Lo primero para una cena familiar navideña es… la familia.
“Ah, la familia” como dijo no sé que rey francés mientras un primo suyo le degollaba. ¿Qué os voy a decir de la familia que no sepáis? Pues poco o nada pero sigamos adelante que de eso se trata. Establezcamos una familia media de las que nos reunimos a cenar o comer en estas entrañables fechas: los padres, en cuya casa se celebra la reunión, dos o tres hijos, pongamos chico y chica casados con sus respectivos y chico solterón, y a cada matrimonio un par de vástagos. Total: once. Item más: la madre viuda del marido de la hija, una tía que rescatan de la residencia para esa noche, el chico que sale con la nieta mayor y un amigo del hijo solterón cuya familia, por ejemplo, ha decidido huir a las Antillas. Total: 15 personas. O casi, por que cuando se llega a esos niveles lo de personas vamos a ir entrecomillándolo por que entre ellos hay: dos suegras, un suegro, dos cuñadas, dos cuñados, cuatro primos adolescentes, un novio, un par de individuos que no saben que pintan allí y una memoria colectiva: la tía de la residencia a quien llamaremos tía Prisca. Ella es la encargada de decir aquello de “esta es mi última Navidad”, “Si tu bisabuelo Secundino viviera ya te metería en cintura”, “Que pena que la abuela Reveriana no te haya visto casada, hija, que pena, (paréntesis informativo: la abuela Reveriana murió en 1937, o sea, ocho años antes de que naciera la madre de la interfecta).
Veamos que relaciones hay de base entre ellos: comencemos por los anfitriones.
El padre, D. Renato, odia a su yerno, Expedito, por que considera que no tiene derecho a robarle a su niña y además fornicar con ella, envidia a su hijo solterón, Tito (de Renatito) por estar soltero y poder hacer su santa voluntad sin tener que cargar con nadie, desprecia a su hijo casado, Cencio (de Crescencio), por calzonazos al aguantar lo que su mujer quiere como que venga la bruja de su consuegra, Doña Piedad, de su mujer, Maria Encarnación, está harto en general y en particular, en general por que casi cuarenta años de convivencia con una loca de atar ya es motivo, y en particular por que lleva un mes renegando de tener que hacerse cargo de la reunión, cocinar, limpiar, comprar, a pesar de la insistencia de su hija, Heli (de Heliodora) para celebrarlo en su casa. De su nieta, a la que cubre de carantoñas, en el fondo piensa que es un putón verbenero y que no hay más que verla aunque la quiere mucho, como a la chiquitina, Vanessa, que lleva trenzas y no hace más que dar pasos de ballet tirando cualquier cosa que esté a tiro de su piececito destructor. De su nieto mayor, hijo de su hija, David, piensa que es como su yerno: un vago de siete suelas que nunca llegará a nada y que sólo viene por la propina que le da y que cada vez le revienta más darle. De su nieto pequeño, hijo de su hijo, Lucas, un montón de granos purulentos con piernas, piensa que no se parece a nadie de la familia lo que corrobora una y otra vez con la memoria colectiva, Doña Prisca, concluyendo que no sería mala idea que Cencio pidiera prueba de paternidad.
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