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viernes, 22 de noviembre de 2013

Dos emes en realce, (segunda entrega)


Las dos emes entrelazadas bordadas en realce en el almohadón no dejan de hacerle sonreír, tantos años después. Manuel y Mariola. Verlas cuando su novia mostraba el ajuar había sido un logro. Si pudiera ser sincero consigo mismo –algo que nunca le ha sido posible- tendría que reconocer que había sido algo más, mucho más, que “un logro” y en más de un sentido.
Mariola fue un hallazgo valiosísimo con quien se tropezó con poco menos de treinta año, comenzaba a temer acabar deslizándose por la pendiente de perdición y condenación que le auguraba su confesor. ¿Es Manuel creyente? Cuestión peliaguda, su respuesta inmediata sería un “sí” rotundo y convencido, pero ya hemos comentado que le nunca ha sabido ser sincero ante sí mismo. Por cierto, a Manuel, nadie jamás le llamó Manuel. Incluso si hubiera de pasar a la historia lo haría como Manolo –a pesar de tener una cara de Pepe que tira de espaldas-. Pero no estábamos hablando de nombres sino de creencias. Frente a la fe superficial y social, cómoda pero sencilla, inocente y hasta un tanto desconfiada de Mariola que hubiera podido afirmar aquello de Doña Inés “Aquí está Dios. Aquí le adoro” y muy poco más, la fe de Manolo es torturada, tortuosa y mortificante pero carente tanto de la simplicidad feliz del ignorante como de quien se apoya en la mente para luchar por esa fe. Ya sé que a estas alturas del siglo y de la historia hablar de estas cosas queda decimonónico, se diría que nadie da importancia hoy a la religión, lo que viene a ser como mirar hacia otro lado cuando nos encontramos con un animal destripado o un suicida en el Viaducto, pero, para bien o para mal, quienes rigen sus vidas –y al final gran parte de las de los demás- por su manera de vivir su religión son legión. Es el caso de nuestro hombre.
Nacido en feraces tierras en una familia y una casa que había conocido tiempos mejores de los que nadie se acordaría sino fuera por el pazo medio ruinoso que no había manera de vender y donde nunca se sintió en casa por más que no conoció otra hasta bastante después de casarse con Mariola. Desde muy joven las presencias femeninas eran apenas perceptibles para él, curioso siendo el único hijo varón, el mito de Edipo fracasa estrepitosamente en su persona salvo en el tópico enfrentamiento adolescente con el padre, un tanto prematuro a decir verdad pues se produjo prácticamente desde la infancia.
Hoy en el cuartito de estar de su casa, recoleto y coquetón, sobre la estantería que sólo contiene álbumes de fotos está el retrato de un señor de enormes mostachos, ovalado, y de color sepia, el abuelo materno de Manolo, al menos eso dice Manolo. Nosotros, que le apreciamos, no vamos a cuestionarlo, Dios nos libre de poner en duda su palabra pero quizás si alguien que entendiera le echara un ojo diría que ese caballero en cuestión viste a la moda del reinado de Isabel II y hasta es posible encontrar caballeros “parecidos” a la venta en mercadillos y ferias de papel antiguo. Más, como no gustamos de ser maledicentes, dejaremos aquí el tema. Es más, ni siquiera nos importa si el señor sepia de gruesos mostachos es o no el ancestro de nuestro Manolo, sino la importancia que tuvo para él aquel abuelo materno que le llevaba de la mano en sus paseos, al colegio o a la iglesia. Pequeña y musgosa capilla donde recibía catequesis y único lugar donde el pequeño encontraba la serenidad que no hallaba en ningún otro lugar, tanto que no era infrecuente que se le encontraran dormido en sus bancos apenas el abuelo se liaba un pitillo con el señor cura párroco que, lejos de ofenderse, entendía aquello como sí el pequeño se encontrara acunado en brazos de Dios.
De algún extraño modo el viejo curita rural tenía razón, y es que el pequeño vivía acosado por cosas que no entendía en la casa. No eran las habituales discusiones inevitables donde viven los restos, escasos pero excesivos para una sola casa, de dos familias, ni siquiera los enfrentamientos con sordina que presentía más que oía de noche en su cama. La guerra no había hecho mella ni física ni económica en la familia, no había habido bajas, ni enfrentamientos, ni siquiera el lugar pareció enterarse mucho de lo que pasaba más allá de sus lindes, sin embargo, a pesar ello un oscuro miedo parecía rezumar de techos y pareces apenas entraba en casa. Sólo en la ermita se encontraba el niño cómodo pues en el colegio tampoco lo estaba y no por ser mal estudiante –del montón, aplicadito y poco más- ni por llevarse mal con los compañeros. Le faltaba, eso sí, él o los amigos cercanos. Aprendió pronto a evitarlos pues cuando encontraba esa intimidad amistosa de compartir pensamientos y divagar a lo tonto no tardaba en aparecer un oscuro y creciente sentimiento ambiguo de culpa y de amenaza, difuso pero suficiente como para alejarse del otro. Quizás, sólo quizás, por eso pasara tantas horas bajo la bóveda de la iglesia, protegido por el reverencial silencio de trabar relaciones y del miedo familiar, como si la lucecita del sagrario gritara un contundente “Vade Retro” al fantasma del bisabuelo paterno suicidado, del abuelo suicidado y de los tres tíos que encontraron en la cuerda, la escopeta y el acantilado un fin que creyeron adecuado. Nadie sabía como había muerto el padre del bisabuelo, lo que daba lugar a rumores familiares y pueblerinos. Quizás por eso su padre parecía una bestia acosada, enemigo personal del varón engendrado, quizás por eso quienes vivían en la casa temblaban al abrir una puerta con el miedo de encontrar sus piernas colgando de una viga.

10 comentarios:

  1. Que tal con Manuel y Mariola, me gustan estas historias rurales con sus leyendas, a veces esos otros tiempos parecen mejores, pero todos los tiempos tienen sus dificultades y sus fantasmas cari.

    Sobre lo de Jackie cariño, por supuesto que agradezco tu comentario, yo a veces también suelo opinar cosas distintas de un tema y me gusta expresar mi opinión, y creo que tienes razón en algunos de tus puntos excepto en que las mujeres bellísimas y elegantes de las que hablas y las cuales también admiro son mujeres del círculo del espectáculo y la Kennedy era un personaje político, del poder fáctico, un antes y después en las primeras damas, en las consortes, en lo personal nola conocí para saber si me caería bien o mal, pero me simpatiza su fuerza y entereza, creo haré un post de las 1o más elegantes y pondré a tus consentidas, sobre todo la Kelly que me parece una Diosa.

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    1. En realidad no es una historia rural, más bien es un proceso que se vivió en este país entre los 40 y los 70 de "desruralización" física pero no mental, como irás viendo en sucesivas entregas.
      Un abrazo

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  2. Tremenda la ultima frase, seguiremos a Mariola y Manuel...

    Un abrazo.

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    1. Sinceramente era la única manera que encontré de expresarlo sin que se convirtiera en el eje del relato.
      Un abrazo

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  3. Me inquieta este Manolo.
    Un abrazo

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  4. Vaya personajes Mariola y Manuel, la cosa está de lo más interesante, y de lo más intrigante. Seguiremos a la expectativa. Esto del ajuar bordado debía ser una costumbre habitual en aquellos tiempos, hasta mi madre aún conserva sábanas y manteles con sus iniciales, incluso una talega para el pan, aunque ya fueron bordados hechos a máquina. Una de tantas cosas que se perdió con el "progreso". Bueno, a ver qué pasa. Un abrazo, compañero.

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  5. En cuanto a lo del ajuar se ha mantenido hasta mi generación y tenía poco de bueno, era algo obsesivo y presuntuoso. Lo que, desgraciadamente, no se ha perdido del todo es lo de exponerlo, hablo del mundo más rural, claro. En serio, una costumbre que espeluzna si la miras bien. Ahora se hacen reportajes gráficos y hasta vídeos.
    Un abrazo

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  6. Menuda contundencia final..."abrir una puerta con el miedo de encontrar sus piernas colgando de una viga." un elemento tremendamente visual.

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    1. Supongo que tendrá que ver el cine. Desde que llegó el cine creo que la narrativa ha tomado mucho de su lenguaje.
      Muchas gracias.

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