Vistas de página en total

viernes, 12 de julio de 2013

El Galatea, una vieja historia familiar

“Seguro que la mitología familiar ha engrandecido el asunto y los años primero lo hicieron mito y luego olvido pues es una de esas pequeñas historias que no tienen importancia, que no quedan en los anales a menos que alguien tomara nota y aparezca cualquier día en un baúl o en un puesto de viejo en una de esas limpiezas de viuda que arrasan como decía Cela. Un instante fugaz y quizás glorioso que no deja nada salvo la impresión en unos cuantos testigos, aunque sean miles, sólo son unos cuantos. Hoy nadie salvo unos pocos miembros de la familia, normalmente ya nadie escucha estas historias y a muchos de quienes la vivieron les hemos tenido que ir despidiendo tempranamente. Quizás en veinte años ya nadie recuerde aquello y se pierda en la historia como tantos otros momentos mágicos. Como si nunca hubiera ocurrido, pero ocurrió. A mí ha llegado despojado de detalles, mitificado, por resonancias no únicamente familiares. Ya nunca volverá a ocurrir nada parecido.


Nuestro apellido huele a mar y a madera. Carpinteros y marinos desde tiempo inmemorial.

Nuestro apellido aun aparece en obras de artesanía en ciudades patrimonio. Ante obras que salieron de la mano de mi abuelo, por ejemplo, hoy se arrodillan las gentes venerando al Santísimo y admirando la talla.

Nuestro apellido es el de desaparecidos en el Reina Regente, el de condecorados en las inundaciones de Valencia del 57, el del borracho gaitero que tocaba el violín y tallaba muebles de castaño, el de hombres a quienes se les podía confiar el mando de un barco y el de hombres a quienes no se les podría confiar ni siquiera un paquete de tabaco, famoso pues en la armada por ambas cosas.

Hoy sólo los mayores, de los ochenta para arriba reconocen la resonancia de nuestro apellido. Ya no habrá más. Los que hemos ido llegando ni nos hemos acercado al uniforme. Ni a la gubia si eso vamos. Estamos los listos parados, con expedientes brillantes y vidas perdidas, y los vagos vividores que nunca hicieron nada que sobreviven, mejor que los otros, por supuesto. De hecho, se esperaba de nosotros, los listos, que alguno siguiera la tradición y, como no fue así, nosotros, mi generación ya cincuentona, esperaba de nuestros hijos, pero tampoco, como hacen notar a menudo ciertas madres de mi familia no sin cierta carga de reproche o decepción. Al fin y al cabo somos oriundos de departamento naval y hasta la comunión la hemos hecho de marinerito. Criado tierra adentro, a mí el mar no me produce nada especial, más bien cierto pavor por que conozco casi de primera mano la tragedia de su poder y nada de las ideas románticas que le rodean.

Yo, de haber vivido en otro siglo, creo que habría sido de los otros, de los que acariciaban la madera y estudiaban su veta para cortar y tallar, de los que hacían las ruedas de carros de bueyes y las cajas de los relojes de péndulo. El olor de la madera, los barnices, las muñequillas, me produce una tremenda fascinación, en mi mente, cuando veo un trozo de madera se despierta la evocación de su olor al ser trabajada, del tacto y del olor del serrín, de la textura al ser lijada poco a poco, casi con paciencia de erosión. En cambio, al nacer en éste soy un ratón de biblioteca, lejanamente emparentado con quien fue un director del Museo del Prado en tiempos remotos (muy remotos)”.

A pesar de los tan sólo cincuenta y cuatro años, le oyen como si fuera un abuelo senil que relata historias de tiempos de Maricastaña. A nadie le importa lo que lograron sus antepasado, y menos ahora “con la que está cayendo”, pero tienen la suficiente educación como para fingir cierto interés y atención. Ni siquiera se dan cuenta de la carga de reproche que lleva pues ellos son quienes tenían que haber tomado el relevo de la gorra y la gubia y no lo han hecho.

“Fue en una revista naval en tiempos de la dictadura, faltaban años para que yo naciera. Me lo contaron muchas veces pero no logró recordar con que motivo se celebró aquella revista naval. Da igual.

Hablamos del Galatea, velero de tres palos y buque escuela que no recuerdo que tipo de barco era. Sé, por que lo sabía ya antes de ver sus fotos, que era un navío precioso, con un, por lo visto, característico color blanco en el casco. Como todo en este país, no se hizo aquí y casi cabría decir que fue un deshecho inglés, en principio. Luego fue uno de los mitos de la Marina Española. Ahora hay algunos blogs dedicados exclusivamente a él. Y como todo en este país tuvo un lamentable final.

Pero volvamos a aquella revista naval en Cádiz, creo que sí que era en Cádiz, tal vez San Fernando o Rota. Lo malo que tiene que te cuenten las cosas con tan pocos años es que crees que siempre van a estar ahí para contártelas y no prestas suficiente atención, por eso al final se te acaban escapando detalles –según habla sabe que quienes le oyen no trasmitirán esa historia y que, quizás, les llegue por otra vía, o hagan una película, y no sepan nunca que aquella secuencia que tanto gustó en el celuloide fue protagonizada por su sangre-. Sé que había un levante poderoso y que pasaban los navíos por el punto fijado con toda la parafernalia ante los mandos, cañonazos etc, supongo. Todos menos el Galatea.

El contramaestre del Galatea era un tío tatarabuelo vuestro. D. Antonio. Durante más de cuarenta años era D. Antonio, no hacía falta más apellido. Si se daba sólo el apellido la pregunta era ¿pariente de D. Antonio?

La última travesía del Galatea fue en el 59, la primera bajo bandera española en el 22. Creo que D. Antonio estuvo todos esos años o pocos le faltaron por el final en ese barco, en ese cargo. Ahora cuesta creer lo que me contaron, pero así pasó a la historia de vuestra familia, que es la mía, si hasta los historiadores dudan y meten la pata –es como echar margaritas a los cerdos, nada está quedando en sus cabezas-, digamos que puede haber un margen de error.

¿Qué pasa con el Galatea? Era la pregunta en puerto cuando estaban todos los barcos ya a motor pasando y el velero aun no se veía en el horizonte mediterráneo. Pasaba que a golpe de silbato, D. Antonio, disponía los hombres para las maniobras lejos, muy lejos.

¿Qué pasa con el Galatea? Imagino la inquietud de los megamandos y mandamases ante la ausencia del emblema naval hispano. Murmullos, comentarios, inquietud. Entretanto los barcos seguían pasando ante la tribuna correspondiente.

Inesperadamente el Galatea, rompiendo el horizonte, apareció. Las velas a todo trapo, el Levante convertido en su esclavo, los extremos de las vergas rozando el agua a todo cuanto puede dar un velero. Las maniobras para no dejar escapar ni el más mínimo soplo de viento continuaban a golpe del silbato de D. Antonio. Aquella reliquia en tiempo de motores desplegaba cuanto fue la marina a vela.

Aquella reliquia a la que quedaban pocos años de navegación se acercó deslumbrante y deslumbrando a la Revista Naval, saludó y siguió dejando atrás, las vergas rozando las olas, las velas desplegadas como conscientes de su poder, a todos los buques allí presentes.

Un paso fugaz, un momento de gloria, un destello en una vida, así fue el paso del Galatea por aquella revista naval y en las bocas de cada oficial, de cada mando se pronunciaba el nombre de un tal D. Antonio. Ese, chicos, ese D. Antonio con su silbato y proverbial mal genio, era de nuestra familia y aquel instante que nadie de los presentes pudo olvidar fue su obra, en cierto sentido deberíamos sentirla como nuestra también pero…

Venga, a comer, que ya sé que tenéis que iros pronto por el atasco y nosotros hemos quedado para ir al cine.”

Eso: margaritas a los cerdos, pero aquello ocurrió y alguien lo habrá escrito y algún día, quizás uno de sus nietos no nacidos aun, lo redescubrirá y se preguntará si ese D. Antonio con su mismo apellido no tendrá nada que ver con él.

8 comentarios:

  1. Una historia preciosa y precisa, Joaquin. Cuantas veces me he sentido asi, ya. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ante todo gracias. Ese "ya", uf, duele. Lo que ocurre es que la historia ha aprendido a correr y nosotros seguimos siendo humanos.
      Un abrazo

      Eliminar
  2. sip yo también so de otro tiempo, aunque a mi me obsesionan las vidas pasadas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mal asunto, por que ni estamos en el tiempo que nos corresponde ni en el que nos toca vivir.
      Un abrazo

      Eliminar
  3. Vivimos tan pendientes de lo último que olvidamos recordar de dónde venimos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy cierto pero lo peor es el peso que tiene eso que olvidamos. Un peso enorme.
      Un abrazo

      Eliminar
  4. Preciosa historia. Es una pena que estas cosas se olviden pero insistir en exceso en el recuerdo también puede ser pesado.
    En mi familia, sin ir mas lejos, si se juntan dos hablan del pasado familiar a los 5 minutos. Mis familiares mencionan a la abuela tal y al abuelo cual remontándose al XVIII como si fueran los Alba. No se les conoce proeza alguna ni hay, entre tanto antepasado como nombran, nadie que destacara especialmente en algo.
    Entre mis ancestros hay algún portugués y también algún aleman pero ningún siciliano lo que haría mas comprensible ese amor al clan tan raro.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En la mía, por el contrario, se trata de evitar hablar de el "clan", a algunos nos gusta conocer quienes somos y de donde venimos, me corrijo, a mí me gusta. A resto de la familia se la trae al pairo.
      Al final va a acabar siendo cierto que somos primos, mi familia es de origen portugués. Jejejeje.
      Un abrazo

      Eliminar