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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Uno mismo en su misma mismidad

No soy muy partidario de mí, que vaya por delante tan poco grata opinión, de hecho, si me conociera siendo otro no me dirigiría la palabra, bueno quizás la palabra sí, pero procurando mirar a otro lado, lo que viene a significar que el desacuerdo entre mi imagen y yo mismo es radical y antiguo, tiempos hubo en mirarme a un espejo era llevarme un susto de consideración, así que dejé de hacerlo y durante bastantes años. Pero luego, uno se va resignando, piensa que algo bueno tiene que tener, aunque no consigues verlo por ninguna parte y, en fin, vas conviviendo intentando controlar y domeñar un físico rebelde, indómito y con muy mala leche.

Y esto ¿a qué viene? Veréis. A raíz de algunos comentarios y otras historias internéticas me he dado cuenta que la imagen que los amigos, amigos al fin y al cabo, tienen de mí es muy distinta de la realidad y no me parece justo mantener el engaño. Una vez que uno ha hablado de Saturio y su melón y otras confesiones inconfesables ya puede hablar de todo. Si es que cuando yo pierdo la vergüenza, no hay manera de encontrarla por ninguna parte, así que no lo intentéis. O sea, que voy a aprovechar que hoy me he levantado, que no es poco, y encima, ególatra para hablaros un ratico de mi mismo en mi misma mismidad.

Decía el marqués de Bradomín, creo recordar, que era feo, romántico y sentimental. Vale, pues yo no. No me da la realísima gana decirlo, ea. Para empezar, soy bajito, uno sesenta y tres en mis buenos tiempos. Gordo, sí, así sin paliativos, gordo, pero con quince kilos menos sería fornido, vamos estructura cuadrada, desconozco en carnes propias el concepto “cintura” y mentalmente hablo de “circunvalación”. In illo tempore era moreno de verde luna, la color cetrina presta a broncearse, ahora soy gris como Gandalf antes de ascender y la color es simplemente la que toca según la estación. Entre las cosas que tengo grandes (y no vayáis por ahí, mal pensaos) está la cabeza, talla sesenta con jardinera, las manos que me dicen de pianista y que no engordan nunca y la papada. Entre las cosas que tengo pequeñas están los pies, talla treinta y siete, la nariz, y la boca. Me dejé barba en cuanto pude para ocultar lo más posible la cara y como llevo gafas no se me ve nada pero no hay manera de que no se me note el estado de ánimo mirándome a donde debería verse la cara y se ve barba y gafas –y eso que son de culo de vaso-.

En fin que si queréis haceros una idea de cómo vengo a ser físicamente mirad esta imagen: Un sátiro de Rubens y ponedle canas en la barba (sí, un sátiro, no me he equivocado, se equivocaría Rubens) somos clavaitos sobre todo cuando me río si alguien pretende colarme una trola.

domingo, 26 de septiembre de 2010

V

V de Victoria e incluso de ¡¡¡¡¡VICTORIA!!!!!
Algo así como la de este zagalon pero en rellenito:
Primero por que ¿recordáis aquellas entradas trágicas de mis homéricas subidas de peso? Pues una vez renunciada a la lucha he llegado a bajar 9 hermosos kilos 9 que con permiso de la autoridad competente los va a recuperar la santa madre del señor presidente del festejo o este mismo zagalón. Ahora peso:
Item más ¡¡¡¡¡¡VICTORIA!!!!!! por que el otro día estuve en el cardiólogo y después de mirarme de tó lo decente que se le puede mirar a un hombre (de lo indecente se ocupará pronto el urólogo, jejejejeje) me ha dicho que se alegra de verme bueno, que me quite pastillas, y que todo lo recuperable está recuperado. Es más: no me ha prohibido nada excepto coger kilos. A esa batalla estoy acostumbrado -a perderla también-, o sea que se puede decir que el infarto me ha dejado exactamente en la misma situación que estaba, teniendo en cuenta el calibre del infarto en sí es muy sorprendente esta recuperación tan rápida y total. Así que aquí os lo presento, con su pupita y siendo cuidado que el chaval se lo merece, coño.
                                           

jueves, 23 de septiembre de 2010

Fauna veraniega (y costera) y V El elfo doméstico y II

A algunos el universo se nos queda pequeño, Dobby había tenido el talento de ajustar el universo tan solo a lo que podía controlar y dominar con su lengua, sin duda el órgano más móvil de su organismo (no va por ahí, picarones) pues era lenguaraz, charlatán, indiscreto, parlachin y bocazas lo que le hacía el hijo predilecto de cuanto cotilla y chismoso o chismosa que le conocía. Hacía deporte, uno muy peculiar, eso sí. Salía cada tarde a la calle con su carga de plata, su reluciente cabeza, sus chanclas, su bañador con el paquete de tabaco dentro de la cinturilla y su bolso de mano cogido exactamente igual que Margaret Thatcher y se le veía recorrer las calles parándose en cada ventana y puerta donde hubiera alguien conocido, cortando la acera cuando se encontraba con alguien, parando el tráfico si el encuentro lo requería. Si una chica estaba embarazada era muy fácil que Dobby lo supiera antes que ella y si lo sabía el… Era su deporte por que en lo referente al resto del universo no había ni un solo tema que le interesase lo más mínimo ni la música, a menos que fuera un bailable del tipo Amigos para siempre que le permitiera ligar, ejem, intentarlo quiero decir, ni el fútbol, ni siquiera los culebrones que tanto suelen gustar a la Maruja Ibérica Pata Negra. Empleaba todo el tiempo que no estaba tostándose al sol a calva limpia –luego dicen de los golpes de calor- en tan noble actividad con lo que conocía a todo bicho viviente, y si no, tardaba menos de tres días en saber vida y milagros del forastero. Tan útil resultaba ese vasto conocimiento, cuya técnica estoy seguro que la CIA y demás pagarían por conocer, que sabía en que tienda estaban los cordones más baratos y de que se había muerto y cuando la abuela de la dueña, en que estanco tenían determinada marca de tabaco y si el dueño tenía amante o no información que suministraba conjuntamente y a ti correspondía discernir si querías cuarto y mitad de amante o tener una noche loca con un paquete de Marlboro. Juntad en la playa a este ejemplar con la viuda a quien nadie conoció nunca callada y ponedlos a hablar de comida delante de alguien a dieta y comprenderéis mi padecer. Mas volvamos a nuestro elfo, digo maruja, digo hombre y centrémonos en la anécdota que dio lugar a esta entrada que pica ya en demasiado larga.

Entre aquel vastísimo conocimiento, más el que suponía él inherente a ser él en sí mismo hablaba con una autoridad incontestable, a la que todo el mundo contestaba, especialmente quienes no sabían tener la boquita cerrada, o lo que es lo mismo: la viuda y yo. Claro que el muy canalla sabía hacer que me callara simplemente llevando el tema a la compra diaria. Ah, felón. Ahí yo no podía decir nada pues las acelgas y los filetes de pollo a la plancha, la lechuga y la manzana dan para muy poco tema. Sobre todo teniendo en cuenta que no estaba dispuesto a recorrerme todo el p… pueblo para ahorrarme cinco céntimos. Es más no me importaba, herejía suprema, que el tío Manuel de la Josefa tuviera las sardinas tres céntimos más caras que el tío José de la Manuela. Ni se me ocurría decirlo y hasta me unía al coro de voces escandalizadas por la diferencia de precio. Creo que si hubiera dicho aquello de “francamente mi querida Escarlata, eso no me importa” se hubiera creado un silencio sepulcral, primero por que no habrían visto la película –ni la viuda ni Dobby podían permanecer tanto tiempo callados, el Imperator se caracterizaba por dormirse ante cualquier pantalla siempre que no apareciera… José María Carrascal o Jesús Vázquez y los maestros eran incapaces de dejar de rumiar su odio al director, al compañero del aoristo, a sus alumnos y a sus santas madres –no siempre sin razón, he de decir-; pero lo que realmente les hubiera callado incluso a la viuda, aunque sólo por unos segundos en su caso, era la barbarie que suponía que no me importase el precio de las sardinas en una pescadería a dos horas caminando. Un día, una aciaga mañana, Dobby llegó con una bomba de mayor potencia que mi desinterés por los céntimos de las sardinas.

-En Ramiro el de San Euterio he encontrado melones a céntimo el kilo –dijo sacando de su bolso colgante a la manera de la dama de hierro de su codo doblado un papelito que lo acreditaba.

No quiero contar el revuelo por puro sonrojo el revuelo que afirmación tal provocó en la tribu sombrillera prometiéndose unos a otros que si salía bueno y no pepino irían a comprar en plan masivo. Quienes no tenían coche encargaban seis o siete melones y quienes lo tenían calculaban si podrían aparcar por allí o no. El tema dio para tooooooda la santa mañana lo que si fue en sí mismo un coñazo insufrible fue menor que escuchar los condimentos que le echaban a las comidas, donde habían comido un cordero insuperable o si las morcillas deben ser de arroz o de cebolla. Escondido bajo mi sombrero de paja tapándome la cara, me limitaba a observar los cuentos de la lechera y la logística que se estaban montando entre unos y otros entre asombrado, incrédulo y divertido. Pero lo peor estaba por llegar.

Como ya he comentado solía ser tempranero, llegaba siempre antes que los viejos con las cintas de los Chunguitos y la Pantoja, lo que, creedme, es mucho madrugar. Montaba mi sombrilla y me disponía pasar una sanísima jornada playera. Pues bien, al día siguiente del anuncio de Dobby de su portentoso hallazgo acudí siguiendo mi costumbre a la playa, eso sí, había cambiado de gorra por que el verano acababa y el sombrero había presentado su irrevocable dimisión que fue de inmediato aceptada y llevaba sobre mi hermoso cráneo –uso la talla más grande del mercado en prendas de cabezón- con una gorra aún más hortera de lo habitual en mí que lucía entre otras lindezas el oso y el madroño (en atención a quienes me leen desde el otro lado del charco, que alguno hay que me haga ese honor explico que el oso (alusión a la Osa Menor, creo), y el Madroño (arbusto de frutos redondos y rojos) forman el escudo de mi Madrid, mi ciudad). Extendí mi esterilla sobre la arena todavía húmeda del relente, clavé mi sombrilla verde chillón para verla desde el agua sin gafas, y me puse a tomar el requetesano sol mañanero. A lo largo de la mañana iban llegando con cuentagotas los variopintos especimenes de la horda, se iban acoplando en torno a la sombrilla, casi siempre de uno en uno. Aquel aciago día la primera en llegar fue una de las maestras revenías, para mi asombro en lugar del tradicional “buenos días” lo que dijo apenas llegó fue:

-¿Qué tal le salió a Saturio el melón?

Mis nervios muy suave dijeron: “huye mientras puedas”, pero haciéndome el héroe desoí sus consejos.

Minutos más tarde llegó la Nitromujer y saludó diciendo:

-¿Qué tal le salió a Saturio el melón?

Así fueron llegando, el Imperator, la viuda incallable, el primer maestro revenío… todos con la misma pregunta. Yo ya no podía esconder la cara bajo la gorra pues me la estaba comiendo a mordisco limpio y ya de las patas del oso quedaba una sin desteñir. Además nuestro elfo doméstico gustaba de ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y por poco ese día no fue el muerto en el entierro, el muy … llegó más tarde que nunca. El penúltimo en llegar fue el maestro menos revenío, de quien tenía yo una muy buena opinión y lo que menos me esperaba de él es que llegara y dijera:

-¿Qué tal le salió a Saturio el melón?

Mis huellas dentales se pueden sacar del mordisco a la visera de mi gorra y estaba a punto de echar espuma por la boca o tirarme al cuello de alguien cuando algo dentro de mí me dijo: se acabó.

No sé como le salió el melón al elfo, pero sí que tres días después volví a casa y que desde entonces no he vuelto a la playa y vivo mis vacaciones con el inmenso placer de no tener que escuchar el precio de los melones, de las sardinas o del pollo asado del tío Liberiano.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Fauna veraniega (y costera) IV El elfo doméstico I

Las monótonas horas en la playa, al sol o bajo la sombrilla, aburridos como galápagos se acaban formando extraños grupos de amigos-conocidos que, al final, terminan haciendo tolerable e incluso entrañable –de entrañas, en todos los sentidos- el larrrrgo verano. Claro, no puedes elegir. Una mañana alguien pone su sombrilla al lado de la tuya y trabas conversación. Al día siguiente ya nos buscamos mutuamente y acaba formándose una especie de tribu que tiene menos en común que una coalición municipal, lo que te permite conocer gente que de otro modo no conocerías nunca. Entre el grupo del que formaba parte había un personaje extremadamente curioso. Pero antes y para describirlo os quiero contar algo.

Yo me leí a Harry Potter con mis cuarenta y… todos los volúmenes y he de decir que me lo pasé en grande, así que no podía dejar de ver las pelis. En la que aparece por primera vez Dobby, el elfo doméstico, estuve hora y pico pensando a qué me recordaba el muñeco encantador por otra parte. En mitad del cine y a pocos minutos de terminar grité: “Coño, si es Saturio”. Y era Saturio, o lo más parecido a él que quepa encontrar.

Saturio es un hombre de mi edad, es decir seis meses más joven –cosa que no para de recordarme- y casi no me atrevería a calificarle. Sin embargo, hay algo peculiar en él: es una maruja, sí, en femenino. Muy maruja, la maruja más maruja que se pueda imaginar, resumiendo: LA MADRE DE TODAS LAS MARUJAS. Si el creador hubiera pensado un ente llamado Maruja con todas las cualidades y defectos que le son propios no hubiera aparecido la habitual señora con rulos, bata, calcetines, redecilla y carrito de la compra, no: hubiera aparecido Dobby, digo, Saturio.

El caso es que la tribu sombrillera acabó siendo conformada por cuatro maestros revenidos que tenían como santo patrón a Herodes, una solterona de un temperamento más propio de la nitroglicerina que de un humano (de quien hablaré poco aquí, pues merece estudio aparte, casi tesis doctoral), una viuda a quien nadie recordaba haber visto nunca callada, un matrimonio sin hijos cuyo marido actuaba como patriarca y, lo que era más importante, Imperator de la tribu y, por supuesto, nuestro elfo doméstico.

Si había un tema recurrente en las conversaciones de aquella jaima sombrillera era la comida, para desesperación de uno –léase yo- que, siempre estaba a régimen. Parte del amplio espectro que cabe en el término “comida” es la compra y, como no, los precios. Escondida la cabeza bajo mi gorra pasaba la mañana escuchando aquella conversación como quien se ve obligado a asistir a un concierto de gatos desafinados interpretando la Novena: crispándome progresivamente hasta que, por fin, uno a uno íbamos entrando en el mar y allí se establecía otra charla sobre nietos, dolores y… comida.

Nuestro elfo doméstico ejercía especialmente de maruja en esta situación: llegaba hasta donde le cubría por media pierna y allí se ponía en cuclillas y se echaba agua constantemente por encima, especialmente de la calva por que Doby se afeitaba la cabeza ¡voluntariamente! Lo que con esas orejas de elfo en realidad era visión altamente inquietante en lugar del arbiter elegantiorum que pretendía ser con su vestuario de verano. Lease: un bañador, uno, para el día y la noche fuera cual fuera su actividad. Cual maruja solterona insinuaba que en casa estaba desnudo para dejar volar la imaginación. Eso sí, además del bañador, el mismo siempre, lucía una abundante gama de joyería fina sobre su piel tostada. A veces oro, poco, a veces plata y ahí ya la cosa cambiaba. Bisutería fina en plata, buen diseño, incluso gusto pero encajaba tan bien en su persona como los calcetines de Dobby en Dobby.

Era nuestro elfo servicial, como Dobby, inquieto, como Dobby pero a diferencia del personaje pertenecía a ese subgrupo humano, lamentablemente abundante y cercano al eslabón perdido, de quienes siendo prácticamente analfabetos (de lo que no son responsables, quede claro) creen que poseen por ciencia infusa (si supieran lo que quiere decir eso) cuanto conocimiento divino y/o humano, científico o humanista que en el universo existe, solucionando cualquier cosa que demostrara lo contrario por el infalible método de despreciarla y actuar como si, sencillamente, no existiera.
(Continuará)

martes, 21 de septiembre de 2010

Otoño visual.

Me definí al comenzar este blog como buscador de belleza y repasándolo me he encontrado con que no hay nada bello en el, nostálgico, sí, triste, sí, cabreado, sisisisisisi, incluso deprimente pero nada que sea solamente bello. No pue ser.
Decía Machin en célebre bolero mucho más viejo que yo "Tengo una debilidad" y la tengo: el siglo XVIII y una fascinación (la que produce todo aquello que enmascara con belleza el horror absoluto), el siglo XIX. Así que "queda inaugurado este pantano" digo, que con esta entrada iré poniendo alguna de las imágenes que me fascinan. No demasiadas, no es este el marco para que se expresen otros.
Hoy, el rococó en su apogeo: Boucher, "El otoño". Ya me contaréis si soy o no soy un hortera exquisito (si había un cadaver exquisto ¿por que no voy a poder ser yo un hortera exquisito?)

domingo, 19 de septiembre de 2010

Regular, gracias a Dios.

"Habrá un día en que todos al levantar la vista veamos una tierra que ponga Libertad", espero que usted, Sr. Labordeta la esté viendo ya que en vida no logró ver sino banderas e ideales rotos.
Tituló usted su último libro "Regular, gracias a Dios". Trata sobre sus experiencias con la enfermedad y es una de las frases más sabias que he oído o leído y eso que a usted le he oído muchas.
Se ha ido esta noche, supongo que descansará tras cuatro años de lucha contra la enfermedad. Es bueno descansar pero aquí abajo deja usted un enorme vacío que llenaba sin que ni siquiera nos diéramos cuenta. Usted siempre era una voz a ser oída, sensata y contundente. Una de las pocas y que, además, se nos están yendo deprisa. Desde estas ruinas cada vez un poco más solitarias, un abrazo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

El final del verano

Todos los veranos se acaban y con ellos, el calor, las vacaciones, los puestos de melones y sandías, las chanclas, y, por supuesto, los amores de verano, casi siempre primeros amores. O así era cuando yo era joven. Quizás ahora no lo sea. Pero también deja algo, deja muchas cosas. Demasiadas.

Hoy en Madrid está el día a medias, hay nubes, sale el sol, hace fresco, calor a ratos y los castaños de los jardines de Atenas ya tienen un tono marrón con las esferas erizadas aun verdes, casi bajo ellos cierto tipo de rosas todavía está pujante.

El verano deja tras sí, siempre, una añoranza inconcreta. Algo a lo que no sabemos poner nombre pero que se trasluce en una sonrisa triste cuando nadie nos ve, cuando tenemos tiempo de estar con nosotros mismos o con ese maldito desconocido delator que aparece en el espejo.

Recuerdo una película de Gutiérrez Aragón, creo, nada especial por otra parte, que se titulaba “La noche más hermosa”. Eso es lo que nos deja cada verano. Esperamos según se alargan los días y las temperaturas suben, van cambiando las frutas en los cajones y las sandalias resucitan de entre los armarios, un verano que sea el más hermoso, el que nunca olvidemos, en el que ese algo-alguien que no tenemos aparezca, en el que vivir un arrebato de quince días. Ponemos fechas a un sueño quizás por que creamos no tener tiempo durante el resto del año para vivirlo, quizás para poder ir aplazándolo.

Y el verano, ese que debía ser el “Verano más hermoso”, llega, y llegan sus vacaciones, sus quemaduras en los hombros, sus catarros con los aires acondicionados, sus aglomeraciones, sus borracheras, sus señoras gordas soltándose el tirante del bañador, sus atascos, sus puestos de melones, sus fiestas con masacre taurina o sin ella, sus cohetes el día de la Virgen de agosto, sus operaciones salida y retorno y sus sórdidas cotidianeidades, eso sí, a cerca de cuarenta grados.

Y el verano, este verano, tampoco ha sido el “Verano más hermoso”, sino uno más, que no nos dejará más que el vacío de lo que no fue… una vez más, y, tal vez, una vaga conciencia de oportunidad perdida, no vista ni aprovechada.

La belleza del otoño consuela y la excusa de que el otoño deprime, del síndrome postvacacional, del atasco habitual, del trabajo, nos ayuda a engañarnos y a ir haciéndonos a la idea de que el verano que viene, “faltan tantos puentes y tantas fiestas para las vacaciones”, ese sí, sin duda que sí, será “el Verano más hermoso”

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Una reflexión o confesión


Habréis observado, fieles y sufridos lectores, que las últimas entradas han sido un tanto insípidas. Así como por cumplir. Con un no sé que qué sé yo. Sin un aquel o un aquel otro. Un escribir sin escribir en uno, Un escribir no escribiendo, Un no pensar muy pensado. Un pour parler, Un "je ne sais quoi" sin "joie de vivre". Un todo spleen extremedamende decadente. En cristiano: unas sinsubstancias estomagantes.

Y heme aquí que reflexionando -por que yo reflexiono mucho- sobre el insigne tema de si el universo se expande o no -cosa que me trae extremadamente sin cuidado- topeme con una pregunta sin la cual ese universo en expansión o no seguiría haciéndolo y el concierto de los planetas en la harmonía universal se vendría abajo. Tan trascendente pregunta no era ¿qué somos?, ¿de donde venimos?, ¿a donde vamos?, que eso se lo pregunta cualquiera con una mente vulgar como, verbigratia, los fílósofos. Es más bien esta otra: ¿Que coño me está pasando? o recurriendo a la lengua de parte de mis ancestros en la que el Santo Rey Alfonso escribiera las Cantigas de Santa María: ¿Qué carallo pásate, rapaz?

Preocupeme, inquieteme, informeme, movime, informeme de nuevo, entereme y alcancé el objetivo de conocer que sucedíame y aún sucédeme.

Vamos a ver: todos hemos oído hablar de la depresión postparto ¿verdad?

Incluso los atrevidos que han hecho tesis doctorales e imagino que trabajos del la misma importancia lo que en ambientes académicos se da en llamar "depresión post-tesis".

Bueno, pues existe la depresión post-infarto. Es una fase. Saberlo me permite reirme de ello y con eso ya se soluciona mucho, eso sí, no me permite concentrarme cuanto debería y ando desperdigado, disperso, diluido, disuelto y disoluto, en cristiano: como vaca sin cencerro. Así que tendréis que disculpar por una temporada cierto toque surreal en mis entradas. Algo así como si a Mortadelo le hubieran hecho académico de la lengua.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Rematando la baraja

Para acabar de poner todas las familias antes de que se acabe el verano ahí va la última por que alguna había de ser. La familia árabe con su misteriosa Madre, carta que durante años tuve desaparecida y que, de pronto, reapareció no sé donde.

Para quitar el amargor.

Habiéndome hecho propósito de no dejarme llevar por la actualidad ésta ha tenido que abofetearme -a mí y a cualquier persona con dos dedos de frente- y obligarme  a la entrada anterior. Para quitar el mal sabor de boca sigo hoy con la familia Mexicana, cuya madre es pelín menos exquisita que las otras seis, pero quizás más simpática.

Jesús Neira

Cito textualmente: "Si no puedo pegarme un revolcón con una señora y tomarme una cerveza, no quiero vivir"
Pues vaya suicidándose, sr. mío. ¿O acaso espera que la Comunidad de Madrid le pague, también, la eutanasia?

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Aclaraciones.

Prometo solemnemente no tratar el tema durante algún tiempo pero he de matizar y comentar algunas cosas sobre la entrada anterior y los comentarios que me habéis hecho el honor de dejar:
Uno: en el Sur de España la enfermedad atacó con más saña, no sé por que, y es cierto que tu prima tuvo suerte, hubo muchos como ella a quienes apenas quedaron síntomas. Y muchos son quienes sufren el síndrome postpolio, aunque que toque o no toque aun no se sabe a qué se debe.
Thiago, hermoso mío: la enfermedad no está erradicada ni mucho menos. En España hace menos de diez años hubo casos muy aislados. Y Europa no es el mundo. Con respecto a la vacuna es efectiva -mientras no mute el virus, claro- y obligatoria aquí, de momento pues ya hay padres que se niegan a exponer a sus hijos a una infección que consideran erradicada. Con la movilidad actual bajar la guardia en la vigilancia del virus y en las campañas obligatorias de vacunación podría suponer una epidemia a escala mundial. La ley de dependencia es un minúsculo primer paso que aunque no se hubiera quedado a medias apenas hubiera solucionado nada.
Stan: nunca la imaginación alcanza el horror real en ningún sentido
Pe-jota: toda la razón tienes y poco más hay que decir.
Ahora tres imágenes:
¿A que dan ganas de hacerse un poster tan decorativo él? Es el virus, aquí el virus, aquí unos amigos.
Imagen actual de afectados supervivientes de la enfermedad, sin comentarios ¿verdad?
Ha habido muchos afectados por la enfermedad que han sido personajes ilustres, incluso dicen las malas lenguas que el andar peculiar de nuestra Marilyn se debía a ello (lo que explicaría sus problemas de embarazo) pero personalmente lo pongo en duda. Sin duda fue Frida Kalho quien ha dejado mejor plasmada la realidad del dolor -cierto que ella tuvo además el accidente- permanente cuyas causas, entonces no supieron ni solucionar ni explicar.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Manifestación (de la que no os enteraréis por otros medios)

El día 11 de septiembre, sábado, tendrá lugar la manifestación anual de reivindicación de los derechos y necesidades de los colectivos de discapacitados. Nacerá en la plaza de Jacinto Benavente y acabará como siempre en la Glorieta de Atocha. Os lo digo por que ningún medio suele recogerla y mucho menos anunciarla. Al fin y al cabo el discapacitado ni tiene una gran capacidad de consumo ni son una fuerza de voto consistente, por tanto ¿para que prestarles atención?
La imagen es antigua, de los años 50 o 60 y recoge el "tratamiento" que se daba a una enfermedad que pronto y gracias a la vacuna fue olvidada: la poliomielitis. Ataca la médula y según la fuerza con que lo haga se pierde movilidad de los miembros llegando incluso a perder la capacidad respiratoria. De 1956 a 1963 hubo en España 14000 afectados reconocidos oficialmente, hubo regiones donde por decreto no hubo polio, de los cuales 2000 murieron a consecuencia de ella. La enfermedad sigue viva e incluso ha resucitado en, por ejemplo, Irak, consecuencia más de la fotito de las azores.
Una vez la vacuna se extendió la atención a los afectados simplemente desapareció, dejaron de existir oficialmente. Ahora esos afectados sufren una secuela inesperarada: el síndrome postpolio que supone hablando en román paladino que el organismo ha forzado las neuronas que quedaron vivas y se han agotado, con todo lo que ello lleva consigo. No está reconocido como enfermedad, por lo menos no oficialmente y la supervivencia económica de los afectados depende de la actitud más o menos abierta de los médicos que les toquen en suerte.
Unos pocos datos más: no existe un censo de afectados, no existe un seguimiento de los afectados, no existe casi ni la memoria de los afectados pues estudiantes de especialidad de medicina me he encontrado que desconocían su existencia.
No es la primera vez que hablo aquí del tema, lo sé, pero que dentro de un colectivo olvidado como es el los discapacitados (buscad información en los medios sobre la manifestación y veréis el caso que les hacen) exista otro al que prácticamente se le niega hace que me hierva la sangre. Sobre todo por que los afectados siguen vivos y tienen en torno a los 50 años, o sea, aun jóvenes pero se van quedando arrinconados un poco más. Además hay un gran síntoma con el que los afectados han convivido siempre y se obvia de un modo descarado: el dolor. Cualquier arrechucho que en una persona sana sería tolerable en ellos se manifiesta con niveles de dolor altísimos, por ejemplo un parto. Este hecho debería ser atendido y tenido en cuenta: no lo es oficialmente y el facultativo se encuentra prácticamente sin armas ante esa situación.
Pues a ese colectivo se le olvida incluso en revistas especializadas en discapacidad así que podéis haceros una idea del panorama que tienen por delante.
No es el único colectivo en tales circunstancias, otros hay de enfermedades incurables, raras etc. pero sí es el único al que la salvación de muchas generaciones condenó al olvido a las anteriores.
La discapacidad es algo a lo que todos llegaremos si llegamos a viejos, y desgraciadamente nadie está libre de nada, así que no estaría mal que desde blogs no centrados en ella dejáramos oir e hicieramos resonar cosas como la manifestación del día 11.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Se va yendo el verano y... otra vez sin canción del verano.

Primer punto y muy esencial: sigo vivo y en perfecto estado de revista pero tenéis que disculparme si no estoy tan metido en el bloggerio como es habitual, sufro depresión post-sustoquetecagas (hay términos más finos para definirlo pero este es más gráfico)
Por otro lado tenía yo pensadas un par de entradas en el aniversario de García Lorca y alguna más sobre el estudio veraniego que vengo haciendo que han sido aplazadas y de momento andan como las obras de mi calle, paradas.
Por cierto ¿no echais de menos aquellas canciones como Maria Isabel, El Achilipu, Un rayo de sol o Eva Maria que marcaban un verano con letras de fuego? Ya ni siquiera hay canción del verano, claro las horteradas son continuas.
En cualquier caso quiero ir normalizando mi vida y mi ritmo así que espero que me vayáis viendo más a menudo por aquí y por los demás blogs que visito. Hoy de momento os dejo con la familia india (de pluma) de la ya célebre baraja. Un abrazo.