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domingo, 29 de enero de 2012

Razones para no reencarnarme 1: Odio el Latín (segunda parte)

En fin, no perdamos la calma ni los pantalones como decía María von Trapp. Abrí el sobre de aquella postal trémulo y emocionado. En realidad no sé qué esperaba encontrar, si a las chicas del Moulin Rouge, la torre Eiffel o los jardines de Versalles. Nada de eso, pero nada de nada de nada que se pareciera a cualquier atisbo del glamour que corría por mis venas como infección crónica, ni siquiera ese París medio soslayado de Sabrina. El caso es que sí, efectivamente era un monumento lleno de referencias culturales, pero no, no era eso, sino todo lo contrario. Era esto.
Notre Dame pero mirado de desde otro punto de vista que alejaba cualquier glamour e incluso cualquier criterio artístico de la mirada, no hay nada en esta imagen que permita pasar por alto la otra realidad, la que el glamour no ve, la que yo no quería ver. Sólo hay que poner la cámara en otro sitio, nada más, sólo cambiar el punto de vista. Por supuesto, Notre Dame está y todo su valor artístico también, pero en su sitio que no es, por cierto, el que estamos acostumbrados a darle como absoluto. Supongo que aquel día me empezó a cambiar el modo de ver el mundo pero muy poco a poco, demasiado. El glamour había hecho presa en mí con mucha fuerza. Con los años me fui dando cuenta de la importancia de Francia para la historia de los avances de la humanidad. Casi todo, incluido, por supuesto, el cine, hunde sus raíces en Francia: las vacunas, la liberación femenina, la libertad sexual, la guillotina, el fin del antiguo régimen. Desde mi punto de vista Francia es un pilar básico en la evolución de la historia con sus sombras, por supuesto (Napoleón la primera) pero también con unas luces portentosas entre la que no es la menor el respeto y hasta admiración que sienten por sí mismos, ese tan denostado chauvinismo me parece mejor opción que el “en este país” que nos rige. Francia es, si se me permite, como su célebre aldea gala: un bastión de resistencia del progreso y la civilización incluso cuando el resto del mundo se empeñaba en retroceder al medioevo. Por eso comprenderéis que no levante cabeza después de leer esto:


Francia prohíbe los mendigos
Por Victor Arribas
El Gobierno francés ha iniciado una política de exclusión urbana en París. Se trata de alejar a los pobres de las zonas turísticas, especialmente las de mayor estándar de consumo. El objetivo es aislar las tiendas de lujo de la creciente masa de mendigos, que pueden estropear la imagen de postal que busca una acaudalada clientela procedente de todos los puntos del globo.

Y al día siguiente esto otro:

Un tercio de los franceses se identifica con el Frente Nacional
Marine Le Pen seduce a más menores de 35 años: del 11% al 28% en un año
Miguel Mora París 12 ENE 2012 - 13:45 CET3

No puedo evitar pensar que si la propia Francia, refugio y motor de la mente del mundo hasta hoy está cayendo en esto, no sé, quizás realmente no valga la pena nada. Quizás ya no nos quede ni París.

viernes, 27 de enero de 2012

Razones para no reencarnarme 1: Odio el Latín (primera parte)

Yo tenía quince años y era un desastre con lo que más he odiado en el mundo: el Latín, que Dios confunda. Odio el Latín. Profunda, apasionada, visceralmente, odio el Latín. Con mis cinco sentidos, con mi consciente, mi subconsciente e incluso mi subconsciente; con la cal de mis huesos que diría la copla, con la hemoglobina de mi sangre y hasta con todo mi coeficiente intelectual. Odio el Latín. Por cierto, ¿os he comentado que odio el Latín? Y, sin embargo, le quiero. Bueno, no, en realidad le odio pero no puedo vivir sin él. Es decir, o sea, es como si… Bueno que odio el Latín pero ha sido la cosa con la que he pasado más tiempo en toda mi vida. Un montón de años en el bachillerato y luego en la carrera otro más, total para acabar sabiendo que “Galia est divisa in partis tres” o “ Quosque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” e incluso “Alea jacta est” por que incluso el tan propio de Asterix “Timeo danaos et dona ferentes”, no me enteré de lo que quería decir hasta hace bien poco. Queda pues sentado que toda mi santa vida he odiado el Latín pero yo tenía un profesor de Latin y también de Griego que era el tipo de hombre que yo quería ser de mayor, barbudo, progre, risueño y que leía las cosas que a mí me parecían las cosas más raras como “La naranja mecánica” o la Elegía de Miguel Hernández, de hecho, la primera vez que la oí fue de su boca. Era la vacuna perfecta contra el mal que me ha aquejado desde mi más tierna infancia: el glamour. Ah, el glamour. ¡Cuánto daño han hecho, el glamour, los boleros, y los tacones de aguja! De algún modo nuestros profesores, cuando lo son de verdad, nos moldean de un modo indeleble, quizás conscientemente, quizás no, pero irremediablemente lo hacen. En mi vida he tenido la inmensa suerte de tener tres profesores de esa categoría aunque he de reconocer que sólo uno, el difunto D. José Manuel Pita Andrade, no me decepcionó hasta la médula. Soy obra de aquellos tres hombres, D. Florencio, a quien me estoy refiriendo, D. Enrique  y de D. José Manuel Pita Andrade. Sin sus influencias no sería nada. He tenido más, of course, pero nadie, ha influido en mí como ellos.

El caso es que a mis quince años era lo que se diría hoy un victim-glamour. A lo que cierta cita de un poeta francés, Baudelaire creo, que dijo que había que ser “sublime sin interrupción” no ayudó mucho, precisamente. Mis quince años, el mes de junio de mis quince años, supuso un clamoroso triunfo de mi persona por unos espectaculares resultados académicos, incluso en Latín, examinándome por libre en el Cárdenal Cisneros (lo que en la época suponía un logro al alcance de muy poquitos, no es por nada pero yo era asquerosamente listo por entonces, luego… llegué a la Universidad y… todo degenera) Así que aquel verano me disponía yo a pasármelo bomba leyendo a García Lorca, un par de biografías de Cleopatra (glamour, glamour), recortando fotos de las diosas del cine (más glamour) y tragándome doble sesión en cine de verano con películas como Chacal, El golpe (glamour, glamour), Luna de papel, Papillón (que, como imaginaréis me horrorizó, que falta de savoir faire), Secretos de un matrimonio, Un toque de distinción (glamour a la inglesa, of course).

El caso es que D. Florencio, que no tendría aun los treinta, ese verano se iba a ir a París. Aaaaahahahahah París, el colmo de todo glamour absoluto, Versalles, la Place de L’Etoile (creo que se escribe así), Montmartre, el Sena, Notre Dame, El Louvre. Vamos un empacho de glamour sólo de pensarlo. He de reconocerlo: yo era un cursi insoportable, tiernito cual florecilla del campo y ñoño hasta vomitar. Las cosas como son, como eran, por mejor decir. La culpa fue de Oscar Wilde y el cine pero eso es otra historia. Así que D. Florencio decidió darme una lección que me hundió en la más negra decepción. Una mañana me encuentro una postal enviada desde París, evidentemente sería un monumento lleno de glamour, oh, París siempre será París y nunca podemos olvidar que “siempre nos quedará París” (creo que no estoy curado como decía Julieta Serrano en Mujeres al borde de … ¡¡¡¡¡ Socorro estoy entrando en un bucle!!!!!)

jueves, 26 de enero de 2012

Respuestas a los comentarios sobre 17 de enero.

Bueno desde el plan del 32 la enseñanza en España ha ido sufriendo un proceso degenerativo que parece no acabar nunca. Los cambios, la nueva situación social fluyente, la falta de estructuras con un mínimo de consistencia, la falta de interés y formación por parte de mucha parte del profesorado, la exaltación de valores como los deportivos y los emanados del “pensamiento gran hermano”, la glorificación de personajes claramente corruptos y la inutilidad de la inmensa mayoría de las materias que se han venido impartiendo junto con el desprecio sistemático de las humanidades (incluyendo lengua, ortografía y por supuesto cualquier forma de enseñar a pensar) que han regido la enseñanza desde hace casi cuarenta años, o más quizás, para elevar a los altares como exclusivas las materias científicas y el sacrosanto inglés han hecho el resto. Y ni siquiera hablo de ética que ahí ya nos podemos reír una jartá, sólo es un poquito del año de la malafollá de la que ya hemos hablado.

Ah, Uno, más quisiera yo que inquietar a alguien jejejeje.

Angel, Uno, gracias por leerme y comentarme.

domingo, 22 de enero de 2012

Diecisiete de enero del 2012

Salgo como todos los días y en lugar de cruzar directamente me desvío al contenedor. Paso por delante de un colegio, por delante de la puerta donde un grupo de adolescentes se supone que están disfrutando de lo que en mí época llamábamos “recreo”. En realidad, creo que he descubierto hoy que no es que me esté haciendo viejo, no, que va, es que ya soy una reliquia del pleistoceno, como un PC de hace cinco años. En fin, cuento y opináis.
Todos aquellos adolescentes y dos adolescentas, que eran excepción, se dedicaban con verdadera fruición a liarse porros y pasárselos, todos menos uno que no le daba una calada ni al mismísimo Elvis que resucitara. Ni siquiera apartaba los labios de él, los ojos fijos en su punta, encapuchado y pequeño. Ellas no, ellas debían ser las feas de clase y estaban ahí al olor a macho con hormonas revueltas según se desprendía de sus actitudes. Claro que eran ignoradas soberanamente por los veintitantos tíos demasiado ocupados en sus canutos. El encapuchado bajito consumió por completo el suyo y se unió a un corro para seguir hasta que se acabó la hora del “recreo”.
Bien, hasta ahí lo concreto, ahora veamos. Esos chavales volvían a clase, habían estado fumando como chinos en el Shangai del XIX y, aunque no sé mucho de estas cosas, no creo que estuvieran en condiciones de asimilar nada. ¿Cómo se espera que un profesor se haga con ellos y logre algo mínimamente útil? Segunda pregunta y perdonadme mi ignorancia: ¿esos criajos no son la generación mejor informada de la historia del reino? ¿vale de algo el esfuerzo de divulgación sobre la droga? Tercera, e insisto en que creo que me he hecho viejo de golpe: ¿es coherente con una sociedad que pretende estar entre los veinte o treinta países prepotentes la indiferencia social, política e incluso policial ante el hecho de que un grupo de gente delante de un colegio en horas lectivas mantenga continuadamente esa actividad?
La aceptación de determinadas drogas por la sociedad es ya preocupante per se (incluyo el alcohol y el tabaco), se ha perdido la percepción de peligro de éstas, pero incluso desde esa perspectiva no es asumible que se pase delante de ese espectáculo con tal indolencia, no sólo por parte del ciudadano de a pie, sino de las autoridades. La presencia policial en mi barrio es constante por razones que no vienen al caso, pero se ve que, al pasar por delante del colegio o como coño lo llamen ahora, ya que abarca todas las edades y, para resultar más insultante, luce ondeante y desafiadora la bandera vaticana, o sea, concertado y pagado con dinero público, deciden, bien no aparecer a las horas de “recreo” o bien mirar hacia otro lado.
Cultura del esfuerzo dicen los peperos de turno, del esfuerzo ¿de quien? No será de un sistema que obvia aspectos como este. No será de unas instituciones al servicio de los poderes más conservadores que, en esencia, son contrarios a cualquier forma de extensión de la cultura entre “las masas” que cuanto más ignorantes y aborregadas mejor. No será de las familias a las que la mecánica de la sociedad ha convertido en peonaje gratuito, o sea: esclavos, dedicados a alimentar a los bancos mediante hipotecas que son un puro atraco; familias de niños con la llave al cuello con seis años, de niños inaparcables cuando no hay colegio si no hay abuelos o no están en condiciones de cuidarles. No será de unos profesores en general mal pagados y maltratados, cuestionados (puta envidia de las vacaciones) y, seamos justos, mal formados y peor dotados, la mayoría rebotados de carreras cuyo fin no es la docencia y que nunca han querido dedicarse a ella. No será de los chicos que, a partir de los 11 años, creo, quedan como oveja sin pastor, tiempo libre, internet que hace los trabajos, las hormonas descontroladas, la normal rebeldía contra la autoridad familiar sin tener a quien dirigirla por que no hay familia organizada sino un par de extraños que aparecen a la hora de cenar, asustados por miedo al paro, pensando en como pagar el diezmo y las primicias al banco de turno, cansados, hostiles, en guerra o competición con el compañero, con la empresa, y, en la mayoría de los casos, entre ellos, que cenan, ven a Belén Esteban, Gran Hermano o el fútbol de turno y se meten en la cama.
Por si todo ello fuera poco ven que es la primera generación de la historia a la que sus padres no pueden enseñarles casi nada pues la tecnología les ha arrinconado, que los pocos o muchos estudios de sus padres no les han servido y que, para ellos, las cosas pintan incluso peor. ¿Cultura del esfuerzo? JA
Será una tontería lo que voy a decir pero erradicar y combatir el espectáculo que vi el 17 de este mes debería ser el primer esfuerzo para conseguir mejorar por que, en el fondo el hombre, necesita sentirse arropado por la tribu y la indiferencia es la demostración de que esa generación a la que se le pide la “cultura del esfuerzo” no le importa a nadie, sencillamente a nadie.

jueves, 19 de enero de 2012

Respuestas a los comentarios de Carta muy abierta a B.

De nuevo problemas con los comentarios, a ver si se aclaran de una p. vez.
Roberto T: lo malo de ese “amor” es que fue el único. Sí, jugarretas de Cupido que más que ciego es un joputa.

Uno: ni siquiera me la puedo imaginar como “señora”, y, sí, debería dar gracias por no estar con alguien tan aburrido. Por cierto conservadores hay una porrá pero no tantas conservadoras y, todo hay que decirlo, me corroe (con muchas erres) la envidia. Brrrrrrr. Espero no volver a soñarla por que una vez escrito resulta bastante ridículo.
Thiago: te devuelvo la fama y reconozco mi error, me disculpo, me fustigo y me flagelo. Lo siento, me pasé de listillo. Por supuesto que hay mucho de culpa por que ¿nunca has oído lo de “enamorarse como un imbécil”? Pues eso. Y no hay algo de ajuste de cuentas, hay todo, y de envidia y de rencor y de … lo que se te ocurra. Por cierto, la envidia no es de la sana. Conste.
Javier: sí, las esfinges más que de pedernal el corazón lo tienen de hielo.
Thiago de nuevo: tiene aviso de contenido desde la entrada de los pulpos japoneses haciéndoselo con las pescadoras.

miércoles, 11 de enero de 2012

Carta muy abierta a B. (Cargo público)

"Rencor, mi viejo rencor,
rencor tengo miedo
de que seas amor"
Tango
Querida B.:

Hace poco en un blog amigo leí una hermosa entrada sobre los sueños que me hizo pensar en qué sueño. Hablo, naturalmente, de los sueños-sueños, de los de almohada, no de los de los ojos abiertos. Como todos, creo, tengo a lo largo de los años unos cuatro o cinco sueños recurrentes que reaparecen aleatoriamente. De ellos sólo hay uno que no es una pesadilla, tú.
¿Cuánto hace que no nos vemos? Sin duda más de veinte años, yo bajaba Arenal por la acera de San Ginés, tú la subías. Me viste –sé que me viste, yo no paso desapercibido, abulto demasiado y, además, te ví mirarme-, atravesaste la calle sin mirar el tráfico para no cruzarte conmigo y no tener que saludarme. Si te dijera que ni me afectó, te mentiría. Me hiciste mucho daño. Deliberadamente. Aun no teníamos los treínta, ahora, en octubre, has cumplido cincuenta y uno; yo en enero cumpliré cincuenta y tres, he tardado todo este tiempo en comprender el infinito asco que debía producirte para hacer eso. No era necesario, ibas a tu trabajo –sabía donde trabajabas entonces, me lo habías dicho-, un “Hola, perdona pero voy tarde, ya te llamo” hubiera bastado. Algo muy visceral debías sentir hacia mi persona cuando tú, una chica tan bien educada, toda moderación y mesura, hiciste aquello, una repugnancia fuera de control. Espero que los cinco años de facultad sentada a mi lado no te supusieran eso hacia mí, pues lo habrías pasado realmente mal.
Pero volviendo al tema de los sueños. Si te conocí un veinticuatro de octubre de 1977, a las tres y media pasadas y te perdí de vista en 1988, hace pues veintitrés, veinticuatro años ya, algo debe andar muy mal en mi cabeza cuando desde el mes de agosto de 1978 se me viene repitiendo el mismo sueño: estamos en un bar sin rasgos, sólo la mesa y una pared, y tú me dices que me amas. Con estas palabras. Por unos segundos soy el la criatura más feliz entre los nacidos, los segundos que tardo en despertar. Demasiados años para seguir viéndote con las uñas comidas, el pelo negro, esa mirada entre soñadora y perdida y esas camisas enormes de tu hermano que llevabas a clase. Demasiados años para encarar la desolación del despertar; y también para no afrontar lo que ya no puedo por menos que asumir: que fuiste y, a pesar mío, sigues siendo el amor de mi vida.
Pero esto no es una declaración de amor. A estas alturas sería –incluso para mí- demasiado absurdo, tanto como que me creyera que tú no lo sabías esos cinco años compartiendo banco y que esos distanciamientos autistas y repentinos no eran una forma de evitar que pudiera decírtelo-. No, no es una declaración de amor, espero que sea un exorcismo, pero lo dudo. Por desgracia, en mis genes va el ser hombre de una sola mujer y he tenido la mala suerte de que esa seas tú, así que no espero librarme de ese sueño demoledor, afortunadamente no muy frecuente, ni de tu recuerdo.
Es, por otra parte, curioso como desde que acabamos la carrera, tú un año antes que yo pues tuve enormes problemas personales de los que ni eras tú el menor ni quisiste saber nada de ellos por evidentes que iban siendo. Desde entonces, decía, sin vernos y, por supuesto, sin buscarnos, mejor dicho “sin verte y, por supuesto, sin buscarte” nuestros caminos se iban entrecruzando más o menos ocasionalmente: una librería a la que nunca iba tenía justamente el texto que necesitaba y trabajabas ahí; compraba el poster de Aristide Bruant en una exposición y tu me lo cobrabas. Luego fui sabiendo de ti por caminos azarosos por que, a pesar de los cinco años de carrera juntos, nunca tuvimos amigos comunes. Unas reseña de un libro firmada por ti, un comentario en un museo; pequeñas cosas que me informaron de una boda, de un traslado –no volvería a cruzarme contigo; pequeñas cosas que te hacían aun más lejana y ajena. El hecho de que llegara a odiarte demuestra hasta que punto te amaba pero ¿te he comentado que esto no es una declaración de amor?
No, no es una declaración de amor, ahora que lo pienso bien, es más bien una reflexión sobre mi amo, demasiado “amor” para un solo párrafo, por que si es cierto eso que dicen de los enamorados no ven defectos en el objeto de su pasión, yo no te he amado nunca. Incluso en algo indiscutible y evidente como que eras la tercera belleza de las doscientas del grupo tras Vicenta y Ana, yo nunca dejé de ver tus dedos cortos, las caderas altas, los andares incalificables; pero, sobre todo y por encima de todo, esa distancia, ni de mí, sino de aquello a lo que estabas dedicando cinco años de tu vida, tu falta de entusiasmo, para mí incomprensible, ante el hecho artístico cuya única disculpa como dijo Wilde es “amarlo intensamente”. Tu mirada ante cualquier obra, de cualquier estilo, era la de una esfinge indolente. Incluso cuando nos jugamos la materia con aquel trabajo conjunto tu interés no sé si ni siquiera llegó a ser relativo. No sonreías al aprobar ni te enfadabas al suspender, ni te extasiabas ante un cuadro o una música. Por supuesto, nunca pude compartir nada contigo, ni arrastrarte en mis arrebatos entusiastas. Yo iba del destello a las tinieblas, tú permanecías en un gris opaco y polvoriento.
Cuando el otro día al leer la entrada sobre los sueños que te comentaba al principio y recordar que no hace mucho se repitió el madito sueño tuve la ocurrencia de teclear de nuevo tu nombre en google. Apareciste, claro. Resulta que ahora tú, la esfinge opaca, mi amada y odiada, eres un alto cargo en un importante museo, precisamente especializada en lo que yo llamaría mi verdadera pasión dentro del arte. En la reseña no aparece tu doctorado, ya sabemos que a veces se saltan datos, pero me hubiera gustado saber qué tema te hizo involucrarte tanto como para sacarte de tu mayestática mirada pero ¡Tú conservadora de un importante museo!¡Tú!
Yo soy un fracasado laboral y personalmente pero, muy de vez en cuando, todavía lanzo un destello aunque no me valga para nada ni a mí ni a nadie, así que debería callarme pero ¡me sorprendí tanto! Y no debería por que pensándolo bien eres perfecta para el ámbito cultural del país, diseñada para él. Por fin he logrado entender algunas cosas y es que estás creada para la base pútrida y vacua de la cultura oficial ¡Eres tan mediocre!
Un abrazo

Joaquinitopez

Pd: nos vemos en mi sueño.

 

miércoles, 4 de enero de 2012

Antes de que se nos vaya la Navidad

Para cerrar esta larga serie de reflexiones navideñas que han venido jalonando este periodo festivo-torturante he querido hacer un aporte documental, como un así de la Nacional Geographic, en cutre-castizo-forgiano pero palabrita del Niño de Jesús que sin añadir una coma de mi cosecha. Son dos comentarios cazados, así, al desgaire, como quien no quiere la cosa, a la remanguillé pero que me han dejado los pelos como escarpias yo que habitualmente los tengo como sacacorchos.


Comentario A:
Fecha: 30 de Diciembre de 2011
Localización: centro de Madrid
Protagonistas: pareja más cerca de los sesenta que de los cincuenta, sesentaypocos, diría yo. Cazadoras, vaqueros y calzado deportivo, todo caro. Deduzco que son turistas.
El va delante un par de pasos (grande y entrado en músculos y carnes). Ella un poco detrás pero por que se para cada par de pasos, ella se para, él se para a escuchar lo que ella dice que básicamente es:
- (Gritando a voz en cuello) Te vas a la mierda, ¿me oyes? Pues te vas a la mierda. A la mierda te vas. Que te vayas a la mierda –llegada a este punto volvía a arrancar con paso largo y nervudo hasta alcanzarle, entonces inicia otro discurso- Te vas la mierda, a ver si te vas a la mierda de una vez. ¿Me oyes? A la mierda te vas –y así se recorrió la calle hasta que dejé de oírla.
¿Por ese tipo de familia estaban los kikos en Colón? ¿No es un ejemplo edificante de lo que parece ser una Navidad tipo según lo que me va llegando?

Comentario B:
Fecha 2 de enero de 2012.
Localización: bar de barrio madrileño, barra para fumadores en el exterior.
Protagonistas: dos veinti-treintiañeras, fumando como manchúes en fumadero de opio, ateridas, la una tirada en una silla que ha sacado, la otra aferrada al pitillo cogiendo un rayo de sol.
Conversación:
La que esta de pie: ¿Qué vas a regalar a Antonio? (Atención a la fecha: 2 de enero)
La tirada en la silla: ¿A Antonio? Cualquier mierda que encuentre.
La que esta de pie: ¿Y a tu sobrino?
La tirada en la silla: La primera estupidez que vea. Total ni se entera, tiene cinco años.

¿No es esto espíritu navideño? ¿No es esto ejemplo de entrega y abnegación? ¿No es esto el alma misma de la Navidad española, la Navidad con peineta, la Navidad de Plácido? Unámonos a este espíritu ibérico, pata negra, y gritemos todos “Chencho, Chencho, Chenchooooooooo