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domingo, 25 de diciembre de 2011

Evocación navideña


 El primer recuerdo navideño de Joquín es un adorno hecho de bombillas que cruzaba la embocadura de la calle Arenal con Sol, aún no tenía tres años pero ese recuerdo está ahí, clavado. Las bombillas de los primeros sesenta eran grandes y resplandecían mucho más que las actuales que serán más ecológicas y económicas pero dan a la ciudad un aspecto más bien de melancólica tristeza que de exaltación navideña, sin embargo, él lo recuerda de día, apagado pues, recortado contra un cielo gris plomizo. Representaba los tres Reyes Magos. Aquel día de Reyes, en el alfeizar de la cocina de la casa ajena donde vivía encontró un camioncito y algo más pero sólo recuerda que el papel con que venía envuelto era blanco con un dibujo muy parecido a aquel diseño del luminoso en negro y rosa con un estilo muy psicodélico, por llamarlo de alguna manera. Era la época.
Madrid, como hoy, quizás como siempre, era una ruina sólo que cubierta de afeites pseudomodernos propios del mal llamado e incipiente desarrollismo. Era aun más gris que ahora y eso que Madrid es y será siempre una ciudad de grises. Que ningún pintor intente hacer un paisaje urbano de esta ciudad sin hacer antes un gris, sobre él podrá hacer lo que quiera, pero sin él será un buen cuadro, será un edificio conocido o un rincón típico, pero no será Madrid. De aquella casa ajena donde se ubican sus primeras referencias navideñas –el papel de envolver y los regalos, pues en esa casa eran ateos y sólo se ponían las imágenes religiosas donde se pudieran ver desde fuera- recuerda una portentosa gama de grises, a cual más oscuro, a cual más sucio, a cual más sórdido. El entresuelo entre dos patios de tierra, hundido en un pasillo de cemento gris con escaleras de cemento gris, con las paredes interiores de aquel edificio falansterio grises casi negras de pura mugre. Recuerda el gris, el frío, la radio “blanca y radiante va la novia”, “Esperanza, por Díos, Esperanza, sólo sabes bailar chachachá”, “Los niños del Pireo” y las bofetadas recibidas como descargas eléctricas. También había dolor, mucho dolor, dolor físico, dolor de alma, rencor. Recuerda también otra canción que aun hoy cuando se pone con las tareas domésticas se le viene a la boca y que por entonces la cantaba su madre: “eres mi vida y mi muerte, te lo juro compañero, no debía de quererte, no debía de quererte y, sin embargo, te quiero”. Recuerda con nitidez, aunque otro día gris, un glorioso día gris, tibio, de esos septiembres preotoñales de esta ciudad, en que aquel lugar y aquellas gentes en cuyas bocas solo había insultos y blasfemias quedaron atrás, las gentes no del todo, aun hicieron mucho daño, mucho, pero al lugar sólo volvió ocasionalmente.
El nuevo barrio era también gris, las fachadas eran, y son, de un gris deslucido aunque nuevas, por la mala calidad de los materiales –se iniciaban los pelotazos urbanísticos- y hasta los colores de las vistas del barrio eran grises. Entonces no podía saber que esos eran los grises de San Francisco el Grande, Palacio, etc. Un barrio entonces nuevo –Plan de Colonización del Manzanares, creo que se llamó- que estaba en el fin del mundo pero rodeado de verdes parques, solares también mugrientos y con las heridas de haber sido frente no demasiados años antes. El río apestaba y llenaba el aire de mosquitos pero sonaba en la compuerta como una cascada. El día en que llegaron no había sol, unas nubes casi blancas cubrían por completo el cielo. La casa estaba vacía, no había con que llenarla, una cama, tres sillas, una máquina de coser Singer, una mesa y muy poco más. El recuerdo de aquellas paredes vacías aún hoy escuece. Marilyn hacía mes y algo que había muerto, a Kennedy le quedaba poco y el mundo comenzaba a desperezarse, pero a aquellas paredes no llegaba el mundo. Sólo el frío, el frío de esos interminables inviernos madrileños que no se sabe nunca cuando empiezan y menos aun cuando acaban, normalmente se suele temer que no acaben nunca. Había algunas cosas más, que van dibujándose en sus recuerdos, un hule a cuadros en la mesa de la cocina, único refugio junto al fogón de carbón del frío, sobre el hule la radio y sobre la radio un tapetito de ganchillo cuadrado. Su madre un día trajo del mercado unos cuantos cuadros de fotos con casas cubiertas de nieve que aumentaban el frío y eran demasiado pequeños para las paredes. Debieron ser muy baratos. Otro día llegaron los primeros visillos blancos y transparentes con rosas rojas muy separadas. En la cocina ella cogía puntos a las medias bajo la luz de un flexo sobre la mesa que con cuatro tablas había hecho su padre, oyendo los seriales de la radio. Le gustaban “Los tres hombres buenos”, “El coche número trece”, “El criminal nunca gana”, “Matilde, Perico y Periquín”. Por las mañanas, “La Gran Vía” presentado por Juan de Toro donde había una sección, “Los nuevos vecinos”, un concurso de cantantes noveles que todos los días cantaban sin falta “El toro enamorao de la luna” y “María de la O”. Siempre en la SER que por entonces era Radio Madrid y de vez en cuando “SOCIEDAD ESPAÑOLA DE RADIODIFUSIÓN PRESENTA” con voz solemne. Trajo también algunas apilistras en macetas de barro grandes y en los azulejos blancos y ya rotos pegó calcamonías de muñecos pequeños.
Aquel primer invierno fue muy duro, quizás fuera el último en que el río se heló. Casi no se salía de la cocina pero más allá de las paredes blancas de ella había algo parecido a la vida. Al fondo de la casa había una habitación alargada donde se habían colocado los dos baúles que habían llevado todo cuanto se tenía por medio país, a lo largo, uno a cada lado. Una cretona con flores grandes había servido para hacer unas fundas-faldas, unos cojines y unas cortinas. Era una habitación fría, mucho más fría que el resto de la casa yJoaquinito, casi permanentemente enfermo, apenas iba allí. Las tardes eran tristes en invierno, a veces venían algunos vecinos que al niño no le gustaban, otras eran otros que sí. No tenía amigos y tampoco iba todavía al colegio aunque ya sabía leer y llenaba la casa de risas con Rompetechos o Mortadelo o la trece rue del Percebe, Pumby o Topo Gigio releídos al calor del fogón de carbón. Para él el resto de la casa era hostil, fría, oscura. Sin embargo, cierta tarde su madre le cogió en brazos, le abrigó bien, y le llevó a la habitación del fondo. Sobre la funda de cretona de flores grandes había colocado un par de macetas pequeñas enmarcando un Nacimiento recortado del número Extraordinario de la revista Ama. No había más, ni casas ni nieve ni serrín, sólo esos muñecos colocados sobre la cretona. Ni siquiera podía estar mucho rato viéndolo pues hacía demasiado frío y sus anginas le pasaban cuenta enseguida. Aquel fue su primer Nacimiento o Belén, o como queramos llamarlo. Nunca lo ha olvidado y hoy, a lo tonto, la red se lo ha devuelto, incompleto, mutilado, pero es el mismo que nunca más volvió a ver. Un par de lágrimas sí se han escapado y un escozor del pasado, de los que se han ido quedando, de la alegría que su madre perdió, casi de un día para otro antes de irse definitivamente, de todos aquellos que no estaban en la casa nunca pero cuya presencia era constante a través de evocaciones, llamadas desde el bar –único teléfono del barrio- y ocasionales visitas: abuelo, tíos, tías, que también se fueron yendo sin darnos cuenta, a los que quizás no soportara –el último recuerdo de su abuelo es que olía mal, pero antes le recuerda yendo a su casa con unas bambas de nata algunos domingos- pero que han dejado un vacío dolorido.
Nunca más vio aquellos recortes. Al año siguiente un primo suyo cambió algunas piezas de su Nacimiento, eran de barro y estaban bastante cascadas pero su madre hizo ya un Nacimiento tridimensional que fue creciendo poco. Seguro que guardó aquellos muñecos pero él nunca los volvió a ver hasta esta mañana. La vida fue viniendo como el caballo de Atila, destruyendo y arrasando. Todo cambió, se hizo un hombre, luego casi un viejales. Ahora construye portales de Belén, compra figuras, hace molinos, idea formas de fingir ríos y de encontrar espacios para ellos. Tres días tarda en montar su árbol de Navidad, pone cinco Nacimientos elaborados y ya ha perdido la cuenta de cuantos más en una pieza. Concretamente esta mañana, está intentando imaginar una forma original de hacer un pozo con ganas de llorar, con ganas de recuperar, aunque sea por unos pocos segundos aquella tarde fría de diciembre del 62 en que su madre le llevó a la habitación del fondo donde unos muñecos de papel sobre unos baúles forrados de cretonas le abrieron las puertas de un mundo diferente; pero por encima de todo, volver a sentir, no a su madre, sino la alegría que ella llevaba dentro, esa alegría que la hacía luminosa y que dejó que se fuera perdiendo hasta convertirse en exactamente lo contrario, hasta el punto de no poder añorarla. Un instante de aquella alegría, nada más. Entretanto piensa qué podría usar de molde para el pozo.

4 comentarios:

  1. ¡Joerrr!
    ¡Me ha encantado!
    ¡Qué cantidad de sentimientos y qué carga de simbolismo tan grande, guapetón! Verdaderamente que ha sido un panel precioso.
    Bueno... supongo que la vida en su integridad es una especie de Navidad que nos relatas. Un ir y venir de sentimientos. Una lanzadera hacia una esperanza de futuro y una añoranza hacia un recuerdo pasado y amado.
    Supongo que el Gris de Madrid puede llegar a ser subjetivo. Cuando yo voy, todo lo veo con otro tipo de color... y es que esto de los colores -como todo en la vida- es muy muy subjetivo. Depende del momento... lo que para uno es Gris, en ese mismo instante para otro puede ser rojo... llevamos los colores en el alma. Y es que, en eso, Kant lleva razón: gran parte de la realidad la ponemos nosotros y para que lo uno es caliente, para otro puede llegar a ser tremendamente gélido. El alma humana es la dispensadora de tonalidades.
    Bueno... ¿qué mas decirte? ¡que me ha parecido un panel PRECIOSO! Y que te llenaría de besos para compensar esos grises que sientes en estos días... claro que sí!!!! al menos, quizás con los besos que te mando pueda alegrante un segundo... me doy por satisfecho!

    Besos, guapetón!!!!!

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  2. Muchas gracias por tus palabras, cariño y entusiasmo. En estas fechas, por mucho que uno quiera evitarlo, se agolpa todo y, por una vez, lo he dejado salir.
    Gracias por leerme y un abrazo.

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  3. Se que no te lo vas a creer, estoy seguro, pero cuando era pequeño esperaba con impaciencia la llegada del número de navidad de Ama, exacto, por el Belén recortable, y justamente el que encabeza esta entrada fue uno de los que monté, me acuerdo que los pegaba en cartón para darles consistencia y los recortaba con todo esmero, les ponía un pie en la parte de atrás y montaba el nacimiento. ¡¡Qué recuerdos !!

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  4. Javier: no puedo dejar de creerte pues algunos años después yo mismo esperaba ese número. Digo algunos años despues por que cuando ocurre lo que relato, por que ocurrió y nada hay de ficción, yo tenía tres años y todavía no estaba al tanto de la periodicidad de las publicaciones.
    Me alegra haberte hecho revivir, aunque no sé si para bien, aquellos belenes infantiles.
    Un abrazo

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