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sábado, 8 de septiembre de 2018

LLUEVE


Hoy llueve en Madrid, hacía tiempo que no llovía tanto rato y tan apaciblemente, creo. Llevo una hora echado en la cama, había estado colocando interioridades en los cajones (siempre sobra lo que no necesitamos y falta lo que necesitamos, por ejemplo cajones con los laterales más finos) y la escuché. Como quien decide pararse a oír una sinfonía decidí dedicarme un rato a escuchar el sonido de la lluvia. Caricia, beso, evocación, manto de otoño en suma. Temprano madrugó este año nuestro otoño, el bello otoño madrileño, la mejor estación de la ciudad. Creo que han de volver los calores, moderados y decadentes de un verano que agoniza, quedan aun capullos en los rosales por florecer, demasiadas hojas verdes en los árboles. Lo habitual es que se prolongue en septiembre un verano imperceptiblemente difuminado y que octubre traiga el cordonazo de San Francisco y los primeros días de un todavía tolerable frío, y así entre apacibles lluvias, suaves fríos y días brillantes llegamos al Veranillo de San Martín, que a veces es veranillo y a veces es era glacial, pero nunca es indiferente. En realidad, lo habitual es que el frío de verdad no llegue hasta fin de año, más o menos. Las navidades blancas en Madrid son una postal anglosajona que ponemos pero pocas, poquísimas veces en mis taytantos años he visto caer más de dos copos en esas fechas. Noviembre es mes de lluvias, mes delicadamente gris que estalla de colores a primeros con los puestos de flores para Difuntos y termina con las precipitadas luces navideñas para que el comercio (el que vende camisetas del Barça) pueda aprovechar para su campaña navideña el puente de la Constitución. Así, entre compras, turrones, pelucas verdes y fucsia, los trecemiles y las añoranzas previas, el otoño avanza hacia su final, cercano ya otro estallido de feroz alegría un tanto absurda pero campanilleante de la lotería de Navidad, siempre decepcionante pero siempre con aquello de por un número ( en realidad son dosmil pero...) y lo de la salud parece casi festivo. Entonces ya el otoño, este largo otoño que parece este año tempranero, ya será historia. Sólo, quizás, alguna hoja dorada quede guardada entre las páginas del libro que estemos leyendo, puede que algún crisantemo que no se llevó o un recuerdo que preferiríamos no tener, pero ya será parte de la historia de cada quien y de cada cual.
Ahora un rayo de sol se cuela entre las nubes. Sin esperanzas, pero aun queda un atisbo de verano por pasar, los capullos de las rosas agradecerán esta lluvia y serán tan hermosas y melancólicas como todas las rosas de otoño han sido siempre, por que la rosa de otoño es el presagio de la decadencia, de la rendición al tiempo. Un último beso a la vida.

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