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jueves, 27 de octubre de 2011

Antes de que se nos vaya octubre.

"Octubre" de James Jacques Joseph Tissot (1836-1902)
Pintor francés que en su primera época se dedicó a dejarnos deliciosas damitas como esta en la línea de identificar a la mujer con la naturaleza, o lo que para la mentalidad del XIX venía a querer decir que la mujer y la naturaleza eran algo que el hombre debía perfeccionar, dominar y superar. La relación mujer-naturaleza que hoy nos parece enaltecedora era entonces el equivalente a equipararlas poco menos que a animales, seres sin pulir ante la innegable perfección del hombre. Que esto fuera lo que quisiera decir el pintor o no es otra cosa pero era lo que pensaba el cliente -burgués nuevo rico y bastante bruto en general que se sentía justificado con esas ideas y que, en el fondo, compraba el cuadro por que "hacía bien" en el salón de recibir para que todo el mundo viera que había posibles.
Es un autor que tiene una historia que parece de novela, sé poquísimo de él pues poco dejó de nuevo al arte pictórico pero sí que al morir su amante y modelo abandonó casi todo y acabó dedicándose a recorrer Tierra Santa y pimtar escenas religiosas con bastante rigor arqueológico lo que acaba por poder enmarcarle dentro del orientalismo, fenómeno tan decimonónico como yo mismo.
No pretendo dar una clase de nada aquí pero estas damitas, lo reconozco, son una de mis debilidades.

Respuesta 13 sobre Estar con la gente

Ahora resulta que tampoco puedo seleccionar identidad así que de nuevo tengo que responder en una entrada. Creo que va a venir siendo que mi ordenador es un dinosaurio de hace ¡seis años!

Angel: gracias por tus palabras, para empezar. ¿Qué a donde nos lleva la corriente? Simple: un hombre aislado es un hombre indefenso, ¿Qué más pueden desear los poderes fácticos? No estamos deshumanizados, estamos asustados de nuestra propia humanidad, de que relacionarse implica en cierta medida sufrir, preocuparse “sentir con” y por ahí no pasamos, pasan.

Pe-jota: el tema de la banalidad es casi necesario hoy, precisamente por lo que comentaba a Angel. Si pasas de ahí, te encuentras con vida, y eso duele. Así que degrademos la calidad de nuestra comunicación-convivencia y todos tan contentos.

Roberto T: sí, son historias de nuestros tiempos que no siempre son negativas, mira esos dos que cuentas. A lo mejor incluso no se matan o logran aguantar diez años sin divorciarse. Jejejeje. Por cierto, que el móvil es un gran invento… bien usado. La de apuros que me ha solucionado con las dos o tres llamadas que hago y recibo al mes. No seré yo quien critique el avance que supone pero es que como casi todo ha caído en manos de psicópatas potenciales, o sea, todos.

Uno: ese día la red y en especial los blogs estaban como vaca sin cencerro. En realidad el monstruo somos nosotros, por eso cualquier cosa se convierte en garra.

Como siempre gracias por leerme tened en cuenta que ahora sólo puedo dejar comentarios en aquellos blogs que me reconocen así que ando limitadillo. Un abrazo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Estar con la gente.

Hubo un tiempo en que había tertulias, en que la gente, las personas, se reunían a charlar, los importantes hablaban de cosas importantes: del realismo literario, del modernismo, del cubismo, de la política o de a cuanto había acabado el Consolidado en bolsa; los menos importantes hablaban cosas menos importantes, de las obras, de quien se casa con quien, de la salud de unos y otros. Solían ser en cafés o en domicilios particulares, a la manera de Salón dieciochesco, el café de Pombo, por ejemplo, representando con la obra de Solana toda esa forma de estar con la gente.

Luego la gente dejó de ir a las tertulias, esta fase sí que la conocí yo, pero se reunía en casa de unos y otros; en verano, al caer el sol, salían a tomar el fresco a veces con su silla, en los pueblos sobre todo, a veces sentados en la acera o, si podían permitírselo, en la terraza de un bar, y allí se hablaba de todo lo divino y de lo humano, a veces se cantaba, poco por aquello de dejar dormir, se interesaban los unos por los otros. Los vecinos y las vecinas pasaban a tomar café a casa del otro para seguir charlando en invierno y en verano. Incluso ¡se hacían visitas! ¡Sí! La gente iba de visita. ¿Os acordáis como era eso de “tener visita o ir de visita”? Conocidos, viejos amigos, parientes más o menos lejanos, se presentaban en las casas de visita, llamaban, cuando ya hubo teléfonos en todas las casas, y venían o íbamos de visita, los niños nos aburríamos como galápagos pues había que ser formalitos y tal, pero íbamos, bueno, nos llevaban. Ni que decir tiene cuando había un enfermo en casa aquello era más o menos una romería aunque muchas veces se quedaran los vecinos en la puerta sólo para preguntar como estaba el enfermo; incluso en los hospitales a pesar de que las visitas estaban bastante más restringidas, había turnos para pasar a ver al paciente.

La televisión fue acabando con la costumbre de salir a tomar el fresco y a charlar, al principio no se notó tanto por que en un bloque podía haber dos o tres televisores y sus orgullosos propietarios invitaban a unos y otros a ver los toros –entonces no había debate sobre el tema-, a ver Galas del Sábado o Bonanza. Los niños nos relacionábamos así también fuera del colegio y de cualquier forma de organización. Los adultos tomaban café, charlaban, criticaban y se interesaban unos por otros. En los veranos de los pueblos, al principio, se daba la vuelta al televisor con la pantalla hacia la ventana y los corrillos se formaban en torno a ellos, corrían las pipas y los cacahuetes. No digo nada cuando el Teresa Herrera era de los pocos torneos veraniegos, se partía el grupo en dos: los hombres en torno al fútbol y las mujeres aparte charlando o jugando al parchís, que anda que no he visto yo vicio con el parchís. El caso es que cada vez íbamos siendo más ricos y, al poco tiempo, había un televisor en cada casa y ya sólo servía de excusa para reunirse los vecinos en torno a uno ¡el Festival de Eurovisión! Reconozco que era triste reunirse para saber quien manejaba la barca a una pobre muchacha descalcita pero era así, también lo hacíamos con Eres tú o Sobran las palabras (¿a que nadie se acuerda de esta canción, Braulio, Eurovisión 1976?) Eurovisión cayó en el abismo de horteridad subliiiiiiime que todos padecemos hoy día y la mitad de la población ni sabe donde cojones esta Nosecuantosstan que da duepoin a Meimportaunbledostan, cosa que, además dice el comentarista antes de empezar el circo. En fin que esa excusa también se perdió.

Entonces ciertamente se perdió la espontaneidad de las relaciones, las visitas desaparecieron por que no se salía hasta después de que acabara la película o por que esa tarde había un partido y era más cómodo verlo en casa. El color en las televisiones trajo algo del viejo invitarse a ver el partido o los toros o lo que fuera pero duró poco. Pronto todos tuvimos tele en color. Vale, no había la añeja costumbre ni la espontaneidad en las relaciones: había voluntad. La gente se relacionaba por que quería hacerlo, sin más. Nos llamábamos por teléfono y luego los recibos subían una barbaridad, quedábamos ex profeso a medio camino, cosas así. Claro, en el camino se perdieron las viejas amistades que pasaban de padres a hijos, el concepto “amigo de la familia” se perdió –ahora eres amigo de Pepe o de Manolita, pero no “de la familia”-, hubo un proceso de selección natural más acorde con los cambios sociales. Nada que objetar por que en todas estas maneras de relacionarse la gente estaba ahí, aunque fuera a veinte o quinientos kilómetros, estaba. “Estaba”.

Hoy ese concepto de relacionarse “estando”, es decir, completamente presente en la relación, volcado, aun en la relación más superficial, es un concepto y una realidad no sólo inexistentes sino también inconcebibles. Es una presencia parcial, incompleta. En estado de alerta ante una llamada de móvil, por ejemplo, o del pitido que indica cuando estás al teléfono que alguien llama. Todo se relativiza ante esa llamada, sea lo que sea ese todo. Ya nunca puedes estar con alguien pues ese alguien realmente está existiendo en relación únicamente a esas llamadas y con ellas tampoco va a estar más presente que contigo, pues como entre otra cortará aquella por la que cortó la conversación contigo. Es curioso que en el siglo de los medios de comunicación el bicho humano esté perdiendo la capacidad de establecer comunicación en el nivel que nos ha hecho humanos. Hace muchos meses que no logro acabar una charla personal, telefónica e ¡incluso una consulta médica! (el lunes 17 del presente, consulta urólogo, o sea, ya sabéis lo que eso supone a ciertas edades, tres veces el móvil del médico interrumpió la consulta, era la misma persona, una dama, y, lo peor es que el médico me cortó para llamarla él, a punto estuve de preguntarle si me iba y volvía en un momento que le viniese mejor pero, dado lo cerca de ciertas partes que va a trabajar dentro de unos meses decidí callarme, el miedo a que se le fuera un bisturí me coartó un tanto) sin que suene un puto móvil o entre otra llamada. Sé que no son cosas importantes por que las respuestas a esas llamadas de móvil suelen ser “En el estante de la cocina” o “No, no, un Ribera siempre”. Pero ahí estás tú, con cara de lelo, esperando el resultado del informe de tu dolencia, o la palmada en el hombro o el final de un chiste, en un segundo plano, eres “no prioritario”. Hubo un tiempo en que las parejas eran tres: ella, el y el radiocassette del coche para que no lo robaran. Ahora si que son “parejas abiertas” pues son ella, él, los dos móviles y toda llamada que se haga que se colocará siempre como más urgente que él o ella. Los niños no pueden decir aquello de “Mamá mira lo que hago” por que la mamá (o el papá) están con el móvil, ni llamarles por teléfono por que “Cariño, me está entrando otra llamada”. Subliminalmente estamos diciendo a esa persona, sea quien sea:” mira, lo cierto es que me importa más cualquier otra cosa que tú y perdona que me está entrando otra llamada”. Curiosamente esa otra llamada sufrirá el mismo destino haciendo que el siglo de las comunicaciones acabe en la absoluta incomunicación del individuo. ¿Será ese su objetivo?

Mientras estaba escribiendo esto, que no ha salido de un tirón ni cosa parecida pues me parece que el texto no fluye adecuadamente, he visto algo muy ilustrativo. Vivo cerca de un instituto, o sea: hormonas despendoladas saltando por todas partes y en todas direcciones, o así debería ser. La escena era la siguiente: en un banco una muchachita apoyaba su espalda en el hombro de un muchacho, él metía la mano en el escote de ella, tiernamente, ella tenía la mano en el paquete de él, esperemos que fuera asunto menos tierno, él en la mano izquierda tecleaba en el móvil, ella con la mano derecha jugaba a algo en el suyo, ni se miraban ni se hablaban. Creo que esa es la imagen de lo que he querido decir y que no me ha salido.

viernes, 7 de octubre de 2011

Ciao, Thiago

Thiago en el corazón, sí, pero también en la nostalgia.
Estoy mayor, muy mayor, eso ya lo sabía pero cada día surgen cosas que me demuestran que estoy muy mayor, demasiado mayor para la edad que tengo. Y es que no tengo ya edad para permitirme perder amigos, para permitir que se alejen quienes quiero y respeto, sin que me se abran las cannes y me entre una pena negra. Sí, parece que lo digo en broma pero es cierto. Ahora es Thiago (me enteré anoche), antes fue Theodore, y antes y entre medias unos cuantos nombres más. En varios foros en los que participo la cosa ha sido bastante más dramática, cánceres fulminantes, por ejemplo, o paros laborales, o problemas familiares extraordinariamente serios. Y yo ya no estoy pa estos trotes. La copla dice que cuando un amigo se va queda un espacio vacío, no, deja un abismo y una indefinible tristeza. Ahora es Thiago quien se nos va, afortunadamente sin nada dramático aunque su post de despedida dejaba un poso de amargura. Como si el despertar fuera a otras muchas cosas. (Robert, te he robado la imagen como verás espero que me des tu permiso aunque sea a toro pasado) Decir que echaré de menos sus cosas y sobre todo a su abuela fantasma es algo que todos sentimos y sabemos, nada nuevo; pero me duele de más esta repentina despedida aunque sus entradas delataban una nueva forma de vida. Cada vez me cuesta más despedirme, asumir que il mondo gira y que le da igual lo que los míseros humanos pensemos o sintamos. Además yo me encariño con una piedrecita que se me meta en el zapato así que para que contaros con las personas y sobre todo con el saber que están ahí, en su blog, en este caso, donde puedo encontrarlas, refugiarme y compartir con ellas lo bueno, lo banal, lo divertido y… lo que no lo es tanto.
Thiago, además, fue el primer bloguero a quien seguí seriamente y creo recordar que el primero que dejó un comentario en este blog. Además, nuestros orígenes son similares y las raíces céltico-gallegas ahí están, comunes aunque no iguales, evidentemente. La energía de Thiago dio quizás su primer aliento a este blog. Suena elegiaco pero es que en cierta manera lo es. Al irse Thiago y sus zapatillas plateadas, que confío sigan siendo su sello de distinción, perdemos, para siempre probablemente, un compañero, un lector, un amigo virtual, a quien nunca nos encontraremos casualmente por la calle por que no le hemos visto nunca, y con quien no nos unen esos lazos de recuerdos y experiencias comunes, así que esta relación es mucho más fútil, más evanescente, y aunque en ocasiones nos haya sacado de un bache, más que una relación física, o que hayamos aprendido de estos amigos cibernéticos o como se diga más que de muchos otros de mucho más tiempo, la pérdida es más definitiva, más radical, más inaprensible e inexpresable. Ahora cuando encienda el ordenador no habrá una entrada de Thiago que me haga reír o me haga compartir su indignación. Se acabó para casi todos nosotros Thiago y no hay más que hablar. Su camino le aleja, o ha decidido que le aleje, de esos fantasmas anónimos que leemos y escribimos aquí, que sentimos un poco al unísono con otros fantasmas como él. Y todos nos diluimos un poco con su marcha.
Ciao, Thiago, suerte.

martes, 4 de octubre de 2011

Y soy yo quien va a terapia.

Ultimamente medito mucho y miro mucho más a mi alrededor, aun si cabe, y me estoy encontrando con que ¡y soy yo quien va a terapia! Santa Madonna como está el cotarro. Voy a enumerar algunas “cosillas” de gente que se da por sana y equilibrada.

-una prima mía moja pan en… turrón de jijona.

-una amiga no ve si se pone un pañuelo en la cabeza tapándole los oídos.

-otro amigo no oye cuando se pone las gafas.

-un tercero necesita gafas para leer pero cuando quiere leer… se las quita.

-otro más en cuantito bebe un poquito de vino tinto comienza a estornudar como un loco.

-ese personaje a quien ya conocimos como el Elfo doméstico no puede usar sombrero por que se ahoga.

-una vieja amiga tiene la costumbre de huir despavorida de los hospitales… lo cual no sé si sería grave si no fuera por que… es enfermera.

-otra de mis primas, sí, tengo un montón, ni come ni bebe nada cuando está en un hospital ingresada salvo bombones y agua mineral que le lleven de fuera. Lleva como diez ingresos.

-otro pariente cuadricula la comida antes de comerla.

-uno de mis abuelos mojaba arenques en… chocolate

-un hijo de una de mis primas para que las sábanas no tengan arrugas se mete debajo de la cama para estirarlas bien.

-el marido de una amiga calienta en el microondas agua para beber mezclándola con la del grifo.

-una amiga, que afortunadamente perdí de vista hace años, no hacía ninguna necesidad fuera del baño de su casa. Cuando la ausencia se prolongaba varios días concedía aguas menores pero mayores nunca hasta el regreso. Obvio decir los problemas que eso le causaba.

-un tío mío tenía que cenar a las ocho en punto y si a esa hora, ni un minuto más, no estaba cenando se acostaba directa e inmediatamente.

-una pariente abre y cierra constantemente los ojos

-otra apenas oye hablar de insectos empieza a rascarse como si todos los del mundo la estuvieran picando… simultáneamente.

-su hermana gira el cuello constantemente, y digo constantemente, en redondo, ya sabéis como digo, no como la niña del exorcista, aunque bien mirado… la sensación es poco más o menos.

-un montón de amigas ya de cierta edad se niegan a nadar para no mojarse el pelo, como si después de ponerse el gorro de piscina hubiera peinado que sobreviviese.

-otro pariente en segundo grado no puede comerse los melocotones con cáscara, lo que no sería extraño si… no se la comiese antes.

-una amiga suele comprarse ropa transparente lo que resultaría sugerente… si no pusiera forros.

-de jovencito tuve un amigo que se perfumaba con esencia de violetas, lo que no tendría mayor importancia… si no fuera por que se la echaba en la bragueta.

-otra amiga no puede ver el pan o cualquier cosa con miga mojado o empapado, léase que tampoco dulces como torrijas o bizcochos borrachos.

-otra más se pasa la vida diciendo que es casi vegetariana, pero que ni el jamón ni las morcillas se los toque nadie.

-en general, creo que pasa a casi todo el mundo: dos personas quieren localizar un punto en su ciudad y, por pequeña que sea, pasarán horas discutiendo, por ejemplo, cuantas entradas tiene la plaza mayor.

En fin que tengo serias dudas si no será que los únicos que no estamos demasiado pa’allá seamos quienes creemos necesitar terapia.

sábado, 1 de octubre de 2011

La taberna de mi barrio. Segunda y última parte.

La taberna de mi barrio, por lo que yo sé de ella, tiene más aspectos sociales; uno de ellos es la Dama Fantasmal. La conozco de vista desde niño, cuando nada había de especial en ella, una presencia cotidiana en la que, por serlo, no se ven los pequeños cambios, los pasos que un día tras otro se han ido sucediendo. Hoy se la ve sobre la una de la tarde vestida de pardos y verdes, perfectamente conjuntados aunque ya no se sepa si esos pardos y verdes son de esos tonos o producto de la pátina del uso y el abandono como su pelo: una hermosa cabellera suelta, fuerte, e impecablemente peinada pero de un color indefinible entre el gris opaco y el blanco marfil. No podría decir todo ello es debido a la suciedad o simple e inevitable deterioro. Camina despacio, casi arrastrando los pies, sus canillas escuálidas dejan las medias verdes holgadas, también arrastra un elegante bastón en el que no se apoya sino que la sigue como la cola de un antiguo vestido. La espalda recta, la cabeza alta, la boca fruncida, el color de barro a medio cocer, los ojos grandes y oscuros rehundidos y perdidos que no parecen ver. Nunca saluda ni habla con nadie y nadie parece verla, recorre la soleada acera hasta la taberna donde ya le tienen preparada media tortilla envuelta en papel de aluminio y media barra de pan. Luego se va arrastrando su bastón, la espalda recta, la cabeza alta y esos ojos que no te sorprendería ver al final de una escalera en una noche de tormenta con un candelabro chorreando cera reflejado en ellos.
Cuando llega la regordeta del diez apoyada, ella sí, en su bastón, con sus canas relumbrantes, con su aspecto de brutalidad suma concentrada en envase pequeño y casi esférico, con su sonrisa perpetua y su puntualidad irritante, ya tiene su mesa preparada y casi, casi, el plato puesto, a veces aparece uno de sus hijos, quizás el único, solterón devastado aún buscando pareja, con una mujer, cada vez una distinta, otro día hablaré de él. La regordeta del diez apenas altera su ritmo de comida cruzando frases hechas con el hijo, ignorando a la mujer.
Creo que no hay taberna de barrio o pueblo que se precie de tal que no tenga sus “pegajosos”. De hecho, son tan propios a cada una como la foto del torero o las tragaperras que nunca son iguales pero tampoco terminan de ser diferentes. Son el escalón siguiente a los populares y bestialmente llamados “tontos del pueblo”. Dado que mi conocimiento de la taberna de mi barrio dista mucho de ser exhaustivo he de limitarme a los “pegajosos” de la mañana y mediodía. El pegajoso es ese personaje, a menudo cercano al gorrón pero no necesariamente, que va de grupo en grupo intentando entrar en alguno, de parroquiano en parroquiano intentando trabar conversación sin darse cuenta de que ni los unos ni los otros le quieren en su compañía. El pegajoso mañanero es Jaime, pasa de los ochenta pero con su par de horas de gimnasio por las tardes como ha venido haciendo toda su vida. Tan sólo una levísima cojera –que él niega incluso cuando en los cambios de tiempo es más evidente- delata cierta edad. Desde bien temprano pulula de grupo en grupo por el bar, los domingos, de traje y corbata, sin encontrar quien le reciba de buen grado, el caso es que es de buen conformar y cuando alguien cruza con él dos frases tres días seguidos ya se le oye decir que Fulanito es “íntimo amigo” suyo. Servicial, amable y algo corto de luces –lo que no le ha impedido sacar una familia adelante no siempre en las más favorables condiciones- resulta patético en su deambular de un lado a otro del local. El único momento de dignidad que ofrece, o sea, el único que no parece estar mendigando atención, es cuando se acoda en el mostrador a leer el Marca y el As, atento –cuando estaban- a lo que pudieran necesitar los ocupantes de las sillas de ruedas. Jaime es el pegajoso por excelencia o “como una buena persona puede hacerse insoportable a todo el mundo” que se burla, nos burlamos, en realidad, de él en cuando se da la vuelta, con esa crueldad del rey ante el enano, del capitalino ante el campesino o del bailarín ante el inválido, aunque no dudamos en usar su disponibilidad cuando nos conviene.
A eso de la una Jaime se va a casa para comer y, entonces, casi sincronizada con él, llega la pegajosa del mediodía, Tere. Más cerca de los cuarenta que de los treinta todos seguimos llamádola Tere por que, sin entrar en profundidades que darían –y seguramente lo harán- para otra historia, no es lo que podría llamarse “normal”, y es que, a veces, uno tiene la impresión de que caminar por las calles es hacerlo simultáneamente por un manicomio de los antiguos –siniestros como de película de terror-, cárcel –opresoras como de película de Alcatraz- y hospital –aterradores como la sección de urgencias-, así que a uno le resulta cada vez más difícil aplicar el término “normal” entre trastornados, delincuentes y enfermos crónicos, todo a la vez. Retomando a nuestra Tere hay que dejar claro que no es ni subnormal ni discapacitada –término políticamente correcto- simplemente es disfuncional, algo en su cabeza no termina de encajar del todo, hasta el punto de que su pensión es administrada institucionalmente aunque no precisa ayuda en su cotidiano. A veces tiene un tono agresivo que no pasa de ahí, de un matiz en la voz, otras veces parlotea contándote, quieras o no, mil menudencias propias y ajenas, y otras veces sencillamente no te habla. Cuando Tere aparece por la taberna de mi barrio va directa a la máquina del tabaco con un no sé qué en sus andares, en su hablar muy alto, en sus ropas ceñidas, en su escote destacado y aun lozano, de putón. Ese es el término exacto que acude a la cabeza como si ese granito de arena que entorpece sus engranajes no fuera asunto mental sino, más bien, vaginal; algo de lo que, me consta, se han aprovechado más de cuatro.
¿Y yo? Yo, desde esta eterna campana de cristal que me mantiene aislado del mundo y de sus pompas y esplendores, miro, me tomo un café –permitido por mis galenos varios-, observo sin demasiado interés y anoto mentalmente cuando, quien, donde, si callar, si hablar, si escribirlo o dejarlo discretamente en la recamara. Tras el cristal de mi pecera y mientras doy vueltas a la sacarina de mi café me pregunto si esa mirada analítica mía, si estas palabras no son sino una ofensa a vecinos y parroquianos convertidos en personajes de un guiñol grotesco y sin sentido o si realmente con ella me limito a comprobar que parroquianos y vecinos formamos un zoo, cada uno en su jaula, cada uno con su juguete, cada uno con su alimento y todos con la ilusión de estar viviendo, aunque los churros ya estén correosos y otras ilusiones hayan sido barridas con palillos y servilletas, o rotas como vasos y tazas. Entretanto, tomo el café y sigo mirando.