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jueves, 20 de marzo de 2014

Dos emes en realce (séptima entrega)



Aunque, obviamente, a Mariola no le hizo la menor gracia separarse de su familia y amigas, entendió con deportividad, por llamarlo de algún modo, la situación. Al fin y al cabo era una mujer joven y algo de espíritu de aventura tenía, además estaba cómoda en su matrimonio, sobre todo al no tener que soportar el acoso carnal contra el que le habían prevenido sus amigas y parientas que, real o fingidamente, hablaban de ello como de algo repulsivo y agobiante por parte de los acuciantes deseos de sus maridos. Así la joven vistió sus galas nupciales con cierta suspicacia y no poco miedo físico pues era consciente de su mala salud, confiada, sin embargo, en las pruebas que le había dado su novio de respeto. Ni una sola vez había ido más allá de lo correcto y ni siquiera había demostrado la menor prisa en lo correcto, el primer beso llegó incluso un poco tarde y la primera caricia por debajo de la falda fue en su noche de bodas. No quedó la novia defraudada en ese aspecto, siempre reinó el mayor respeto. Nada que ver con los acosos que, por lo visto, eran norma entre sus amigas. Valoraba en mucho esta actitud de su marido y, dentro de sí aunque nunca lo hubiera planteado con palabras ni siquiera en su mente, entendía que en el contrato él estaba cumpliendo más que correctamente y a ella le correspondía estar siempre a su lado como parte del mismo. Todavía no sé si alguno de los dos se ha dado cuenta a día de hoy del juego que, consciente o inconscientemente, había iniciado Manuel, con notable éxito.
Tras ese primer traslado vino al año y poco, otro, y más tarde otro y otro y otro. Mariola era un poco retraída en los primeros contactos con la gente de manera que tarda mucho en hacer amigas, por el contrario Manuel sabe hacer amistades rápidas y serias con quienes están un escalón por encima de él, espacio en el que Mariola, por cierto, encaja sin esfuerzo de ningún tipo, también hace amistades rápidas y útiles con quienes están uno o dos escalones por debajo de él, si fuera capaz –que no lo es- de describir estas relaciones sería algo así como que nunca se sabe a quien vas a necesitar y, sobre todo, a quien vas a tener que demostrar tu superioridad. Ahí Mariola encaja menos, le cuesta ver al portero como alguien creado por la naturaleza con la única misión de abrirle la puerta pero se deja llevar. Sobre todo se dejaba llevar por entonces puesto que, en realidad, estaba sumergida en ámbito de relaciones y amistades de su marido entre las que siempre, indefectiblemente, se incluían a sus jefes directos, alguno por encima de éstos, alguien cercano al gobernador civil, algún y aun algunos altos cargos militares, y, por encima de todo un par de cargos catedralicios. Consciente de sus límites nunca se relacionaba sino desde la presentación casual presidida por el servilismo mejor disfrazado socialmente con gobernadores, obispos y demás altísimas jerarquías de la ciudad y la provincia, nunca con el alcalde pero sí con el teniente de alcalde y con el amigo del alcalde que le había prestado para comprar la casa. Arte sutil que Mariola tardó en comprender pero que lo hizo de la peor de las formas posibles: enfermando. Ah, curiosamente la insultante salud de Manolo no le había llevado a trabar relaciones sanitarias. Apenas Mariola ingresó a toda prisa su marido recurrió digamos que a donde siempre había recurrido: a la capilla. Lease: a su director espiritual que le acompañó a ver a la superiora de la orden que trabajaba en ese sanatorio. He de recordar que la presencia de las siniestras tocas monjiles en los hospitales españoles fueron una constante presencia hasta bien entrados los ochenta, así que ni que decir de aquellos años sesenta de salas colectivas y rosarios al amanecer rezados a voz en cuello por las sores. En pocas horas Mariola pasó de la sala de veinte camas a una habitación individual y de la visita del médico cada dos días con su aire de vedette o prima donna, rodeado de su habitual corifeo de aprendices y lameculos, a la visita diaria, mañana y tarde a veces, junto a la monja enfermera jefe y sentándose durante no menos de media hora a charlar con la paciente. Ahí se dio cuenta el inexperto Manuel que se le había escapado un cabo suelto: la medicina. Campo que se dedicó a cultivar intensamente a partir de entonces.
Decir que toda esta actitud de nuestro hombre era para lograr ascensos no sería cierto pues dada su formación y demás no eran factibles, ni siquiera lo hacía por mejorar de destinos, no, era otra cosa. Lo que sí fue siendo cierto es que a fuerza de una vida morigerada aunque sin privarse de lo necesario para asistir a las invitaciones de sus amistades y para corresponder en la medida de sus posibles, labor para la que el gusto y la buena disposición de Mariola resultaban de un valor inestimable, lograron ir asentando su posición económica. También es cierto que a cada traslado alquilaban un piso más pequeño, y más aún cuanto más cerca estaban de la familia de Mariola. Era algo sutil, casi inapreciable como se elegía, elegía Manuel, por supuesto, el piso de dos habitaciones en el que sólo cabía una cama turca a duras penas en el segundo dormitorio por apenas unos centímetros, casi tan sutil como el hecho incontestable de que Mariola vivía sumergida en la red de amistades y relaciones que creaba su marido exclusivamente, a ella no le daba tiempo pues cuando empezaba a relacionarse por su cuenta tenían que trasladarse de nuevo, en lo que se podría calificar de vida de funcionario normal para la época, sin duda su época dorada.

2 comentarios:

  1. Vaya trajín que se trae. Yo creí que los funcionarios tenían su plaza en propiedad y que no era tan facil moverles. ¿O es que Manolito lo provoca? ¿Con qué intención? ¿Sospechará algo Mariola?... Me comen las dudas.
    Un abrazo

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  2. Lo de la movilidad funcionarial supongo que habrá variado pero entonces una vez dentro eran bastante móviles con plazos fijos de destino que podían variar, piensa en militares, maestros y la gente de obras públicas, por ejemplo.

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