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sábado, 27 de febrero de 2016

El Hombre que no quería tener historia (3)



La novia de Gonzalo vivía cerca de esa clínica donde estuvo bastante tiempo y le visitaba a menudo con una amiga. Dos madrileñas pequeñas, pizpiretas, simpáticas y básicamente alegres, Magdalena y Loli, supusieron, o creemos que debieron suponer una conmoción para el hombre triste y adusto en que se estaba convirtiendo. Loli era pícara y muy bonita, Magdalena era más tímida pero sabía seguir el juego aunque jamás lo empezara. Aire fresco en suma para aquellas salas siniestras de los hospitales de la época, sobre todo la risa de Magdalena, preciosa cascada que no perdió hasta casi su muerte el siete de julio hará veintinueve años. Una morena y una rubia, Magdalena y Loli, hijas del pueblo de Madrid, que diría don Hilarión y seguramente habría dicho Tino de haber conocido la zarzuela llegaban cada tarde de visita llenando la sala de sonrisas hasta que un día de buenas a primeras, cuando apenas faltaba un par de semanas para la boda de Gonzalo y Magdalena, Tino se fue, pidió el alta voluntaria y desapareció. La versión oficial es que los médicos querían ahorrar en su tratamiento y en lugar de ponerle en la cabeza una pieza metálica querían hacer una especie de cámara de aire y él se negó. Desde luego, era muy propio de él que o se hacían las cosas a su manera o no se hacían. Sin embargo, a muchos no nos convence esa explicación, sin que sepamos acertar a decir por qué. Una vez más el hombre que no quería tener historia se borró de ella,  ni siquiera una fotografía en la boda de su hermano. Sin huellas.
Sabemos, por qué nos lo han contado, que volvió a la tierra natal, a la casita de piedra bajo un castaño más grande que ella, junto a la abuela que aun hablaba del gobierno como de “la Señora” –supongo que se referiría a la Reina Regente Doña Virtudes, pues aunque anciana, había nacido, según mis cálculos el año de la Gloriosa, 1868 y, por tanto no podía recordar a Isabel II-. Allá, meses después recalaron los recién casados, merced a lo arbitrario de los destinos de la Armada. Magdalena, urbanita que nunca había salido del cogollo castizo de los madriles, tardó en hacerse con el nuevo entorno, sobre todo con lo del retrete fuera de la casa y con los bichos, aunque para compensar disfrutaba de los paisajes, las arboledas y el mar que vio por primera vez en su vida, no se sabe por qué siempre dijo que el mar “le había llegado tarde”, sobre todo cuando aun no tenía veinticinco años. Los dos hermanos la guiaron por aquel mundo nuevo tan ajeno a lo bullicioso de lo más bullicioso de la ciudad. Congeniaron los tres, la abuela, Tino y Magdalena, sorprendiéndose mutuamente con sus rarezas, o más bien con sus respectivos mundos. De nuevo otro destino de Gonzalo se llevó a la pareja al otro lado del país y al año la abuela murió y, otra vez, el hombre que no quiso tener historia se fue. Estuvo en mil sitios, hizo mil oficios para acabar yéndose sin motivo de todos ellos. En la familia corren historias variadas sobre esos años pero con un aroma épico que está muy lejos de lo que era el hombre que no quiso tener historia. De hecho, no la tenía, al menos oficialmente. Las lesiones en el cráneo eran suficiente motivo para darle una pensión pero cuando fue a reclamarla se limitaron a decirle que ese informe era falso pues si tuviera tales lesiones estaría muerto, así que o muerto o trabajando, eran así los tiempos de entonces.

2 comentarios:

  1. Yo hubiera querido vivir así, cambiando de paisaje y oficio, de pais y de amistades. Volver a empezar mil veces. Vivir mil vidas.

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  2. Supongo que son opciones pero la que cuento tiene más de huida que de vida. Yo como buen capricornio y perro de horoscopo chino y de tierra para más inri soy todo lo contrario busco echar raices, en los lugares y lo que es peor en las personas y el tiempo.

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