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domingo, 27 de marzo de 2016

Semanas santas en el recuerdo

E Estos días he estado haciendo memoria. Sé que no siempre es bueno, pero también sé que tampoco se puede pasar por alto pues somos lo que fuimos, mejorados o empeorados pero lo que fuimos. Además todos sabéis que estoy en terapia por aquello de la depre y aunque a muchos os parezca una tontería estas cosas obligan a replantearte mirar tu vida de otro modo. Casi siempre sales ganando pues te quitas fantasmas, rencores y hasta te das cuenta que estás furioso con gente que lleva muerta treinta años. Así que sin pasarme el día rumiando el tema si he hecho memoria. 
La semana santa de las heridas, no la infantil, comenzaba el miércuoles yendonos en plan paseo a comprar el pan de torrijas a la Plaza de Tirso de Molina, el Jueves nos ibámos a intentar entrar en la anterior catedral de San Isidro a ver a la Esperanza Macarena, digo intentar por que no siempre la rampa que ponían nos lo permiría, En general las iglesias suelen ser bastante complejas para las sillas de ruedas, por fácil que tengan arreglarlo no oo hacen, lo que, a veces, si no paras tu mente iracunda te da la impresión de que hasta Él te rechaza; por las tardes los jueves santo mi madre y yo nos poníamos a hacer torrijas de leche y de vino y nos quedaban de cine, modestia aparte, claro que yo era simplemente un pinche. Los viernes nos ibamos tooda la familia, primos y demás, al chalecito de la sieerra de una de mis tías a comer. Ella hacía el potaje, muy rico, por cierto y luego cada cual aportaba algo, mi madre las tortillas que lindamente nos era robadas por el Principito, uno de mis primos, el hereu que dirían en Catalunya, dejándonos a los demás a dos velas, en aquellas comidas había cosas importantes, nadie bebía agua excepto yo, lo que creaba serios problemas pues, según ellos, no se podía beber la del grifo y había que pedírsela al del chalec de enfrente el dueño de la más importante casa de fabricación de inodoros de Madrid. Que mi tío fuera fontanero venido a más no tendría nada que ver en el asunto, digo yo. Mi tía hacía el café sin café, las copas con un eterno culín de lo que fuera, culín que debia rellegnar con otro culín pues jamás he visto en su casa una botella entera salvo de champán, y las torrijas de pan de molde y vino tinto. Parecían un filete crudo. En fin, el caso es que estábamos todos hasta que apareció la vaca gallega, lease, la novia del Hereu, una individua que, educada en París, todavía conservaba el ancestral instinto de tirar del arado en lugar de empujar, vamos una burra parda naciera donde naciera. A todos les encantaba por su espontaneidad, a mí aquello me parecía simplemente mala educación que ni las monjas francesas pudieron corregir. Ella fue alejando al Hereu de esas reuniones -gracias a Dios-. 
Al volver a casa solían pasar un parr de vecinas, a compartir las torrijas, tomar un café y charlar largo y tendido, ¡lo que que pude aprender yo de Semana Santa de Doña Aurora! aunque ella no fuera tan santa. Si había alguna procesión en televisión ya era tremanda lección de iconografía y teología.
Las familias son como los azucarillos. Entre el año 80 y el 86 murieron seis miembros de la mía cinco menores de sesenta años. mientras las viejas de casi noventa se empeñaron en sobrevivir diez añ0os más. Como los azucarillos se fueron igualmente deshaciendo las costumbres. Las vecinas se muerern o pierden la cabeza, o las dos cosas, y este año no ha sonado ni el timbre de la puerta ni el del teléfono una sola vez en mi casa. Hemos comprado las tottijas y el bacalao nos quedó seco. Lo malo es que aquellas semanas dantas tampooco me gustaban.

domingo, 20 de marzo de 2016

Salomé (2)

El banquete de Herodes de Spinello Aretino https://es.wikipedia.org/wiki/Spinello_Aretino

Composición del s. XIV en la que ya vemos lo esencial del tema, Salomé con la bandeja y la cabeza del Bautista, separada por la columna, con resabios fuertes de la pintura gótica aunque ya empieza a preocupar la perspectiva vemos al Bautista ya decapitado y a su verdugo en una salá lóbrega. Como podemos ver estas escenas todavía carecen de ninguna forma de erotismo, simplemente ilustrtan un relato sin más lecturas, poco a poco esto irá cambiando.
Aunque me voy de tiempo no quiero dejar pasar la Salomé llevada ahora mismo a escena por Victoria Vera, uno de mis amores de tooooda la vida. No he visto la obra, de entrada, pero sí he visto escenas en "Atención obras" y es tal como me suponía. La protagonista está pasada de edad, Salomé es casi una lolita y la actriz ya no lo es. Por supuesto, no dudo de la capacidad interpretativa de ella ni de su todavía indiscutible belleza pero no para el profundo e incontrolable erotismo de la Salomé de Wilde. En cualquier caso ya hablaremos de esa obra y aquí sólo señalar que el tema que estamos viendo continúa hoy teniendo vigencia y todavía fascina.

domingo, 13 de marzo de 2016

El hombre que no quería tener historia (4)



Finalmente recaló en un lugar lleno de humos malolientes, en una pensión donde permaneció casi hasta el final. Trabajaba, bebía y volvía a trabajar. Sólo esa hermana, en realidad esa figura que es la que se esfuerza por mantener los vínculos de una familia que no quiere tenerlos, estaba más o menos al corriente de cómo le iba. Jamás llegó a ningún pariente una felicitación por Navidad, o por lo que fuera, tampoco una llamada. En cierta ocasión se presentó en casa de Gonzalo y Magdalena y al ver que Gonzalo no estaba ni pasó del umbral, dio un jamón a Magdalena y se fue a la estación. Huyendo de nuevo, sin dejar rastro de a qué se desplazó por medio país ni a donde se fue y mucho menos por qué. Así Tino, áspero, agrio, despegado,  acabó por recalar en un lugar como él: inhóspito y hostil. Sólo la hermana que acabó comprando su tumba se preocupaba de sus andanzas, los demás tenían mucho quehacer con sus familias como para andar siguiéndole la pista, ella ,casada y sin hijos, funcionaba –encantada de mangonear en todo lo que pudiera- como una conexión entre cada miembro de la familia con los demás. Siempre sabía donde estaba Tino y hasta que cuando por fin asentó en sus reales fue, como decía ella: “de patrona”, en una familia en la que cayó bien e incluso apadrinó al último de sus vástagos. Cosa a la que, seguramente, se habría negado de pedírselo alguno de sus hermanos, claro que nunca se lo pidió nadie.
El hombre que no quiso tener historia ha dejado estelas más que recuerdos, evocaciones más que imágenes. Cuentan que dibujaba maravillosamente pero no ha quedado ni un dibujo de su mano. Que tenía un cuerpo perfecto pero sus sobrinos mayores ya le recuerdan con barriguita un tanto excesiva, sólo una añeja y diminuta fotografía –la de la procesión- demuestra aquello. Que sabía de hierbas medicinales pero lo que sabía se lo llevó a la tumba pues ni siquiera hablaba de ello jamás. Lo dicho, evocaciones casi ensoñaciones y pronto, tan pronto como la generación de sus sobrinos vayamos cayendo, fantasmagorías. El hombre que no quería tener historia casi lo consigue, entre sus brumas de alcohólico, o mejor decir de bebedor pues nunca quedó claro que llegara a ser un alcohólico como su padre, entre su desapego, e incluso una cierta hostilidad y su forzada cerrazón mental casi estuvo a punto de desaparecer sin dejar huella pero la vida suele jugar malas pasadas y él, como no, no fue una excepción. Seguramente le hubiera gustado morir un día en medio de la calle indocumentado, o cayendo al mar sin que le encontraran pero no fue así. Para algunos como yo fue una suerte y un dolor añadido que no lo fuera, para la inmensa mayoría no tuvo importancia, no más que uno de esos comentarios de “¿sabes quien se ha muerto?”.
Una mañana, supongo, su hermana recibió una llamada de la patrona con noticias sobre él. Estaba en el hospital con un principio de infarto. Allá que se fue la buena mujer al lugar de humos y chimeneas encontrándosele vivo y fuera de peligro, inmediato conviene matizar pues era ya un condenado. Como era cabezón y borrico como pocos cuando quería había aguantado arrechuchos varios sin ir al médico –teniendo en cuenta su experiencia ¿Quién se lo podría reprochar?- y una vez ingresado comenzaron a hacerle todo tipo de pruebas y análisis y radiografías y más análisis y más pruebas y más de todo hasta ofrecer una conclusión que debería haber sido una evidencia sin prueba alguna: hipertensión, lesiones cardiacas, colesterol, azúcar, algo de artrosis especialmente en una rodilla y, lo más lógico teniendo en cuenta su forma de vivir, cirrosis hepática. Demasiado alcohol para cualquier cuerpo por sano y fuerte que fuera. Tenía casi cincuenta años. Imposible volver a trabajar, imposible que la patrona estuviera pendiente del estricto régimen que tanta enfermedad le imponía así que su hermana se lo trajo a su casa, un tercer piso sin ascensor y casi sin marido pues éste pasaba tres de cada cinco días de viaje en el reparto de correos ferroviario. El hombre que no quería tener historia ahora ni podía escapar como tantas veces ni tenía más remedio que encajar en una rutina que no era la suya, tenía que encajar pero que encajara era cantar de gesta bien distinto. De hecho lo que hizo fue incrustarse en ella con la firmeza del granito hasta lograr cambiar la rutina ajena, pues ya dije que cabezón como pocos era Tino, y tener a su hermana pendiente del reloj pues, por ejemplo, si la cena no estaba a las ocho en punto, ni un minuto más, no cenaba. Vil chantaje emocional teniendo en cuenta el peligro que estos caprichos tiene en un diabético, en el fondo era tan sólo aquello de genio y figura y no querer perder del todo su independencia y fama hostil. Claro que no le valía con toda la familia, su cuñada Magdalena, que seguía viéndole como aquel muchacho con la cabeza herida que se reía con las dos amigas un par de horas todas las tardes en Reina Victoria y cuando se ponía burro, es decir casi siempre, le metía un meneo en el hombro y un “tu cállate ya, melón” acompañado de una risa y un colocarle el rizo revuelto de pelo ya blanco obteniendo como respuesta una sonrisa y una pacificación inmediata.
El hombre que no quería tener historia no pudo evitar dejar eso, estelas, en algunos, que, cuando nos miraba, nos parecía que nos entendía más allá de toda palabra y que, con el paso de los años, vamos viendo que así era, abocados a dejar si acaso estelas, fantasmagorías, por más que deseemos y luchemos por enraizar en tiempos y almas, casi nos parecen premonitorias aquellas miradas y aquellas sonrisas de medio lado y las pocas palabras que cruzamos con él. Murió un día de San Lorenzo tras una larga agonía que mejor no recordar ni mencionar. Dejando sólo unas herramientas, un bastón y una caja de zapatos con cosas personales, demasiado personales como para entrar a describirlas. Lo cierto es que no había nada de lo que se supone que podría aparecer en el depósito de las cosas de una vida. Si se quisiera saber de él por lo que allí había se llegaría a conclusiones absurdas, justo lo que él quería, no una historia personal y única como la de todos. Sin embargo, los vacíos decían más que las presencias. Sólo que había que saber leerlos y para eso hacían falta años de experiencia, tener ya un año más que él cuando murió para rellenar esos huecos, esos silencios y, no pocas veces, esforzarse en no querer entenderlos para hacerlo a pesar de uno mismo.
Entre tanto Tino yace en una tumba ostentosa  que ya nadie visita con su apodo presidiendo la cruz, debajo, su nombre oficial. Su hermana, quería que todos acabáramos allí pero nadie irá a esa tumba soleada entres placas deslumbrantes de nichos de mármol, y Tino seguirá como siempre quiso estar, solo y olvidado, en una tierra ajena, lejos del mar y del orballo, del castaño que cubría la casa y de los prados. Como siempre quiso estar, desarraigado e irremediablemente sólo, llenando lo que fue su vida y su muerte de elocuentes vacíos, ensordecedores huecos de silencio que nadie intentó oír, que nadie quiso atender.

lunes, 7 de marzo de 2016

Marzo

Marzo es mes travieso dedicado a mayear o a marcear, según dice el refranero. Lo cierto es que este marzo promete ser de aupa con el panorama ibérico, pata negra, que tenemos. Menos mal, espero, que la Sermana Santa nos quita una semanita de insultos a nuestra inteligencia por parte de nuestros actuales próceres de la patria (permitidme un momento que me tronche de risas varias). Lo cierto es que como historiador no quiisiera tener que hacer un manual de historia de los últimos diez años del Reino. ¡Que memez! que falta de talla y de glamour que falta de tó, coño. Vergoña, que por cierto también les falta, es lo que da el panorama. Lo malo es que ya empiezo a oír aquello de "hace falta que surga alguien que" vamos, el socorrido salvapatrias que viene a joder a la idem y salvar a su familia, que ya nos conocemos, bacalao. Lo peor es que los papanatas panolis de nuestros próceres consciente o inconscientemente estan creando el lodazal para la cría de ese bicho. Por eso para los poderes es bueno que no se estudien humanidades, la historia enseña como van estos procesos y nadie quiere evitarlos así que....
Lo bueno de marzo es que llega la primavera con sus alergias, sus sangres alteradas y su bello etcetera. Espero que venga con algo más de templanza climatológica pues me tiene a mal traer este invierno rarito, sí, por que yo soy el clásico abuelo que le duele esto o aquello según el tiempo y con este invierno me duele todo desde octubre.
En fin, ya veremos, dijo el ciego.