como las asignaturas que se quedan para septiembre.
Pondría el vídeo pero no sé hacerlo así que pongo la letra:
HABLADO: Hoy la vi, fue casualidad,
CANTADO: yo estaba en el bar,
me miro al pasar
yo le sonrei
y le quise hablar
me pidió que no ,
que otra vez será,
que otra vez será,
que otra vez será,
tierno amanecer,
sé que nunca más.
Como olvidar tu pelo,
como olvidar tu aroma,
si aun navega en mis labios,
el sabor de tu boca,
cada piba que pase
con un libro en la mano
me traerá tu nombre
como en aquel verano.
Fuiste mía un verano
solamente un verano
yo no olvido la playa
ni aquel viejo café
ni aquel pájaro herido
que entibiaste en tus manos
ni tu voz ni tus pasos
se alejaran de mí.
Que otra vez será,
que otra vez será,
tierno amanecer,
sé que nunca más.
Se titula “Fuiste mía un verano”, por si queréis buscarla.

martes, 10 de agosto de 2010

Fauna veraniega (y costera) III


A las doce de la mañana entre el abigarrado amasijo de sombrillas, carnes fofas y grasas, pelotas, niños, más niños, bolsas, radios a toda pastilla, bronceadores con olor a coco y frambuesa, más niños, más abuelos, colchonetas, voces, gritos, insultos, discusiones familiares con sordina, broncas y regañinas, quejas del precio de los pimientos, tirantes sueltos y joyas gordas sobre cuerpos aún más gordos hace muchísimo calor, muchísimo más que en Madrid a las tres de la tarde en agosto y sólo la consciencia de la proximidad de un mar que no ves consuela de tal chicharrera. Eso y que el veraneo se acaba que no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo resista). A esa hora, en plena solanera levantina, aparecían ellos. Caminaban trabajosamente por el estrecho laberinto que dejaban libre las toallas, colchonetas, sillas, butacas, butacones, hamacas, sombrillas y sombrajos. Van cargados con alfombras, ventiladores, camisetas, bisutería, relojes, incluso juegos de té. Sudan y pasan siguiendo las mil curvas de caos de la arena. Se acerca a una sombrilla donde le rechazan, de otra le llaman y una señora demasiado gorda para separar el trasero de la esterilla analiza cosa por cosa la mercancía. El sol cae sobre él, recita los precios. La señora pregunta una y otra vez el precio de, por ejemplo, una pulsera: 10, ¿10?, 10, Le doy 3, 10, 5 y ni pa ti ni pa mí. Quince minutos después el hombre sigue el camino sin que la señora comprara nada, a pesar de haber bajado a seis. Sus camisas son gruesas, de mangas largas, colores turbios, sombras en medio de un sol semejante al de sus tierras y de un estallido hortera de colorines chillones. El sudor chorrea por sus caras, el cuerpo camina medio doblado por el peso, arrastra los pies descalzos, ancestralmente endurecidos. El deje de sus palabras es denso, pegajoso; su mirada desconfiada, saben que esas señoras tienen las manos muy largas y que se les pegan cositas menudas, pendientes, relojes, anillos. Y ¿Quién va a creer a un moro que vende alfombras? Veo su espalda alejarse bajo el sol de justicia mientras oigo: yo es que no me fío de los moros pero mira que mono es este anillo que “se le ha caído”. Les he visto antes, al venir a la playa, al amanecer casi. Viven en una casa enfrente de la que habito, estrecha, calurosa, pequeña, son más de treinta hacinados, a esas horas salen a respirar el poco fresco del agosto mediterráneo, se sientan en el escalón de la entrada, en la acera, y pierden la mirada, acaso comparten un cigarrillo, cruzan alguna palabra, enjutos, serios, muchos ya canos. No sé si están resignados o entregados, si les queda alguna esperanza, si lo que ganan les alcanza para vivir el invierno ni siquiera si siguen allí después de la desbandada de fines de agosto, no sé nada de ellos salvo que les veo alejarse en eses de sombrilla en sombrilla, de señora en señora, de insulto en insulto.

lunes, 9 de agosto de 2010

Patricia Neal

Como sabéis no suelo escribir aquí a diario y hoy no pensaba escribir nada pero husmeando por ahí me he encontrado con la noticia, así como sin darle importancia: ha muerto Patricia Neal. Hacía tiempo que no recogía aquí la desaparición de alguno de nuestros amados cómicos y eso que se han ido algunos como Antonio Gamero (inolvidable) ¿Por que pasar por alto la desaparición de algunos y recordar la de esta, para muchos desconocida? Por eso precisamente.

Actriz de valía indudable tuvo una trayectoria vital dolorosísima que a punto estuvo de llevarla varias veces a la tumba siendo muy joven a pesar de lo cual dejó un corpus de trabajo solvente y una imagen de peculiar belleza no al uso. En otro tiempo fue su más célebre interpretación El manantial con Gary Cooper, personalmente creo que es un panfleto anticomunista y poco más, más bien un poco menos. Hoy Patricia Neal diría que ha pasado a la historia del cine por ser la decoradora y "mantenedora" de George Peppard en "Desayuno con diamantes".
Para los amantes del cine de serie B, entre los que me encuentro, decir que es ella la protagonista femenida de "Ultimatum a la tierra", para quienes no conozcan esta cinta decir que es una de marcianos, de bajísimo presupuesto pero que es el antecedente directo de las de "marciano bueno" cuyo ejemplo más conocido es el pelín ñoño E.T. Como veis, cine de guerra fría, a pesar de lo cual ella siempre dejó el regusto de un trabajo bien hecho y de una belleza con personalidad propia. Quienes no la conozcais revisad alguna de sus películas, los clásicos siempre son los clásicos, y disfrutad.

domingo, 8 de agosto de 2010

Fauna veraniega (y costera) II

Mi costumbre era madrugar e irme tempranero a la playa. A esas horas -siete o siete y media- se puede leer muy a gusto. Sólo hasta que llegaba el abuelete con el radiocassete y ponía a toda pastilla los mayores éxitos de los Chunguitos. El caso es que si te sitúas en un lugar por donde la gente pasa durante dos meses treinta y seis años te da tiempo a ver pasar el mundo y la vida pero también ciertos personajes que merecen reseñarse aquí. Continuando con las damas, uno es un caballero, he de presentar aquí al espécimen por mí conocido como La Ganaera.
La Ganaera era señora que asentaba sus pródigos y respingones reales en aquellos lares a primeros de. Estaba con sus dos hijas y el marido sólo venía los fines de semana. Parecía un residuo del XIX pero era así. Cada mañana recorría la playa luciendo a las niñas, a la sazón de unos quince años, feas con ganas, sosas con más ganas y creídas hasta decir basta, resumiendo: unas pijas insoportables. La menos fea era conocida entre la chavalería como la Caramula, no diré más. La Ganaera, con su moño apretado con saña en la coronilla, caminaba dando a sus nalgas opulentísimas y a sus cartucheras, menos opulentas que las de sus niñas, un garbo y un salero realmente peculiares, así se recorría la playa varias veces seguida de sus nenas, que se limitaban a arrastrar los pies pretendiendo imitar el gracejo materno. En realidad la Ganaera iba luciendo la mercancía, para ella eso de que el buen paño en el arca se vende no rezaba, no sin razón por que aquello no era buen paño ni en sus mejores sueños. En pocos paseos ya había detectado con quien y con quien no convenía relacionarse, afortunadamente yo estaba entre quienes no, en cambio mis parientes, sí.
En el tercer o cuarto paseo La Ganaera se cruzaba con Lady Oca, dama, más o menos de su edad que iba seguida por su madre y tres niñas por estricto orden de estatura, parecían los patitos de un tiro al blanco. Primero de izquierda a derecha y dos horas más tarde de derecha a izquierda. Bañadores azules idénticos las cuatro, equitativa distribución de las cargas. Lo más curioso es que durante los años que las vi nunca, nunca se alteró el orden de las estaturas, Madre, Abuela, Niña Mayor, Niña Mediana, Niña Pequeña, rubias, con coletas, con las mismas coletas.
Bien, dejemos a Lady Oca y centrémonos en La Ganaera luciendo a sus niñas. Como dije se trataba con mi familia y, como yo estaba cerca, escuchaba su conversación –sí, soy un cotillo pero a esas alturas el viejo de los Chunguitos me había fastidiado la lectura y algo había que hacer además de tostarme tooooda la panza-, la conversación, monólogo más bien, venía a ser así:
-Yo para mis niñas sólo quiero un joven con una o dos carreras, bien colocado, con casa propia, buena pinta y sobre todo de buena familia.
Digamos que el tiempo iba trayendo veranos, cambios de bikinis y el acne juvenil de sus niñas se transformó en granos como garbanzos bien rellenos y siempre pareciendo a punto de estallar. El monólogo se fue transformando sutilmente:
-Yo para mis niñas sólo quiero un joven con estudios, bien colocado, y sobre todo de buena familia.
Los granos purulentos no se fueron pero se vieron desagradablemente acompañados por unas prometedoras y excesivamente prematuras patas de gallo. En cambio, La Ganaera seguía con su moño y su trasero tan desafiantes y airosos como el primer día, por ella no pasaban los lustros, por sus hijas tampoco, a ellas las pisoteaban a mala fe. El monólogo siguió cambiando:
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre con estudios, colocado, y sobre todo de buena familia.
Los años siguieron pasando y yo seguía bronceando tooooda mi panza y ella luciendo su producto con el mismo salero y donaire. Sin embargo, el monólogo seguía cambiando.
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre trabajador, colocado, a ser posible de buena familia.
Más adelante hubo más cambios.
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre trabajador y colocado.
Y más tarde:
-Yo para mis niñas sólo quiero un buen hombre.
Si al año siguiente una de las niñas no hubiera aparecido con novio (el ejemplar masculino más desmedrado que quepa imaginar) y la otra ni siquiera apareciera por la playa estoy seguro de haberla escuchado algo como:
-Yo para mis niñas sólo quiero un hombre, con que se casen me conformo, que hay exconvictos muy buena gente y alcohólicos muy amables.
Un año me libré de aquellas vacaciones pero sólo para volver al siguiente y entonces, para mi horror absoluto vi pasar a La Ganaera… duplicada. Tras el original y considerablemente más pequeño había otro ejemplar con el moño recogido con saña y los mismos andares peculiares, incluso doblando las manos hacia fuera como hacía su abuela a quien seguía por la playa toda la mañana, incluso las vi cruzarse con Lady Oca y su recua tan exactamente organizada como siempre.
Había algo de cuento de terror en todo aquello así que decidí leer algo más relajado como Lovecraff.

viernes, 6 de agosto de 2010

Esto.... ¿cuando dices que era esto?

"Los yanquis han venido,
olé salero, con mil regalos,
y a las niñas bonitas
van a obsequiarlas con aeroplanos,
con aeroplanos de chorro libre
que corta el aire,
y también rascacielos, bien conservaos
en frigidaire ."
ESTRIBILLO
"Americanos,
vienen a España
gordos y sanos,
viva el tronío
de ese gran pueblo
con poderío,
olé Virginia,
y Michigan,
y viva Texas, que no está mal,
os recibimos
americanos con alegría,
olé mi madre,
olé mi suegra y
olé mi tía."
"El Plan Marshall nos llega
del extranjero pa nuestro avío,
y con tantos parneses
va a echar buen pelo
Villar del Río.
Traerán divisas pá quien toree
mejor corría,
y medias y camisas
pá las mocitas más presumías."


Y quien suscribe estalló de vergüenza.

Tres aniversarios.



Demasiado dolor para decir nada.


martes, 3 de agosto de 2010

Fauna veraniega (y costera) I

Hasta hace exactamente cinco años había pasado mis veranos en un pueblo, otrora entrañable, costero y levantino. Hace cinco años que me libré de aquella condena y paso mis vacaciones en mi casita en mis madriles y si alguna vez pienso que quizás me conviniera cambiar de aires me curo inmediatamente recordando aquellos 36 años en la costa levantina, en el mismo pueblo y en la misma playa. Mano de santo. El caso es que en tanto tiempo y tomándose las cosas como yo las tomo, con mucha paciencia y mirando (cotilleando también, no hay que negar nunca las fuentes de información) y, también, todo hay que decirlo, cubriendo con cierta imaginación las lagunas que deja la observación he llegado a coleccionar cual si de mariposas ensartadas en alfileres y puestas al lado de la tele, junto a la flamenquita de la castañuela y esa figura que todos tenemos que está ahí por que es fácil tropezar con ella y tirarla a ver si se rompe de una vez (desengañaos, esas figuras no se rompen), una galería de personajes que “a Dios pongo por testigo”, como diría mi idolatrada Escarlata, no son del todo ficción, digamos que sólo tienen un cuarto de vuelta de tuerca más que los originales. Como por alguno hay que empezar empezaremos por una dama: La abuela triplicada.
Durante unos años vivía el verano en una casita estrecha y poco profunda, incómoda y calurosa, piso bajo, por supuesto. Tenía una única ventaja que era una habitación que recogía la brisa marina y que te permitía leer cómodamente durante horas, así que a las tres y media o cuatro me sentaba con mis tochos veraniegos y me daban las diez tan a gusto leyendo, o así hubiera debido ser por que mi vecina según se sale a la derecha, proba dama cincuentosesentona, a eso de las ocho de la tarde salía a tomar el fresco seguida por su pobre nietecillo. Y digo pobre por que no sólo me le sacaba repeinado y casi con corbata a sus seis u ocho años en el mes de agosto si no por que la abuela comenzaba a hablarle sin parar en voz muy alta como si fuera sordo. Eso sí, todo, absolutamente todo, lo decía por triplicado.
-Pepito ¿quieres merendar?, Pepito ¿quieres merendar?, Pepito ¿quieres merendar? Pepito, ¿te hago la merienda?, Pepito, ¿te hago la merienda?, Pepito, ¿te hago la merienda? Pepito ¿Qué te pongo en el bocadillo?, Pepito ¿Qué te pongo en el bocadillo?, Pepito ¿Qué te pongo en el bocadillo? Pepito ¿te pongo un poco york en el bocadillo?, Pepito ¿te pongo un poco york en el bocadillo?, Pepito ¿te pongo un poco york en el bocadillo?, Pepito: te pongo un poco york en el bocadillo, Pepito: te pongo un poco york en el bocadillo, Pepito: te pongo un poco york en el bocadillo, Pepito, te estoy haciendo el bocadillo, Pepito, te estoy haciendo el bocadillo, Pepito, te estoy haciendo el bocadillo –y así seguía durante horas ante la expresión del crío, atontao perdido, ángelico, y mi progresiva crispación que me hacía escapar de la casa para no estrangularla con el york, el bocadillo, o con el propio Pepito.
Uno puede pensar que es un ejemplar único, pero un año Pepito había tenido una hermanita y la madre la paseaba por la calle con pocos meses hablando ese lenguaje para tontos con que hablamos a los bebés pero… por triplicado.