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viernes, 21 de octubre de 2011

Estar con la gente.

Hubo un tiempo en que había tertulias, en que la gente, las personas, se reunían a charlar, los importantes hablaban de cosas importantes: del realismo literario, del modernismo, del cubismo, de la política o de a cuanto había acabado el Consolidado en bolsa; los menos importantes hablaban cosas menos importantes, de las obras, de quien se casa con quien, de la salud de unos y otros. Solían ser en cafés o en domicilios particulares, a la manera de Salón dieciochesco, el café de Pombo, por ejemplo, representando con la obra de Solana toda esa forma de estar con la gente.

Luego la gente dejó de ir a las tertulias, esta fase sí que la conocí yo, pero se reunía en casa de unos y otros; en verano, al caer el sol, salían a tomar el fresco a veces con su silla, en los pueblos sobre todo, a veces sentados en la acera o, si podían permitírselo, en la terraza de un bar, y allí se hablaba de todo lo divino y de lo humano, a veces se cantaba, poco por aquello de dejar dormir, se interesaban los unos por los otros. Los vecinos y las vecinas pasaban a tomar café a casa del otro para seguir charlando en invierno y en verano. Incluso ¡se hacían visitas! ¡Sí! La gente iba de visita. ¿Os acordáis como era eso de “tener visita o ir de visita”? Conocidos, viejos amigos, parientes más o menos lejanos, se presentaban en las casas de visita, llamaban, cuando ya hubo teléfonos en todas las casas, y venían o íbamos de visita, los niños nos aburríamos como galápagos pues había que ser formalitos y tal, pero íbamos, bueno, nos llevaban. Ni que decir tiene cuando había un enfermo en casa aquello era más o menos una romería aunque muchas veces se quedaran los vecinos en la puerta sólo para preguntar como estaba el enfermo; incluso en los hospitales a pesar de que las visitas estaban bastante más restringidas, había turnos para pasar a ver al paciente.

La televisión fue acabando con la costumbre de salir a tomar el fresco y a charlar, al principio no se notó tanto por que en un bloque podía haber dos o tres televisores y sus orgullosos propietarios invitaban a unos y otros a ver los toros –entonces no había debate sobre el tema-, a ver Galas del Sábado o Bonanza. Los niños nos relacionábamos así también fuera del colegio y de cualquier forma de organización. Los adultos tomaban café, charlaban, criticaban y se interesaban unos por otros. En los veranos de los pueblos, al principio, se daba la vuelta al televisor con la pantalla hacia la ventana y los corrillos se formaban en torno a ellos, corrían las pipas y los cacahuetes. No digo nada cuando el Teresa Herrera era de los pocos torneos veraniegos, se partía el grupo en dos: los hombres en torno al fútbol y las mujeres aparte charlando o jugando al parchís, que anda que no he visto yo vicio con el parchís. El caso es que cada vez íbamos siendo más ricos y, al poco tiempo, había un televisor en cada casa y ya sólo servía de excusa para reunirse los vecinos en torno a uno ¡el Festival de Eurovisión! Reconozco que era triste reunirse para saber quien manejaba la barca a una pobre muchacha descalcita pero era así, también lo hacíamos con Eres tú o Sobran las palabras (¿a que nadie se acuerda de esta canción, Braulio, Eurovisión 1976?) Eurovisión cayó en el abismo de horteridad subliiiiiiime que todos padecemos hoy día y la mitad de la población ni sabe donde cojones esta Nosecuantosstan que da duepoin a Meimportaunbledostan, cosa que, además dice el comentarista antes de empezar el circo. En fin que esa excusa también se perdió.

Entonces ciertamente se perdió la espontaneidad de las relaciones, las visitas desaparecieron por que no se salía hasta después de que acabara la película o por que esa tarde había un partido y era más cómodo verlo en casa. El color en las televisiones trajo algo del viejo invitarse a ver el partido o los toros o lo que fuera pero duró poco. Pronto todos tuvimos tele en color. Vale, no había la añeja costumbre ni la espontaneidad en las relaciones: había voluntad. La gente se relacionaba por que quería hacerlo, sin más. Nos llamábamos por teléfono y luego los recibos subían una barbaridad, quedábamos ex profeso a medio camino, cosas así. Claro, en el camino se perdieron las viejas amistades que pasaban de padres a hijos, el concepto “amigo de la familia” se perdió –ahora eres amigo de Pepe o de Manolita, pero no “de la familia”-, hubo un proceso de selección natural más acorde con los cambios sociales. Nada que objetar por que en todas estas maneras de relacionarse la gente estaba ahí, aunque fuera a veinte o quinientos kilómetros, estaba. “Estaba”.

Hoy ese concepto de relacionarse “estando”, es decir, completamente presente en la relación, volcado, aun en la relación más superficial, es un concepto y una realidad no sólo inexistentes sino también inconcebibles. Es una presencia parcial, incompleta. En estado de alerta ante una llamada de móvil, por ejemplo, o del pitido que indica cuando estás al teléfono que alguien llama. Todo se relativiza ante esa llamada, sea lo que sea ese todo. Ya nunca puedes estar con alguien pues ese alguien realmente está existiendo en relación únicamente a esas llamadas y con ellas tampoco va a estar más presente que contigo, pues como entre otra cortará aquella por la que cortó la conversación contigo. Es curioso que en el siglo de los medios de comunicación el bicho humano esté perdiendo la capacidad de establecer comunicación en el nivel que nos ha hecho humanos. Hace muchos meses que no logro acabar una charla personal, telefónica e ¡incluso una consulta médica! (el lunes 17 del presente, consulta urólogo, o sea, ya sabéis lo que eso supone a ciertas edades, tres veces el móvil del médico interrumpió la consulta, era la misma persona, una dama, y, lo peor es que el médico me cortó para llamarla él, a punto estuve de preguntarle si me iba y volvía en un momento que le viniese mejor pero, dado lo cerca de ciertas partes que va a trabajar dentro de unos meses decidí callarme, el miedo a que se le fuera un bisturí me coartó un tanto) sin que suene un puto móvil o entre otra llamada. Sé que no son cosas importantes por que las respuestas a esas llamadas de móvil suelen ser “En el estante de la cocina” o “No, no, un Ribera siempre”. Pero ahí estás tú, con cara de lelo, esperando el resultado del informe de tu dolencia, o la palmada en el hombro o el final de un chiste, en un segundo plano, eres “no prioritario”. Hubo un tiempo en que las parejas eran tres: ella, el y el radiocassette del coche para que no lo robaran. Ahora si que son “parejas abiertas” pues son ella, él, los dos móviles y toda llamada que se haga que se colocará siempre como más urgente que él o ella. Los niños no pueden decir aquello de “Mamá mira lo que hago” por que la mamá (o el papá) están con el móvil, ni llamarles por teléfono por que “Cariño, me está entrando otra llamada”. Subliminalmente estamos diciendo a esa persona, sea quien sea:” mira, lo cierto es que me importa más cualquier otra cosa que tú y perdona que me está entrando otra llamada”. Curiosamente esa otra llamada sufrirá el mismo destino haciendo que el siglo de las comunicaciones acabe en la absoluta incomunicación del individuo. ¿Será ese su objetivo?

Mientras estaba escribiendo esto, que no ha salido de un tirón ni cosa parecida pues me parece que el texto no fluye adecuadamente, he visto algo muy ilustrativo. Vivo cerca de un instituto, o sea: hormonas despendoladas saltando por todas partes y en todas direcciones, o así debería ser. La escena era la siguiente: en un banco una muchachita apoyaba su espalda en el hombro de un muchacho, él metía la mano en el escote de ella, tiernamente, ella tenía la mano en el paquete de él, esperemos que fuera asunto menos tierno, él en la mano izquierda tecleaba en el móvil, ella con la mano derecha jugaba a algo en el suyo, ni se miraban ni se hablaban. Creo que esa es la imagen de lo que he querido decir y que no me ha salido.

6 comentarios:

  1. La imagen final es el fiel reflejo de lo que tan bien has escrito anteriormente.
    ¿Estamos deshumanizados?... ¿dónde va la corriente que nos lleva?
    En todo caso, me has hecho cuestionarme sobre el tema... muy muy bien escrito.
    Un abrazo -virtual aunque efectivo-

    Angel

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  2. La imagen final es tremenda, pero yo también he observado este comportamiento y al igual que tú he ido asistiendo a la degradación de la comunicación social, y como poco a poco ha ido creciendo el aislamiento y la soledad, a la vez que los pocos comentarios relativos a supuestas conversaciones se iban trivializando ad nauseam convirtiéndose en algo, no sólo ilógico, sino de una banalidad pueril, y hablo de los adultos.

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  3. La escena esa de la parejita que has decrito es todo un paradigma de lo que significa hoy estar comunicado. Hoy en día podemos comunicarnos fácilmente con personas que están a miles de kilómetros pero ni conocemos a nuestros prójimos. Yo recuerdo haber visto eso de los vecinos que sacaban las sillas a la calle en verano, y se sentaban a conversar, y las tertulias que se formaban también en las tiendas de ultramarinos, vamos que iba la gente a comprar y se enteraba de todas la noticias del barrio, jajaja. Hace poco un cura conocido mío me comentó que iba a casar a un chico y una chica que se habían conocido por un chat. Llegaron a alcanzar tanta confianza que se dejaron ver para conocerse en persona. En la cita, y después de saludarse y presentarse mutuamente, empezaron a hablar de esto y de lo otro..., y de dónde vivían, y hete aquí que fue cuando descubrieron que vivían ¡en el mismo edificio!. Son historias de nuestros tiempos. Por cierto, yo debo ser aún de otra época porque no uso móvil, jajaja. Un fuerte abrazo.

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  4. Querido Joaquinitopez, me cuesta mucho leer el texto con este fondo. ¿Podría usted bajarlo a un tono mas claro para este pobre anciano?
    Me acabo de acordar de una anecdota de Sara Montiel que le pedía al maestro Moraleda un tono mas bajo y un tono mas bajo y mas bajo.. Hasta que el maestro le dijo que si seguía bajando iba a tocar debajo del piano.

    Un abrazote

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  5. Olvídate de los tonos. Algo ocurrió que no veía el blog como siempre sino con un fondo malva que no me dejaba leer. Ya está como siempre.

    Genial tu entrada.
    Yo he visto en un parque como un grupo de chicas en una esquina y otro de chicos en la otra se mandaban mensajes unos a otros sin acercarse a charlar.
    Ya ni siquiera se llaman por teléfono para quedar. Lo hacen por el tuenty.
    Pero no es solo un problema de los jóvenes desde luego. En mayor o menor medida todos colaboramos a alimentar el monstruo.

    Un abrazo

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  6. Me enfermé cuando tenía más o menos siete años y recuerdo muy vagamente que fui visitado, mi abuela, mis tíos... esa es la única experiencia que puedo relacionar con lo que extrañas.

    Odio los móviles, me rehusé a tener uno por mucho tiempo, pero el embarazo de mi esposa me obligó... pero jamás serán prioritarios para mi.

    La escena final de la parejita es realmente grotezca, el mundo en el que vivimos está entrando a una etapa robotizada, en la que la individualidad prima... y lo peor es que esta descomunicación está afectando desde adentro, desde la familia.

    Saludos amigo

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