Muy seguro se
sentía Manuel con su tupida red de amistades bien situadas, muy dueño de su
vida sabiendo pulsar la tecla necesaria en cada momento, sin pretensiones ni
grandes ambiciones. Quizás todas las había cumplido y tan sólo aspiraba a eso:
a controlar su vida y, por supuesto, la de Mariola. Entre ellos todo era una
balsa de aceite, ella sabe estar en cualquier circunstancia, ordenada y
metódica, es consciente de su lugar en el mundo, quizás el lugar en que hoy se
ve no sea el mismo en que se veía entonces y esté un poco menos satisfecha, él
desde el respeto al cuerpo, que a más de una se le antojaría excesivo, y a las
formas igualmente aferrado al orden y al método pero, a diferencia de Mariola,
no de un modo natural. El orden y el método lo más fijos posible era y sigue
siendo para él la única manera que se le ocurre de evitar el caos, ese caos que
supone hubo en la cabeza de sus parientes suicidas. Se aferra a ellos como un
naufrago, todavía hoy el fantasma del suicidio le persigue y apenas siente
desasosiego de cualquier tipo siente su proximidad. Ese es uno de sus grandes
fantasmas, el menor sin duda alguna.
Era los buenos
tiempos en que nadie hablaba de nada serio, y si surgía, con expresar las
doctrinas oficiales al respecto se solucionaba y se podía volver al dolce far
niente del no pensar por cuenta propia. Las minifaldas eran un escándalo, el
sexo fuera del matrimonio inadmisible, los derechos de la mujer, un cómico
delirio, la homosexualidad, un pecado contra natura, la República era el
demonio y el Infierno estaba “científicamente comprobado, debajo de Rusia” como
salió publicado poco tiempo antes de esos primeros setenta. El hábitat perfecto
para la pareja sin duda alguna. Más nunca dura cosa buena y un día amaneció 20
de noviembre de un cierto año llamado 75. Ya sabemos que ocurrió.
En principio Manuel
pensó que, en el fondo, nada cambiaría, y salvo por lo que debía fingir como
cristiano un dolor por los frecuentes crímenes, que, a fuer de ser sinceros, no
sentía, continuó con su vida normal. Sin embargo, no sé exactamente qué le hizo
darse cuenta de que el color azul de las camisas se iba aclarando muchísimo.
Que algunos de sus jefes eran destituidos, que otros eran obligados a jubilarse
con cualquier pretexto. Su red se rompía, y lo peor es que él estaba atrapado
en ella, se había significado demasiado en esas compañías. He de reconocer que
supo reaccionar a tiempo acudiendo, precisamente, a la única red que había
trenzado sólo para hacerse la vida cómoda durante los ingresos de Mariola.
Monjas de hospital, médicos, enfermeras, y capellanes. Si tardó en darse cuenta
de lo que estaba pasando, al hacerlo maniobró con rapidez, habilidad y astucia
de labriego ladino en feria y antes de votar la Constitución ya había
encontrado un espacio administrativo en un hospital, bien escondido, bien
protegido por Madres Superioras, Padres Provinciales y diversos directores de
Hospitales. Naturalmente aquello no salió gratis y ese refugio le costó caro,
muy caro. Nada material, por supuesto, faltaría más, ni era su estilo ni tuvo
nunca capacidad económica para esas cosas. El precio que pagó fue perder esa
capacidad de huir cuando las relaciones se estrechaban, a cambio de refugiarse
de sus viejas relaciones tuvo que asumir convivir más con el género humano. Aun
así era curioso como no había acontecimiento peculiar, como unas elecciones,
que no le pillara de viaje a casa de una u otra familia. Años duros, muy duros,
surgieron amistades que se consolidaron entre médicos, enfermeras, algún
vecino, con Mariola era inevitable llevarse bien y las huidas sólo podían ser
en fin de semana y vacaciones, así que por muy cercanas que sintiese a las
personas, por muy a gusto que estuviera en su compañía no podía escapar.
Imagino su angustia pero sé que mantuvo el tipo e incluso conservó alguna de
sus viejas amistades por si fuere necesario recurrir a ellas. Lo malo seguían
siendo las huidas pues sí bien la familia se había desperdigado lo que le
permitía diversificar destinos, no dejaban de ser familia. Manuel nunca ha
entendido lo que es ir a ver algo, ponerle ante un monumento, un cuadro, una
escultura o incluso un paisaje no le produce absolutamente nada, igual que una
película, una obra de teatro o un libro. Su cerebro no concibe que eso pueda
interesar a alguien. Otra cosa es ir con alguien que lo disfrute, él sigue sin
apreciarlo pero actuará para agradar a esa persona, buscará los mejores
restaurantes, los mejores hoteles, etc. Eso sí, sólo una vez, más sería
establecer unos vínculos que no desea. He de decir en su descargo que tampoco
le conmociona una buena comida, la aprecia, sí, pero sin esa avidez animal que
caracteriza este país. Estaba pues atrapado en las redes familiares y locales
sin posibilidad de escape. Algo tenía que hacer.
Este hombre es muy inquietante. Mucho mas que el modelo del danés a pesar de la regla. Miedo me da.
ResponderEliminarNi idea te haces de lo inquietante que es, por que, aunque no lo parezca, hay un 90 por ciento de realidad literal en el personaje. Sï es un tipo que, en otro tiempo, sería de los que daban miedo, pero de verdad.
ResponderEliminarLa verdad es que el relato se está haciendo largo, por lo menos yo contaba con que saliera más cortito pero bueno, ya va quedando menos.