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lunes, 1 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES (2)

-Buenas noches, My Lady. –¡por los bigotes de Micifuz! Lleva muy mal eso de que en estas fechas algunas cosas cobren vida y, cuando menos se lo espera una, la lámpara o, como es caso, un dibujo de etiqueta pegada a una botella de brandy, un amable caballero y gran conversador, pero que le ha quitado una vida del susto.
-Buenas noches, My Lord ¿Cómo se encuentra vuecencia? –responde iniciando una refinada reverencia gatuna.
-Admirando vuestras gracias y bellezas –se afila las guías del bigote mientras sus sabuesos –un mal día del dibujante- la miran resentidos
-Sois un adulador, y aun así, si tuvieseis dos patas más y gustarais de las ratas me casaría con vos; con el permiso de vuestra esposa.
-Veo que si sabéis como hundir a un hombre –bufa educadamente desde su etiqueta amarilla-  En fin, iré a ver si cazo a esa zorra que llevo persiguiendo desde 1815. Lady Sophie.
-My Lord.
            La pareja de bailarines de porcelana rococó ya ha iniciado su minué con una lejana música que sólo ellos y el afinado oído de Lady Sophie escuchan, lejana. Tan sólo unos pocos días, más bien noches como esta, pueden hacerlo y aun así, separados por el pésimo gusto del ama de casa. Hacen una pareja perfecta, pero ella, con su cabello empolvado, languidece año tras año, cada vez más cerca del borde, peligrosamente cerca, pues una porcelana por muy rococó que sea, se haría añicos con esa caída; él, Emile, con sus ojos brillantes de pasión y su falso lunar, hace mucho que perdió la sonrisa y, cuando bailan ya no evocan los grandes salones versallescos, sino la melancolía de una vela que se va apagando. Sin embargo, cada año sus pasos de baile son más perfectos y pizpiretos, aunque las manos blancas que deberían tocarse no lo hagan y ni siquiera pueden verse por la descuidada ama de casa que los ha colocado mirando en direcciones contrarias. A estas alturas de la noche la chimenea de la habitación donde colocan el simulacro de árbol todavía deben quedar brasas y recuerda unos blandos cojines mullidos y calentitos, de los que siempre la echan para que “no me los llene de pelos”, lo que les otorga un muy especial atractivo, al fin y al cabo una es gata, aristócrata, sí, pero gata en definitiva. Una gota le cae en sus redondas gafas. Mira hacia arriba “no nos faltaba en esta casa más que unas buenas goteras”, pero no son goteras sino algo que a muy pocos les ha sido dado ver: una diminuta lágrima de porcelana que cae del cortesano bailarín. De un salto sube al aparador “la curiosidad mató al gato” le decía su abuela pero…
-Monsieur Emile ¿es esto suyo? –pregunta mientras la lágrima se desliza por uno de sus bigotes hasta hacerse sólida en su extremo.
-Bonsoir, Madame Sophie. L’amour, me temo, que arranca el llanto aun a algo tan seco como la porcelana. Madelaine et moi estamos tan separados que ni siquiera podemos bailar el minué con un poco de gallardía.
-Es triste, lamentable, incluso irritante, ver a dos enamorados tan alejados.
-¡Tragique, Madame, tragique¡ Es peor aún. Por muy lejos del borde que la coloquen, ella se acerca más y más al borde –ciertamente los delicados zapatitos rojos de la damita desfalleciente de amor apenas están a un par de bigotes del borde y la caída la haría estallar en mil pedazos, por muy fina y rococó que sea.
-¿Cree usted que acaso pretende? –se espanta Lady Sophie abriendo mucho más los ojos, las gafas se le deslizan hasta la punta del hocico.
-Eso temo, Madame, ¿Podría intentar acercarnos?
-Me encantaría, pero mis garras son muy precisas para cortar y…romper cortinas –uno de los mayores placeres de la vida- pero bastante escurridizas sobre superficies lisas.
-Votre garras, quizás no puedan, pero si envolviera a mi amada con su enorme, ancha y mullida cola, uniendo los esfuerzos de unas y otra con esa delicadeza propia de los gatos y los galos –ya, que pregunten por la delicadeza de un tal Napoleón, según el Sr. Thomas- podríamos llegar a unirnos. Si esta noche bailáramos un minué y rozasemos las puntas de los dedos seríamos para siempre una sola figura.
            Ya, La magia que, como gata, nota hasta en la punta del pelo del lomo. De todas formas, esta noche está desmadrada. Detesta estas historias de sentimentalismos nauseabundos, además, con “le touche” francés. En fin vamos allá, con no poco cuidado y inicia el lento proceso de acercarla a su pareja de baile hasta lograrlo. Siguen bailando pero ahora sonríen y Lady Sophie puede oír nítidamente la música y ver unos destellos dorados en torno a ellos y, por fin, la danza une apenas la punta de los dedos, se detienen y funden , un instante mas y se ve una nubecilla de polvo dorado que envuelve a la pareja y ya nadie, excepto Lady Sophie, recordará sus antiguas formas. Ahora bailan y bailan con sus ya eternas sonrisas. Se recoloca las gafas con un suspiro de bibliotecaria. Le esperan las ascuas junto al simulacro de árbol  y un par de mullidos cojines que “llenar de pelos”. Una elegante y discreta sonrisita se le escapa. Según avanza hacia su cálido destino comprueba que todo está como es debido, aunque en estas noches tan largas, nunca lo está.

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