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domingo, 1 de septiembre de 2013

Del final del verano y de Terenci Moix

 Al final de cada verano, no sé si le pasa a todo el mundo o sólo a mí –al fin y al cabo siempre he sido un bicho raro-, me invade una doble sensación, por un lado la de respirar tranquilo con la vuelta a la “normalidad relativa” de la vida cotidiana, en la que puedes encontrar a las personas que quieres y salir a la calle confiando en que se han acordado de ponerla, y la indefinible melancolía que me deja la sensación de oportunidad perdida.

No sé sí le pasa a todo el mundo o sólo a mí pero cuando los días comienzan a alargarse seriamente, cuando busco las camisetas de manga corta, cuando el verano empieza, en suma, me invade la sensación de que algo puede cambiar. Que sé yo, descubrir algo, hacer algo que valga la pena, conocer a alguien, dejar que las estrellas acaricien mi piel o que la brisa me envuelva calida y anhelada.

No sé si le pasa a todo el mundo o sólo a mí pero nunca pasa nada, a mejor quiero decir, los grandes desastres de mi vida han ocurrido en verano –excepto uno-; a pesar de lo cual acojo la estación lleno de expectativas.

No sé si le pasa a todo el mundo o sólo a mí, pero –y me temo que es a todo el mundo- las expectativas indefinidas y esperanzadas nunca se cumplen y llega septiembre, el otoño, las gotas frías, sin que haya aparecido el destello que esperaba, que espero siempre. Así, lentamente, la dulce melancolía del otoño se va inoculando en mis venas.

Siempre ha sido así pero hace ya unos cuantos años acabo el verano con la sensación de haber olvidado hacer algo. Busco y rebusco en mi cabeza hasta que doy con ello: leer la última novela de Terenci Moix. No me hago a la idea de que hace ya diez años que Terenci nos dejó.

Para mí era un ceremonial acercarme a Berkana en la Feria del Libro y comprar la última de Terenci. Atesoraba su lectura para mis veraneos insoportables de playa y señoras gordas paladeando cada página. Ha habido veces –no pocas- que me sacaba de quicio y se quedaba a medio leer: “Mundo Macho”, “El amargo don de la belleza”, por ejemplo, pero a pesar de eso, indefectiblemente, en la Feria del Libro iba a Berkana y compraba la última de Terenci.

Le conocí –su obra quiero decir- allá por el 80 u 81 con “El día que murió Marilyn” que compre junto a “Nuestro virgen de los mártires” y, creo, con “Amami, Alfredo”. Todo un hallazgo que cambio mi vida, al menos la literaria. Tanto que me pasé años sin darme cuenta basando mis cuentos en el cine, como él, que me aficioné falsamente a la ópera como él –me gusta la ópera pero no tanto, caramba-, y hasta hice de sus obras un poco modelo de lo que yo quería escribir. Error evidente, muy error y muy evidente. Un día me di cuenta, a tiempo, espero, y agradecí haber elegido para equivocarme a alguien que, al contrario que yo, desprendía alegría y humor, incluso en los episodios más tristes de su narrativa. Corregir el fallo fue fácil: leerse autores de posguerra, “El Jarama”, “La sombra del Ciprés es alargada”, “Tiempo de silencio”, etc. Soberbias lecturas pero, reconozcámoslo, capaces de deprimir al más pintado. No sé si he encontrado mi propia voz a la hora de escribir pero, por lo menos, no es la de Terenci. He dicho que fue fácil, no es cierto, me costó desprenderme de su manera de enfocar el mundo, de su humor cruel pero no amargo, a diferencia del mío, pura hiel, y elegir mis propios temas. Espero que algo de lo soberbio que había en sus escritos haya quedado en mí, aunque no sea capaz de plasmarlo en papel, pero lo cierto es que todavía es hoy, diez años después y con el pobre consuelo de que su temprana muerte le ahorró ver lo que se nos venía encima, todavía siento que se me olvida leer la última de Terenci.

4 comentarios:

  1. Terenci me hacía gracia y también me sacaba de quicio. Novelaba bastante su propia vida, me parecía a mi.
    En cuanto al verano, hubo un tiempo en que tuve esas expectativas de las que hablas pero hace muchos años. Ahora las tengo mas en el arranque de la temporada de Otoño y como voy a enfocar la normalidad recuperada.

    Un abrazo

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    1. En el fondo todos los que intentamos escribir novelamos nuestra propia vida y los personajes que se entrecruzan con ella, es inevitable. Algunos lo aderezan más que otros.
      Yo siempre pienso que no tengo expectativas hasta que me siento indefiniblemente decepcionado.
      Un abrazo

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  2. Tambien yo puedo hablar de ese sentimiento medio de frustración tras el verano perdido, cada vez mas matizado, es cierto. Tambien recuerdo esos veranos atado a "El peso de la Paja", me marcó ese libro, y toda la saga de Egipto. Me molestaban sin embargo sus otras novelas, las "poco serias". De paseos por Berkama buscando lecturas que no encontraba en mi ciudad de provincias, no asi las de Terenci, esas las compraba en la feria del libro de mi ciudad a la que era uno de los pocos autores de prestigio que se acercó. Y el tiempo pasa...

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  3. Sí, es cierto que El peso de la Paja tuvo un calado hondo en muchos de sus lectores. Supongo que a cada uno en un aspecto. A mí me hizo disfrutar muchísimo con Garras de astracán. Además con su faceta de personaje logró lo que apuntas que sus obras de una homosexualidad más que evidente, se vendieran en los circuitos "normales".
    Un abrazo

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