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martes, 29 de junio de 2010

Brisas y vientos

Fuera hay una maravillosa mañana de junio con una ligera brisa fresca, nada que ver con los vientos de los llanos que curtieron su piel. Dentro, ante la mesa de formica, limpia y aun vacía, el hombre mira fijamente el tablero rojo. Le cuesta mantener la cabeza alta. A su derecha en una silla de ruedas reluciente una mujer consumida por la edad, escueta, arrugada, con el pelo gris cortado con ese pragmatismo de las residencias, las monjas, de las antiguas cárceles, la piel color cuero resquebrajado, mira al vacío, a la ventana que se abre a la calle, a los árboles, a la brisa. Una joven vestida de blanco les acerca un café, cobra y se va. El hombre, el cabello escaso y blanco, la camisa holgada, sarmentoso, vencido de hombros, cabizbajo, aparta el azúcar, revuelve mecánicamente el café y olvida llevárselo a los labios. Al fondo, el salón de televisión, sillas de ruedas ocupadas por ancianos abandonadas ante el permanente soniquete absurdo en penumbra. Una señora de cabello lila, manejando torpemente un andador saluda, otra se queja sentada en un rincón.
Los vientos de los llanos tenían otra luz, traían otras vidas, nunca estas paredes umbrosas, nunca esa brisa que se ve en las hojas de los árboles del jardín pero no se siente en la piel. Eran trigos acariciados, molinos girando ruinosos, eran hambre y calor, humedad y promesa. Iba de la mano, de una mano encallecida por el trabajo que le llevaba a la ermita, y escuchaba a su voz decir “trae lluvia”. Esa es la misma mano que se levanta ahora ante sus ojos, arrugada y deforme, y es la misma voz que, agónica y apremiante, le dice: “Dame la mano, dame la mano, dame la mano”. Cada vez más apagada y premiosa. Levanta la suya para cogerla, ya no es la de un niño, ni la de un joven, ni la de un hombre maduro, sino la de un viejo. Dedos nudosos, secos, manchas oscuras, ligeramente temblona. Agarra la mano de la anciana para esconder en ella la suya sin levantar la vista del café aun intacto. No puede. Los minutos pasan y la respiración de la anciana se hace trabajosa, preparándose para lanzar un grito; al cabo, suena una pregunta “Hijo ¿me quieres?”, en el mismo tono de quien pide un salvavidas en medio de la tormenta. No era así entonces. Decirle “te quiero” antes era casi ofenderla. Ahora suplica cariño. Él sabe que no, que es sólo la primera parte. “Si, madre, claro que te quiero”.
¿Dónde se perdió aquella mujer indomable, capaz de cruzar la cara a hombretones que doblaban su tamaño? ¿Dónde se perdió aquel hijo que daba la vida por ella? Eso se preguntaría si algo no se escapara de sí poco a poco, si esas palabras que la anciana está a punto de gritar, de casi gritar, no aceleraran la inevitable y ya precipitada decadencia de su cuerpo. “Entonces ¿Por qué no me sacas de aquí?, ¿Por qué no me llevas a mi casa?”. Indiferente, un hombre pasa con el periódico bajo el brazo arrastrando una pierna y alguien pide un café.
“Entonces ¿Por qué no me sacas de aquí?, ¿Por qué no me llevas a mi casa?” Repite la anciana muchas veces antes de que su hijo tenga que irse. Lo hace otra vez cuando ya está en el jardín, y lo oye una vez más al caer, bajo las hortensias donde no da la brisa fresca de junio, muerto.


5 comentarios:

  1. Buf. Estupendo. Te lo digo entre susurros porque no quiero romper la magia que ha quedado flotando después de leer algo tan bueno.

    Un besote.

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  2. Terrible, cari.. toda la soledad y desolación de la vejez flota en tu post... aunque por gay y por joven no he pensado mucho en la vejez, si que he llegado a la conclusión de que tener hijos tampoco es garantía de que no vaya a estar en un asilo o residencia en mi vejez, si llegamos allá...

    Es tremendo ver el amor de las madres a sus hijos y los hijos no devolvemos ni la mitad de es cariño y de viejos, y más si hay enfermdad por medio, son una terrible carga... y además sin remedio, pues tienen que seguir currando y tal... no se puede renunciar a todo para "cuiidar a una madre" como se hacía antes cuando la mujer no trabajaba.

    Y por muy bien que traten a los ancianos en esas residencias, los pobres viejos no encuentran lo que mas falta les hace: cariño.

    Genial, cari. bezos.


    P.s. Cara de Esteiro ¿de Ferrol o de Vigo? jajaj

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  3. Muy emotivo, muy real.

    Creo que ya estamos mas mentalizados sobre lo que será nuestra vejez pero todavía muchos no lo entienden y sufren mas.
    Mi padre me decía: "Hijo esto es un rollo insoportable (se refería al trastorno que causaba su cuidado en la casa)¿Tengo dinero? Pues llevame a una residencia de esas y ya está. Una buena, claro."

    Un abrazo

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  4. Bellísimo y fuerte! Creo que no has dejado sensación ni sentimiento sin tocarme. El final, sobrecogedor!

    BESOTES AMIGO!

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  5. El viento que trae lluvia; los años que traen cosas que no llegamos a pensar. Hummm, qúe bien escribes; gracias por tu comentario... y bueno, eso, que qué bien escribes. Yo tengo el escribir afectado por cierto haberme pasado con la sonoridad... pero me voy recuperando.

    La madre de mi madre anda en una residencia y por eso el ambiente que has descrito me parece conocido y acertado. Vi a una de las auxiliares, supongo, que las atienden. Se acercó a una anciana y a gritos le preguntó: a ver, ¿tú cómo te llamas?

    Fue tan triste... como enormes plantas abandonadas. La mirada, el saber que tenía un nombre que ya no recuerda porque nadie usa... Y al poco lo dijo: "me llamo Rosa; me llamo Rosa", y lo estuvo repitiendo y repitiendo.

    Laa vida es complicada y enorme para encontrar cada uno su excusa; pero amos, yo que puedo hablar por mí jaajajja, jamás habría dejado que mi abuela, la tata.... la madre de mi padre terminara en un sitio de esos... que con esto no digo que... es complicado todo; poque claro, sería muy fácil culpar a los hijos; al familiar que se desentiende, de alguna manera... pero es que hay gentes que lo ponen muuu difícil... pero vamos, la sensación es...

    ¿Has visto "las horas"? Hay la figura de esa madre que abandonó a sus hijos. El hijo luego fue poeta y marcó la obra del hijo. Ella aparecía como el monstruo... y al final de la película llega, ya mayor y un personaje dice: "así que ella es el monstruo" y se ve a una ancianita... Es como esa noticia donde contaban que quedaban no sé cuántos altos cargos nazis de la segunda guerra mundial, vivos, escondidos, convertidos seguramente en adorables ancianitos... pero claro, en un determinado momento odiar, querer algún tpo de venganza te convierte a ti en el monstruo

    Bueno, mijo, un primer comentario pesado como una loza, lo siento jajajaja

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