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martes, 3 de octubre de 2017

Agosto en pasado.

Como decían no se donde "Heee vuelto". Dudé que pudiera volver a hacerlo pero lo logré. He tenido varias averías. La última fue no poder acceder al blog. Como uno es de la era de la radio de lámparas me ha costado lo que no esta en los escritos encontrar el modo.
El caso es que había escrito un par de cosas para publicar en agosto y no quería dejarlas morir ahí tiradas.
Agosto 2017.

Sin duda agosto es el mes más surrealista del año. Detesto profundamente el surrealismo en parte por que vivimos demasiado sumergidos en él o quizás por qué mis cortas luces no dan para más.

Por supuesto los usos y costumbres de los humanos en agosto ya ni los menciono; en sí mismo es absurdo, una lenta y calurosa transición del insoportable julio a septiembre, el mes de todos los principios y al acogedor otoño.

Nada ni nadie está en agosto en su sitio. Las ciudades ya no se vacían como hace años y la figura del Rodríguez ya es cosa del pasado, de la época de los Pajares, Esteso y lo peor de José Luis López Vázquez, pero no intentes hablar con un amigo, está de vacaciones y, por principio, yo las respeto, aunque me temo que sea el único que piense que el tiempo libre es tiempo libre y si no entras como parte de ese tiempo libre es que está viviéndolo de otra manera, y más en vacaciones veraniegas.

En mi barrio hay un muro duro de cemento gris muerto. Ante él una larga fila de altos y afinados cipreses a un lado de la calle, al otro lado por encima de las tapias de ladrillo erosionado de los cementerios asoman añejos, muy añejos, otros cipreses. Las tapias dan una sombra profunda y fresca bajo las moreras, todos los niños del barrio hemos ido para criar gusanos de seda. Durante el resto del año el tráfico, los ciclistas, los corredores/opositores y hasta los onanistas impenitentes dan una vida que en agosto se esfuma (sí, el pajillero también) y el sol brutal sobre el muro gris muerto impone un paisaje de De Chirico o Dalí. Lo único que mantiene algo de vida son los enormes nidos de cotorras verdes y escandalosas.

Ni siquiera hay corredores semidesnudos luciendo músculo que rompan el desasosiego de los inquietantes días de agosto. Claro, en frío, así, de buenas a primeras la pregunta es ¿y por qué no bajará este panoli por el otro lado de la calle, a la sombra de los muros y las moreras? No es ningún misterio, esa acera pertenece a una de las sacramentales y no han querido poner acera, así que, subas o bajes no queda más que atravesar el paredón de cemento.

Y luego están las noches, esas noches de verano con las que soñamos todo el año, de las que esperamos algo inconcreto, delicado como la seda negra, que no sabríamos definir pero que nunca llega, sí, acaso una vez en la vida a unos pocos elegidos les llega esa “noche más hermosa” tan cinematográfica ella. A los demás las noches de agosto  nos dejan el regusto de la cita que no tuvimos. Entonamos viejos boleros y, antes de darnos cuenta, nos hemos puesto la gabardina y perdemos la mirada en las gotas tras los cristales o las hojas caer rebosando una nostalgia de lo que ni siquiera sabíamos que esperábamos pero que nos enquistó las ganas de llorar sin motivo en el pecho por qué las lágrimas son rebeldes cuando las necesitas, y cuando envejezcas y ya hayas vivido suficientes noches de verano como para conocerlas esas lágrimas que nunca brotan, que nunca caen, se nos agolpan en el pecho desde junio, nostalgias estúpidas de lo que nunca en todos los años de su vida ocurrió. Pero aún hay algo peor: que sigues esperando que un fugaz rayo de luna haga tu, ya ajada, piel deseada aunque sólo por una noche, esa noche más hermosa, aun sabiendo que tú, yo y muchos más no seremos los elegidos este verano, tampoco y nos violentamos para creer, o fingirlo, y esperar que quizás el próximo verano… y las lágrimas que no brotaron ya son piedras y seguimos esperando bajo las lágrimas de San Lorenzo esa noche ese rayo de luna y esas palabras que ni en nuestra mayor intimidad podemos reconocer la mortal melancolía de querer escuchar y todavía no hemos oído. Y ese absurdo “todavía” hace que las lágrimas petrificadas nos ahoguen como diluvio de pedrísco.
 

Agosto es mes siniestro, no hay más que mirar las estadísticas pero no hace falta, para algunos los veranos, los agostos han sido yunque sobre el que recibimos  esos crueles martillazos que nos han ido tocando. De siete de abril a siete de septiembre vinieron los golpes que hicieron que mi vida no sea tal sino una parodia de sainete y farsa y que, todavía, intenta creer que vale la pena y que un verano cualquiera nos rozará ese rayo de luna y vivir vuelva a tener sentido. Sin embargo, es un esfuerzo agotador pues, sintamos lo que sintamos, sabemos que no yque los necrófilos aniversarios universales (Hiroshima, Marilyn,  y no pretendo ponerlos a la misma altura, incluso Elvis)  y personales (enfermedad, muertes, dos en diez días de agosto) siempre, ellos sí, siempre estarán ahí. Sin poder dejarlos atrás obligándonos a fingir, a convencerme de que sí, de que el verano que viene llegará esa “noche más hermosa”.

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