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martes, 1 de noviembre de 2011

¿Qué nos hace humanos?

No soy antropólogo, más quisiera yo, pero siempre he oído que dos son los hitos que marcan la evolución del hombre desde el peludo semisimio con cara de alcalde de Marbella o concejal de urbanismo al hombre civilizado (en la medida que nos podamos considerar tales). El primero de ellos ha sido determinado recientemente, hará unos cinco años, cuando se descubrieron los restos de un humano o humanoide que se pudo comprobar que había vivido bastante tiempo sin dientes, lo que en una vida en la que la comida se arrancaba a mordisco limpio de la presa implica que alguien estuvo masticando por él. A partir de ahí podemos considerar que la especie se hizo humana. El gran y vilipendiado por la Santa Madre, que Madre tenía que ser, Jean Jacques Rousseau sostenía que el hombre es intrínsecamente bueno, cosa que también ha sido probada en experimentos recientes de un modo tan curioso como entrañable. Se cogía a un niño de año y pico, dos años y se le dejaba con sus juguetes tranquilamente, se montaba un tendedero y alguien comenzaba a tender la ropa, deja caer una pinza y e intenta cogerla desde el otro lado, hace como que no puede y el niño, instintivamente, se la alcanzaba, siempre. Curioso comportamiento en alguien que no tiene aún las pautas de comportamiento social aprendido. Luego, uno de los pilares fundamentales de la condición humana es la preocupación por “el otro”.
Como de humanos pasamos a iniciar el proceso de la civilización supone el segundo hito a los que me refería. Volvamos a los hallazgos antropológicos. En tribus nómadas que han llegado a nuestros días (y me refiero hasta el XIX que fue cuando se iniciaron muchas investigaciones, no siempre con fines lícitos ni éticos) en las formas de vida más primitivas, cuando se les preguntaba como habían muerto padres o parientes la respuesta era “se quedó atrás”, y la tribu siguió su camino, es la segunda parte de esta respuesta. Creo que la civilización comenzó el día en que alguien se detuvo, cubrió el cadáver y dejó una marca en aquella primitiva tumba. Cada vez que la tribu pasara por ese lugar reconocería que allí había uno de los suyos. Las primeras muestras de cultura y civilización siempre surgen en torno al arte y la cultura funeraria, se le puede llamar culto a los muertos, se le puede llamar recuerdo a los que faltan o se le puede llamar consciencia de las raíces de las que venimos. “Como queráis que igual es” que diría el ínclito Don Juan Tenorio. El caso es que lo que nos hace humanos civilizados en el principio son estos dos pilares en los que sin duda alguna se apoya todo lo demás que ha ido viniendo después tanto en lo más excelso como en lo más abyecto.
Recientemente y como tengo este maldito triple vicio de observar, pensar y opinar –cosas todas imperdonables en esta sociedad en que alguien mastica por nosotros sí, pero nuestra forma de pensar, no aquello que realmente necesitamos- he descubierto cosas extrañas, inquietantes. Por ejemplo, hace unos días tuve a un familiar ingresado en el hospital, nada serio pero una semana sí que nos pasamos allí. Pues bien, si en la sociedad actual el peso de la tercera edad es enorme, dentro de los hospitales es infinitamente mayor no sólo entre los pacientes sino también entre los acompañantes, maridos –los menos, suelen estar ya enterrados- hermanas, hijas, cuñadas, primas incluso forman una inmensa mayoría de los acompañantes. El lugar de encuentro es el restaurante-comedor donde acuden cada día acompañadas por alguien diferente, otra pariente de más o menos su quinta suele ser la norma, también hay maridos, e incluso hijos y, menos frecuentemente, nietos. Lógicamente cuando una persona está en esas circunstancias suelen ocurrir dos cosas: primero su salud se deteriora, aunque por lo visto no es cierto pues estas señoras, enfermas de todo, se metían entre pecho y espalda unos guisotes, unos pedazos de cerdo grasiento que si lo hubiera hecho yo acabo en la UVI directamente desde el comedor pero ellas resultaban capaces de digerir una viga de acero colado, segundo efecto esperable es la preocupación por el enfermo, el supeditarlo todo a como va a salir de este momento –que muy bueno no es precisamente- pero tampoco debe ser cierto por que de lo que más se oía hablar era de los viajes que iban a hacer con el Inserso o con lo que fuera. Ah, y de comida, de cómo habían comido en tal o cual viaje, de lo mala que era la comida que estaban comiendo, de qué había de menú. Comida –en todas su variables, la que habían comido, la que estaban comiendo y la que pensaban comer- y viajes que habían hecho y, mucho más, de los que pensaban hacer. Por otro lado no hago sino escuchar a la gente que “ellos pasan de ir a los cementerios”, que eso son “tonterías”, “que, total, ya están muertos”, e intentan argumentar con mil y un recursos de niñatos malcriados, Peterpanes eternos y cómodos, hedonistas sin placer, el simple hecho de que no están dispuestos a tomarse la más mínima molestia por sus ancestros, padres, abuelos y demás. Con lo simple que es decir “no voy por que no quiero”, pero no, por que eso implica un posicionamiento vital y ¡ah, no!, ¡eso sí que no! Hasta ahí podríamos llegar.
Creo que estoy divagando y alejándome del tema. Intento retornar a él. Con estas actitudes desde mi punto de vista estamos atacando lo que nos hace humanos, los dos pilares a los que me refería más arriba. La pregunta, lo que realmente me inquieta, es: si nosotros mismos estamos trabajando, muy intensamente, para acabar con aquello que nos ha hecho humanos y al hacerlo no sentimos racionales, modernos y ¡libres! ¿qué puede esperar la especie sino aquello por lo que tanto está trabajando? La regresión al estado animal, al “se quedó atrás”. No cabe duda de que alguien saldrá ganando con ello, si no, no estaría ocurriendo pero ¡es tan cómodo emborracharse en Halloween y dormirla en Todos los Santos! Eso sí, con argumentos ¿eh? Con argumentos.
No quiero decir que considere obligatorio ir a un sitio u otro, quiero decir algo más grave, que ni siquiera se tiene la conciencia de que se brota de unas raíces y que su recuerdo ha de respetarse este día de Todos los Santos o cualquier otro yendo o no a los cementerios pero sí teniendo presente de qué va todo esto y quien gana cuando lo olvidamos.
En cierta ocasión estuve en un hospital varios meses y un pariente muy cercano me dijo: “mira con el buen tiempo que hace no voy a desperdiciarlo viniendo a verte así que ya cuando salgas nos vemos”. Lo que hacía este buen hombre era irse a la sierra de bares por los pueblos para acabar como una cuba. Años después otro me dijo “no voy a verte por que no me gustan los hospitales”, jódete y baila, ¡pues anda que a mí! El caso es que, encima, hay que respetar su honradez y, de paso, su desvergüenza en el mejor sentido, yo, aunque fuera cierto, no tendría valor para decirlo. Pero si ni a los vivos les atendemos ni a los muertos les recordamos ¿es el alcohol en Halloween o en las tabernuchas infectas de la sierra o la caravana camino de la playa levantina con sus correspondientes chiringuitos igualmente infectos a lo único que ha de aspirar el bicho humano?
Por cierto: felices huesos de santo, que eso funciona siempre.

3 comentarios:

  1. Es verdad eso de que estamos en una época en que existe una marcada tendencia a acomodarse en el hedonismo y en la ley del mínimo esfuerzo, y todo lo que resulte mínimamente sacrificado se rechaza. También estamos inmersos en una cultura que fomenta el individualismo, y que eso de compartir cosas o ayudar al prójimo da pereza. Y, en cierto modo, como tú apuntas, es un retroceso en la civilización. En una entrada anterior hablabas de que estamos perdiendo la comunicación con el prójimo, y eso es reflejo de que nos estamos deshumanizando a pasos agigantados. Y ya eso de honrar a los difuntos se va convirtiendo en una costumbre casi testimonial. Aunque no creo que esté todo perdido, y yo he visto a gente que lleva a los niños pequeños a visitar a sus abuelos o bisabuelos a los cementerios. También he visto las malas caras que ponen algunos al ver los niños, como queriendo decir que estas cosas no es para enseñarlas a las criaturas. Creo que esa es una buena iniciativa para que los niños ya a esa temprana edad vayan cultivando la humanidad con la que nacen, y que el "influjo" de las cultura consumista provoca que pierdan pronto. En fin, creo que la deshumanización, como tantos otros males, se combate con educación. Aunque educar a los mayores ya es más difícil... Un fuerte abrazo.

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  2. Hemos perdido lo que de humanos y respetuosos con nuestros ancestros y con nuestros semejantes o nos lo han hecho perder vendiéndonos una falsa modernidad, que por cierto acaba siendo una total falta de ética y valores fundamentales, no lo se, sencillamente a mi cada vez me gusta menos lo que veo y el comportamiento general, hablo de la gente, del pueblo. Un pueblo descreído que continuamente demuestra grandes dosis de vacuidad.

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  3. Sobre el primer pilar que describes te cuenta un experimento que ví en un documental, en el cual ponen a vivir juntos a un perro y un gato divididos por un vidrio, el perro tiene un mecanismo especial para alimentarse que funciona presionando un botón, lo interesante es que el mecanismo permite que el perro presione otro botón que alimenta al gato en lugar de a sí mismo. El gato no tiene alimento. Lo increíble fue que pasado mucho tiempo el gato estaba muy hambriento, el perro lo notó y decidió sacrificar su ración para ayudarlo.

    Con esto pienso que se puede derrumbar el primer pilar.

    Al segundo pilar no le doy mucho crédito, pienso que el ser humano, no obstante su gran inteligencia, es el único ser que teme a la muerte... nuestra conciencia nos ha separado de la naturaleza y nos ha hecho vulnerables e indefensos.

    Saludos querido amigo.

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