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sábado, 29 de diciembre de 2012

Aquellos crismas

Dos de las deliciosas tarjetas de Juan Ferrándiz, últimamente parece que redescubierto. Es curiosa la contraposición de la superiore con un punto de partida medieval y santiaguesco y la inferior con un tema en el que se centra en lo que serán sus señas de identidad, los niños traviesos con o sin alas y los animalitos, menos formal pero más cercana. Un maestro en cualquier caso.

Cuando era pequeño, allá por los sesenta, no recuerdo que por estas fiestas el correo trajera la felicitación navideña, en cambio, sí llegaban postales por santos, cumpleaños o aniversarios, hoy de esa costumbre sólo quedan unas cuantas postales en las viejas cajas de lata, claro que entonces solía hablarse por el teléfono del bar que era el único del barrio y eso se guardaba para emergencias.
Prácticamente en un mismo proceso, que no deja de ser interesante desde el punto de vista sociológico, fueron llegando a las casas la televisión y el teléfono. Si bien la una no mató del todo la estrella de la radio, el otro sí que acabó con el uso de felicitar por correo. Todo ocurrió en muy pocos años, en mi casa, que no fuimos ni de lejos de los primeros en nada por la precariedad económico-sanitaria en que nos encontrábamos, puedo datarlo con exactitud: entre el 62 y el 66, salvo el teléfono que retrasó su entrada triunfal hasta el 72, cuando ya no había que ir al bar sino a casa de cualquier vecino para las llamadas urgentísimas (así nos enteramos de la muerte de mi abuelo en el 69 pues en mi barrio, aun a medio colonizar, no había ni cabinas)
En esa primera mitad de los sesenta fue cuando se generalizó la costumbre de los “crismas”, así, a la castiza: crismas. Poca gente corriente sabía que demonios quería decir la palabreja más allá de la tarjeta navideña. Quizás esa década fuera, al menos en España –y dejo sentado que no sé mucho del tema- la edad de oro de la felicitación navideña, si no en cantidad, sin duda sí en la calidad de los trabajos que incluso con técnicas notablemente inferiores a las actuales producían obras maestras del género; baste un nombre para demostrarlo: Ferrándiz, cuya obra aun hoy sigue vigente y cuya influencia se extendió notablemente durante muchos años. No era el único maestro pero sí uno de los pocos cuyo nombre se recuerda.
Hay que reconocer que había un elemento que favorecía el florecimiento artístico de este género que no era otro que el peso de la religión oficialista. No era concebible una felicitación sin el pie forzado del tema religioso a uno u otro nivel, incluso tras el Concilio.


Si en los 60 se produjo el pico de calidad fue en los 70 cuando se alcanzó el de cantidad. Según nos acercábamos al final del ciclo político iba subiendo el consumo del producto que, como consumo, no de dejó de crecer hasta bien entrados los 80. No puedo afirmar que exista una relación directa entre el cambio de régimen y el cambio de “iconografía” en las felicitaciones pero el caso es que fueron apareciendo desde los primeros 70 las fotografías de adornos navideños, los Papás Noeles, muñecos de nieve sin referencias religiosa y mil temas más. Hasta el punto de que guardo una felicitación que es el dibujo de una chica completamente a la moda (pelo afro, abrigo largo, etc) en un paisaje nevado, no recuerdo si con algún regalo y esa era toda la referencia navideña.
Entonces los buzones se llenaban todos los días de diciembre, se enviaban tarjetas incluso a quien veías todos los días, a la familia con quien ibas a pasar las fiestas y hasta al gato si se terciaba. Fue entonces cuando cogí la costumbre de usarlas como elementos decorativos apoyándolas en los libros, cubriéndolos casi por completo.
En algún momento, quizás a mediados de los 80, hubo un cambio de tendencia, al principio bastante coherente. No tiene sentido felicitar por escrito a quien ves a diario, luego vinieron las bajas, amigos y parientes que se fueron muriendo y, finalmente, la felicitación no respondida que envías un par de Navidades pero que acabas por dejar de hacerlo ante el silencio o la indiferencia. La llegada de las nuevas tecnologías fue una excusa perfecta para ir abandonando la costumbre y hoy apenas son siete u ocho las tarjetas que decoran mi biblioteca.


Aunque yo, que frecuente y violentamente, soy acusado de decimonónico, pertenezco a la vieja escuela de enviar felicitaciones (respondidas en un algo más del cincuenta por ciento), echo de menos el pequeño ritual que, en cierto sentido, preparaba las fiestas.
Cada año se elaboraba en casa la lista, a nadie se le ocurría guardarla de un año para otro (ahora tengo una carpeta en el ordenador “Felicitaciones”, con los nombres y las direcciones, muy funcional); se compraban una a una, cada miembro de la familia que veía algún “crisma” que le gustara lo compraba. Luego, una tarde, quizás en torno a un café con leche bien calentito, se escogían: “éste para tu tía Mari”, “éste para la tia Abuela Luisa”, “éste con el gatito para tu prima que al niño le va a hacer gracia”, y se anotaba en el sobre. Algunas tenían que ser de mano de uno de nosotros, la de la tía abuela tenía que escribirla necesariamente mi padre, la de uno de mis profesores era imprescindible que fuera mi letra por muy nefasta que fuera, otras tenían que decir cosas –una pequeña carta-, unas pocas había que tratarlas con pinzas, de esas se hacía una especie de borrador, eran las dirigidas a quien había perdido a alguien o cosa parecida. Se iban escribiendo a lo largo del mes, con calma. Hoy escojo un paquete de alguna ONG, con tarjetas más o menos estandarizadas y apenas elijo las menos feas para una o dos personas. Luego las escribo, una tras otra, sin pensar cual gustará más a quien, por fin, todas juntas, salen hacia su destino. Más o menos todos hacemos lo mismo, lo sé por que las pocas que me llegan son muy similares y todas con el nombre de la ONG al dorso. Cierto que ahora hay otro ritual que también cumplo, elaborar las felicitaciones en el ordenador, elegir tus contactos y enviarlas. Una liturgia de soledad ante un teclado y una pantalla con New Roman 12 o Monotype Cursiva, 14, negrilla. Sin embargo, por mucho cariño que quieras poner en buscar imágenes, escribir textos más o menos aparentes y montarlos, no es lo mismo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Felicitaciones

¿A quien no se le escapa una sonrisa o un pensamiento del tipo “que majos” o “que detalle” cuando abrimos el buzón y encontramos una felicitación navideña? Todas dejan un algo, incluso las de aquellos que preferirías no conocer pero a quienes por genética estás condenado.
Sin embargo, hay otras que van un paso más allá y acaban siendo pequeños tesoros que se almacenan en esas cajas –sí, esas cajas que tantas entradas han alimentado-, de lata madera o cartón en las que queremos, como si fuéramos Noé, salvar lo que fue nuestra vida o la de nuestros ancestros.
Algunas adquieren ese “valor añadido” por ser la última de alguien que se fue; otras por ser especialmente graciosas, bonitas u oportunas y otras no se sabe muy bien por que.
En alguna Navidad una señora amiga de los veraneos nos felicitó con una sencilla postal, cielo azul, casas, nieve y, aquí y allá, toques plateados, era apaisada con lo que cubría muy bien la base del diminuto árbol que entonces ponía, así que fue inmediatamente colocada bajo él. En años sucesivos fui descubriendo su gusto por los brillos y guardando cada tarjeta por puro placer estético. Una Navidad no llegó el sobre matasellado, ya no podía escribir. Cuando, bastantes navidades después, tampoco sonó la llamada con que contestaba a mi felicitación, supe que esas tarjetas brillantes eran lo único que me quedaba ella. Se habían convertido en reliquias de las largas charlas del mes de agosto, de las bromas, de su coquetería, de su inacabable parloteo, de todas sus historias, de una personalidad exuberante, reprimida y algo hortera, como sus felicitaciones. Hoy cuando las encuentro al buscar con qué tapar la maceta de plástico del arbolito de navidad no puedo evitar una sonrisa ni pronunciar su nombre en voz baja.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Felicidades a todos

Como era de esperar en el Espíritu de la Navidad Presente no podía ser otra entrada en un día como hoy. Feliz Nochebuena y Feliz Navidad a todos y, sobre todo, como dijo Ramón: no permitáis que os roben vuestros "momentitos" ni tirios ni troyanos.
Besos, abrazos y achuchones navideños varios para todos.

martes, 18 de diciembre de 2012

¿Feliz Navidad? Con esto, no puedo.

Cinco empleados asesinados en Pakistán durante una campaña contra la polio


Los líderes religiosos han emitido fetuas contra la vacunación de esta enfermedad

Quisiera que todo el mundo leyera esto, simplemente para reflexionar un rato sobre algunas cosas: http://internacional.elpais.com/internacional/2012/12/18/actualidad/1355825389_977746.html , no os perdáis el final.
Esta monada que parece un adorno para el árbol de Navidad es el puto virus de la poliomielitis cuya vacuna se logró en 1956.
Sala de pulmones de acero en USA durante alguna de las feroces epidemias de la primera mitad del siglo. En España no había salas de pulmones de acero, si acaso un par de ellos aquí y allá en la segunda mitad. La vacuna no fue obligatoria y gratuita hasta el 62. En esos seis años hubo 14000 afectados y más de 2000 muertos. Después la desatención más indiferente.
Para evitar las tremendas deformaciones que la enfermedad deja en los supervivientes se emplearon medios como el que vemos aquí. Casi siempre en vano. Es imposible que os hagáis una idea de lo que puede llegar a doler.
Si los mayas aciertan y el fin del mundo es pasado mañana, viendo estas noticias lo cierto es que lo suscribo. Habría que acabar con cualquier autoridad política, social, económica o religiosa de cualquier signo que permite o busca o utiliza esto para sacar tajada. Cuando digo acabar lo estoy diciendo en el sentido más estricto: acabar con ellos, literalmente. A las alimañas no se les puede dar una segunda oportunidad de matar.
Esta ya no podrá ser una Feliz Navidad por mucho que os lo siga deseando.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Segunda incursión navideña: de mulas y bueyes.

Como ya he comentado aquí en más de una ocasión Joaquinitopez es la identidad secreta de El Espíritu de la Navidad Presente, como Clark Kent o Peter Parker. Claro que por lo menos esos pueden dar de leches a quien les apetece con el pretexto de que “Eh, ellos son los pillos,¡sí!” como se traducía cuando yo leía aquellos comics. Como Espíritu de la Navidad Presente no me están permitidos tamaños desafueros, lógicamente. Sin embargo, estoy pensando seriamente en presentar mi dimisión irrevocable. O me autoriza la Superioridad a dar unos cuantos sopapos a quien fuere menester o el menda lerenda se larga a la cola del paro, aunque haya que emigrar a Chikititistán.

Es que, caramba, a veces hasta el más optimista de los mortales y de los inmortales (la escena en el Templo de Jerusalén nos habla de ello) se echa las manos a la cabeza y se le vienen ideas como coger una antorcha, montar una guillotina en la esquina más próxima o directamente gritar aquello de “paren el mundo que me apeo”. La última ha sido lo que ha dicho Benedicto XVI: primero que la estrella de los magos fue una supernova, cágate lorito, buen intento para que no quede establecido con precisión el momento de la Natividad. Belenísticamente esto supone que en lugar de un cometa con cola de lentejuelas y demás hay que poner un buen petardo sobre el portal para que chamusque las alas de los ángeles con el Paz en la Tierra. Segunda: que los pastores no cantaban. Vaya por Dios, ninguno de los pastores de todo Belén cantaba, bueno, sería lógico puesto que era plena noche pero ¿tan infalible es el Santo Padre (eso sí, sólo desde el 18 de Julio [oh, cielos] de 1870) como para asegurar que a ninguno de esos pobres hombres en una noche gélida del año 0 se le había ido la mano con el tintorro? Por que en aquella tierra había tal cantidad de razas y culturas que es realmente complicado asegurar que ni uno solo de todos los pastores de Judea estuviese cantando. Misterios del Dogma que repara en todo, desde estas minucias hasta la imposibilidad de que encajen las fechas de diciembre para la Natividad ¿o no? Además, Lucas 2, 20 dice: “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”. Que yo sepa el canto siempre ha sido la manifestación más rápida y directa para esta labor, en este caso gozosa.

Sin embargo, lo que me ha sacado de mis casillas y a punto ha estado de lograr que me quite la corona de muérdago –el acebo pincha- y la mandara volando por la ventana ha sido la afirmación gratuita de que no hubo ni mula ni buey en el Nacimiento de Jesús. Curioso que fuera un establo y no hubiera bichos, ¿habría cerdos, vacas, cabras u ovejas? ¿gallinitas, tal vez? El argumento es que no lo dice ningún evangelista. Genial, sólo uno (Lucas) trata del Nacimiento, y de un modo harto escueto, por otra parte. Teniendo en cuenta la luz y taquígrafos con que la Santa Madre ha decidido cuales son los canónicos y cuales no; item más, sabiendo que el más cercano a la vida de Jesús de los cuatro evangelios canónicos, que no es el que habla del nacimiento, data de, al menos el año 70, cuando muy difícilmente podía quedar un superviviente dada la esperanza de vida de la época; item más, conociendo de sobra que, forzosamente, los bienintencionados evangelistas tuvieron que apoyarse en tradiciones orales (eso sin querer ser heterodoxo). Teniendo en cuenta todo esto me cuesta creer que alguien pueda tomarse en serio esta afirmación y menos que nadie las personas tan cultas y preparadas que rigen la Santa Madre.

Bien, sigamos. La mula y el buey, ahora resulta que tampoco estaban allí. Vamos, que aceptamos que el bueno de José y la pobre parturienta María se meten en un establo sin animales, que, por cierto, son la primera calefacción usada por los humanos. Un establo en una noche de invierno vacío, si se dijera “cueva”, “ruinas” o algo semejante cabría esa posibilidad pero se dice textualmente “pesebre”, término cuyas definiciones son 1: Especie de cajón, hecho de obra de albañilería, donde se pone de comer al ganado vacuno y a las caballerías. 2: Lugar donde se coloca este cajón. Nada de ruinas ni de cavernas: pesebre. Afirma Lucas inmediatamente después “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño”, luego era zona ganadera. Bueno, pues no. Allí no había ni mula ni buey. Decidido. Ayer en el mercadillo navideño de mi Plaza Mayor una pareja decía: “No vamos a poner la mula ni el buey, vamos a poner la vaca y el burro”. Una buena salida y casi tan absurda como la afirmación que dio lugar a ella. Cierto que no son mencionados en los Evangelios, pero teniendo en cuenta que José tiene, según, los canónicos, dos genealogías diferentes, digamos que el rigor periodístico de los escritores de ciertas partes de los Evangelios deja un pelín que desear. El hecho de que en la mente popular ambos animales hayan encajado en la escena del Nacimiento de Jesús no es en absoluto gratuito, no soy antropólogo ni cosa parecida pero un tema iconográfico, por lo demás complejo de encajar en las composiciones artísticas de cualquier género, no perdura tanto tiempo sin un motivo más profundo. El inconsciente colectivo tendría mucho que decir aquí, el simbolismo egipcio, también, y, desde luego, la pura lógica del hombre rural, sencillo y que conoce lo que es una noche de diciembre al raso con una mujer alumbrando. Más interesante resulta preguntarse a santo de qué viene esta afirmación a estas alturas, cuando lo que iconográficamente hemos venido llamando el “Misterio” es uno de los pocos pilares universalmente aceptados o al menos no tan cuestionados como otros muchos (fecha de nacimiento, censo, matanza de los Inocentes, y sólo apunto unos ejemplos).

Si se me permite una reflexión personal he de decir que en muchos, sino en todos, los nacimientos y muertes de los grandes Maestros de la humanidad han estado presentes animales, representación quizás de la universalidad de su mensaje, en la más inocente de sus lecturas, por supuesto. Por eso alrededor de estos animales, lógicos en el pesebre, la tradición ha ido poniendo otros como el gallo (el término “misa del gallo”, es por algo), lechuzas, corderos, etc. Es evidente que se podría decir muchísimo del sentido de cada uno de ellos, algunos tan profundamente cristianos como la alegoría del cordero con el sacrificio Pascual y la propia Crucifixión, lamentablemente carezco de formación para ello y me tendría que limitar a una enumeración.

Sigamos con la, por ahora, última perla: Sus Majestades Los Reyes Magos llegaron a Belén nada menos que desde Tartesos. Cuando lo oí se me cayó la mandíbula de puro boquiabierto que quédeme. ¿Me mande lo qué? Senteme y cuasi desconectáronseme las neuronas ya en franca rebelión después de lo de la mula y el buey. La cultura tartésica se sitúa entre Huelva y Cádiz, hombre, salero no les iba a faltar a los buenos Monarcas, pero sólo creyendo que fueran capaces de dar la vuelta al mundo y llegar a Tierra Santa por Oriente se puede entender lo que dice Mateo 2:1 y 2:2: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Vamos que yo sepa Hispania siempre fue el finisterrae por OCCIDENTE. Además, no sólo es imposible comprobar la existencia de una ciudad llamada así, lo cual no tendría importancia alguna, sino que la cultura tartésica había desaparecido en el s. VI a. C. y en aquel tiempo, reinando Augusto en Roma, toda la zona era colonia romana, a menos que exista una “pequeña aldea hispana que resistiera al invasor” y que nos es históricamente desconocida. Creo recordar que afirma que eran astrónomos, no sé por que no me sorprende cuando vienen siguiendo una estrella, lo que sí me sorprende es que no hayan quedado, que yo sepa, restos de observatorios de entonces por estas tierra y sí, y bastantes, al Oriente de Judea.

Básicamente es increíble tanta tontería que en nada afecta a lo esencial del mensaje cristiano, que no siempre es el de la Iglesia. Entonces ¿Qué representa todo esto?, ¿es una cortina de humo?, ¿realmente uno de los más grandes líderes espirituales del mundo se dedica a contar las ovejas de Belén?, ¿realmente la gente que le rodea no ve que no viene a cuento todo esto en un momento crucial para la humanidad? Por que lo que no cabe dudar es que en la Iglesia están muchas de las mentes privilegiadas, que ha sido y es, en cierto modo, depositaria de la cultura, y que una institución tal ha de estar en manos muy inteligentes –y crueles- para sobrevivir dos mil años. Vamos, que tontos no son. Me pregunto a Santo de qué este numerito a estas alturas.

Leo en algunos blogs más o menos religiosos que los medios han hinchado y manipulado la información, que el Papa quiso decir o ha dicho esto o aquello. No me cabe la menor duda de que tienen razón pero primero: señores, han sido ustedes quienes han creado el monstruo de la manipulación de los medios. Segundo: aunque sólo fuera una nota a pie de página ¿es realmente necesario ese comentario en un libro sobre la infancia de Cristo?

En fin, como siempre digo: “Pasa y conóceme mejor”, aunque parece ser que cada vez lo ponen más difícil

Firmado El Espíritu de la Navidad Presente

lunes, 10 de diciembre de 2012

Una primera incursión navideña: Si, Virginia, existe Santa Claus

Con el llamado “Puente de la Constitución” parece ser que queda inaugurada la temporada navideña cuasi oficialmente. Como ya sabéis quienes me leéis habitualmente la Navidad es una de mis pocas pasiones y algo a lo que dedico mucho tiempo actuando y pensando en ella. Claro que últimamente los asuntos navideños andan por caminos ambiguos. Personalmente veo la Navidad como las expediciones de las películas de Tarzán: siempre al borde del abismo. Seguramente trataré más el asunto que, como sabéis, me interesa de siempre. Sin embargo, antes de entrar en mi propia perspectiva he querido recordar que el debate viene de lejos, quizás desde el principio, pues incluso la propia iglesia no celebró la Natividad de Jesús durante los primeros trescientos años e incluso después tardó mucho en adquirir la universalidad que posee actualmente. Sé que en el estado de la cuestión actual influyeron los grandes almacenes y su necesidad de mantener un calendario de compras que cubriera el año pero tampoco olvidemos que frutos artísticos como los tradicionales villancicos (y no me refiero a los del “ande ande ande la marimorena” sino a los exquisitos poemas medievales cantando el Nacimiento) son muy anteriores a todo este proceso. Incluso el más excelso relato navideño “Canción de Navidad” del nunca suficientemente alabado Charles Dickens data de 1843. Existe, igualmente, una inmensa tradición no evangélica sobre el Nacimiento de Jesús que se ha ido formando a lo largo de veinte siglos al margen de los intereses comerciales. Tradición no evangélica que ha sido cuidadosamente eliminada del catolicismo oficial pero que ahí está, perdurable. Lo cierto es que el debate pro y contra navideño viene de lejos y en esta entrada quiero recordar lo que ha sido una de las editoriales periodísticas más famosas de todos los tiempos, lo que en prensa vienen a ser trescientos años. Lamentablemente no es europea sino norteamericana, y digo lamentablemente por que la potencia con que Estados Unidos ha empujado las celebraciones ha eliminado en cierto sentido la memoria de lo que eran en el resto del mundo antes de ese impulso. Data el texto de 1897, publicado por el “The New York Sun” y escrito por Francis P. Church. Quizás, desde el cinismo de nuestra sociedad falsamente desarrollada, nos pueda parecer infantil o ñoño, pero quiero pensar que todavía quedamos más de uno o dos humanos a quienes todavía nos dice algo el texto, la Navidad y este tiempo, por que si no fuera así, realmente, esta vez sí que realmente, a la condición humana le queda muy, pero que muy poco, de tal.

SI, VIRGINIA, EXISTE SANTA CLAUS (traducción tomada de Epistemowikia)

¿Existe Santa Claus?
Para nosotros es un placer responder de inmediato la comunicación de más abajo, expresando al mismo tiempo nuestra inmensa satisfacción por el hecho de que su fiel autora se cuente entre los amigos de The Sun:

QUERIDO EDITOR: Tengo 8 años.
Algunos de mis amiguitos dicen que Santa Claus no existe.
Papá dice, 'Si le ves en The Sun es que existe'
Por favor, dígame la verdad: ¿existe Santa Claus?

VIRGINIA O'HANLON
115 WEST NINETY-FIFTH STREET.

VIRGINIA, tus amiguitos están equivocados. A ellos les ha afectado el escepticismo de una era escéptica. No creen salvo en lo que ven. Piensan que algo no es posible si sus pequeñas mentes no son capaces de entenderlo. Todas las mentes, Virginia, sean de hombres o niños, son pequeñas. En este gran universo nuestro, el hombre es un mero insecto, una hormiga, en su intelecto, si lo comparamos con el mundo sin fronteras que le rodea, si lo medimos según la inteligencia capaz de aprehender toda la verdad y todo el conocimiento.
Sí, VIRGINIA, existe Santa Claus. Ciertamente él existe igual que existen el amor, la generosidad y la devoción, y sabes que éstos abundan, dando a tu vida las mayores bellezas y alegrías. ¡Ay! ¡Cuán aburrido sería el mundo si no existiese Santa Claus! Sería igual de aburrido como si no existiesen VIRGINIAS. No habría fe infantil, ni, por tanto, poesía, ni romance para hacer tolerable esta existencia. No tendríamos placeres, excepto los de los sentidos y la vista. La luz eterna con la que la infancia llena el mundo se extinguiría.
¡No creer en Santa Claus! ¡Entonces tampoco deberías creen en hadas! Podrías pedir a tu papá que contratase hombres para vigilar todas las chimeneas la noche de Navidad para atrapar a Santa Claus, pero incluso si no viesen a Santa Claus descender por alguna, ¿qué demostraría eso? Nadie ve a Santa Claus, pero eso no prueba que no exista Santa Claus. Las cosas más reales en el mundo son aquellas que no pueden ver ni niños ni hombres. ¿Has visto alguna vez hadas bailando sobre el césped? Por supuesto que no, pero no hay ninguna prueba de que ellas no estén allí. Nadie es capaz de concebir ni de imaginar todas las maravillas que permanecen ocultas ni las que permanecerán para siempre en el mundo.
Rompes el sonajero de un bebé y ves lo que produce el ruido dentro, pero hay un velo que cubre el mundo oculto que ni el hombre más fuerte, ni incluso la fuerza unida de todos los hombres más fuertes de todos los tiempos, podrían romperlo. Sólo la fe, la poesía, el amor, el romance, pueden descorrer esa cortina y ver y contemplar la belleza sobrenatural que se oculta detrás. ¿Es todo real? Ah, VIRGINIA, en todo este mundo no hay nada real y perdurable. ¡Ningún Santa Claus! ¡A Dios Gracias! Él vive, y vive para siempre. Mil años a partir de ahora, no, diez veces diez mil años a partir de ahora, él continuará alegrando los corazones de la infancia.