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martes, 28 de octubre de 2014

Reina de Corazones.

He estado en fase cercana al encefalógrama plano en  lo relatio a ponerme a escribir durante unos días, además de pachucho, esas pachucheces que no hacen más que hacerte la vida imposible pero que nunca pasan de ahí. Esta es la causa de que me haya retrasado en esta entrada más de lo normal. El caso es que cuando uno vuelve a la consciencia de una cierta normalidad cada vez menos normal lo único que se le ocurre pensar y gritar es "¡Que le corten la cabeza!" Pero ya, añadiría yo a tan célebre frase.
Hoy me vais a permitir que desbarre por todas partes y que meta en un poutpourri una serie de cosas que están creando cortocircuítos entre mis neuronas. Empecemos por la más próxima: La Macro-operación contra la corrupción. Que no me hagan reir que tengo partido el labio, vamos que me desc.... por no decir palabras más serias. Ahora, insisto: AHORA, se toman "medidas" contra personas y actos que hace años que todos sabíamos, aunque no supiéramos los detalles, pero lo sabíamos. Todos menos, por lo que nos dicen, las autoridades destinadas y alimentadas para saberlo. Ynos los dicen precisamente los jefes de esos personajes corruptos que, se supone, son responsables de los actos de sus gobiernos, nos lo dicen "avergonzados", ay que me da un esparavás, un tarantantán y un paquelasprisas ¿Ande estaban esas avergonzadas autorizadas? Mirando hacia otra parte ¿Ande se meten quienes dirigían el cotarro (concretamente entre el 4 y el 11 obras M-30, Ruiz Gallardón)?
Y uno que tiene muy mala intención se da cuenta como se está llegando al cogollo central sin tocarlo, pero ¿por que se hace? Hasta ahora no le he importado a nadie, insisto, a NADIE, ni a los españolitos estafados que han seguido votándoles dándoles así una patente de corso. ¿Por que, así, de pronto, se monta este circro de la Macro-operación sacando a la luz nombres que hasta tienen monumentos públicos o poco menos que conocía hasta el gato como corruptos necesarios? Y uno que tiene muy mala intención pues al fin y al cabo se ha criado en el país de Lázaro, de Sancho y de las cunetas llenas de muertos sin enterrar, busca una explicación: por que están tapando algo mucho más gordo. Imaginemos de que calibre será la que se nos viene encima cuando esto es una "maniobra de distracción". No sé por donde vendrá, seguramente nos enteraremos dentro de unos años cuando nececesiten otra maniobra de distracción. Sinceramente echo de menos a la Reina de Corazones y poder berrear ¡Que les corten la cabeza!
Hablemos de otro tema más tranquilizador: el ébola. El director de sanidad de Madrid culpando al paciente, vamos lo que toda la vida se ha hecho: culpar al muerto, mire usted por donde Sr. D. Comocoñosellame, Teresa se ha curado. Pero usted sigue siendo un infame, que viene comido a la política dice, que es médico, viendo su curriculum es usted de todo, dentro de la medicina "aprendiz de mucho maestro de nada" pero bueno ya que viene comido, déjenos en paz y más a quien tuvo que jugarse la vida por que no iba comida al trabajo por el que cobraba. Hablemos de Excalibur, el pobre animal sacrificado que ha hecho salir a la calle mucha más gente que los cientos de miles de africanos muertos de ebola en los últimos cuarenta años -lo cual no dice mucho del ciudadano medio, desde luego, claro, como era negros-. Pero más que este ultraje a la razón me preocupa otro que se cometió con el animal: era una ocasión de oro para saber como se comporta el virus en los perros que, hasta ahora no se sabe ni siquiera si lo transmite. Aquí no ejecución y tira millas, sin mirar mas allá, estaría bien si se aplicara no solo a los animales, o a los animales de dos patas. Aun hay más en este desgraciado asunto, del que lo único bueno es la curación de la enferma y que, al menos eso dicen, no se ha extendido el contagio, es la actitud del entorno que parece tener intención de convertirse en una de las sagas tipo Pantoja, ya veo al marido en Sálvame y al resto de la familia hasta en imagino un "Gran hermano especial ebola", que rompería las audiencias. Ahora, insisto AHORA, las medallas y los reconocimientos a los equipos médicos que se dejan la piel. A buenas horas sr. Dire. Por Dios ¡Que les corten la cabeza!
En fin que espero recuperar mi ritmo ahora pero no que se haga la más mínima justicia sobre ninguno de los temas. Pero ¿a qué haría ilusión?  

domingo, 19 de octubre de 2014

La Belleza

Teniendo en cuenta que estoy en pleno bloqueo de escritor –y de todo- no tengo muy claro qué va a salir de aquí. La idea no es exactamente mía sino que recojo una frase de una película, Alvaro, bloguero amigo, afirma que Dios le habla en las películas y algo de razón tiene. La película es la supongo que mal afamada Holiday con Cameron Diez y sobre todo Kate Winslet. A poco de iniciarse la película oímos la voz de Iris, personaje de Kate, en un monólogo sobre el amor y su capacidad de cambiar el mundo. A partir de ahí el desarrollo de la película que no viene qué.
A mí, que lo del amor lo veo de otra manera, lo que me deja perplejo es la capacidad de cambiar todo de la belleza. Da igual qué canon de belleza hablemos se filtra en elecciones, decisiones, permanencias, huidas, la gran historia está llena de manifestaciones de belleza que cambiaron el mundo y en la pequeña historia, la que vivimos todos los días a pie de calle vemos ejemplos constantes de cómo cambia nuestra vida el concepto de belleza. Lo cierto es que no deja de ser un poco indignante que después de tantos milenios de, se supone, uso del pensamiento, todavía no seamos capaces de colocar la belleza en su lugar que está detrás de otros muchos valores, tanto en los humanos, como en los objetos. Es más, tenemos el cinismo absoluto de haber llegado a identificar la belleza formal con la espiritual, así que no hay santa fea, ni santo que no hubiera sido astro de Hollywood.
Partiendo de aquí hay un primer camino que es la autovaloración de la belleza. O dicho de otra manera: la actitud ante nuestro aspecto. Muchas veces de una lenta autodestrucción, de abandono o simple asco. Yo mismo pasé años sin mirarme al espejo deliberadamente, otros se someten a operaciones o directamente van disociándose de su aspecto hasta caer en el abandono absoluto, entrando en un círculo vicioso de abandono por el aspecto y descuido por el abandono. Están también los de todo lo contrario: regímenes, gimnasios, operaciones, fajas, implantes, etc. En cualquier caso son alteraciones profundas de sus vidas y las de su entorno.
Un segundo aspecto de la belleza es la actitud absurda que tenemos instintivamente a elegir objetos, léase de camisas a puentes, por la belleza de los mismos. Ya sabemos que la decisión se toma unos segundos antes de que el cerebro empiece a trabajar sobre el tema. Curiosamente siempre elegimos lo más bello, según los cánones al uso. Hablo de trazados delirantes de calles o caminos en absoluto funcionales sin más motivo que el aspecto estético.
Si queremos hablar de un tercer aspecto sería la inquietud que nos produce la fealdad, o la carencia de belleza, que si bien tiene el lado positivo de querer embellecer cuanto nos rodea para hacernos la vida menos insoportable, tiene el negativo del desasosiego si no se puede actuar sobre ella. De algún modo nos hiere y el rechazo puede ser vivísimo. Recuerdo una figura que me regalaron con una cabeza de toro y otra de torero juntos, que, como decía una compañera “producía espasmos de colon”. Jamás he visto cosa más fea. No es cierto, un caganet (curiosamente granadino) de escayola de treinta cms de colorines con la chaqueta verde fosforito y los pantalones rojos de un determinado estilo hortera de mercadillo, que tiene su encanto kitch a veces, y que encima tuvimos que tener puesto bien visible pues era regalo de alguien que venía a menudo.  Menos mal que un día “se me cayó”. Cosas, no importan, pero ese vivísimo rechazo no es tan inofensivo ante las personas. No hace falta que ponga ejemplos, todos los tenemos en la cabeza.
Luego está la reacción contraria. Ante una persona bella nuestra actitud cambia.  Lo he vivido en carne propia. Yo que soy como soy o sea, cualquier cosa menos bello, me he topado en la vida real con muy pocas mujeres bellas, muy muy pocas. Sin embargo, una vez invitado a comer me topé con otra invitada que lo era y yo me encontré sacando plumas de pavo real y casi compitiendo por la atención de esa chica, que por otra parte no me interesaba lo más mínimo, con un cachas recién divorciado y con buen sueldo. 
A eso es a lo que me refería, a como una concepción fugaz de la belleza condiciona toda una forma de vida por ridículo que sea lo que se haga en aras de esa forma de belleza, de ponerse corsé al diseño de los Nuevos Ministerios de Madrid.
No sé si esto va a alguna parte, me temo que no, pero resulta inquietante como mínimo que teniendo esta norma estemos encaminando al mundo y a nuestras formas de vida no solo a la uniformidad formal sino, en el fondo a la carencia de esa belleza. No sé si sabré explicarme. Se trabaja activamente contra esa belleza. Si el mundo siempre ha sido algo difícil de vivir a pesar de ofrecer belleza sin cuento, ahora se actúa para destruirlo deliberadamente, en todos los niveles. Naturalmente me refiero a, por ejemplo, la destrucción del Amazonas, pero también a la demolición estudiada de los valores morales, que fuerte suena eso ¿verdad? Pues es cierto, y lo estamos viendo con las actitudes ante el ébola por ejemplo. No se puede desarrollar una conversación si no estás dispuesto a aceptar de antemano la banalidad e incluso estupidez que suponga cualquier actitud ética. Sólo si se admiten unos cuantos principios básicos de prioridad económica, individualismo, y “que le den” puedes establecer una comunicación. Claro que entonces ya ¿para qué? Lo peor de todo esto es que, si tienes las defensas mentales bajas esas actitudes se te van infiltrando y llega un momento en que te planteas si realmente las cosas son así y tú te has equivocado en todas tus decisiones a lo largo de 55 años y lo que para ti era belleza no formal, eran simples mamarrachos mentales.
A eso me refiero cuando hablo de la capacidad de la belleza para cambiar el mundo. En un sentido y en el contrario, en un nivel y en otro. Y, sobre todo, en el interior de cada uno ante la propia realidad de la concepción de lo bello y deseable. Sería bonito iniciar aquí algo superficial y frívolo –confieso que se me ha pasado por la cabeza- una serie de “Bellezas que cambiaron el mundo” de Cleopatra a Mónica Levinsky pero es algo demasiado serio como para echarlo al saco de los temas del cotilleo histórico o no.

sábado, 11 de octubre de 2014

Una historia que no valía la pena (Cuento)

 En mi "excavación" casi arqueológica entre viejos textos me he encontrado esta nadería de 1991 que pensaba deshechar sin más pero que en una segunda lectura después de tanto tiempo me ha parecido que vale la pena rescatar. No sé, me ha hecho gracia. Ya me contaréis.

“A
 veces la página en blanco es un campo seco y pedregoso". Como lamento de escritor sin ideas quizás no esté mal, como inicio de una narración es, sin duda, nefasto. Sin embargo la realidad es poco más o menos así, claro que el acto de contar no tiene por qué ser necesariamente un calco de lo que estamos acostumbrados a vivir, ni tan siquiera tiene que seguir los cauces habituales o el desarrollo lógico del espacio y/o el tiempo.
            Claro que teorizar sobre una actividad no la sustituye y que si yo hubiera encontrado en mi mente calenturienta por demás una historia de mayor o menor envergadura no estaría escribiendo estas líneas sino otras en las que las palabras dieran forma, medida y movimiento a personajes que harían, dirían o pensarían algo. La primera línea de este texto, cuyo desarrollo no veo muy claro todavía, estaba pensada para iniciar un cuento de diez o doce Din A 4 con márgenes de 10-70 en el ordenador, por supuesto a dos espacios; sería absurdo presentarlo a la posteridad manuscrito en papel cuadriculado y a pluma como estoy haciéndolo, por cierto que la pluma es nueva y conserva aun el trazo fino y hasta diría que elegante a pesar de mi letra, que he de confesar bastante fea, en cualquier caso alguien debería escribir algo bonito y sabio sobre el simple y puro gozo de deslizar el plumín por el papel, es un placer casi tan perfecto como sostener en nuestras manos el peso de una edición bien encuadernada de un buen libro.
            Iba diciendo que la primera línea, esa de "a veces la página en blanco es un campo seco y pedregoso", tenía que haber sido el principio de un cuento en el que un hombre intentara escribir algo, a lo mejor una carta, que siempre dio mucho juego el género epistolar, pegado un escritorio de los antiguos, aquellos muebles con persianas, escribanías, cartapacios, tinteros de claro cristal, minúsculos cajoncitos, sobres con membrete, abrecartas, y, sobre todo, compartimentos secretos donde ocultar a miradas ajenas e indiscretos chafardeos un revolver, un pagaré, o una carta de amor. Obviamente una carta escrita en una mesa de despacho rectilínea con un calendario enfrente que nos recuerde, que le recuerde al protagonista, que todavía le faltan quince días para cobrar tiene un valor literario cualitativamente distinto que, desde luego, no era el que yo buscaba cuando abrí el cuaderno y me puse a escribir.
            El hombre ante el escritorio era la primera idea, la única si he de ser franco, por eso se me ocurrió la pedantesca frase ya entrecomillada dos veces en las escasas páginas que llevo escritas y que, por tanto, me abstendré de transcribir de nuevo; como a mí no se me ocurría nada, pensé que no estaría mal que a mi personaje tampoco se le ocurriera, concepto que expresé, como se ha visto, de una forma radicalmente equivocada, además de impregnada de una ampulosidad más de acuerdo con los postulados literarios del siglo XIX que con el uso cotidiano del idioma.  Sírvame de disculpa para el anacronismo la influencia que las imágenes de aquellos muebles ejercen sobre quienes entendemos el ejercicio de escribir como un placer estético, y en la estética no cabe excluir el confort, un cierto grado de confort, que tampoco pedimos lujos de sátrapas persas, así como no se debe olvidar tampoco un mínimo reducto de intimidad absoluta.
            Resultaba casi inevitable que el hombre que escribe, o intenta escribir, la carta, o cartas, estuviera rodeado de un ambiente decimonónico y algo decadente; si, la decadencia plástica era imprescindible a la narración pues el protagonista, aun sin bautizar, mientras mantuviera su pelea privada con la carta, buscando el modo de decir algo a alguien, tendría tendencia a perder la mirada sobre los objetos que le rodearan para recordar o evocar, recurso, sin duda fácil, que permite ejercitarse en descripciones con graduales y expresivas cargas dramáticas al mismo tiempo que recrearse en los objetos; !vaya por Dios¡, en pocos renglones he repetido "objetos", espero que al mecanografiar no se olvide sustituir "objetos" por "cosas" aunque detesto la palabreja.
            Hasta ahí todo era más o menos razonable, así que, irresponsablemente, me permití lanzarme a plasmar la primera frase sin meditar seriamente las consecuencias; ahora viene lo malo. El hecho de que un hombre, por muy prototípico que sea, escriba una carta no tiene interés literario sino como nexo y siempre en relación con dos elementos que no había tenido en cuenta en mi proyecto narrativo: contenido y destinatario. Ambos conceptos continúan siendo imprescindibles aunque, como en el caso de mi cuento, la carta no sea el lazo entre protagonista y deuteragonista (habrá que suprimir esto pues queda de un presuntuoso que tira de espaldas), entre dos personajes (queda mucho mejor), sino la protagonista principal, eje y espoleta, por así decirlo, de la historia que debería construir apoyándome en ella y en el esfuerzo que a mi hombre pegado al escritorio le costaba escribirla. Para que ese papel, que debería viajar en sobre con sellos de, por ejemplo, Don Amadeo, tuviera la fuerza suficiente para tan importante misión como yo le había asignado tendría que decir algo muy importante. Soy de esa clase de escritores que todavía no concibe que una misiva que se reduce a dar y pedir el parte médico familiar sea material para una narración por breve e intrascendente que esta sea y por modestas que sean sus pretensiones literarias. Ay  Señor, he vuelto a repetir, habrá que corregir también aquí.
            Pocas cosas a través de la vida del hombre (he de cambiar "a través" y poner "a lo largo"; esto me pasa por no pensar la frase completa antes de empezar a escribir, es que no aprendo). Decía que a lo largo de la vida de un hombre pocas cosas hay que le cueste tanto decir o explicar en una carta y de esas pocas hemos de descartar aquellas que implican situaciones económicas angustiosas pues requieren, a mi corto entender, un tratamiento más largo del que permite un simple cuento. Las que quedan tienen que ver con dos realidades, casi cabría decir "con las dos realidades": el amor y la muerte, eso sí, para el papel que deberían jugar en el cuento han de ser propias, costaría mucho entender las dudas del hombre ante el escritorio de otro modo. En otras palabras; tiene que tratarse de una carta de amor, en cuyo caso resulta mucho más cómodo que esté destinada a una mujer, o de una despedida, lo que permite una gama más amplia de receptores. Aunque, a priori, me incliné por el apasionado tratamiento que permite la primera opción en lo relativo a recursos como ropas, alabanzas a la belleza de la dama y protestas de un irresistible frenesí erótico, estoy seguro que, de haber continuado escribiendo, habría escogido la otra posibilidad. La despedida a causa de una muerte inminente resulta, al menos para mí, tema muy sugerente, pero ha sido tratado demasiadas veces y por mejores plumas que la mía; si añadimos a esto el hecho de que, dado el entorno en el que casi involuntariamente había enmarcado al hombre del escritorio, las opciones que se me ocurrieron en un primer momento (suicidio, tuberculosis o duelo) resultan tan sobadas como poco convincentes el resultado es que, sin dejar de lamentarlo, me vi obligado a abandonar la historia de un hombre ante un antiguo escritorio. Lo cierto es que era una historia que no valía la pena contar.

martes, 7 de octubre de 2014

Octubre

Iniciamos otro calendario, esta vez del autor suizo Eugene Samuel Grasset (1845-1917) pintor, escultor, ebanista, con una vida bastante novelesca que empieza como todas, los padres no quieren que el niño sea artista y le mandan a estudiar arquitectura. El resultado es también como todos: el niño se hace artista. Influencias de Doré, art nouveau, Mucha, prerrafaelismo realizó todo tipo de trabajos. De las influencias y el momento no hay que decir mucho, en estas obras se aprecia todo, incluso ese aire literario que tiene el prerrafaelismo. En fin, personalmente, me parece una verdadera delicia. Ah, quien esté interesado tiene más información de donde he sacado esta en: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=grasset-eugene-samuel
El hecho de iniciar el año pasado el calendario de Camps en octubre fue casual pero no sé si a un nivel inconsciente es más que posible que no lo fuera tanto. Me explico, para mí Octubre es el mes del recomenzar en serio, si, septiembre es cuando se empiezan las actividades, las relaciones, lo cotidiano en suma, pero no de un modo regular. Todavía hay amigos de vacaciones, las clases son y no son, me refiero a la enseñanza no reglada, que es donde me he movido, pues todavía los niños están a medio pelo y abuelas y madres andan de cabeza encajando horarios, este tipo de cosas. Octubre es el mes que empieza la rutina, las cosas cobran su orden, bueno o malo, agradable o no,  pero empiezan a ser lo que van a ser el resto del curso. No es casual que esté bajo Libra casi todo el mes. Por otro lado es el tiempo de recomponer los desastres veraniegos, de recoger las hojas muertas de las expectativas perdidas, del verano fracasado con calma sin esa crispación que septiembre con su falsa apariencia de verano interminable nos impide y nos hace agarrarnos a la esperanza de que aun es tiempo. Octubre es la calma, o debería serlo, las tormentas interiores quizás respondan a lo que digo pero las que tenemos encima exteriores no parecen querer centrarse.
La última es la del Ebora. Naturalmente, como todos sabíamos aunque nos empeñaramos en mirar para otra parte, todo se ha hecho mal. O sea, como siempre. Bien, henos aquí ante el segundo jinete, el primero fue la Miseria a la que nos han conducido, ahora llega la Peste. Nos falta el Hambre, que también empieza a asomar sus orejillas por aquí y por allí. Luego ya estamos listos para el fin de fiesta, que puede empezar tranquilamente con la confrontación latente y deseando estallar -no pretendo ser partidista, no me entendáis mal, cuando quiera opinar sobre este tema lo haré- en cierta indefinible frontera hispano catalana,  hispano vasca, hispano gallega, e hispano Al Andalus. Vamos que con la única frontera que no hay problema es con la portuguesa.
Bueno, entretanto, distraigámonos con los goles de Ronaldo, las tarjetas negras o las recetas de los concursos de cocina que molan mazo, a y también ver a los enanos imitar a los adultos y asistiendo a la promoción descarada por todos los medios de comunicación de Torrente 5 ¿Será que se sienten identificados? Al fin y al cabo acaban de nombrar preboste de RTVE al director de Telemadrid, que ya lo fue durante los dos últimos años del aznarato. Sí, no cabe duda, los signos apuntan al Apocalipsis ibérico, sólo nos queda que La Aguirre sea la candidata a alcaldesa. En fin, lo dicho que Octubre es el mes que marca el inicio del orden como va a ser el resto del curso agradable o desagradable, cómodo o incómodo, un curso más o el último de una forma casi civilizada de entender el mundo.
Por cierto: Atención Pregunta ¿Por que la Orden de San Juan de Dios no pagó la repatriación de sus miembros ni se los llevó a alguno de sus centros no tan públicos ni benéficos?
Entretanto veamos caer las hojas muertas y escuchemos su crujir al pisarlas. Es el sonido del otoño y del tiempo que se va y, en este año, parece que definitivamente.

sábado, 4 de octubre de 2014

Rejas

En mi casa entra un único rayo de sol sobre las diez de la mañana, atraviesa sesgado por encima del teléfono para iluminar un pedazo de pared no mayor de veinte centímetros durante unos cinco minutos, en temporada alta. Mi casa da al Noroeste, todo menos la concina y el baño. Allí el sol entra de finales de febrero a finales de agosto medio metro toda la mañana.
Mi casa es un cuarto que da a una plaza por lo que tiene luz. En medio de la plaza un colegio la llena, antes se veía el patio y en el recreo a los niños jugar, ahora lo han convertido en gimnasio cerrado  y tan solo los días de sol se ve a los parvulines jugar en un estrecho pasillo de rejas a las tres de la tarde.
Justo bajo mi ventana hay un jardín, cerrado a todos por que nunca quedó claro a qué bloque pertenece. No está descuidado pero tampoco se puede decir que sea un espacio limpio o atractivo, setos un par de árboles raquíticos y silenciosos. Allí, cuando era niño, bajaban las mamás con sus hijos, los chicos jugaban al balón. Luego fueron llegando rejas y, hoy por hoy, la plaza es un pasillo de rejas que lleva a la escalera del colegio donde, triunfal, ondea la bandera vaticana.
Mi casa tiene ventanas amplias pero sentado junto a ellas no ves más que cielo y la rama del único árbol grande que hay. Está en el patio de la casa del conserje del colegio y los vecinos están empeñados en talarlo. Cada año las urracas anidan un poco más arriba sin saber que tarde o temprano, la gentuza triunfará.
Para ver la luna desde mi casa te tienes que tumbar en el suelo del retrete –das con los hombros en la pared pues coincide una viga- y encajar la cabeza en el sumidero, sólo así, algunos meses en luna llena puedes ver al menos un trozo. En cambio, al pasar para acostarme a menudo veo el suelo del baño iluminado por la luz blanca, sonrío e intento pensar que es un reflejo de la luna, paso deprisa antes de que la vecina del sexto apague la luz de la cocina y la ilusión se vaya.
Mi casa hubo un tiempo en que fue un paraíso por que, como tantos otros españoles de la época en el 62 con un niño enfermo –yo- y sin un duro, estábamos a punto de encontrarnos literalmente en la calle. Los bloques de la empresa estaban adjudicados a las familias numerosas y yo soy hijo único. Corrían los tristes días de la muerte de Marilyn y el río desplegaba su rica fauna de mosquitos, benditos sean que espantaron a las catervas de “la gran familia” y fueron dejando puestos, hasta que llegó a nosotros un trece de agosto. Ni el Palacio Real nos hubiera parecido mejor residencia a pesar del frío, de la torpeza de la construcción –las canicas ruedan solas hasta debajo de mi cama si las dejas sueltas- y la entonces “lejanía” de la ciudad. Veníamos de la calle Maudes y, claro, entonces esto venía a ser como ir de safari.
Luego fueron apareciendo rejas, primero en el barrio, luego en el bloque, ahora ya en mí cuerpo. Un cuarto piso con ascensor, escueto, muy escueto, para una silla de ruedas es una cárcel potencial, una avería te encierra por días si es de las gordas. Salgo recogido sobre mí mismo, todo apretado, reposapiés, piernas, dobladas al máximo. Las rejas empiezan a aparecer ahora cuando uno se pregunta qué pasará cuando no pueda doblar las piernas tanto. O cuando a algún cabrón del ministerio de Industria le dé por imponer alguna norma nueva –cada una que obligan reduce uno o dos cms. el espacio-, o que al ingeniero que diseña las sillas se le ocurra dar tres cms más de largo. Estas rejas van apareciendo en un horizonte difuso e inconcreto. Hay otras que no.
Mi cuerpo se precipita. Todos tenemos una decadencia con la edad, lo sé, pero llevo una larga temporada, no sé si será estacional primavera-verano, en el que mi cuerpo impone rejas que me impiden o limitan salir de mi casa. Es un juego de psicópatas en el que no puedo decir si voy a poder quedar con alguien ni siquiera cuando estoy saliendo por la puerta. Poco a poco el juego de “a ver cuando te encierro” está afectándome la cabeza, lo habréis observado, apenas puedo pensar y la calidad de lo que hago es notoriamente inferior. Si alguna razón me queda o el juego acaba pronto o acabará pronto con ella. Por eso las rejas crecen y amenazan, por eso ayer, cuando empecé este texto, necesité vomitarlo en este espacio para no ahogarme, aunque en realidad no aporte nada al blog. O tal vez sí, ¡y yo que sé a estas alturas!