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lunes, 7 de junio de 2010

Caín

Acabo de terminar de leer "Caín" de D. José Saramago y como siempre que leo algo que me apasiona quiero hablar un poco de esta obra. Si hemos de ser sinceros nada hay de nuevo en ella, nada que se añada al monumento literario de "El evangelio según Jesucristo" y, sin embargo, algo ha cambiado, no en el maestro, por supuesto, sino en nosotros, en la sociedad. Leer un texto tan profundamente humano, tan, por otra parte, cercano a la idea de la divinidad que muchos tenemos aunque él no la tenga, tan enfrentado a los dogmas y a los absurdos antirracionales, al poder real de la institución -que queramos o no en este país está creciendo y, desgraciadamente, no en ninguno de los miles de sentidos positivos que lleva en sí misma- precisamente ahora le da un valor de deslumbramiento. Tiene que ser un señor de su edad quien levante la bandera de la sensatez ante licencias literario-poéticas mal digeridas y tomadas al pie de la letra.

Desde luego no es un libro para creyentes ortodoxos, ni mucho menos, quizás lo sea para ateillos superficiales que le darán una lectura vana orientada a confirmar sus propias creencias. Me atrevería a decir que en él se encontrará más a gusto el creyente -ojo: no digo ni cristiano ni católico sino el creyente en una realidad trascendente- pero el creyente crítico que se acerca a su creencia sin renunciar ni a su pensamiento ni a su racionalidad que -si se cree- para algo la puso en él su Dios.

Cantar alabanzas de Saramago es estúpido. Todo se ha dicho y todo se queda corto. Además me parecería de una enorme soberbia por mi parte hacerlo. No es para eso para lo que escribo esta entrada, sino para recoger la emoción de leer un texto que hace tantas reflexiones tan humanas aunque a veces parezcan infantiles y aunque se permita algunas licencias.

Un detalle que, personalmente, me pone de los nervios: ha eliminado las mayúsculas de los nombres propios. Evidentemente no soy quien para juzgar al maestro pero sí lo soy para dar mi opinión. El idioma es una convención, como lo es el ajedrez, si aceptamos jugar aceptamos que el caballo salta y que las torres se mueven en línea recta. Si aceptamos el idioma aceptamos -o deberíamos aceptar- también sus convenciones. Si no acabaremos como la torre de Babel a la que dedica páginas magníficas en este libro, cada uno jugando con convenciones distintas y no entendiendonos nadie. Me avergüenza mi osadía al decir esto de una obra de este hombre, este señor, este valiente, pero precisamente por seguirle e imitar su valor -a un nivel ridículo, por supuesto- creo que no debo callarme mi opinión. Si todos lo hacemos estaremos jugando al traje nuevo del emperador (repasad los cuentos de Andersen, que nunca se aprende bastante de los cuentos infantiles)


3 comentarios:

  1. Leí detenidamente todo lo que decís, y has logrado despertar mi interés. Ya lo estoy apuntando.

    BESOTES AMIGO Y BUENA SEMANA!

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  2. En un principio me llamó la atención, pero puedo asegurarte que al poco tiempo ni me daba cuenta, lo de las mayúsculas.

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  3. Stan: no perderás el tiempo aunque no estés de acuerdo
    Pe-jota: sí, es cierto que a todo se acostumbra uno, pero sigue siendo saltarse las reglas del juego. Y conste que venero a Saramago como persona y como intelectual.
    Gracias por vuestros comentarios y sobre todo por leerme.

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