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sábado, 29 de diciembre de 2012

Aquellos crismas

Dos de las deliciosas tarjetas de Juan Ferrándiz, últimamente parece que redescubierto. Es curiosa la contraposición de la superiore con un punto de partida medieval y santiaguesco y la inferior con un tema en el que se centra en lo que serán sus señas de identidad, los niños traviesos con o sin alas y los animalitos, menos formal pero más cercana. Un maestro en cualquier caso.

Cuando era pequeño, allá por los sesenta, no recuerdo que por estas fiestas el correo trajera la felicitación navideña, en cambio, sí llegaban postales por santos, cumpleaños o aniversarios, hoy de esa costumbre sólo quedan unas cuantas postales en las viejas cajas de lata, claro que entonces solía hablarse por el teléfono del bar que era el único del barrio y eso se guardaba para emergencias.
Prácticamente en un mismo proceso, que no deja de ser interesante desde el punto de vista sociológico, fueron llegando a las casas la televisión y el teléfono. Si bien la una no mató del todo la estrella de la radio, el otro sí que acabó con el uso de felicitar por correo. Todo ocurrió en muy pocos años, en mi casa, que no fuimos ni de lejos de los primeros en nada por la precariedad económico-sanitaria en que nos encontrábamos, puedo datarlo con exactitud: entre el 62 y el 66, salvo el teléfono que retrasó su entrada triunfal hasta el 72, cuando ya no había que ir al bar sino a casa de cualquier vecino para las llamadas urgentísimas (así nos enteramos de la muerte de mi abuelo en el 69 pues en mi barrio, aun a medio colonizar, no había ni cabinas)
En esa primera mitad de los sesenta fue cuando se generalizó la costumbre de los “crismas”, así, a la castiza: crismas. Poca gente corriente sabía que demonios quería decir la palabreja más allá de la tarjeta navideña. Quizás esa década fuera, al menos en España –y dejo sentado que no sé mucho del tema- la edad de oro de la felicitación navideña, si no en cantidad, sin duda sí en la calidad de los trabajos que incluso con técnicas notablemente inferiores a las actuales producían obras maestras del género; baste un nombre para demostrarlo: Ferrándiz, cuya obra aun hoy sigue vigente y cuya influencia se extendió notablemente durante muchos años. No era el único maestro pero sí uno de los pocos cuyo nombre se recuerda.
Hay que reconocer que había un elemento que favorecía el florecimiento artístico de este género que no era otro que el peso de la religión oficialista. No era concebible una felicitación sin el pie forzado del tema religioso a uno u otro nivel, incluso tras el Concilio.


Si en los 60 se produjo el pico de calidad fue en los 70 cuando se alcanzó el de cantidad. Según nos acercábamos al final del ciclo político iba subiendo el consumo del producto que, como consumo, no de dejó de crecer hasta bien entrados los 80. No puedo afirmar que exista una relación directa entre el cambio de régimen y el cambio de “iconografía” en las felicitaciones pero el caso es que fueron apareciendo desde los primeros 70 las fotografías de adornos navideños, los Papás Noeles, muñecos de nieve sin referencias religiosa y mil temas más. Hasta el punto de que guardo una felicitación que es el dibujo de una chica completamente a la moda (pelo afro, abrigo largo, etc) en un paisaje nevado, no recuerdo si con algún regalo y esa era toda la referencia navideña.
Entonces los buzones se llenaban todos los días de diciembre, se enviaban tarjetas incluso a quien veías todos los días, a la familia con quien ibas a pasar las fiestas y hasta al gato si se terciaba. Fue entonces cuando cogí la costumbre de usarlas como elementos decorativos apoyándolas en los libros, cubriéndolos casi por completo.
En algún momento, quizás a mediados de los 80, hubo un cambio de tendencia, al principio bastante coherente. No tiene sentido felicitar por escrito a quien ves a diario, luego vinieron las bajas, amigos y parientes que se fueron muriendo y, finalmente, la felicitación no respondida que envías un par de Navidades pero que acabas por dejar de hacerlo ante el silencio o la indiferencia. La llegada de las nuevas tecnologías fue una excusa perfecta para ir abandonando la costumbre y hoy apenas son siete u ocho las tarjetas que decoran mi biblioteca.


Aunque yo, que frecuente y violentamente, soy acusado de decimonónico, pertenezco a la vieja escuela de enviar felicitaciones (respondidas en un algo más del cincuenta por ciento), echo de menos el pequeño ritual que, en cierto sentido, preparaba las fiestas.
Cada año se elaboraba en casa la lista, a nadie se le ocurría guardarla de un año para otro (ahora tengo una carpeta en el ordenador “Felicitaciones”, con los nombres y las direcciones, muy funcional); se compraban una a una, cada miembro de la familia que veía algún “crisma” que le gustara lo compraba. Luego, una tarde, quizás en torno a un café con leche bien calentito, se escogían: “éste para tu tía Mari”, “éste para la tia Abuela Luisa”, “éste con el gatito para tu prima que al niño le va a hacer gracia”, y se anotaba en el sobre. Algunas tenían que ser de mano de uno de nosotros, la de la tía abuela tenía que escribirla necesariamente mi padre, la de uno de mis profesores era imprescindible que fuera mi letra por muy nefasta que fuera, otras tenían que decir cosas –una pequeña carta-, unas pocas había que tratarlas con pinzas, de esas se hacía una especie de borrador, eran las dirigidas a quien había perdido a alguien o cosa parecida. Se iban escribiendo a lo largo del mes, con calma. Hoy escojo un paquete de alguna ONG, con tarjetas más o menos estandarizadas y apenas elijo las menos feas para una o dos personas. Luego las escribo, una tras otra, sin pensar cual gustará más a quien, por fin, todas juntas, salen hacia su destino. Más o menos todos hacemos lo mismo, lo sé por que las pocas que me llegan son muy similares y todas con el nombre de la ONG al dorso. Cierto que ahora hay otro ritual que también cumplo, elaborar las felicitaciones en el ordenador, elegir tus contactos y enviarlas. Una liturgia de soledad ante un teclado y una pantalla con New Roman 12 o Monotype Cursiva, 14, negrilla. Sin embargo, por mucho cariño que quieras poner en buscar imágenes, escribir textos más o menos aparentes y montarlos, no es lo mismo.

6 comentarios:

  1. Te doy toda la razón, no es lo mismo. Y no sabía nada de la existencia de este artista, Juan Ferrándiz, y de que fuera el autor de tantas imágenes que pueblan la iconografía navideña. Lo cierto es que nunca me había preguntado qué mano podría estar detrás de toda esta belleza. Es una lástima que se haya perdido la tradición de los crismas. Yo también conservo guardados como oro en paño algunos de mi infancia, pero ya no los mando, ni los recibo. Y en ellos aparecen también estas mismas imágenes con que ilustras el artículo. Me son muy familiares. Esos personajes cabezones y mofletudos, y con esas preciosas sonrisas resultan absolutamente encantadores. Los recuerdo también de los recordatorios de Primera Comunión. Hace un tiempo abrí un libro que hacía mucho tiempo que no consultaba y tuve la grata sorpresa de encontrarme con un crismas que una prima mía, que ya es toda una señora, había escrito con una letra horrible, irregular con faltas de ortografía, quizás de cuando ella tendría unos siete añitos. No sé cómo fue a parar allí, pero me resultó muy grato encontrármela, como si abriera una cápsula del tiempo. Yo lo interpreto como una manifestación más de la magia de la Navidad, que aparece cuando menos se la espera, jeje. Un fuerte abrazo, amigo Joaquín, y, utilizando el viejo lenguaje de los crismas, que tengas un feliz y venturoso año nuevo :-).

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  2. Buenas noches..

    Gracias por tus buenos deseos y que en el 2013 se cumplan todos tus sueños... Saludos

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  3. Cuántos recuerdos. A Ferrandiz se le copió mucho y no muy bien.
    Tengo que confesarte que en los 70, en plena euforia crísmica yo tenía año tras año la tarea de inventarme uno que fuera original, moderno y rompedor para la empresa en que trabajaba. Con mi poca afición al tema, este trabajo se convirtió en un martirio. Del resultado solo te diré que mejor hubiera copiado a Ferrandiz, aunque fuera mal.
    Muchas felicidades.

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  4. Que de recuerdos me traes siempre, Joaquin. Uno me ha recordado que tambien yo los cree en algunos años de mi juventud para familia y amigos, puede que algun dia los rescate y los suba a mi blog. Un fuerte abrazo y mi deseo de que el 2013 te traiga mucha felicidad inesperada.

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  5. Roberto: No puedo sino darte la razón. Una de las funciones de la Navidad es eso que has llamado "cápsula del tiempo" y como bien dices es mágica. Yo sí mando crismas, pero apenas los recibo, en ningún formato. Yo guardo como oro en paño no sólo los que nos han enviado a casa sino también todos aquellos que la gente me ha ido dando y cuyos destinatarios ni conozco. Eso sí, sólo los más selectos. Mis mejores deseos para ti en este 13.
    Balovega: muchas gracias y un fuerte abrazo
    Uno: uf, si no disfrutabas haciéndolo me hago cargo que sería un problemón, además "original, moderno y rompedor" ná menos. Tienes toda la razón al afirmar que a Ferrandiz se le copió mucho y mal y yo añadiría que durante demasiado tiempo. Para colmo se extendió a un millón de cosas como recordatorios de comunión etc. Parece que ahora se está recuperando su nombre y se vuelve a redescubrir.
    David: espero que sean buenos, no siempre es así. Yo nunca me lancé a crear ningún crisma, pero ya tardas en subir aquellos que hiciste. Muchas gracias por tu deseo y tu matiz de "inesperada", por que como sea la esperada, estoy apañado jejejeje. un abrazo

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  6. Cuando era pequeño me acuerdo de que utilicé estas felicitaciones, luego cuando empecé a escogerlas personalmente utilizaba reproducciones de obras de arte, ahora lo hago por ordenador, hay que ver lo que cambian las cosas.

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