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lunes, 14 de febrero de 2011

San Valentin.

¿Creiáis que iba a dejar pasar una fecha como esta? No, hoy Maria Antonia M. abre un paréntesis y deja espacio a una historia de San Valentin, un San Valentín cotidiando y corriente, sin que el Empire State forme corazones con las luces de las ventanas, un San Valentín de un día de sol febrereño.


DOS ROSAS BLANCAS

Marceliano ha salido a pasear como le mandan los médicos, envuelto en su bufanda, su gabardina, su buen jersey con su gorrilla azul marino y ahora vuelve a casa. Los vecinos del barrio están acostumbrados a verle ir y venir del paseo, recoger el pan y recogerse en casa a mediodía. Hoy todos sonríen cuando, como todos los años, le ven de regreso con dos rosas blancas envueltas en celofán. Claro, hoy es el día de los enamorados, y a Luisa, la señora Luisa como él la llama siempre, no le iba a faltar su detalle, siempre el mismo desde que se jubiló Marceliano. Antes, va pensando el hombre, eran otros regalos, pequeñas joyas, algún detalle de lencería,  una figurita simpática, un pañuelo de seda, bombones –entonces no tenían glucosa- y algún que otro espectacular ramo de rosas. En abril Marceliano cumplirá ochenta años, es alto y espigado aunque algo encorvado, lleva un bastón más decorativo que otra cosa pues lo lleva bajo el sobaco; de los ochenta inviernos de su vida sesenta y uno los ha pasado junto a Luisa. Llegaron del pueblo recién casados, cuando llegó todo el mundo a Madrid y desde entonces viven en el barrio, cinco hijas criaron que les hicieron populares entre sus vecinos, guapas, simpáticas y honradas como un sol y hoy el matrimonio es casi una institución en el barrio. Todos les aprecian y saludan, todos les preguntan por el otro cuando por la tarde a la hora del paseo juntos por lo que sea uno no sale. Todos sonríen hoy al verle con sus dos rosas rojas de vuelta a casa. Sólo les extraña que el prudente Marceliano no vaya por la acera como siempre sino cruzando por la calzada sin atender ni a semáforos ni a tráfico alguno. Siempre, sigue dándole a su cabeza cana Marceliano, desde que empezó la moda de San Valentín, o quizás desde aquella película de Conchita Velasco, no ha habido catorce de febrero que no se haya presentado en casa con un regalo para ella. De ahí las sonrisas de los vecinos y de los tenderos. Hoy Marceliano va susurrando algo que nadie puede oír, por eso quizás evita la cercanía de la gente. No, no habido San Valentín que no haya llegado con un detalle, y no ha habido San Valentín que Luisa no haya montado en cólera. Que si “gastarte así el dinero”, que si “no habrá nada mejor que hacer con las perras”, que si “con lo que engordan los bombones”, “anda que con el gusto que tu tienes”, “eso: tira  el dinero en flores, para lo que duran”. Acaba llorando de ira y sin hablarle el resto del día. Un año, lo recuerda perfectamente, con toda premeditación y cabreo se presentó sin regalo y sus hijas fueron quienes dejaron de hablarle una semana después de una bronca a cinco voces: “dejarla así, con lo que te cuida”, “con lo ilusionada que estaba”, “desde luego papá, y mientras no enferme con la tensión como la tiene”, “ya te vale que son cuatro duros como quien dice”, “no se te olvidó el Marca, no”. Por eso hoy Marceliano va susurrando y por medio de la calle, nunca ha sido devoto de nada casi ni creyente, pero hoy va rezando y atravesando las calles sin mirar, pidiendo con toda el alma que un autobús se lo lleve por delante pues se ha quedado sin fuerzas para vivir otro día de San Valentín, otro día de los enamorados.

3 comentarios:

  1. Ole y ole. Para que luego te quejes de que no tienes capacidad de síntesis. Una anécdota que retrata una desagradable vida matrimonial casi al completo. Qué bueno.

    Un abrazo.

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  2. jaja por dios, pobre... se va a suicidar el dia de San valentin? que triste, cari.. Bien es verdad que le entiendo: eso es muy tipico: si regala pq gastas el dinero, y si no regalas eres un cutre, jaaj El caso es protestar, jaja


    Bezos, cari.

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