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martes, 31 de diciembre de 2013

Feliz Año Nuevo

Bueno, casi huelga decirlo, pero desde este humildísimo blog el abajo firmante os desea todo lo mejor en este fin de año y en el que comienza. Recordemos que nunca llovió que no parara y que no hay mal que cien años dure, que ser feliz en cierta medida -solo en cierta medida- es una actitud y que no debemos olvidarlo. En mi mesilla tengo un adoquín, literalmente, robado de las obras de Madrid Río donde hice un graffiti diciéndome algo cada vez que abro el ojo y que a menudo olvidamos: "Hoy estoy vivo", lo hice en rojo vivo, sencillamente por que por obvio que parezca esas pocas palabras son un enunciado básico para empezar el día. Pues lo mismo para este año pasado, lo que en otras palabras cabría expresar como "uf, hemos conseguido sobrevivir a pesar de todo, cabrones". 

FELIZ AÑO NUEVO

sábado, 28 de diciembre de 2013

El ministro que mató la Navidad



Sólo tengo que añadir que las mujeres que le defendían a capa y espada con muchas de las cuales tuve agrios enfrentamientos en sus tiempos malditos de alcalde se están encontrando lo que buscaban con sus votos incondicionales. Ojalá que no tengan que sentirlo en sus carnes, deseo que no recojan el fruto de lo que sembraron con sus votos, de todo corazón, pero no por ellas.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Seguimos en Navidad

Seguimos en Navidad, es más, aun no hemos empezado las celebraciones, quedan las deliciosas reuniones familiares, la compra de regalos de última hora, los agobios en los comercios, el rebuscar el adecuado que sea bueno, bonito y barato a ser posible. Ya hemos dejado atrás el día de los tópicos que es tan hispano, tan nuestro, me refiero al día de la lotería de Navidad. Es el sonsonete con el que se declaran inauguradas oficialmente las fiestas, para mí resulta entrañable y adorable, como una mantita suave en una sobremesa somnolienta, una sensación ya vivida y agradable, quizás sea la sensación de continuidad, quizás sea un vago poso de ilusión de que toque algo, quizás sea un volver a la infancia, no lo sé. El caso es que luego vienen los tópicos, que si la salud, que si el tapar agujeros etc., por un día los informativos nos machacan hasta la saciedad con imágenes mil veces repetidas de gente feliz, dando saltos de alegría aunque –especialmente cuando- la suma no les vaya a solucionar más que un par de problemas más o menos importantes, una hipoteca o simplemente sobrevivir al naufragio unos meses más, en lugar de bombardearnos con corruptos, burlas y leyes hechas a medida de algunos. Un paréntesis que dura poco pero por lo menos da un respiro.
Mi casa ya está decorada con esa especie de convulsión navideña que me da cada año. He de reconocer que éste no me ha sido fácil. Me ha costado encontrar el entusiasmo para montar el circo habitual. Un circo por cierto sin espectadores, un circo para nosotros solos. Me han ayudado a hacerlo las cosas, las pequeñas cosas que he ido acumulando y el deseo de volver a verlas y a acariciarlas, aun así mis fuerzas no han dado para más y he dejado un Nacimiento sin poner, a veces parece que la energía, la fuerza o como queramos llamarlo me va abandonando lenta pero irremediablemente, tampoco sé si es físico o mental pero a veces me ocurre. Será la vejez prematura o no tanto. El caso es que cuando acaba la película de la tele por la noche, apago la mitad de las luces del salón, enciendo las decorativas, pongo en marcha una de las cajas de música navideña y me siento a disfrutar de mi parafernalia navideña, dándome cuenta de que en la suma de sus elementos está una vida entera. Este ángel lo compró mi madre cuando yo tenía cinco años, esta bola pintada la compré hace veinticinco años en la Plaza Mayor, esta figurita me salió en un roscón de reyes cuando tenía veinte años. Luego está el Nacimiento de la casa. El oficial por así decirlo. Mañana, Nochebuena, hará treinta y un años que llegó a casa, casi como un milagro, pero de él hablaremos en otra entrada. Hoy quería traer a colación el silencio apacible que llena la casa cuando la última nota de la caja de música y que me trae a la cabeza este poema publicado por primera vez tal día como hoy de 1823, por un autor un tanto incierto que bien pudo ser el profesor americano Clement Clarke Moore o bien un primo de su mujer, el Major Henry Livingston Jr. Resultó ser un poema clave para la configuración iconográfica de la Navidad actual, sobre todo por las ilustraciones de Nast, pero también a esto volveré en otra entrada, si me lo permitís. Hoy sólo quiero recoger el poema. 

Era la noche antes de Navidad
Era la noche antes de Navidad, cuando en toda la casa
Ninguna criatura movía, ni siquiera un ratón.                     
Los calcetines se colgaban por la chimenea con cuidado,    
En la esperanza que San Nicolás pronto estaría allí.
Los niños estaban cómodos y calentitos en las camas,
Mientras visiones de ciruelas azucaradas bailaban en sus cabezas
Y mamá con su pañuelo y yo con gorra de dormir, Habíamos
preparado nuestros mentes para un largo sueño invernal
Cuando fuera en el césped había mucho ruido,
Salté de la cama para ver lo que pasó.
A la ventana volé como un rayo,
 Abrí las contraventanas de golpe y subí la ventana
La luna en la nieve recen caído
Dio la lustre de mediodía  a los objetos abajo.
Cuando delante de mis ojos curiosos apareció
Uno trineo en miniatura y ochos reinos muy pequeños
Con un conductor pequeño y viejo, tan vivo y rápido,
Yo supe en seguida debe de ser San Nicolás.
Mas rápidos que águilas su tiro vino,
Y el silbó y gritó y les llamó por nombre.
“Ahora Dasher! Ahora Dancer! Ahora Prancer y Vixen!  Ya
Comet! Ya Cupid! ya ya Donner y Blitzen!
 Arriba del porche! Arriba del muro!
Ahora corre, corre, corre todos!
Como las hojas secas vuelan ante un huracán salvaje,
Cuando enfrentan un obstáculo suben al cielo.                      
 Así el tiro volaba arriba de los tejados de casas  
 Con el trineo lleno de juguetes y San Nicolás también
Y luego, en un instante, oye en el tejado
El brincar y toquetear de cada pequeña pezuña
Mientras retiré la cabeza y giraba,
Por la chimenea vino San Nicolás con un gran salto.
Vestido todo de piel, de cabeza a pie,
Y su ropa estaba ensuciado de cenizas y hollín,
Un fardo de juguetes lo cargó a su espalda,
Pare ció a un ambulante, abriendo su saco.
Sus ojos, tan brillantes, sus hoyotes de felicidad.
 Sus mejillas como rosas, su nariz como una cereza.
Su pequeña boca graciosa dibujada un arco,
Y la barba de su barbilla tan blanca como la nieve
La base de la pipa la sujetó fuerte entre los dientes
Y el humo rodeaba su cabeza como una corona
Tenía la cara ancha y la barriguita redonda
Que movía cuando se reía como un fuente lleno de gelatina
Era redondito y gordito, un verdadero viejo elfo alegre
Y rió cuando le vi, a pesar mío
Me guiño un ojo y giro la cabeza,
Lo que me hizo pronto a conocer que no tenía nada que temer.
 No dijo ni una palabra, y fue directo a su trabajo,
Y lleno todos los calcetines, luego giro con rapidez
Y poniendo su dedo junto a su nariz (indica un secreto)
Y asintiendo con la cabeza, subió por la chimenea
El saltó sobre su trineo, y dio a su equipo un silbido,
Y volaron como el vilano de un cardo
Pero se escucha su voz mientras se perdida de vista
“¡Feliz Navidad para todos, y para todos buenas noches!

lunes, 16 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad 2013

Ya sabéis que la Navidad es un tiempo muy amado por mí, pese a todo; también sabéis que considero labor casi imposible la de escribir con un poco de dignidad un cuento de Navidad después de los grandes ejemplos que ya venimos viendo estos años, vamos que Dickens y poco más. Sin embargo, cada año afronto con valentía y desvergüenza torera la empresa, desmedida para mis fuerzas. Este año ha sido un tanto peculiar, no cogí la pluma para escribir un cuento de Navidad como tal sino, como tantas veces para desafiar la provocación de un papel en blanco, poco a poco surgió el relato, era primavera, la época menos navideña del año, pero surgió. No lo hizo por que sí, también es cierto, sino evocando recuerdos de otra persona muy querida, que, entre risas y lágrimas, los comparte conmigo.

Era aun tiempo normal, como llamaban al tiempo antes de Guerra. “Normal” y “antes de la Guerra”, términos que ya casi no se oyen pero que en mi infancia eran corrientes, como si algún tiempo hubiera sido normal y como si no hubiera habido otra guerra, precisamente en este territorio, que da cosa llamar país, de comarcas centrífugas y cainitas. Aquí no ha habido “una guerra” sencillamente por que nunca ha habido “una paz”, como mucho una pausa entre batallas desde la romanización –que se sepa-. Sólo las pausas necesarias para que las hembras parieran y criaran, pausas puramente demográficas para que hubiera a quien matar en la siguiente batalla y no llegar a la extinción, aunque ese sea el íntimo deseo de de todos los bandos: la extinción del contrario, perdón, de los contrarios.

Era aun tiempo normal, todo lo normal que puede ser un tiempo aquí, quizás incluso no tanto, una corona se balanceaba, o quizás ya no, quizás Bubuy, como llamaban al monarca castizas infantas y germánicas regentes, ya no habitaba en Palacio, no lo recuerda. Era “ese tiempo”, aunque ella no lo supiera, y vivía casi feliz aquella tarde de enero, ya noche temprana, fría, muy fría, sobre los hombres de su padre, alto, escueto, ágil, fuerte, sobre quien no parecía pesar y que trotaba juguetón, Calle Mayor arriba, alrededor de su madre que llevaba de la mano a su hermanita menor y reía con las tonterías de su marido, una risa grande apenas controlada que, quizás no volvió a oírla igual. Pero a ella nada de todo aquello le importaba, era Noche de Reyes los iba a ver en la Plaza Mayor. Buscaba la Estrella en el cielo despejado, comenzaba a caer una capa de hielo que escarcharía los cristales de su ventana esa noche, la misma ventana por la que el año pasado había visto pasar un camello entre las nubes; pero el cielo sólo mostraba la infinidad de pequeñas lucecitas de siempre. Quería preguntar a su papá cual de todas era, pero se distraía con los puestecillos que cubrían calles y aceras vendiendo juguetitos, caramelos, churros quizás, o pensando qué se encontrarían por la mañana junto a sus zapatitos de charol que ya habían dejado preparados al salir de casa por si Sus Majestades se adelantaban, junto al balcón con tres copitas y la botella de anís para los camellos. Envuelta en abrigos y bufandas no sentía el frío pero, de vez en cuando, a mano de su madre le tocaba las flacas piernas descubiertas por las falditas que llevaban las niñas por entonces y se le borraba por un momento la sonrisa.

Ya veía el arco y mucha gente, muchos niños, igual de nerviosos que ella. Los recuerdos se confunden, hace tantos años y han pasado tantas cosas sobre ellos; no logra recordar que arco era aquel, ni qué año, sólo la gente como un mar de cabezas bajo ella y el alborozo tenso de la espera. Los puestos, las tiendas abiertas, algún villancico al son de la zambomba de barro, un peculiar olor no identificado pero que todavía hoy podría reconocer, ochenta años después.

Se colocaron, cree recordar, junto a uno de los arcos por donde pasarían Sus Majestades, cerca de un pilar donde se pudiera apoyar si la pierna casi esquelética se le cansaba. Estaba cada vez más nerviosita, y, cuando quiso darse cuenta, había perdido de vista a su padre, algo realmente difícil pues era hombre que sobresalía entre la gente. Su madre la tenía de la mano, y en brazos a su hermanita, mucho más pequeña que ella, más bien rolliza. Si su padre no aparecía ella no vería más que piernas y, como mucho, la pata de algún camello. Tuvo miedo, no sabía por que, pero tuvo mucho miedo de que papá no volviera. Demasiado miedo como para llorar, un miedo que reconoce de adulto ahora pero entonces era un oscuro sentimiento paralizante que volvería a ella poco tiempo después y no desaparecería hasta el año cuarenta y dos, cuando soltaron a su padre. En realidad, no, nunca desapareció un rescoldo oculto de aquel miedo, tan escondido que ni ella misma puede reconocerlo.

-Pili, mira –le medio gritó su padre agitando un paquete según se acercaba apareciendo entre la multitud con su paso largo y elástico que no perdió nunca-. He estado ayudando a los Reyes a descargar un camello y me han dado esto para ti.

Era una caja con un juego de seis tazas de barro con sus platos y todo, a la que estuvo aferrada sobre los hombros de su padre. No recuerda la cabalgata, ni los camellos, ni los regalos que amanecieron junto al balcón, sólo recuerda el calor de las manos de su padre en su pierna enferma, el color rubio de su pelo alborotado, su risa que tampoco volvió a ser igual, las tazas de barro que tuvo que dejar atrás bajo algún bombardeo; ah, y cómo, incluso de vuelta a casa ella siguió buscando la estrella en un cielo cada vez más negro, más amenazante.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Queda inaugurada esta Navidad

Ya sabéis quienes tenéis el detalle de leerme habitualmente la pasión navideña que me embarga en cuanto llega agosto y que a estas alturas ya es irresistible. Así que con esta entrada declaro inaugurada la Navidad del 2013, o lo que es lo mismo: me levanto la veda para hablar de temas navideños que tanto me gustan. Ahora bien, este bendito año que está a punto de acabar me ha traído a estas fechas un poco más bajo de tono de lo que es habitual en mí. Además, cuando miro mi entorno y en general a la gente y sus actitudes en Navidad, indiferentes, hostiles, quejicas, etc., que son mayoría me pregunto si no será que, en el fondo yo soy el bicho raro, el inmaduro, el Peter Pan de toda esta historia. Podría argumentar en contra pero la mayoría es tan abrumadora que me está llenando de dudas. Además ciertas historias me están llevando a preguntarme si hay algo que yo haga o diga que no sea una perfecta gilipollez. Parlanchín por naturaleza, últimamente intento callarme –en vano casi siempre- por que, muy en el fondo de mí algo me dice que lo que voy a decir es una gilipollez. Es grave asunto pues, inseguro por naturaleza, nunca lo he sido con respecto a mi capacidad mental y lo acertado de mis argumentos, sin negar la posibilidad de equivocarme pero sin que el error fuera una simple estupidez. Que a estas alturas haya aparecido esa sospecha me preocupa seriamente aunque explicaría unas cuantas cosas. Así que ante la avalancha de “sentimiento Scrooge” que parece imperar he de admitir que mi pasión navideña no debe ser más que una más de lo que parece ser mi arsenal personal de estupideces. Bueno, pues cuando uno es bajito, gordo, feo, enfermo y hasta un poco deforme no debería costarme mucho asumir que, además soy gilipollas. Si he podido vivir con lo demás acabaré acostumbrándome a vivir con esto, es más puede ser hasta divertido pues me da “licencia para soltar lo que me salga de ahí mismo sin pasar por el tamiz de mi cerebro”. Una forma de libertad en cierto modo suprema.

Hay algo que debió darme la pista de esta gilipollez mía tan arraigada y es que siempre he encontrado las grandes reflexiones, las grandes verdades vitales no en los profundos libros de sesudos filósofos que no eran gilipollas evidentemente pero a menudo cabría preguntarse si vivían en el mundo de verdad o en un maravilloso mundo de bibliotecas y coleguillas que nada tenía que ver con el precio del pan o el dolor de muelas (un detalle: ¡que poco se ha escrito sobre el dolor físico!). Esas reflexiones, esas verdades, las he encontrado en libros de (me da hasta cierto pudor decirlo) humor. Será que mi capacidad mental no da para más, será que estos grandes pensadores no se expresan con claridad, será que no he leído lo suficiente, pero así ha sido. Rara vez he encontrado análisis de la vida y la realidad tan serios y exactos como los que hacen los humoristas, quizás por que, a diferencia de los filósofos y pensadores, no se toman tan en serio a sí mismos y miran en derredor. Por eso al releer por no sé cuanta vez una de las novelas de Terry Pratchett, precisamente la que dedica a la Navidad de Mundodisco, “Papá Puerco”, he encontrado una larga cita que expresa mejor que nada de lo que yo haya leído lo que es o debería ser la actitud ante la Navidad. Para quienes no estén familiarizados con el universo Pratchett les pongo en antecedentes: en “Papá Puerco”, alguien está intentando asesinar a Papá Puerco (equivalente a Papá Noel, como habréis supuesto) y la Muerte ocupa su lugar. Casi al final de la novela la Muerte (que siempre habla en mayúsculas) mantiene este diálogo con su nieta Susan, institutriz y racionalista a pesar de que sabe que los aspectos y las facetas mágicos de la realidad son verdaderos.

[ ]Susan: Me está diciendo que los humanos necesitan… fantasías para hacer la vida soportable ¿no?

-¿DE VERÁS? ¿COMO SI FUERA UNA ESPECIE DE PILDORA ROSA? NO. LOS HUMANOS NECESITAN LA FANTASÍA PARA SER HUMANOS. PARA SER EL PUNTO DONDE EL ANGEL QUE CAE SE ENCUENTRA CON EL SIMIO QUE SE ALZA

-¿Hadas de los dientes?¿Papá Puerco?¿Pequeñas…

-SÍ. A MODO DE PRÁCTICA. HAY QUE EMPEZAR APRENDIENDO A CREER EN LAS MENTIRAS PEQUEÑAS.

-¿Para que podamos creer en las grandes?

-SI. LA JUSTICIA. LA COMPASIÓN. EL DEBER. ESAS COSAS.

-¡No son lo mismo en absoluto!

-¿ESO CREES? ENTONCES COGE EL UNIVERSO Y MUÉLELO HASTA QUE NO SEA MÁS QUE UN POLVILLO FINO Y PÁSALO POR EL MÁS FINO DE LOS TAMICES Y ENTONCES ENSÉÑAME UN SOLO ÁTOMO DE JUSTICIA, UNA MOLÉCULA DE COMPASIÓN. Y, SIN EMBARGO, … SIN EMBARGO ACTUÁIS COMO SI EXISTIERA UN ORDEN IDEAL DEL MUNDO. COMO SI HUBIERA UNA CORRECCIÓN EN EL UNIVERSO POR LA CUAL ÉSTE PUEDE SER JUZGADO.

-Sí, pero la gente tiene que creer en eso, de otra manera que sentido tiene…

-EXACTAMENTE LO QUE YO DECÍA. HAY UN LUGAR DONDE LAS GALAXIAS LLEVAN COLISIONANDO UN MILLÓN DE AÑOS. NO INTENTES DECIRME A MÍ QUE ESO ESTÁ BIEN.

-Sí pero la gente no piensa en esas cosas.

-CORRECTO. LAS ESTRELLAS EXPLOTAN, LOS MUNDOS CHOCAN, APENAS HAY SITIOS EN EL UNIVERSO DONDE LOS HUMANOS PUEDAN VIVIR SIN CONGELARSE O FREIRSE, Y, SIN EMBARGO, TÚ PIENSAS QUE UNA… CAMA ES UNA COSA NORMAL. EL MÁS ASOMBROSOS DE LOS TALENTOS.

-¿Un talento?

-OH, SI. UN TIPO ESPECIAL DE ESTUPIDEZ. CREÉIS QUE EL UNIVERSO ENTERO ESTÁ DENTRO DE VUESTRAS CABEZAS.

-Haces que parezcamos locos.

-NO. NECESITÁIS CREER EN COSAS QUE NO SON CIERTAS. SI NO ¿CÓMO PODRÍAN LLEGAR A SERLO?

“Papá Puerco”, p. 347-348

lunes, 2 de diciembre de 2013

Diciembre

Poco más hay que añadir a lo dicho sobre el calendario de Gaspar Camps, quizás destacar el escaso protagonismo que se da a las fiestas navideñas que aun no habían alcanzado la importancia económico-festiva a la que han llegado en estos últimos setenta y ochenta años.