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jueves, 14 de febrero de 2019

¡OH, NO, OTRA VEZ SAN VALENTÍN!


¡Oh, no!, ¡otra vez San Valentín!, ¿otra vez? Esto es lo que, más o menos, vienen pensando los hombres de este país con un punto de terror. ¿Qué hacer para halagarla? ¿Qué regalo comprar? ¿Qué espera ella? Opción más seguida: hacerse el tonto, si ella es de natural sensible se lo reprochará, llorará, no se lo perdonará nunca y ya, si es de otra pasta se limitará a explicar que ”mi Pepe es poco detallista” sentenciándole íntimamente como dirían las coplas “a pena de Cruz”
La cosa no debería ser tan difícil y quizás los únicos que lo hagan bien sean los niños, niños, que no adolescentes que ya están encabronados y emputecidas gracias a las modernidades de todo al alcance de todos y no hablo de censura sino de que se trasmitan por washap que Ivan la tiene pequeña, y en segundos lo sabe la media humanidad que no lo sabía. Romeo y Julieta hoy, imposible: ella enseñando la hucha en el baile y el chateando, en el balcón ella hablando con alguna amiga y el contando en sus redes sociales “a esta me la trinco esta noche”. La vieja ley del parchís: me como una y cuento veinte. Además ella, en la hipótesis poco probable de que fuera doncella, ya tiene elementos de referencia, galanes de cine, cantantes, guapos de turno le han mostrado sus duras y dopadas carnes en mil imágenes, él, por otra parte entre tanta paja estaría encegado por los melones siliconados de toda estrella refulgente. Vamos, que milagro sería que la escena del balcón no acabara con Romeo cayéndose por mandar un mensaje y con Julieta poniéndole los virtuales cuernos con Hamlet mientras Ofelia en lugar de ahogarse rodeada de flores y cantando bellos poemas usara su locura para llegar a influencer.
Decía que solo los niños, cuando se enamoran antes de ser hombrecitos y mujercitas (lo que quiere decir muy pero que muy pequeños por que las niñas se transforman en Lolitas antes de pestañear) que se dan una flor, una tarjeta al modo yanky o cualquier otra nadería.
No, la cosa no debería ser tan difícil si no fuéramos en este país como el propio país: áspero, duro, hostil, donde a la tierra por fértil que sea hay que arrancarle sus frutos a guantazo limpio, desconfiado por tanta traición que jalona nuestra historia, avariento para vivir una ficción por que somos Quijotes y Don Quijote lo que no quería era vivir su realidad con una Aldonza que olía a ajo, según Sancho.  
Pero no, no voy a seguir por ahí teniendo en cuenta que lo más romántico que he vivido ha sido que se cambiara de acera para no verme, no sería justo.
Un obispo que se dedicaba a casar jovencitos cuyos matrimonios estaban prohibidos por la ley. Yo me preguntó ¿qué le habían hecho esos jovencitos?, ¿Por qué esa saña?
No, me parece que este tampoco es un buen camino para esta entrada.
Sí, claro, siempre esta lo socorrido de la fiesta comercial, que si la han inventado para vender. Muy visto.
Por cierto que han aparecido estos días en los escaparates unas pastas con mermelada por encima en forma de corazón, que parte el corazón no partirla a mordiscos. Algo bueno tenía que salir, claro que deglutir un montón de calorías no me parece que resulte romántico.
A ver, ya hemos descartado Romeo y Julieta, de los amantes de Teruel ya sabemos lo que se dice, ¿Paolo y Francesca? No estaría mal muriendo los dos en la misma estocada del marido coronado, pero al fin y al cabo están en el infierno, en el primer círculo, pero infierno al fin y al cabo.
Ya está: Abelardo y Eloisa, uy, mejor no. Se me olvidaba cómo acabó Abelardo
¿Antonio y Cleopatra? No, no, no, buscamos parejas amándose no un duelo de cobras cachondas.
Ya está: la gran historia de amor que hizo suspirar a las almas románticas de la segunda mitad del veinte. La historia en que un rey renunció a la corona por la mujer que amaba: Eduardo y la Sra. Simpson. Casi que mejor no por quÉ lo que se dice y lo que se quiere aparentar que no se quiere decir la cosa tiene muchos dimes y diretes y no sabemos en qué historia de amor estamos.
Alfonso XII y María de las Mercedes, en fin, dieciocho años la criatura, tampoco es como para hablar de semejante tragedia en este día dedicado a los enamorados.
Se podría hablar de esos otros amores, anónimos, el de Manolita y Pepín tan tiernos, tan… , tan… tan… amores. Esos en los que se llaman nena y nene, gordi (a mi me llama gordi y no respondo, pero bueno de todo tiene que haber), sí esos amores domésticos, complices, esos que ponen cara de imbéciles a los enamorados, amores sin estridencias en una vida común.  Si, podría hablar de ellos si no fuera por qué pasados los siete años de rigor se van a lanzar como panteras al cuello del otro en muchos casos y en otros tantos se van a quedar con las ganas. No voy a negar que queda un porcentaje en que siguen juntos sin desear asesinarse, que hacen suyas las penas y alegrías del otro y que sacan una o más vidas adelante sin truculencias, pero esos no son enamorados, son amigos (quizás con derecho a roce) y la amistad es algo muy distinto y que hay que tratar con pinzas, demasiado valiosa para hablar aquí.
Nada, que no se me ocurre nada que decir. En el fondo ¿sabéis lo que pasa? Que no soy nada detallista. 
 

2 comentarios:

  1. Me he reído como un enano. El paseo histórico que nos has dado ha sido fantástico. Pero tienes razón. El amor romántico, tan toqueteado por todos, es de los que no se casan. Las expectativas han aumentado, los vínculos sociales se han deteriorado tanto con la tecnología que las expectativas que se nos aplican nos agobian.
    Es mejor tomárselo con calma y luego de comerse unos chocolatillos (ya sea en compañía o solos) pues uno se dedica ya sea a brindarle un momento a la media naranja o a mimarse uno mismo. Los detalles, pues si, sientan bien. Pero si no los tenemos, no los tenemos.

    XOXO

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  2. Las expectativas no es que hayan aumentado es que se han lanzado al espacio con o sin tecnología.
    Lo del chocolate me parece maravillosa idea y tienes razón en lo de los detalles, es más debería ser eso, detalles, pero también en eso las expectativas crecen y crecen y crecen

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