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sábado, 27 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES 7

La Bestia
 
Así se hizo pero cuando Lady Sophie entre mil equilibrios bajó había tres figuras más en el portal: una gata gris, un perro con un lazo rosa y una diminuta y hacendosa ratona con cofia victoriana. Ellos no las vieron y los humanos recordarían que habían estado ahí “de siempre”. Las luces de castillo se fueron apagando y el estruendo de la orgía deja paso a un silencio decepcionado. Algún centinela se reincorpora a su puesto recomponiendo sus togas interiores. La estrella se va tranquilizando y el pueblecito coba su quieta y apacible normalidad ante los ojos de los tres. Lady Sophie se pregunta si los copos de nieve estarían ya cayendo.

-No creo –responde Golfo señalando con el hocico.

            De Lady Sophie se desprende un polvillo dorado formando una nube donde, entre destellos, se van formado imágenes que no terminan de definirse del todo, igual que el cortejo inmovilizado fuera pero más pesadas. Son las esencias de todos los felinos que en el mundo han sido. Hay un momento en que casi se perfilan por completo todos y cada uno. Justo entonces se acercan al pueblecito y se inclinan en respetuosa reverencia. Están todos: el ancestral Dientes de Sable, los leones con su aire de superioridad, los tigres, leopardos, panteras, pumas, jaguares, linces, los divinizados gatos egipcios, los sabios gatos de los magos y las brujas, los duales y enigmáticos gatos japoneses y el arquetipo de Gato: tan majestuoso como el león, tan misterioso como el egipcio, tan desconfiado como el tigre, tan sinuoso como la pantera, tan hogareño como los angora y todo ello en el brillo equívoco de sus ojos. Eso sin contar con especies extintas en tiempos remotos. Toda la felinidad se había concentrado en ella y ahora vuelven a donde quiera que estuvieran antes presentando sus respetos a la figurita del bebé, o eso le parece a ella pero no podría asegurarlo. Cierra la comitiva el gato callejero trotando feliz.

-Lady Shophie –dice la Sra. Rat escondida entre las patas de golfo, aterrada ante tanto felino- sus ojos ya no son rojos.

            Lo que fuera que haya pasado, está acabando. Julieta ha dejado de apuñalar a Romeo y recobraba su compostura. Napoleón vuelve a montar su caballo aunque con cierta expresión de desconfianza, la bailarina se recupera del desmayo sin que nadie le acerque las sales. Hasta las destrozadas Gracias se recomponen y siguen mirando al David con ojos libidinosos y los bailarines rococó, ya con las cabezas en su sitio, vuelven a bailar esa música inaudible. Los puros, ruborizados, se apresuran a cubrir sus vergüenzas y vestirse con sus vitolas y el Pensador deja de hacer crucigramas.
           

viernes, 26 de enero de 2018

LADY SPHIE O NOCHE DE REYES 6

 
Mr Thomas
 
-Pero ¿cómo vamos a cargarnos a semejante monstruo? –argumenta Golfo.
-Perdón, yo lo voy a matar, no vosotros. –en las vitrinas las copas han roto el cristal y se van suicidando una tras otra tirándose al vacío y Romeo le está pegando una soberana paliza a una Julieta rebelde dispuesta a acuchillarle, a tirarle por el balcón, o ambas cosas-. Y la cosa empieza a ser urgente, me temo. Allá voy.
-Quieeeta parada, walkiria felina, -el cánido parece tener una mayor visión de conjunto-. Si peleas debajo del pueblecito se vendrá abajo y ya no habrá donde poner al bebé. No queda más remedio que sacarlo a campo abierto. Uno de nosotros tiene que hacer que le persiga hasta donde puedas atacar.
-Iré yo –dice decidida y heroica la Sra. Rat atándose los lazos de la cofia para que no se le caiga en la carrera.
-Tiene usted ciento cincuenta hijos que criar.
-¿Le parece a usted poco motivo? –les entra la risa floja a los dos, pero no a ella que aventa el aire para saber qué esté pasando y como se mueve la magia.
-Iré yo –Golfo no tiene medio zarpazo pero está demostrando que no es un cobarde-. Le pego un par de ladridos de los míos y salgo corriendo hacia la alfombra.
-Con tu voz de tiza en pizarra, habrá que ver si detrás de ti o huyendo de tu chirrido.
-Si hubiera tiempo ibas a oír una buena sesión de chirridos. En cualquier caso lo alejaré del pueblecito.
-Golfo –grita poniéndose en jarras la Sra. Rat- tus patitas son casi tan cortas como las mías, es peligrosísimo para ti, yo me puedo meter en cualquier grieta pero tú no.
-Iré yo –responde tajante.
            Lady Sophie no las tiene todas consigo pero sí la necesidad de enfrentarse, combatir y… matar. Le preocupa ese aroma casi imperceptible que va llenando el aire. Sí, es una magia distinta. No, ni siquiera es magia. Polvo de desiertos milenarios, cebras con aroma de incienso, antílopes aterrados, perseguidos. Le parece sentir que cada felino que en el mundo ha sido entraran en ella torrencialmente y, al mismo tiempo, que siempre han estado ahí. Se sienta erguida en medio de la alfombra, como si esperara a un amigo pero también como los hieráticos gatos egipcios, sus remotos antepasados. Sus ojos espejean en un verde deslumbrante,  las orejas tiesas. La calma gatuna personificada, ese sosiego que nos produce verlos en los alfeizares tomando el sol.
-Me fastidia reconocerlo pero… mírela.
-Pues tú eres el cebo, así que más le vale –la Sra. Rat tiene un tono solemne- y ten en cuenta que en eso sólo hay maldad, más de la que podamos imaginar. ¿Estás seguro de correr lo suficiente?
-Pues no.
-Ya.
            La Sra. Rat se sube a la mesa con una vista inmejorable de lo que vaya a ocurrir y de la ventana que deja ver los copos aun suspendidos. Inesperadamente Golfo aparece corriendo con sus pasitos cortos pero casi convulsos de la rapidez con que mueve sus patas, detrás, La Bestia le persigue y va ganando terreno. Aun inmóvil, el brillo de los ojos de Lady Sophie va cambiando hasta el rojo sangre, mira como si no pasara nada hasta que de un salto casi vertical y un grito raro cae en el cuello de la Bestia, y lanza zarpazos buscando los ojos, no los alcanza pero a cada intento deja cuatro profundos surcos sangrantes. La Bestia se revuelve y a la gata casi le divierte. “Te va a dar lo mismo. Esta noche mueres, miserable ratoncillo”. Ella también se revuelve y acaba aferrada al hocico de la Bestia con dieciséis cuchillas cortando a tal velocidad que la Bestia apenas puede reaccionar, pero acaba haciéndolo con tan violentamente que arroja Lady Sophie. “Inútil bicharraco” que con un golpe de lomo se da la vuelta en el aire para caer exactamente en el punto de donde ha partido. De sus muchos zarpazos, uno ha dado en algún punto especialmente doloroso. La Bestia aulla y se yergue sobre sus patas traseras.la gata suelta presa, la bestia se confía y salta sobre ella pero ella también, las fuerzas se descompensan y ambas caen, pero con una sutil diferencia: los gatos siempre caen de pie y la Bestia queda patas arriba unos pocos segundos Lady Sophie aun sin tocar el suelo hace que sus patas funcionen como muelles apoyándose en algo de firmeza granítica, gira en el aire y ataca. En el aire, de alguna parte, del tiempo quizás escucha una voz trenzada de miles de millones voces: “Ahora, mata”. Cae sobre el vientre de la Bestia que no ha tenido ni esos pocos segundos que necesitaba para darse la vuelta. Lady Sophie ya sabe lo que tiene que hacer y deja salir toda su ferocidad concentrada. Clava, corta, muerde sin que ni garras ni dientes le alcancen a ella. Oye sin escuchar los chillidos agónicos de la Bestia, luego sus convulsiones de muerte pero no ceja en su ataque hasta que ver rodar la gigantesca cabeza cortada a golpe de zarpa. “Te dije que morirías esta noche, alimaña luciferina, y yo, nobleza obliga, siempre cumplo mi palabra. Se aleja con sus andares más sofisticados para no mancharse con la sangre y comprueba que, salvo un par de arañazos, ha salido indemne del combate. Se da la vuelta para contemplar su obra. No sólo ha decapitado a la Bestia sino que, literalmente, la ha abierto en canal. Levanta la mirada buscando a alguien que le diga si está tan ensangrentada como cree y ve a la Sra. Rat con los ojos como platos y con la boca tan abierta que ha dejado de roer.  
-Sra. Rat ¿se encuentra bien?
-¿Yo? Parece ser que peor que usted, desde luego.
-¿Estoy muy ensangrentada? –ante todo, coqueta.
-Es increíble pero sólo un poco las garras.
-¿Llegó a alcanzar a Golfo?
-No, Lady Sophie, se lanzó usted justo en el momento –aparece por ahí el lazo rosa con perro debajo.
-Me inclino ante tu valor, fuiste un cebo indefenso  -le llamaría héroe pero es capaz de creérselo, claro que lo es pero no será ella quien se lo diga directamente.
-Era mi deber. Usted, MyLady sí que ha luchado como si no hubiera un mañana –pero había un pasado recóndito que apareció en el corazón asesino de la gata.
-Es que podía no haberlo –por puro instinto Lady Sophie ya ha empezado a atusarse.
-Lamento interrumpir tan versallesca conversación pero ¿no nos estamos olvidando de algo? –interviene la Sra. Rat con ese pragmatismo de ama de nido tan peculiar.
-La figurita del bebé –dicen casi a duo.
-Yo la traigo y tú la subes –organiza Golfo sin que le cuestione la decisión.

lunes, 22 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES 5



-También es verdad.

            Lady Sophie ya no les escucha. Está concentrándose. Sabe que todo aquello es muy inestable, todo está en un precario equilibrio pero, como buen gato doméstico, estuvo en el medio cuando lo hicieron, curioseando. Por eso sabe, sobre poco más o menos, donde están los apoyos más sólidos. Cuando quiere darse cuenta está en pleno salto, desde abajo parece volar sobre todo cuando posa las cuatro patas en apenas cuatro centímetros. Ahora es ella la inestable. Empieza a avanzar esquivando las figuras, a cada paso el tablero tiembla más y aun le queda un largo camino complicado por los pastores y los rebaños. Menos mal que éstos no han cobrado vida, sólo en el castillo hay luminarias y el lejano ruido de una fiesta/orgía.

-¡Cuidado con el sembrado! –advierte Golfo.

            Decididamente lo único sensato que hacen los humanos es convivir con los gatos ¿A quien se le ocurre poner un campo arado en semejante sitio? Una por una las patas evitan el sembrado. La cosa brillante con la que han pretendido simular un río –se pregunta dónde habrán visto un río plateado estos irresponsables- le permite unas pisadas más rápidas y seguras. Tiembla más el tablero cuanto más deprisa se mueve pero si se quedara quieta acabaría por vencerse en algún lado. Si encontrara el caballete que pusieron bajo el centro del tablero podría saltar hasta el extremo donde está esa caverna o lo que sea; pero, claro, hay que encontrarlo, saltando desde otro sitio el desastre está asegurado y el descabalamiento mágico no tendría arreglo. De reojo ve una caja de puros donde en el balcón de Julieta ella y Romeo mantienen una violenta discusión sobre el color de los azulejos de la cocina, entretanto los puros se fuman solos entre conversaciones groseras, de orgía pues, al fin y al cabo al despojarse de las vitolas quedan desnudos en obsceno montón. La situación va a peor. Por fin, al tacto, encuentra el apoyo del caballete y con la suerte de que han puesto un par de piedras planas. Golfo le ve las intenciones y grita que no haga barbaridades que sólo suena como un “guau” no demasiado estridente. Si no ha hecho nunca caso a nadie, se lo va a hacer a él, como diría su abuela “amosanda”. Se asienta en la parte sólida y se prepara para un salto milimétrico que debe ir de borriqueta a borriqueta exacta o todo se vendrá abajo. Lo hace, sus manos apoyan en firme pero no las patas traseras, para minimizar destrozos las separa y espera a ver donde caen. Todo tiembla y parece que se va a rodar por el suelo, pero poco a poco se asienta.

-Tranquila Sofía, no se ha caído ni desmantelado nada –le dice Golfo todavía agitado.

            Casi sin mover más que la cabeza mira dentro de la casa o caverna o lo que sea. Ahí no hay ni restos de la figurita del bebé pero sí el hueco claramente marcado de donde debería estar.

-No hay bebé, Golfo.

-Pues sal de ahí que tenemos que encontrarlo

-Si las crías humanas –razona la Sra. Rat dándole al ganchillo con velocidad inimaginable, propia de cuando está muy alterada- han estado por aquí lo más fácil es que haya caído por detrás. Yo me ocupo de buscar por ahí.

-Sofía, sal de ahí que luego habrá que subirle.

-Estaba empezando a temérmelo –ironía hecha felino.

-Ten cuidado, que los gatos sois muy patosos bajando –pero no para saltar. Un salto limpio y elegante, como suyo, y ya está en la mesa.

-Escucha, saco de pulgas, me habían  llamado muchas cosas pero jamás patosa. Así que mide tus palabras, cepillo con patas

-Creo que no es el momento para disculparse. Mira.

            La Sra. Rat corre hacia ellos despavorida, chillando con tal registro que incluso Golfo, acostumbrado a estos sonidos inaudibles le hiere.

-¿Qué se ve?, ¿No está ahí?

-Si está ahí detrás como supusimos.

-Habiendo cachorros humanos de por medio era lo… -intenta apuntar Golfo.

-Pero no está solo –los cristales de toda la casa deben estar a punto de estallar, un tono totalmente contrario a la habitualmente apacible Sra Rat.

-A ver, cálmese y díganos quien o qué demonios está ahí.

            La ratona va recuperándose hasta volver a su ser de imperturbable madre de y ama de nido de siempre, más o menos.

-Eso, un demonio hecho rata o una rata hecha demonio, no lo sé. ¿Recuerda, Lady Sophie, la rata negra del callejón de atrás con quien se las tuvo tiesas varias veces hasta que la mató?

-Por supuesto, pero no me la comí. Era demasiado repugnante incluso para ser rata e incluso para estar muerta.

-Pues lo que hay delante de la figurita del bebé es más del doble que aquella y… bueno, parece un monstruo salido del mismísimo infierno, al verlo lo único que puedes pensar es “sólo quiere matar, ha nacido para matar….todo”

¿Qué podemos hacer, Sofia?

-Matarlo –y los ojos de la gata espejean con un verde luminoso-, aunque imagino que no será comestible. No sólo eso ha nacido para matar –para unos ojos atentos las uñas de las garras han brillado con un todo acerado.

domingo, 14 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES 4


            No sólo el árbol ha dejado de sonar sino que ha desaparecido cualquier atisbo de magia, eso no ocurre nunca y menos en estos días más cortos. Corre a la ventana y se le ponen los pelos –todos- de punta. Efectivamente, el suelo y los árboles, los de verdad, están blancos pero los gruesos copos siguen cayendo, exactamente eso “siguen cayendo” sin acabar de hacerlo. Han quedado suspendidos en el aire. Empuja con fuerza el árbol falso pero por más sacudidas que le dé no suena ni un cascabel. Se encaja las gafas intentando no perder la compostura ni la sensatez que la caracterizan, que por lo menos alguien lo haga pues todos están a punto de volverse más locos, si ello fuera posible. La bailarina de la pierna en alto amenaza con desmayarse y sólo espera para hacerlo que haya alguien cerca para recogerla y no caer en una posición poco decorosa. El Lord cazador no está en su etiqueta y sus sabuesos se apiñan temblorosos igual que la colección de búhos.

- Hay que hablar con el Sr. Thomas, vamos, Lazoconpatas.

- Hasta aquí hemos llegado –se le planta haciéndole frente-¿Crees que me gusta el ridículo lacito? Pues no; y ya estoy harto de cómo me tratas por doblarme el tamaño. Pequeño pero no tonto “Lady Sophie”. Harto estoy de ti y de tu alcurnia que yo también tengo mi pedigree y tú… Tú parece que has descubierto algo “hay que hablar con el Sr. Thomas”  -ese “y tú” que ha quedado en el aire iba a preceder a una ofensa, tanto más cuanto no hubiera sido falsa, del todo; al final Golfo va a ser un caballero; sí es posible que ella le machacara en una pelea pero no se iba a ir de rositas- Pues que sepas que el Sr. Thomas está neutralizado: se le han indigestado las Obras Completas de Henry James, en inglés.

-Of course -¿y a quién no?

-Eres lo único vivo que tiene radar para estas cosas. Los perros nos hemos ocupado demasiado de los humanos y las hemos ido olvidando.

-Ejem, Golfo ¿Te gustaría que se rompiera el lazo? –discreta, muestra las uñas que no tendrían problema en cortarlo.

-A mí sí, pero a la humana bajita de las trenzas, no. Así que vamos a dejarlo. ¿No te parece que, ahora mismo tenemos problemas más importantes que mi lazo? Además ya no debe faltar mucho para… Oh no. Creo que hoy es la noche.

            Hay que ver lo que puede correr con esas patitas tan cortas. Le sigue hasta el alfeizar y ahí está el cortejo de camellos y destellos completamente parado, como los copos.

-¿Qué dice tu radar mágico, Sofía?

-Que casi no hay magia. Nunca he sentido esta casa tan seca.

            Sobre la alfombra, de uno de los libros de cuentos que han quedado abiertos se suelta, como una hoja en otoño, un hada de las de cucurucho en la cabeza y varita con estrella en la punta, que ahora, Lady Sophie, ya no sabe si  es mágica o no. Revolotea en torno a ellos extendiendo sus alas de mariposa –el instinto más básico de un felino, después de rasgar cortinas, es el de cazar mariposas, así podemos imaginar los esfuerzos de Lady Sophie para no hacerlo- . Por fin se queda aleteando pero quieta, como un colibrí, y con voz firme pero suave:

-No, Sofia. Te equivocas. Lo que pasa es que es la Vieja Magia, muy anterior a que tu especie llegara a Europa.

-Siglo II –puntualiza Golfo.

-Sí, pero la Buena Vieja Magia murió o poco menos cuando talaron nuestros robledales. Así la Maligna Vieja Magia no tenia rival aunque quedara débil. Hoy algo ha pasado, ha atacado y se ha encontrado con la Nueva Magia. Se han equilibrado, anulándose la una a la otra. Tenéis que qué saber que ha pasado y arreglarlo o la vida será sólo química, sin ilusión por nada ni por nadie. Será sequedad y la certeza de que no vale la pena vivirla. Sabemos que ha sido aquí por que aquí ve

            El hada como una hoja muerta de otoño cae muerta. Viven poco las hadas y ésta vuelve  a ser un bello dibujo en un cuento ilustrado.

-Cinderella –lee Golfo.

-Creo que–reconoce, humilde a la fuerza- esto está fuera de mi alcance.

-Pues algo hay que hacer, mira.

            Las piezas del ajedrez luchan a navajazos en cruento combate. Los gallos de pelea de porcelana de la Granja se están destrozando, dispuestos a matarse, la bailarina por fin se ha desmayado sin esperar al galán que la cogiera, aun así ha caído con mucho estilo, reconoce Lady Sophie, y los bailarines enamorados han sido decapitados y sus cabezas ruedan a sus pies.

-Céntrate, Sofía. Nosotros los perros siempre hemos estado más cerca de la magia humana, que ahora no parece servir de nada, pero los gatos siempre estáis a medio camino de todo. Del sueño, de las diversas magias, entre la mascota que arrulla y el tigre que asesina, e incluso cosas más serias. Detesto decirlo pero de los pocos que quedamos con la cabeza más o menos en su sitio –de reojo ve como la colección de soldaditos de plomo lucha para sujetar a un guardia real inglés empeñado en arrojarse a las ascuas –tú eres la única que estás en tu elemento precisamente por qué no tienes elemento.

-Suena a grosería pero tiene su lógica, perruna, pero lógica. Déjame ver.

            Lady Sophie sube hasta lo más alto que es una repisa con carísimas reproducciones de obras clásicas. Un busto de Atenea renegando en griego antiguo algo sobre un cuervo y un hombre que, parece ser, empinaba demasiado el codo. Las Gracias de un tal Canova no dejan de decirle cosas muy, pero que muy subidas de tono, al musculoso David que ya no sabe cómo ni  qué taparse. Las Gracias se interrumpen unas a otras entre chilliditos picantes, por no pasar a palabras mayores. “A la porra” piensa no muy elegantemente y de un zarpazo en absoluto delicado las tira de la repisa. Qué alivio. Una voz que le pone el corazón en la garganta como algún galán de otros tiempos, profunda y casi perfecta.

-Grazie tante bellísima Lady Sphie –ya, los italianos como siempre irresistiblemente seductores, como si no supiera todo el mundo lo suyo.

-Céntrate –oye desde muy abajo a Golfo que la ve perdida en las formas del David.

            No es fácil, pues el Pensador no deja de susurrar “yunque de platero, tas. Nombre de mujer de tres letras, Ana o Eva, pongo la A que…” Un runrún que casi adormece. Cierra los ojos y deja que sea su akásika naturaleza felina y depredadora quien tome el mando. Algo no va bien –“la presa”, dice el instinto, “que te calles”, contesta-, algo no está en su sitio y eso altera todo. Lady Sophie recupera su habitual elegante compostura –todavía con imágenes de los tiempos en que los felinos gobernaban la tierra y eran venerados como dioses- y desciende por su medio predilecto: rasgando la cortina de arriba abajo.

-Esto: algo no está en su sitio, vale, pero ¿qué? –dice Golfo enfurecido con uno de sus saltitos a cuatro patas.

-¿No será asunto humano? Ya sabes que estos días están todos idos.

-Sí, un poco más idos. Teniendo en cuenta que ellos nunca ponen nada en su sitio, tiene que ser algo muy, pero que muy importante –en una lámina el caballo patea a Napoleón cruzando los Alpes “hasta las crines me tienes” le dice mientras intenta machacarle el cráneo, desde luego la cosa es grave- y no muy grande, todo lo contrario o se habrían dado cuenta antes de irse a dormir precisamente esta noche. A veces son muy listos.

-Pues nadie lo diría..

-Te llevas cada sorpresa con ellos, sobre todo con sus cachorros ¡Por todos los huesos que no enterré! ¿sabes si los cachorros, digo, niños, han estado trasteando por aquí cerca?

-No lo sé pues tengo por norma esconderme lo más lejos posible cuando andan cerca.

-Venga, corre. Tenemos que ir al pueblecito, es lo que más les gusta toquetear.

            Sinuosa y agazapada, alertada por la ausencia casi absoluta de magia, o la presencia de otra desconocida que, parece, es muy delicada, avanza como si fuera de caza; Golfo con sus mini-patas movidas a la velocidad del sonido o poco menos casi le adelanta esquivando cualquier obstáculo tan hábilmente como ella con otro estilo menos sofisticado, pero nadie espera que un perro sea sofisticado, salvo los ingleses, of course. Es ágil el chucho y de un par de brincos se aposta sobre el respaldo de una butaca.

-No se puede ver.

-¿Qué es lo que no se puede ver?

-Allá, en la esquina del fondo del pueblecito debe haber un bebé, la figurita de un bebé.

-¿Cómo los que nos pillan la cola con la cuna?

-Sí, pero sin cuna. Si los cachorros humanos han estado por aquí puede haber pasado cualquier cosa.

-Sí, son una catástrofe natural.

-A ver, Sofi: es necesario que la figurita esté ahí, para ellos es muy importante -¿Cómo qué Sofi? Reconoce que no es el momento pero no piensa tolerar esas confianzas-.Tenemos que ir a comprobarlo. Se coge el camino de serrín y se llega directamente. No tiene pérdida.

-¿Pero como? Cumpliendo con mi deber de gata doméstica, ejem, estuve en medio cuando lo montaron y está todo en el aire, apenas apoya en un par de sitios. Si no se cae de… milagro –eso suena especialmente raro en esta atomósfera-. No soportaría el peso de nadie -¿o sí?-. Vuelvo enseguida.

            Corre hasta la grieta de la Sra. Rat, que está haciendo ganchillo a la puerta para relajarse y la pone al tanto de la situación. La ratona duda pero cuando ve al teléfono en animada charla con el picaporte, deja de hacerlo pensando que la desagradable voz de timbre del teléfono acabará por despertar a sus crías. Se coloca la cofia victoriana de tradición inmemorial en la familia ratonil y se lanza como un relámpago blanco y rosa hacia el puesto de vigilancia de Golfo.

-Yo que si aguantará el peso de la Sra. Rat.

-Perdone Lady Sophie: ¿está usted chiflada o qué?, ¿Se imagina como quedaría el camino de serrín después? Si los humanos descubren que vivimos aquí me puedo dar por muerta.

-Con todas las huellas de sus patitas –concluye Golfo-. No deberían saber que hemos rondado por ahí. Eh, a mí no me mires: soy un cepillo con patas, no es que dejara huellas, es que me llevo el camino puesto. Me temo, y bien que lo siento, que tendremos que confiar en ti.

-Pero peso mucho más que vosotros –razona desoyendo la grosería del chucho.

-Cierto a medias –contesta Golfo- Te he visto correr por la cuerda del tendedero cuando estaba a punto de romperse. Es un don gatesco, pasáis de que nos e os pueda mover ni con grúa –tendrá que preguntarle que es eso de “grúa” pero sigue sin ser el momento- a la ligereza más elegante –ha dicho “elegante” como si le doliera.

-Las huellas serán más grandes.

-¿Con esas almohadillas? Vamos, vamos Lady Sophie. ¡Ha pasado entre ms ciento cincuenta hijos sin tocar a ninguno.

-Eso también, eres escurridiza y sinuosa. Puedes sortear cualquier obstáculo; y no lo digo como elogio. Sólo te temo en los saltos, ahí sí que puedes dejar huellas.

-Y tirar todo el montaje –remata la Sra. Rat.

-O eso o, ya lo has oído, vivir sin magia y sin ilusión. Sofia, no sé si a eso se le podría llamar vivir.

-Bueno, al fin y al cabo corre por mis venas sangre de guerreros.

-Mas bien de saltimbanquis –reniega Golfo por lo bajo.
-Casi mejor. ¿No? –responde, práctica la ratona

miércoles, 10 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES 3


Lo que le resulta más perturbador para su vida cotidiana  es un tablón con faldones que tiene encima un pequeño pueblo habitado por figuritas bastante más pequeñas que los danzarines, colocadas sobre serrín, corcho, que todos los humanos miran una y otra vez como si no hubieran visto nunca un pueblo, cierto es que posee una cierta magia, que de eso saben mucho gatos, cuervos y lechuzas, lo peculiar es que para éstos es apenas el recuerdo de un aroma demasiado antigua, que no de la Vieja Magia, que no es lo mismo, pero los humanos, que no ven la magia así les esté dando garrotazos, perciben ese aroma de una manera arrolladora, hasta el punto de poner todo patas arriba, cambiar sus rutinas y pasar los días y algunas noches yendo y viniendo. Así una no puede llevar la sosegada vida que necesita una dama como ella. Saluda a la Dama Blanca que baila una gavota con un apuesto alfil. No entiende estos bailes tan sosos, donde esté un buen tango arrastrao lo más arrabalero posible bien llevada por quien sepa, ay, estos argentinos como son. La Dama Negra está demasiado ocupada acosando al Rey Blanco que defiende heroicamente su honra, a pesar del jaque al que está sometido. El Rey Negro siempre ocupado en la crianza de sus caballos. Ah si esos escaques pudieran hablar, mejor no, que son sesenta y cuatro y pequeña sería la escandalera que se iba a montar.

            Para llegar a la chimenea junto al falso árbol ha de recorrer el pasillo. Aparte del frío del suelo no le supondría mayor molestia si no fuera por la colección de lechuzas o lo que quiera que sean esos bicharracos puestos en fila que no  paran de susurrar, demasiado altivos para dejarse entender. Si fueran comestibles hace tiempo que habría dado buena cuenta de sólo para que se callaran, por que lo que se dice apetitosos tampoco son, de todas formas lo comprobó por si acaso; no, no son comestibles. Está noche también están revueltos, bueno, como todos menos ella, por supuesto. Lo que más la desquicia de este tiempo son las inesperadas, para ella, y escandalosas visitas nocturnas, como la del otro día, sí, la del gordinflón de barba blanca que no sólo se pasa el tiempo diciendo o riendo algo así como “jo, jo, jo”, se bebe una Coca-cola que no sabe de donde la saca, eructa groseramente –parece ser que como consecuencia de haberse bebido el brebaje de un trago- y “jo, jo, jo,” va y “jo, jo, jo,” viene. Se esfuma en medio de un cascabeleo atronador. Rodolfo, enciende su nariz y ¡a volar otra vez! Un mareo absoluto entre risas y cascabeles, pero magia, propiamente dicha, tan sólo un aroma, rastro de que allí la hubo hace mucho, pero que mucho tiempo. Del gordo reidor sabe algo más por el Sr. Thomas pues, al fin y al cabo se ha roído tres ediciones completas de la Enciclopedia Británica y se pone firme cuando suena el “Dios salve a la reina”. En cambio no tiene el erudito ratón más que una idea muy vaga –y muy poco interés- sobre la otra visita nocturna, pocas noches más tarde y que en nada se asemeja a la del alegre viejecito.

            Para empezar no hay anuncios sonoros, al contrario. El silencio nocturno, hecho de mil pequeños sonidos, algunos audibles sólo para ella y Golfo, se adensa hasta ser nítidamente escuchado. Más tarde suenen unos nada tranquilizadores pasos de patas almohadilladas, como las suya pero mucho más grandes. Si una se asoma, lo que ve no de ser un tanto fantasmal. Avanzando, dibujándose y desdibujándose aparece algo similar a una caravana del desierto pero en la nieve, o bajo la lluvia, el viento o la helada. Se mueve despacio, un destello dorado, fugaz, parece perfilar una corona, demasiado fugaz para asegurarlo, un movimiento de no sé qué muestra o, más bien, sugiere antes de desaparecer la opaca pesadez de un manto de terciopelo púrpura, la rigidez de una capa de brocado lapislázuli o el dorado flamear de ligeros ropajes de seda dorada  agitada por los vientos del desierto. ¿Podría asegurar haber visto algo? Desde luego que no, ni siquiera haber escuchado los lejanos tambores a cuyo ritmo los camellos parecen acompasar su despacioso caminar. No, no ha visto ni oído nada y ni siquiera la menor alteración de densidad de magia en aire pero…Y todos los inviernos igual. Una barba blanca y venerable, una recia barba rojiza y una gran sonrisa con turbante. Por un instante cree ver que las tres figuras se inclinan ante una esquina del tablero. Un instante que parece eterno pero que, antes de estar segura de lo que ve ya no ve nada. Los destellos vuelven a sugerir un gran cortejo que se aleja. Nada parece haber cambiado pero los vasitos con anís están vacíos, las zanahorias han desaparecido y la casa está llena de paquetes con lazos brillantes. Sin embargo, nada de magia. Una no puede comprenderlo todo, piensa arrellanándose en los mullidos cojines, cerca de las ascuas tan sólo con la satisfacción de estar llenándolos de pelo. Cosas como estas las han dado y dan su prestigio a los felinos domésticos, sigue pensando, mientras deja que sus ojos se cierren y la invada el sueño.

-Sofía, Sofía, Sofía –nadie le llama asi desde Gatomio, apuesto galán vividor y barriobajero que pasó un verano en el barrio, pero él alargaba la “a” final susurrada a la oreja de un modo que una se derretía por los rincones. Lo que oye se parece más al chirrido de una puerta mal engrasada. Un sonido tan repetitivo y desagradable sólo puede tener un origen: Golfo. Abre despacio un ojo y le ve.

- Sofía, Sofía, Sofía –cada vez que le llama pone tanta energía que levanta las cuatro patas del suelo.

-¿Qué rebigotes quieres ahora, Sacopulgas? –sabe que hablar así no es nada elegante ni en absoluto propio de ella pero es que ese escandaloso amasijo de pelos con lazo la desquicia.

-Despierta, algo está fallando. El árbol ha dejado de cantar.

-Los árboles no son canarios ni cantan y si te refieres a esa cosa que los imita, no canta, hace ruido.

-Pues ya no.

            Imposible. Aquella cosa tiene tal cantidad de campanitas, cascabeles y demás que basta con respirar un poco fuerte para que se organice un escándalo, y nunca, nunca están en silencio.

-¿En serio o lo dices para alegrarme, Rataladradora? –a medio estirarse ya se da cuenta de que el Bicho con Lazo tiene razón.

viernes, 5 de enero de 2018

ENERO

No descubro nada diciendo que enero viene de Jano, el dios bifronte de los romanos, mira al pasado y al futuro. En abstracto muy bien pero ¿Qué pasado tenemos y que futuro nos espera a la vuelta de la esquina? Hay una imagen o dicho japonés que habla de quienes caminan sobre la cola del tigre. Pues eso estamos haciendo como país, como especie y como "concierto de las naciones" que se decía cuando se usaban palabras. Viene a ser la situación como aquel otro dicho "de derrota en derrota hasta la victoria final". . Traduciendo que es gerundio, de despropósito en despropósito hasta el caos final.
Casi me dan ganas de comparar la evolución del todo esto con las imágenes que me sirven de almanaque para las entradas de cada mes. Ayer vi la portada del Vogue actual, demasiado parecida a la de todas las demás. La que encabeza esta entrada es del año 26. Puede que la foto del Vogue de hoy sea magnífica pero como tantas otras, sí, desde luego se ve mejor papel pero nada más: un bello rostro de mujer, retocado, y que se parece a cientos de bellos rostros de mujer retocados que pueblan cualquiera de las imágenes de los medios. O sea: nada.
Ante este abismo nos encontramos, un paso más y... nada
Enumerar los desastres que se nos vienen irremediablemente encima sería fácil pero casi interminable conteo. Ni siquiera sabría cual de todos ellos elegir como ejemplo. Sin embargo, elijo uno de los mas abstractos: la estupidez de protestar como colectivo contra cualquier cosa y la consiguiente estupidez de que se le responda, haciendo el cado gordo a los unos y los otros (la cabalgata de reyes de Vallecas es el último ejemplo que yo conozca)
El hecho de prestar tanta atención demuestra -aparte de la manipulación- la esencia de rebaño que tiene el bicho humano que entra al trapo, a cualquier trapo, con una facilidad pasmosa. Desde el "está mejorando la situación económica " sin poner detrás el "¿para quien? a que no estamos a un paso, pero muy cortito de un enfrentamiento nuclear con dos posibles epicentros: Jerusalén y Corea. O las cosas cambian -y pronto- o el Apocalipsis o el Acabose o el "hasta aquí hemos llegado" está a la vuelta de la esquina, quizás pasado mañana, o esta tarde. Quizás ahora mismo se esté tomando la decisión que acabe con todos nosotros. Lo que ya empieza a ser un elogio para un político es que sólo se le llame ladrón; de loco para arriba empieza a parecerse a lo que son. Hay un tema pictórico, creo recordar: el barco de los locos, que evidentemente no va a ninguna parte. Y en ese barco vamos  todos.
Os deseo un feliz Año 18 o, por lo menos que le sobrevivamos.

lunes, 1 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES (2)

-Buenas noches, My Lady. –¡por los bigotes de Micifuz! Lleva muy mal eso de que en estas fechas algunas cosas cobren vida y, cuando menos se lo espera una, la lámpara o, como es caso, un dibujo de etiqueta pegada a una botella de brandy, un amable caballero y gran conversador, pero que le ha quitado una vida del susto.
-Buenas noches, My Lord ¿Cómo se encuentra vuecencia? –responde iniciando una refinada reverencia gatuna.
-Admirando vuestras gracias y bellezas –se afila las guías del bigote mientras sus sabuesos –un mal día del dibujante- la miran resentidos
-Sois un adulador, y aun así, si tuvieseis dos patas más y gustarais de las ratas me casaría con vos; con el permiso de vuestra esposa.
-Veo que si sabéis como hundir a un hombre –bufa educadamente desde su etiqueta amarilla-  En fin, iré a ver si cazo a esa zorra que llevo persiguiendo desde 1815. Lady Sophie.
-My Lord.
            La pareja de bailarines de porcelana rococó ya ha iniciado su minué con una lejana música que sólo ellos y el afinado oído de Lady Sophie escuchan, lejana. Tan sólo unos pocos días, más bien noches como esta, pueden hacerlo y aun así, separados por el pésimo gusto del ama de casa. Hacen una pareja perfecta, pero ella, con su cabello empolvado, languidece año tras año, cada vez más cerca del borde, peligrosamente cerca, pues una porcelana por muy rococó que sea, se haría añicos con esa caída; él, Emile, con sus ojos brillantes de pasión y su falso lunar, hace mucho que perdió la sonrisa y, cuando bailan ya no evocan los grandes salones versallescos, sino la melancolía de una vela que se va apagando. Sin embargo, cada año sus pasos de baile son más perfectos y pizpiretos, aunque las manos blancas que deberían tocarse no lo hagan y ni siquiera pueden verse por la descuidada ama de casa que los ha colocado mirando en direcciones contrarias. A estas alturas de la noche la chimenea de la habitación donde colocan el simulacro de árbol todavía deben quedar brasas y recuerda unos blandos cojines mullidos y calentitos, de los que siempre la echan para que “no me los llene de pelos”, lo que les otorga un muy especial atractivo, al fin y al cabo una es gata, aristócrata, sí, pero gata en definitiva. Una gota le cae en sus redondas gafas. Mira hacia arriba “no nos faltaba en esta casa más que unas buenas goteras”, pero no son goteras sino algo que a muy pocos les ha sido dado ver: una diminuta lágrima de porcelana que cae del cortesano bailarín. De un salto sube al aparador “la curiosidad mató al gato” le decía su abuela pero…
-Monsieur Emile ¿es esto suyo? –pregunta mientras la lágrima se desliza por uno de sus bigotes hasta hacerse sólida en su extremo.
-Bonsoir, Madame Sophie. L’amour, me temo, que arranca el llanto aun a algo tan seco como la porcelana. Madelaine et moi estamos tan separados que ni siquiera podemos bailar el minué con un poco de gallardía.
-Es triste, lamentable, incluso irritante, ver a dos enamorados tan alejados.
-¡Tragique, Madame, tragique¡ Es peor aún. Por muy lejos del borde que la coloquen, ella se acerca más y más al borde –ciertamente los delicados zapatitos rojos de la damita desfalleciente de amor apenas están a un par de bigotes del borde y la caída la haría estallar en mil pedazos, por muy fina y rococó que sea.
-¿Cree usted que acaso pretende? –se espanta Lady Sophie abriendo mucho más los ojos, las gafas se le deslizan hasta la punta del hocico.
-Eso temo, Madame, ¿Podría intentar acercarnos?
-Me encantaría, pero mis garras son muy precisas para cortar y…romper cortinas –uno de los mayores placeres de la vida- pero bastante escurridizas sobre superficies lisas.
-Votre garras, quizás no puedan, pero si envolviera a mi amada con su enorme, ancha y mullida cola, uniendo los esfuerzos de unas y otra con esa delicadeza propia de los gatos y los galos –ya, que pregunten por la delicadeza de un tal Napoleón, según el Sr. Thomas- podríamos llegar a unirnos. Si esta noche bailáramos un minué y rozasemos las puntas de los dedos seríamos para siempre una sola figura.
            Ya, La magia que, como gata, nota hasta en la punta del pelo del lomo. De todas formas, esta noche está desmadrada. Detesta estas historias de sentimentalismos nauseabundos, además, con “le touche” francés. En fin vamos allá, con no poco cuidado y inicia el lento proceso de acercarla a su pareja de baile hasta lograrlo. Siguen bailando pero ahora sonríen y Lady Sophie puede oír nítidamente la música y ver unos destellos dorados en torno a ellos y, por fin, la danza une apenas la punta de los dedos, se detienen y funden , un instante mas y se ve una nubecilla de polvo dorado que envuelve a la pareja y ya nadie, excepto Lady Sophie, recordará sus antiguas formas. Ahora bailan y bailan con sus ya eternas sonrisas. Se recoloca las gafas con un suspiro de bibliotecaria. Le esperan las ascuas junto al simulacro de árbol  y un par de mullidos cojines que “llenar de pelos”. Una elegante y discreta sonrisita se le escapa. Según avanza hacia su cálido destino comprueba que todo está como es debido, aunque en estas noches tan largas, nunca lo está.