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viernes, 26 de julio de 2013

Dolor y dignidad. Santiago de Compostela

Siguiendo el sabio ejemplo de muchos compañeros últimamente he procurado desvincular este espacio de la actualidad y no sólo por que la actualidad sea la que es sino por que yo no soy capaz de soportar tanta mendacidad e incompetencia y que, encima me tomen por tonto. En este momento, no.

Sin embargo, y a pesar de haberme prometido no poner más lutos en este blog hay cosas que saltan las barreras de la torre de marfil, cada vez más fortificada y ruinosa, y te llegan.

El brutal accidente que parece de otros tiempos que ha tenido lugar en Santiago, precisamente la víspera de su día grande, hasta no hace tanto, día grande de España como su patrón, es de esos acontecimientos que no te permiten quedarte al margen en la penumbra fresca del gabinetito de la torre de marfil.

No quiero repetir todo lo que se dice, todos sentimos el dolor de tal desastre. Indiscriminado, inesperado en medio de un mundo puramente tecnológico, en un momento clave para la ciudad produce desasosiego, pena, tristeza, devastación interna y asombrada.

Sin embargo, hay algo que, sin ser el único que lo ha dicho (tampoco lo pretendo) quiero destacar: la reacción de los vecinos. Es curioso que este pedazo de tierra peninsular lo llamemos como lo llamemos, siendo como es capaz de coserse a navajazos por un equipo de fútbol, cuando se le coloca en una situación límite siempre reacciona dejándose el alma ayudando en la medida de lo posible. Luego llegarán los politicastros capitalizándolo todo, los buitres de la incompetencia de plumilla barata y servil, los otros que empeñarán los restos de los vagones o los venderán como recuerdo si se tercia. Pero eso será luego, hoy mismo seguramente, pero en ese instante clave la gente, la gente de la calle, nuestros vecinos –ese borde que llena el ascensor de humo, la gorda que no saluda nunca, el imbécil que te encierra el coche todos los días, esos también- salen a la calle con mantas, agua, voluntad y manos desnudas a dejarse el alma por desconocidos. A veces salvan, a veces tan sólo acompañan en el tránsito inevitable, a veces ni eso y la manta en lugar de abrigar sólo cubre un cadáver. Lo vimos en Atocha y ahora otra vez y en menor escala lo vemos a menudo, pero los casos menudos se pierden en el estiércol noticiable. Hace falta esto para que se nos aparezca de frente lo que es nuestra esencia, como dijo alguien ayer “la verdadera marca España”: pasión ciega, generosidad y, aunque sea obsceno, cojones.

No soy patriotero, ni siquiera patriota, pero eso es lo que somos: una cultura acostumbrada a sobrevivir entre desastres y robos. Que no nos pidan una cotidianeidad cívica, que no nos pidan que no pisemos el césped o que no robemos hasta las bombillas de un quirófano, pero donamos más órganos que nadie, incluso inter-vivos, y nos echamos a la calle cuando el desastre estalla. Pasión, necesitamos emociones fuertes para reaccionar, por eso el poder administra sus desastres, pero reaccionamos cuando lo hacemos, aunque la palabra está demasiado usada, heroicamente.

Hoy yo, desde este espacio humilde y recatado, quiero dar las gracias a esos vecinos, ya sabéis que soy medio gallego, pero en mi caso la ensalada racial ibérica es completa, o sea que soy medio de todas partes. Quiero, decía, darles las gracias por hacer que podamos de nuevo levantar la cabeza, recuperar la dignidad aunque mañana nos la quiten. Nos han recordado que no sólo somos los protagonistas de esa sórdida historia que se vive.

Gracias por devolvernos la dignidad de ser quienes somos, a pesar de quienes quieren olvidarlo.

6 comentarios:

  1. Son varios los elementos que se juntan ante estos hechos, el más destacado el del ser humano ante la desgracia y su capacidad de solidaridad y ayuda ante la desgracia ajena, una solidaridad nacida del interior y libre de cualquier direccionismo o proclama. Por otra parte el espectáculo y juicio mediático al que nuevamente estamos asistiendo, el vómito de una clase política enlutada y el direccionismo de culpabilidad hacia el maquinista,obviando la responsabilidad de la administración ante la chapuza, falta de inversión, que impidió colocar los sistemas de seguridad propios a un tren de esas características.
    Nuevamente entre dos aguas

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  2. Muy cierto, lo que pasa es que no dejan de sorprenderme estos actos heróicos sobre la marcha. Teniendo en cuenta como es la ciudadanía que no sólo sino que jalea todo lo que tú has señalado.
    Un abrazo

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  3. Tienes mucha razón. Así somos para bien y para mal.
    En cuanto a las culpas hay que asumirlas pero las de todos. No caigamos en el "piove, porco governo".

    Un abrazo

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    1. Yo normalmente culpo al alcalde/alcaldesa, es más personal que il governo. En cualquier caso vivimos en un entorno en que la culpabilidad es como un azucarillo: se diluye cuando conviene. Y curiosamente suele convenir siempre a los mismos. Por otra parte el culpable suele ser el muerto o el menos poderoso económicamente. Hablo sin estar al tanto del todo de lo que pueda estar ocurriendo a estas alturas.
      Además ¿hay alguien responsable de algo aquí? Yo todavía no he encontrado en ningún caso ni en ninguna esfera de la más humilde a la más alta a alguien que asuma que algo es su responsabilidad y eso de arriba a abajo.
      Un abrazo

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  4. Tienen un pueblo que no se merecen, por eso se aprovechan. Un abrazo, Joaquin.

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    1. Se puede leer de otra manera: el pueblo tiene el gobierno que se merece por no demostrar lo que es a diario. Triste pero lamentablemente cierto.
      Un abrazo

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