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jueves, 2 de junio de 2011

De abuelos, vaqueros, torres y damas

Mi abuelo tenía un nombre de castellano viejo, del XVII, casi de Caballero de la mano al pecho, aunque era manchego, como su suegro, sólo que éste era un obrero del ajo y aquel, o sea mi abuelo, último vástago de una panda caciques arruinados, ruina a la que contribuyó el benjamín de la familia en no poca medida.
Mi abuelo era experto en genealogías y había que oírle cuando las esquelas del ABC, su lectura predilecta, las esquelas, no el ABC, se saltaban algún título o cargo del finado.
Mi abuelo era un inútil, que le vamos a hacer, a alguien tenía que salir yo.
Cuando consumió hasta su último céntimo familiar en teatros, cabaretes y demás alegres francachelas vivió lo que podría haber sido una bonita historia de amor que algún día puede que escriba novelándola por que la real no fue bonita y dudo mucho que fuera de amor.
Encontró trabajo adecuado a sus cualidades: malo, mal pagado y que no requiriera esfuerzo físico pues he de decir que mi abuelo no tenía media torta, véase que no me duelen prendas al tratar de mi amada familia, (Ah, la familia que dijo alguien justo antes de que un primo le estrangulase).
Dado el impulso vital que poseía mi abuelo huelga decir que no se tomó la molestia de buscarse otro y ahí se quedó viviendo república, guerra y parte de la posguerra a costa de su santa esposa que cosiendo sacó la familia adelante.
Viudo ya se limitó a vegetar viendo como el mundo pasaba destrozando su entorno hasta llegar a la jubilación.
Entonces, corría el anno Domini de 1963, mi abuelo con la prosopopeya de su nombre y apellido con cinco veces probada limpieza de sangre y conociéndose al dedillo los parentescos, vínculos y títulos de toda la aristocracia española y europea decidió sentarse en una butaca junto a un raquítico balcón, en una calle gélida y sombría, y dedicar todas sus energías a leer. Noble proyecto, podría decirse, pero no puede hacerse por que no he dicho qué leía con ansia ciega, o como diría un bolero con “ansiedad, angustia, desesperación”.
Tiembla, oh pluma, niégate a decirlo, no manches el nombre de tus ancestros. Ejem. Perdón, a veces a mí también me sale el caballero decimonónico que llevo dentro, un peligro, pues es un viejo gruñón, machista, y hortera de mucho cuidado.
Decía que, lo diré de un tirón para que duela menos: mi abuelo leía a Marcial Lafuente Estefanía. Novelitas del oeste que se editaban creo que semanalmente. Las bebía. Su nuera iba a cambiarlas a un puesto del mercado, entonces se hacían esas cosas, pues monetario no tenía nadie y el intercambio de novelas y tebeos era un negociete que sacaba adelante a la gente, por los pelos como todo en la época pero la sacaban. Así murió mi abuelo: leyendo a Marcial Lafuente Estefanía tan apoltronado en su butaca junto al raquítico balcón de la calle gélida y triste que ni siquiera iba él al mercado a cinco minutos de su casa para cambiarlas. Podría decirse que mi abuelo murió de marcial lafuente estefaniaitis aguda.
Hoy yo, el único nieto que tiene la desgracia de parecérsele, soy historiador. Como tal me siento avergonzado de la Academia de la Historia, una vergüenza profunda, íntima, devastadora.
Leo que se ha publicado que comienzan sus sesiones rezando en latín. Además.
Ahora comprendo a mi abuelo. He comenzado a construir una torre de marfil donde refugiarme del desastre moral y ético que nos rodea. De un mundo que expulsa la decencia y la dignidad, la honradez y el respeto, que consagra corrupción, intolerancia, sordidez, prevaricación y desvergüenza. Un mundo en que vemos lo que vemos y no sólo no reaccionamos sino que les votamos y les aplaudimos, nos hace gracia el insulto, el robo y la burla que se nos hace por parte de gente a la que estamos manteniendo. Mi torre de marfil no incluye de momento a Marcial Lafuente Estefanía pero incluye otros equipajes no mejores, no más elevados, simplemente diferentes. Poco a poco levanto los muros, cierro los accesos, pongo rejas más y más densas en las ventanas y voy dejando lejos ese mundo. Me puede y, lo que es peor, me ha convencido de que no vale la pena tomarse molestia alguna. Que recen en latín, que digan lo que quieran, que los delincuentes de guante blanco ocupen los cargos públicos, que los jueces hagan lo que vienen haciendo de toda la vida, que reinen Belén Esteban y Hoomer Simpson. Quien pueda que escape, quien tenga esperanzas y fuerzas que siga peleando, que cada cual intente sobrevivir entre el lodazal. Yo he optado por mi torre de marfil por mera supervivencia. He hablado aquí de mis infartos, (estoy bien, gracias) pero no del trastorno psicológico que me han traído: ansioso depresivo, dicen. Hastío, hartazgo y un aburrimiento trascendente que rematan esos cuarentamil ladrones aplaudidos, digo yo. Opto por vivir, por la vida aunque sea como la Dama de Shalott, encerrado en una torre, no por el continuo sinvivir de la afrenta permanente. No gracias. Opto por la vida.

6 comentarios:

  1. Ay, qué cosas... Cuándo murió mi abuelo, tb. tuvimos que tirar un montonazo de novelitas del oeste que guardaba en una estantería en un cobertizo... allí estaban no sé cuántas novelas de estas, algunas bien gastadas, amarillentas y ajadas, aunque por lo visto a mi abuelo no eran las de M.L.E. las que mas le gustaban. Yo creo que en la época franquista igual era una manera de evadirse, de leer algo que hiciera olvidar aquel maldito régimen, no sé... Pq yo hablo del abuelo que era de izquierdas, claro, no del militar, jaja

    Bezos.

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  2. Nunca se han de levantar murallas ni muros ni poner puertas o verjas y menos aún candados, la realidad está ahí, ni mejor ni peor, a lo sumo hoy se jalea más a los incompetentes, pero la pregunta es cuando no se les ha jaleado en este país, creo que es un tema eterno como la crisis del teatro. ahora bien lo que si habría que hacer por mera sanidad pública es cortar unas cuantas cabezas, tampoco se perdería mucho, ya que no piensan y como adorno tampoco sirven ya que no son bellas.

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  3. En todas las épocas hubo motivos para congratularse y para tirarse desde una azotea.
    Si Franco no me quitó las ganas de disfrutar de la vida no me la van a quitar estos ni los que les votan (también aclamaban a Franco) ni cuatro académicas rancias ni una rubia de bote de San Blas o de Paracuellos o de donde sea.
    Tu a cuidarte que yo me ocupo.
    Un abrazo

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  4. Qué artículo tan estupendo, y esas novelas de Marcial Lafuente Estefanía yo, que soy treintañero, también las he llegado a conocer, incluso alguna cayó en mis manos de niño. En mi familia, mi abuelo paterno, con 70 años heredó de su madre, fallecida a los 103, un montón de terrenos, y en apenas tres años, los que le restaron de vida, liquidó toda la herencia en juegos de apuestas, de modo que incluso no dejó ni para pagar su entierro; así que sus hijos, en vez de repartir herencia, repartieron gastos (jajaja). Su torre digamos que fue un castillo de naipes (jajaja). En cuanto a las torres de marfil, no me parecen una mala opción, de hecho es lo que todo el mundo, de alguna u otra manera, construye en su interior, como una extensión del sistema inmunológico, aunque es preferible dejar siempre unos buenos ventanales y la puerta sin cerradura, porque entonces más que un hogar para el espíritu se convierte en una prisión. Y es curioso que también esta semana Dissortat habla de su particular torre en su blog. Saludos y un abrazo.

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  5. Yo, que dejé los estudios allá en el primer año de instituto, me he dado cuenta que al estudiar por mi cuenta, y volver al sistema, básicamente por... no sé por qué...; pero me he dado cuenta, retomo, que no sé nada de los realistas; jamás me ha interesado; la realidad... Me refiero a que, ¿para qué?, la realidad está ahí; tal y como viene yo no le encuentro nada buena; ningún estímulo que te haga pensar... en seguir; de modo que...

    ¿Has visto, o leído, expiación?

    Ese monólogo final donde un personaje ya mayor, moribundo, dice que al haber escrito las cosas como ella hubiese querido: "les daba su felicidad; la felicidad que tanto querían y se merecían", pero no pudo ser, al igual por ella..., y añade: "quiero pensar que no es un acto de cobardía o evasión, sino... un acto de cariño" :)

    Besos

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  6. El mundo está patas arriba compañero, no solo en tu país suceden este tipo de incoherencias que nos hacen dar ganas de escapar, el mundo entero está mal, los valores están invertidos, lo único que importa es el poder y el dinero... pero yo también he optado por la vida porque creo firmemente que puedo tener una vida plena a pesar de todo, siguiendo mis principios y luchando sin traicionarme a mi mismo.

    Muy buena historia la de tu abuelo, sus libros me recordaron uno que mi abuela me forzó a leer cuando era muy pequeño, siempre me gustó la lectura pero no me gustaba que me obliguen a hacer nada ;)

    Saludos amigo

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