Y ya no es sólo el dinero.
Hubo un
tiempo en que el ser humano existía como tal.
Hubo un
tiempo en que el ser humano era.
Hubo un
tiempo en que el ser humano formaba parte de algo.
Hubo un
tiempo en que había tiempo.
Sí, aunque
cueste creerlo, lo hubo. Era el tiempo en que existían las jornadas laborales.
Los horarios. Un mundo, en suma, más allá de los muros del washap y/o de la
oficina. Algo grave, pero que muy grave, ha tenido que ocurrir para que todo
aquello se esfumara, como el sueño de un bebé ingenuo. Bien mirado, no ha sido
una sola cosa sino un cúmulo de ellas que han supuesto quitarle los tornillos
al mecano de la sociedad, de la humanidad tal y como la entendíamos y algunos
todavía la entendemos.
En el
principio fue el paro. El paro endémico, con sus altibajos desde que yo acabé
la carrera (1983), luego el falso esplendor que no era sino ratonera, esa edad
de oro en la que se vareaba la plata pero que nunca llegaba a ancianos,
guarderías etc. Finalmente una crisis, una recuperación y ahí es donde yo creo
que nos pusieron la soga al cuello. Recuerdo perfectamente una conversación de
madres (el marujerío ibérico Pata Negra es mucho más que representativo, es la
serie de botones de todas las muestras) hará unos veintipocos años: “pues sí,
mi hijo entra a trabajar a las ocho y no sale hasta las diez u once de la
noche. No, pagar no le pagan pero le cuenta mucho para el curriculum”. Desde
entonces e intentando simplificar mucho el trabajo ha pasado de ser un castigo
divino a ser divino en sí mismo. Había gente que trabajaba para vivir y otra
que vivía para trabajar, ahora ya no. Ahora el individuo se inmola, con o sin
necesidad económica, ante el becerro de oro del trabajo, nada hay prioritario a
él. Ni siquiera la propia existencia del individuo. En castellano hay un refrán
muy claro que lo dice: “cuanto más te agachas, más se te ve el culo”. Ante esa
sacralización del trabajo la Empresa (motor en principio del proceso pero no
única responsable) rebaja y rebaja y rebaja la condición humana del trabajador,
ya no hablo de salarios que también sino de cosas como que el cliente de un
comercio tenga que dar una calificación al dependiente o no hay tikect, léase
un trabajador está siendo juzgado por ni se sabe quien y de ese no se sabe
quien depende su futuro. Cosas como “sí tienes derecho, pero si lo pides te
despido” y mil más ante las que se adopta la actitud de la maruja del
principio: le vale para el curriculum, en este caso para la consideración en la
empresa, para la jubilación. Así uno a uno individuo a individuo se ha ido
sacralizando el trabajo, límite y frontera, horizonte y elevación. No sé si me
estoy explicando. El problema no es lo que haga el poder neoliberal (se llame
Podemos o PP), eso es lo de menos, es la actitud vital. Hay que tragar pues se
traga, así ha sido siempre, el problema repito es que no existe la conciencia
de estar tragando. Pero, como las leyes de Murphy afirman, puede empeorar y
empeora pues cuando alguien comenta algo es el raro, el vago, el que no sabe lo
que dice, el etc. etc. etc.
Pues, muy
señores míos, aquellos que no quieren darse cuenta por qué eso les obligaría a
pensar (yyuyuuyu), aquellos que se creen mejores por su inmolación al volcán empresarial
yo les aseguro que ese volcán les va a coser a puñaladas en cuanto pueda, que
no van a encontrar ni un apoyo y que por mucho fondo de pensiones (¡que se hace
con bancos y aseguradoras! ¿hay alguna manera más segura de saber que se está
tratando con estafadores?) que tengan no acaben debajo de un puente. No
concebir la vida sin esta forma de entender el trabajo como Dios Óptimo Máximo
es como no concebirla sin móvil. Ah, perdón no me daba cuenta de que es
redundante.
Vivir para trabajar debe ser la forma de vida mas apabullante que he visto. Nada, que el trabajo debe cumplir con su rol: el de proveer dinero para dejarnos vivir mejor.
ResponderEliminarY lo sagrado en los templos, que para eso son.
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