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sábado, 27 de junio de 2009

Maximiliano y Carlota II

Para apreciar en su justa medida esta pequeña historia que ha quedado arrinconada en los laberintos subterráneos de la Historia (con mayúscula pedante y engreída) hemos de remontarnos bastante tanto en tiempo como en espacio. Hemos de dejar atrás Austria, México, y buscar fuera de los continentes. Corría el ilustrado s. XVIII antes de convertirse por obra y gracia de la Revolución Francesa en la evocación de un falso paraíso de reinas vestidas de pastoras, de céfiros alados y de mujeres pintadas mucho más femeninas y deseables de lo que jamás ha sido mujer alguna; paraíso poblado no sólo de alegres y lujuriosos pastorcillos dispuestos a fornicar con alegría en la isla de Citerea a los pies de Afrodita, sino de sesudos pensadores que debatían las ideas que habrían de cambiar el mundo entre sedas, terciopelos, pelucones y damas con lunares de terciopelo pegados a sus nacaradas pieles. Lo poco que vale la pena del mundo actual, si es que ya queda algo, nació en esos salones, en esas mentes y en esa época. Era como un prodigioso museo de proyectos en cristal, llegaría quien entraría y haría lo que hacen las bestias en estos casos: acabar con todo. Del recuerdo de aquellos cristales se recuperó esa brizna que permite al ser humano todavía hoy seguir siéndolo. Como todos los paraísos era falso y como todos los paraísos era para unos pocos. Aunque, como aúno no se había iniciado el feroz colonialismo decimonónico había poblaciones perdidas que vivían felices sin saber nada de Europa, también llegaría pronto quien acabara con esa Arcadia.
Fuera de los continentes están las islas y en una isla llamada La Martinica (colonia francesa desde el XVII) cuando en 1763 nació una niñita, hija mayor de Joseph-Gaspard de Tascher, caballero y señor de la Pagerie, teniente de la Infantería de Marina,[] y de su esposa, Rose-Claire des Vergers de Sanois, cuyo abuelo materno era de ascendencia inglesa, la pequeña recibió el nombre de Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie. En el año 63 reinaba en Francia, y le quedaba un buen rato, Luis XV y, a su lado, aun estaba la prodigiosa –aunque todavía polémica- Madame de Pompadour. Reinaba en España Carlos III, recién enviudado; reinaba en Inglaterra Jorge III el rey loco –uno de ellos, ha habido tantos locos reyes y no reyes gobernando el mundo- y en Austria reinaba –en toda la extensión de la palabra- una muy oronda dama llamada Maria Teresa, la inolvidada emperatriz Maria Teresa que pasó mucho tiempo ocupada en la labor de engendrar y parir nada menos que dieciséis hijos.
LUIS XV

MADAME DE POMPADOUR

CARLOS III DE ESPAÑA

JORGE III DE INGLATERRA

MARIA TERESA DE AUSTRIA

Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie se crió en una plantación y tomo el hábito de chupar constantemente caña de azúcar lo que le produciría una característica personal que pasaría con ella la historia. El caso es que esta familia tenía tres cosas: problemas económicos, tres hijas y, más importante, una tía en la metrópoli, Désirée, que estaba casada con François, vizconde de Beauharnais. A diferencia de nosotros que los tíos y tías suelen ser como el de Alcalá que ni tienes tío ni tienes ná, esta buena señora conociendo los desastres económicos que el huracán de 1766 y la no menos catastrófica afición de su hermano por el juego comenzó en 1778 a trabajarse el matrimonio del hijo de su esposo, a punto de defuncionarse según pronosticaba su cada vez más frágil salud, Alejandro, vizconde de Beauharnais, de 17 años y oficial de la armada francesa con la hermana de nuestra Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie, la joven Catherine. Grave cuestión pues la muchacha había muerto un par de meses antes de que se tomara la decisión y ya sabemos como funcionaba correos entre Martinica y Francia. “No problem”, debió pensar la familia “mandamos a la pequeña de once añitos que le durará más” craso error pues la pobre Manette cayó enferma y sólo entonces se tomó una decisión que acabaría cambiando en parte la faz del mundo: mandamos a Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie. Siendo malintencionado y en este blog me lo voy a permitir se podría pensar que la familia tenía un argumento central: trincar el dinero del bueno del vizconde.
En 1779 casaba la joven pareja, él ya venía con la amante puesta, y nuestra jovencita se dedicó a la tarea de refinarse, que buena falta le hacía para adaptarse a los usos de la aristocracia parisina, y a la de ser amante esposa. Estaba Alejandro obligado por sus cargos en el ejército a viajar mucho a pesar de lo cual tenía tiempo para amantes varias (entre ellas una prima de su esposa, Laure de Girardin de Montgérald) juego y borracheras. Sin embargo, también encontró un par de momentitos para engendrar dos hijos con su esposa: Eugene y Hortensia Eugénie Cecile. Bien, el parto de la niña, personaje que será clave en la historia central de Maximiliano y Carlota aunque no lo parezca, se adelantó por lo que Laure de Girardin de Montgérald acusó a su prima de infidelidad lo que tras muchos ires y venires, dimes y diretes, sobornos y a pesar del apoyo de la familia del esposo a la joven madre Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie acabó en una abadía donde se recluía a mujeres en situaciones parecidas (arrecogías, en castellano decimonónico). La cosa no acabó ahí sino que Alejandro secuestró a su hijo para lograr su custodia en 1785. Bien, si para algo sirvió a nuestra veinteañera la estancia en tan peculiar centro religioso fue para establecer contactos y para aprender a moverse en determinados círculos. En el 88 cogió los bártulos y a su hija Hortensia y volvió a La Martinica de donde tuvo que salir corriendo en el 90 por los disturbios que surgieron como consecuencia del principio de la Revolución Francesa.
ALEJANDRO DE BEAUHARNAIS

Aquí la dejaremos por hoy pues largo va siendo el legajo y corta es la paciencia del internauta. Dejamos a una joven dama refinada, bellísima y sumamente elegante llegando al París revolucionario sin un céntimo con una niña reuniéndose con su hijo mayor. (¿A que parece un folletín por entregas?)

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