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sábado, 30 de marzo de 2013

Sábado Santo

Semana Santa ha sido siempre uno de mis periodos predilectos del año, torrijas aparte; me gusta su calma, su paz, su falta de prisa. Madrid se quedaba, ahora menos, muy vacío y aunque la gente no saliera en la estampida masiva habitual, se movía de otra manera. Las procesiones eran humildes, discretas, hermosas, sí, (hablo siempre de Madrid) pero no acontecimientos telúricos como casi son ahora, que no digo que no esté bien, al contrario. Era, en cierto sentido, un paréntesis vacío, si no eres creyente pues nada y si lo eres ya sabrás como gestionar estos días. Eran días en que, de un modo u otro tenías tiempo y espacio para encontrarte con los amigos, los vecinos, e incluso con la familia, a menudo en torno a una bandeja de torrijas o freixós (no sé si lo escribo bien) pestiños o el dulce correspondiente con un café o una copa de moscatel. Tardes de conversación, de serenidad sin prisa en una ciudad a medio gas.

Ahora, y me temo que empiezo a ser un centenario temprano, no puedes encontrar con quien disfrutar de una suave tarde de palique en este puente, no hay nadie que no haya salido despavorido de la ciudad, como si hubiera un brote de ébora. La ciudad, por el contra, está llena. Los turistas invaden las calles, quienes visitan las monumentales procesiones (que no son más que aquellas le ha dado a Telemadrid por cubrir, o sea cuatro contadas), abarrotan el Centro. Ni siquiera los comercios cierran en Viernes Santo y te encuentras con esa especie humana de “maruja enfurecida con carrito de la compra” no descansa ni un solo día. Desconocidos, extraños, ajenos al mundo de los que nos hemos quedado. Nadie a quien invitar a un café, nadie con quien echar una parrafada y/o compartir tus/sus torrijas. El Éxodo de los puentes resulta más flagrante en este y el Sábado Santo queda como un espacio vacío sin puertas ni teléfonos donde llamar por que se han ido. Hoy, esta tarde, es tiempo de paz, de calma, de conversación, pero será para quienes se han quedado tiempo de televisión y, me temo, que para los que se han ido, también, (en el mejor de los casos).

¿Qué le ocurre al bicho humano para tener que huir como alma que lleva el diablo cuando hay tres días libres del mundo que es su vida para sumergirse en otro a menudo peor pues ni siquiera hay tiempo para encajar en él, más caro, corriendo riesgos inútiles por los desplazamientos masivos y sin motivos reales (devotos, familiares etc)? ¿Tan mal está gestionando su vida diaria que no es capaz de soportar vivir normalmente su entorno? ¿tanto odio ha reconcentrado contra las personas cercanas como para no querer ni verlas en cuanto no tiene que hacerlo por necesidad? Si es así ¿Qué clase de animal es este que siendo social busca desocializarse?

Espero que esta tarde haya alguna buena película en televisión.

lunes, 25 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros y otras hierbas (malas)

Bueno, lo dejábamos hablando de la tradición y la obra almodovariana. En realidad creo que el tema merecería mucho más espacio y conocimiento de los que dispongo. En cualquier caso el esperpento y lo que yo denomino con bastante mala uva "el imperio de lo cutre" forman parte de ambos. Aclaro lo de "el imperio de lo cutre". Veamos. Si nos hundimos en la pintura española, ojo que Pedro a menudo "compone" cuadros plásticos que tienen que ver con la pintura y mucho (ejemplos: los interiores de Átame, el salón de Kika claramente influido por el derroche colorista mexicano y así sucesivamente) lo que mezclado con la sabiduría y las referencias cinematográficas como el "plano tatami" de Kenji Mizoguchi que usa en obra tan temprana como ¿Qué he hecho yo para merecer esto? o en la más conocida Mujeres al borde de un ataque de nervios (plano de los zapatos mientras Carmen pasea inquieta por el piso o el plano del desmayo con las gafas en primer término) logran efectos más o menos fluidos. Bien, decía que en la gran pintura española nunca encontraremos lujo. Cuando en Europa hacen bodegones ponen copas de cristal, comida abundante, frutos caros, abundancia; frente a ellos nuestros bodegones máximos, que les dejan muy atrás ¿que representan?: dos o tres cacharros de cerámica vasta, de uso -nada de porcelanas- (Zurbarán), un cardo (Sánchez Cotán) o el éxtasis pictórico y gastronómico más excelso, un par de huevos fritos (Velázquez). Esa es nuestra verdadera tradición cultural: del Quijote a La colmena, de Azcona a Pedro (salvando las distancias que queramos) es la tradición de quitarnos el hambre a bofetadas, de lo mínimo. En cine ¿cuales son las obras maestras? Plácido, Atraco a las tres, Bienvenido Mr. Marshal, etc. Que, por cierto, no hacen más que retomar el sainete y la zarzuela. Lo malo es cuando nos ponemos estupendos y nos ponemos en plan fino: el peor Saura que cuando se deja ir hace maravillas como El séptimo día.
Esa vulgaridad profunda de lo cotidiano, del diario más humilde, del de peor gusto, es esencial en la obra de Pedro. Si algún reproche hago a menudo a mi director favorito, o sea, él, es que se deja llevar por el diseño a menudo de un modo que canta en exceso. Ejemplo: la decoración de una casa humilde recreada en Volver o el cigarral de La piel que habito, e incluso en los objetos que rodean a Leo en La flor de mi secreto que, sin embargo, contrastan con la paella cubierta con papel de aluminio.
En Los amantes pasajeros ese contraste es más evidente, el diseño es diseño y está en su sitio, y esa cutrez ibérica pata negra en el idioma y en las palabras que se pronuncian ocultando más que mostrando en un extraño juego que, encima, disipa con historias paralelas. Lo que hace de esta película, sin duda no la mejor de Pedro, una especie de niebla o de juego de cajas chinas en el que puedes entrar a varios niveles o no entrar y tomarla en conjunto. Delicado equilibrio, como el de Paz Vega en su escena cumbre en esta película, que puede despistar. Otro defectillo para la inmensa mayoría y virtud para mí es que las películas de Pedro nunca, repito, nunca se aprecian en su totalidad en una única visión. Los objetos, los fondos, las músicas, al conocer la historia que es lo atrapa la primera vez, van añadiendo matices, homenajes. Ejemplo: la figura del busto femenino en casa de la tía Paula en Volver es la misma que aparece nada menos que ese ejemplo de terror urbano llamado "El pisito" (Marco Ferreri con guión de Azcona, 1959).
Volvamos a lo más concreto que ya está bien de teorizar. Pedro, como siempre, se apoya en un reparto de una magnitud increible. Hasta para los papeles más menudos recurre a actores y actrices como Carmen Machi, Antonio Banderas, Penélope Cruz, Paz Vega. Ya no digo nada de los papeles principales, aunque es básicamente y siguiendo la mejor tradición del cine español, una película muy coral, papeles a cargo de la
magnífica Cecilia Roth, la siempre inesperada Lola Dueñas, Blanca Suárez con un papel episódico pero muy contundente. Por una vez hay más hombres que mujeres a la hora de destacar actores en una obra de Pedro. Antonio de la Torre, cada escena de este hombre es un descubrimiento en cada película, de "Por una palabra tuya"  a "Gordos" y por supuesto ésta. Willi Toledo, buen actor sin duda, digamos que le falta papel, Hugo Silva, el único que no se mueve en toda la pelicula, y curiosamente es la primera en que le veo vestido en todo momento, perdón si ofendo pero lo que he visto ...., está muy bien en un papel sorprendente. Especial intensidad personal tiene para mí el actor mexicano José María Yazpik, al evocar un tiempo muy especial para mi generación: los desnudos-acontecimiento de Interviu en una interpretación sobra, como la de José Luis Torrijo, personaje ambiguo y menos claro de lo que parece. Mención aparte merecen los azafatos Carlos Areces y Raúl Arévalo: desmadrados, desvergonzados, salidos y con más pluma de la que cabe en el avión, poniéndose el chaleco en la demostración están desternillantes por contraste, sencillamente un hallazgo-soporte, indispensables para la trama y un regalo inesperado. Ahora bien hay que destacar y mucho a Javier Cámara. Ya sabíamos de lo que es capaz gracias a Hable con ella, ese Benigno le hará pasar a la historia, claro aquí se come la pantalla el solo. Destaca con mucho sobre los demás no por que su personaje destaque, que también, sino por la fuerza con que llena la escena. Su pareja es una de las pocas cosas que pueden sorprenderme a mí en el cine.
Resumiendo, que es gerundio, una magnífica película que no será la mejor de Pedro pero sin duda no desmerece a las demás y aun diría que está por encima de algunas (va en gustos pero diría que La mala educación está por debajo) Si no queréis complicaros la vida: risas sin pretensiones, jajajá jijiji, si queréis mirarla a fondo .... pero esa es otra historia.

sábado, 23 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros, Almodóvar y otras hierbas (malas)

Ante todo, y a modo de confesión general en estos tiempos litúrgicos por excelencia, he de decir dos cosas: primera, que voy a escribir esta entrada a vuela tecla, o sea, sobre la marcha, cosa que rarísima vez hago; segunda, soy adicto a Pedroooooooo, desde Pepi. Pero adicto, adicto, adicto. Es más diría que soy Pedrodependiente. No puedo pasar más de un par de semanas sin mi dosis almodovariana. Digo yo que serán esa cuarta parte de mi sangre de la Mancha Profunda (Las Pedroñeras, capital del ajo, Villarrobledo y el Tomelloso), sin contar con que el otro cuarto es madrileño bonito, flor de verbena, lo que no deja de ser manchego. Eso sí, la mitad que queda: gallega. Por cierto, nací en el único punto que nunca dejó de ser españa desde la reconquista: La Isla del León. Vamos que, ante este pisto, con un apellido de judeoconverso y otro con cinco veces probada limpieza de sangre imaginaréis que las diferencias "autónomicas" o como decíamos antes en tiempos de menos sensibilidad, regionales, no me digan mucho. Pero, establecido mi mancheguismo de pro, volvamos a nuestro oscarizado director.
Pedro pertenece a ese grupo de gente que parte, sin querer, el mundo en dos: despierta los más acendrados odios y las más encendidas pasiones. No sé si él lo usa o no pero sí que sé que hay gente que provoca esas reacciones, yo mismo, cuando me dejo brillar, percibo esa división. Menos mal que brillo poco. Lo cierto y verdad es que Pedro hace que yo divida el mundo en dos: los que disfrutan de su obra y quienes la odian. Por sistema desconfío de estos últimos pues suele ser posición visceral, y si hasta John Ford -autor que no me gusta un pelo- hizo una película que me gusta -El hombre tranquilo- y que hasta el western tiene títulos "visibles" (concretamente tres) e incluso Garci tiene la misma historia, me parece que rechazar tan visceralmente la obra de Almodóvar responde más bien a una ideología que a una apreciación. Claro, luego me llevo chascos considerables.
En fin, hablemos de cine. Como era de esperar la crítica ha puesto de vuelta y media la nueva película del director. Hasta ahí nada nuevo, que yo recuerde nunca las primeras críticas a sus películas fueron buenas. Los cuchillos siempre listos para degollar se lanzan sobre ellas. Luego el público y sobre todo, la reacción en el extranjero va enmendando la plana a los críticos. Por una vez me adelanté a los críticos y fui a verla antes de haber leído ninguna crítica, con tan sólo la opinión de un amigo, bastante neutra, por otra parte. A los cinco días del estreno, para mí todo un record, ya estaba viéndola. Luego leí lo que ya sabía que iba a leer.
Bueno, tonterías se leen todos los días pero con tanta saña, pocas. En fin, centremonos en la peli. Sí, es una comedia, pero quien se empeña en decir que ha vuelto a sus orígenes, se engaña. La obra es una falsa comedia que te hace patinar por el resbaladizo mundo de Almodóvar, que crea en un universo paralelo, siempre, con sus autoreferencias y sus citas. Un mundo con una lógica propia que es, precisamente, la que la mitad del mundo no quiere ver y, que cosas, la que suele regir entre bambalinas este país. Normalmente la comedia tiene sus puntos fuertes, sus gags, y todo el mundo se ríe. El otro día en la sala cada uno se reía por libre, no se estaban usando teclas de humor fácil. Ojo, sí que hay sal gorda, pero no era eso precisamente lo que hacía reír. Ese es quizás el punto flaco de la peli: el vocabulario salpicado de palabros más bien soeces que, perfectamente, podían haberse reducido bastante. Claro que si algo tan sórdido como Torrente es admitido ¿por que no en una peli de Pedro?
Quizás sea la película con más pluma de la carrera de Almodóvar pero no creo que resulte excesiva en un entorno que lo asume directamente. Ya no es la trasgresión ochentera en la que todo estaba vedado y cada palabra que no estaba firmada poco menos que por Pemán era provocadora y sospechosa. Nosotros, los de los ochenta, ya no somos los mismos, y el director lo sabe. Tampoco lo es el país, ni los medios de que dispone. Por eso juega contigo, te hace dudar de qué estás viendo en realidad y no sabes si, en realidad, quieres saberlo. Por eso te deja vías de escape. Si te quieres quedar con la lectura del humor simplemente, vale, si quieres escandalizarte por el lenguaje, vale, si quieres verla como una obra menor, vale; claro que puedes verla de otro modo. Un modo incómodo, molesto como un moscardón tigre zumbando junto a tu oreja en una siesta de verano. Subversivamente violento. Puedes elegir.
Pedro juega como siempre con la mezcla de géneros, catástrofe, comedia del tipo Aterriza como puedas, melodrama colateral, comedia gay desmadrada, sátira más o menos soterrada y, dicen que, astracanada. Cuestionemos este término usado sobre la película concretamente "reune lo peor de la astracanada", si se quiere uno aferrar a superficializar la obra de Pedro, hay que conceder que tiene elementos coincidentes. Sin embargo, todo lo que Pedro ha hecho, desde el principio, encaja en lo que dijo Machado, "lo que no es tradición es plagio". La tradición cultural española está permanentemente presente en sus películas. Volver, por ejemplo, nos dice desde el primer momento con el nombre de la protragonista cual es su referencia inmediata: la Malquerida. Todo sobre mi madre, encaja perfectamente con la tradición de la maternidad estéril y así nos lo deja ver en la escena en que Marisa Paredes ensaya Bodas de sangre. Incluso ese poner en solfa permanentemente aspectos de esta sociedad también responden a una tradición crítica. Pero por encima de todo la tradición que más marca la obra del director es la del esperpento de Quevedo a Valle. Claro, a nadie le gusta mirarse en un espejo, y menos a una sociedad y menos aún si ese espejo es uno de los del Callejón del gato, deformantes.
Me parece que esta entrada va siendo demasiado larguilla, así que si me permitís, volvere a Los amantes pasajeros en la próxima.

sábado, 16 de marzo de 2013

El caso Bárcenas

Corria el año 76 y se oían estas canciocillas homenaje a nuestro Forges, nunca pensé que tantos años después seguirían de rabiosa actualidad. Siguen siendo geniales y arrancándome una sonrisa. A pesar de todo

lunes, 11 de marzo de 2013

Nueve años.

... y desde entonces todo fue silencio y ruina.

sábado, 9 de marzo de 2013

El mundo de Christina y Triste herencia

 Es una obra bastante conocida aunque, desde luego, no para el gran público: El mundo de Christina (1948) de Andrew Wyeth (1917-2009). No voy a poner datos y fechas que se pueden encontrar sin esfuerzo en la red, no tiene mucho sentido hacer eso.

Christina, a primera vista quizás resulte una chica normal, por lo menos así la vi yo la primera vez que me crucé con esta obra. Es lo que tiene no estar entre las más grandes pinturas de la historia, que no se repara en ella. Sin embargo, si miramos con cuidado el conjunto cobra un cierto aire de terror. Ella no mira apaciblemente la casa y el granero, en absoluto. La fina franja de cielo es de un gris poco tranquilizador, quizás anuncia tormenta o tornado. La casa está lejos. El cabello de Christina está ligeramente alborotado, parece que lo agita el viento. Su cuerpo está ligeramente retorcido lo que nos lleva a sus brazos. Brazos escuálidos, incluso el codo parece ligeramente deformado. El conjunto del gesto indica que Christina quiere avanzar hacia la casa pero permanece en el suelo, un suelo plagado de verdes y pardos nada serenos, nada idílicos.

Christina era un personaje real. Una víctima más de las tremebundas epidemias de polio de los años 20, 30 y 40 del s. XX, nada comparable con la que llegaría en el 52, el cuadro se pintó en el 48. Sin la silla de ruedas cerca, sola, la muchacha nos transmite la angustia del enorme esfuerzo que tiene que hacer si quiere llegar a esa casa enormemente lejana, la inmensa soledad ante lo que percibimos como un ambiente hostil, quizás una catástrofe, quizás el simple devenir de un mundo que le ha dejado al margen. La casa deja de ser la casa para cobrar tintes que nos recuerdan a Hooper, a Alfred Hitchcock. Los pájaros, diminutos, que salen del granero parecen huir despavoridos y son lo único vivo que aparece aparte de Christina.

El mundo rechaza a Christina, la abandona y de nada van a valer los esfuerzos que ella haga. El pintor nos deja justo antes del desenlace que parece inminente. Nos evita el encontronazo con la realidad. Nos protege, sí, pero planteándonos el abismo. Christina fue un personaje real, que sólo inspiró la obra, parece que no posó para el pintor siquiera, aunque fuera amigo de la familia y, que yo sepa, no hubo catástrofe alguna pero el cuadro plantea lo que realmente es su mundo, metafórica y realmente ese es el mundo de Christina: soledad, esfuerzo y abandono a fuerzas extrañas. Incluso la amplitud del paisaje resulta aún más opresiva para el personaje: está todo demasiado lejos y no hay amparo.

Hoy, al volver a este cuadro, me ha parecido aún más sobrecogedor que nunca, hay algo en esa muchacha abandonada lejos de su casa, en ese mundo hostil, indefensa que me ha recordado a lo que se está viviendo en este país: la inminencia del desastre, el abandono de los pájaros, lo inútil de cualquier esfuerzo. Una vez más en lo más local estalla, violento lo más universal y viceversa.

Con el debido respeto al pintor es difícil que ningún anglosajón pueda dar algo en pintura que no haya dado la pintura española, para bien o para mal. Así, casi sin querer, sólo casi, mi cabeza ha comenzado a buscar algo semejante pero salido de pinceles hispanos. No es ni patriotismo ni patrioterismo, es, sencillamente, que nuestra pintura es, quizás, nuestra mayor aportación a las artes universales. Naturalmente apareció, ¿Cómo no? Apareció a la manera ibérica, pata negra, sin paños calientes, sin velos, con toda esa crueldad del realismo, soportable sólo por el talento de los artistas.

En 1899 un grupo de niños con las secuelas de la polio, entre otras taras, acuden a la playa, el sol bendice y redime esos cuerpos deformes, contrahechos y el gesto de esfuerzo que hacen algunos, una sombra negra, enorme domina la mitad derecha del cuadro, es un fraile cuyo rostro de medio perfil se identificó como un autoritario exmilitar carlista, reconvertido a la Iglesia. Lo que en el mundo luterano era absoluto abandono en el católico es grupo y amparo, sí, pero también rebaño, indignidad y autoritarismo. La mano del fraile sujeta el brazo de un chiquillo para ayudarle pero, miremos bien, se cierra en torno a ese brazo como una garra de ave rapaz. Agrandemos la imagen sobre el rostro de rasgos durísimos del religioso, no hay expresión y el maestro con apenas un medio perfil de esa cabeza nos lo deja ver. Nos deja ver la indiferencia, la “caridad” forzada, sin verdadero cariño o protección hacia esas criaturas. Los pinceles fluyen, la luz dignifica esos cuerpecillos, como otrora dignificó Velázquez a los enanos y a los bufones, el lienzo vibra. Eso es Pintura en estado puro, materia y color que hablan, y hablan evitando que la luz bendiga la figura siniestra e inmensa del religioso. Huye de él, le deja huérfano de sol. Sin embargo, Sorolla, quizás demasiado comprometido con su siglo, quizás para negar la evidencia de cuanto dice pintando, lo niega con un título que regala la obra a la visión de la religión del momento: “Triste herencia”. Frase que tampoco se aleja demasiado de lo que estamos viviendo hoy aquí, la que tenemos y la que dejamos.

jueves, 7 de marzo de 2013

El ministro tiene miedo

El Sr. Ministro del Interior dice que el matrimonio gay no debe tener los mismos derechos por que no garantiza la especie. Tan brillante deducción uno, modestamente, se pone a reflexionar y se plantea unas cuantas cuestiones:

-Desde luego sí que se contribuye a la permanencia de la especie obligando a nacer a niños con malformaciones gravísimas de extremo sufrimiento y corta vida (Ley Gallardón sobre el aborto)

-Desde luego sí que se contribuye a la permanencia de la especie obligando a los padres a retrasar años y años la procreación dada la situación laboral. Tanto que “se les pasa el arroz” y ahí tenemos dinero público para las fecundaciones artificiales, cuando sería mucho más útil, barato, sano para las madres y con menos riesgos de caer en las garras malditas de Gallardón para los hijos estabilizar la situación laboral.

-Desde luego sí que se contribuye a la permanencia de la especie con las medidas que toma el gobierno para la conciliación de la vida familiar (léase, ninguna).

-Leo y lo recojo, aunque me parece un desbarre relativo, que también contribuye a la permanencia de la especie la castidad que pregona la Santa Madre. Ah, y añado que las prácticas con menores aun no en edad fértil también lo hacen.

-Desde luego sí que se contribuye a la permanencia de la especie con la indiferencia ante el maltrato femenino, el alcoholismo (perdonadme pero estoy seguro que es la causa final de los asesinatos al menos en la inmensa mayoría) y la nefasta, y cayendo en picado, calidad de la educación (pública y privada) en este país.

-Desde luego sí que se contribuye a la permanencia de la especie ofreciendo a quienes que tenían que estar siendo padres una vida de trabajo, paro, hipotecas, desahucios, miedo e inestabilidad, que, lógicamente, estimulan un parir sin parar.

Me temo que el Sr. Ministro tiene miedo. Miedo de que sus hijos no tengan suficientes cautivos para limpiarles la mierda, hacerles los trabajos sucios y producir lo que sea de lo que ellos se benefician. Tranquilo, Sr. Ministro, siempre puede contar con las madres adolescentes, las violadas y las pobres inmigrantes para quitarle su mugre, y trabajo les doy.

Por cierto, si la especie a la que se refiere es la suya, ahora mismo me haría gay o me caparía.