Vistas de página en total

miércoles, 27 de enero de 2010

La nostalgia de los otros o el aroma de otros tiempos I

Ya he comentado en este blog que hace no mucho me tuve que liar a reorganizar cosas en los armarios, y en los armarios hay cajas de puros, de cartón que fueron de bombones, de lata que fueron de bombones también o de galletas, incluso alguna de una botella de cava edición centenario o algo asi; luego están las carpetas, los sobres sueltos, las cajas de madera con cierres dorados diminutos que sabes que un día barnizaste pero eres incapaz de recordar que demonios metiste en ellas. Todos y cada uno de esos elementos hacen que un armario, aunque no tengas que salir de él, sea un campo minado, algunas minas son violentas pero superables, como las que ya puse aquí hace unas semanas, las más peligrosas, sin embargo, son las que al abrirlas nos escupen a la cara una oleada de fotos, pero ese tema hemos de tratarlo con artificieros especializados y en otro momento. Existen, afortunadamente esas otras cajas, sobres, carpetas, que ya han sido desactivadas por otras manos, son los recuerdos que ya no nos pertenecen, recuerdos personales de quienes ya no están. No pueden hacernos daño, ya se lo hicieron a otros. Personalmente tengo alma de museo y eso quiere decir que cuando algún ser querido ha dejado alguna caja de este tipo acaba en mis armarios, muchas veces no reconozco sus orígenes ¿quien era ese señor con bigote y aspecto de ser de los años diez? ¿Y esa niña de primera comunión con su vestido de los 50? El tiempo, de alguna manera se arremolina en mis armarios, con recuerdos propios y ajenos, de personas cercanas y no tanto, de personas que, conociendo mi alma de museo me han ido dejando partes de sí, regalos de postales viejas, fotografías antiguas que ellos tampoco identifican. Es un tiempo que a menudo se ha idealizado y me permite deleitarme en un mundo que no pude conocer. Es un tiempo que se muere cuando no se le mira a los ojos y, tal vez por eso, me gustaría compartir aquí.
En concreto estos días pasados he cumplido años, la cifra en que se da la vuelta a la esquina y ya tienes la certeza de que de hoy en adelante todo irá "cuesta abajo en mi rodada" (que muchos no reconozcáis la letra de esta canción demuestra lo cuesta abajo que ya ando) pero vamos a no excedernos: 51 cabalitos. Recibí las felicitaciones habituales pero, reciente mi encuentro con las carpetas y los armarios, he recordado cuando el día de un cumpleaños, un santo, un aniversario llegaban sin falta un correo postal un poco más abundante. Eran los tiempos en que se felicitaba sin teléfono ni e-mail, sin móvil ni mensajes, eran los tiempos en que la gente se tomaba la molestia de calcular cuanto tardaban las cartas o las postales en llegar para que llegaran justo a tiempo -excepto mi tío de color rosa que tenía la maldita costumbre de felicitar por telegrama con lo que nos pegaba unos sustos que para que os cuento-.

Imaginad, una carta tenía que llegar el día X de Galicia a Almeria, pongo por caso, había que salir a la calle, comprar la postal eligiéndola para la persona a felicitar, comprar sellos, escribirla y echarla al correo con los días contados. Evidentemente no era igual la tarjeta para un niño, en los casos que veis, yo, que para un joven o una mozuela. A veces uno se decía "pero bueno ¿que le he hecho yo a Pepito/a para que me envíe este horror? Pero, claro, para gustos se hicieron los colores aunque como decía otro de mis tíos "hay gustos que merecen palos".

Para los niños eran clásicos los animalitos y en mi caso los gatitos pues desde que era un macaco he tenido predilección por los felinos: del lindo gatito a la pantera negra, de Tom (el de Tom y Jerry, para los más jóvenes, el modelo de Rasca y Pica) al tigre de Béngala.

No sé, quizás os parezca una tontería esta entrada pero ver esas postales, me resulta acogedor, evocador de un mundo que se llevó el viento (aquí suena el tema de Tara) y que no supimos apreciar muchos de los que llegamos a vivir sus últimos coletazos. Me emociona pensar que un adulto se tomara todas esas molestias para felicitar a un chiquillo de cuatro o cinco años y que hoy, tantos años después quede esa muestra en una caja de lata, una carpeta o una caja de Romeo y Julieta, cuando ya ese adulto es, en mi memoria, una sombra nebulosa más recordada por las evocaciones de otros que por mi propio recuerdo.

Por cierto, la postal de exploradorcito tirolés solía llegar a cada casa cinco o seis veces al año y siempre despertando el mismo odio al fotógrafo, al niño gordo y al Tirol. He tirado a lo largo de mi vida no menos de cincuenta exploradorcitos tiroleses hasta que me di cuenta de que es un monumento a eso que llaman "lo kistch", o sea: el mal gusto intelectualizado y puesto en limpio.

5 comentarios:

  1. Bueno bueno bueno, ¡¡muchas felicidades!!

    El tirolesito es verdaderamente terrorífico, más kitsch imposible. Me encanta, jaja. Imagino el torbellino de recuerdos, sensaciones e impresiones que deben salir de esos armarios, qué placer y qué peligro. La definición de campo minado le va de perlas.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. CAri, felicidades por tu cumple. Si lo hubieras dicho antes, tendríos el blog infestado de postalitas cumpleañeras baboseantes que algún día igual te producirían la misma nostalgia que ahora esas postales más corporeas....

    La verdad es que con estas cosas tengo sentimientos encontrados: por un lado no me gusta guardar cosas antigus, por otro me da envidia cuando veo a la gente sacando sus recuerdos, sus postalitas, sus cuadernitos de dibujo de peques... No sé. A mi madre le dio por el minimalismo y tiramos con todo, espero que algún día se arrepienta. Retiró todas las fotos de casa, dice que a los vivos ya los ve todos los días y que para ver a los muertos ya tenemos a nuestra abuela fantasma...

    Lo que si resulta curioso es eso que cuentas del proceso, digamos, "postal" Parece ya mentira que en tu vida hayas visto un cambio tan grande, no? Eso de mandar postales por el cumple, y todo eso, queda tan lejano, jaja. Muchos jovenes como yo ya no saben ni lo que es un sello, jaja.

    BEzos.

    ResponderEliminar
  3. Yo aún tengo guardada alguna carta pero sobre todo fotos de aquellos que ya no están. Me hubiera gustado haber podido grabar su voz para recordarlos más y mejor y escuchar esas grabaciones con los ojos cerrados y pensar que todavía siguen aquí. Al menos quedan los recuerdos.

    Un saludo! :)

    ResponderEliminar
  4. Theodore: mucho más torbellino del que imaginas, pues mi "alma de museo" no sólo conserva cosas propias sino también ajenas. Un sin vivir.
    Thiago: a ciertas edades te planteas si cumplir años es algo que celebrar o más bien organizar un requiem. Guardarlo todo es excesivo, el minimalismo materno (que va incluido en lo de la maternidad y si me apueras es un minimalismo "de lo ajeno") es también excesivo. Además no todos tenemos una abuela fantasma, de hecho yo no tuve abuelas ni fantasmas ni de las otras.
    Es cierto lo que dices, en mis años que no son demasiados objetivamente hablando, ha cambiado tanto el mundo que quienes tenéis menos de treinta y cinco no os lo llegaríais a creer. Se ve en las pelis pero la atmósfera de entonces no se puede captar. Lo curioso es que fue en poquísimos años. No en los cincuenta, en cuatro y luego otros tres y luego otros cinco, a saltos. Lo piensas y todavía te sientes más abuelo cebolleta.
    Yogur: las fotos de quienes se han ido son casi sagradas. Hay un número limitado que no recogen ni sus gestos ni sus palabras. Sin embargo, no podemos, por lo menos yo no quiero, agarrarme a ellos como para sentir que siguen ahí. A mi edad ya son tantos y tan a destiempo, creando tanto dolor que no creo que pudiera soportarlo.
    Un abrazo y gracias por vuestras felicitaciones.

    ResponderEliminar
  5. Lo primero felicitarte, tarde pero ya sabes que eso es norma de la casa, y lo segundo comentarte que qué pena, en mis armarios no hay cosas tan divertidas.

    ResponderEliminar