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viernes, 17 de diciembre de 2010

Cuento de Navidad

Seamos sinceros: yo me he propuesto escribir un cuento de Navidad dado lo siniestro de mis últimos relatos, y de los que vendrán me temo, pero, claro, un cuento de Navidad no se escribe solo. Ahí llega el problema. ¿Por donde se le entra a un cuento de Navidad sin caer en lo manido, ñoño o trágico? Es, empero, género agradecido que como sólo se lee en estas fechas en las que uno está algo tontorrón y sensiblero pues quizás se vuelva menos exigente, se ha escrito mucho y sin duda bueno pero desde Dickens y su “Canción de Navidad”, ya hay poco que hacer al respecto. Ah, se me olvidaba el más atroz, sádico, cruel y perverso texto jamás escrito como cuento navideño: “La fosforerita”, de Hans Christian Andersen, cabe pensar que en este relato destiló todo el odio hacia la infancia que fuera capaz de sentir condenándola a leer o a escuchar la más espeluznante historia de una niña que muere congelada en Nochebuena viendo a través de las ventanas como las demás familias están gozando la Navidad. No concibo la crueldad que hace falta para hacer ver que eso es un cuento para niños. A mi me lo leían de pequeñito y, claro, así salí. Como contrapeso, un relato que descubrí el año pasado: “Como el Niño llegó a sonreír” de Kart Heinrich Waggere, deliciosa visión del pesebre, y la complicidad del recién nacido con una pulga. (No, no se me olvida Wilde, pero “El gigante egoísta” no se ambienta en Navidad)

En cuanto al cine, se ha producido, de hecho, poco cine navideño, nada extraño dado que la industria en los momentos del Gran Cine era de otra creencia, y cabría decir que se han hecho mil o dos mil veces más telefilms navideños –la mayoría tan indigestos como la castiza lombarda- que películas propiamente dichas. De éstas, si descontamos las nosecuantas versiones de “Canción de Navidad” –la última del año pasado y mejor hacer la obra de caridad de no recordarla-, nos encontramos con poquísimas y encima vino Capra y dejó hecha “!Qué bello es vivir!” después de lo cual tampoco queda mucho que decir salvo que ninguna de las citadas trata realmente tema religioso lo que me lleva a pensar que una cosa viene a ser la Navidad y otra la religión, pero esa es otra historia.

 No pensemos que en España no tenemos nuestros cuentos de Navidad, La Nochebuena del Diablo de Clarín, o del propio autor otro en el que describe como se aprovecha la misa del gallo para meterse mano y otras cosas apretaditos por el frío, digo yo, son algunos ejemplos. Pemán dejó escritos que, ejem, mejor olvidar –al menos los que he leído yo-. En castellano, quede claro que no soy un experto, ya quisiera yo ser experto en algo, se me viene a la mente un tango, que, a su manera, es un cuento de Navidad: “Noche de reyes” en el cual el papá del niño apuñala a mamá por un asunto de cuernos aunque a mí de chiquitín me cantaban otra versión en que el padre dejaba sobre los zapatos del niño la navaja sin usar regalándole la vida de la madre. Si es que a nosotros donde no haya desgarro y duquita mortale es que no nos vemos. El cuento navideño por excelencia español es una película de Berlanga: “Plácido”. Ahí tenemos todos los elementos necesarios para serlo, esperpento, frío, indiferencia, crueldad, más frío, burla del necesitado, del enfermo, fanatismo religioso (curiosamente todo lo esencial en El Quijote, enciclopedia de la crueldad que dijo Nabokov) y ese hermoso villancico con que me acunaban de crío:

Madre en la puerta hay un niño,
más hermoso que el sol bello,
para mí que trae frío,
pues el pobre viene en cueros.
Pues dile que entre, se calentará,
porque en esta tierra
ya no hay caridad,
ni nunca la hubo
ni nunca la habrá.
Que convierte ese esperpento cruel en otra cosa. Por cierto que empiezo a preocuparme con las cosas que me leían y cantaban de pequeño. Pero eso daría para otra entrada.

Sin embargo, no pensemos que la iconografía navideña cinematográfica navideña nacional se queda ahí, un país tan “religioso” como nosotros además de poner a Carmen Sevilla como una más que dudosa Magdalena en una de las versiones de “Rey de Reyes” y espantos semejantes, ha dejado una referencia imborrable para tres o cuatro generaciones y para las que vayan viniendo aficionadas al cine, y no precisamente en una película de tema navideño, sino más bien en un cántico panfletario y burdo, tan vacuo y grandilocuente como el régimen que lo mantenía, a la familia numerosa o a la paternidad irresponsable, curiosamente contraria a la doctrina del Vaticano II ya en marcha. Me refiero a “La gran familia” (1962) con un Alberto Closas en una de sus interpretaciones más sobreactuadas y falsas –hay papeles que nadie puede sacar adelante con dignidad por mucho que lo intente-. Inolvidables las secuencias en mi amada Plaza Mayor entre los puestos navideños, los de verdad, no esa imitación a la aldea de Hansel y Gretel en que los han convertido ahora, con José Isbert y su recua de nietos buscando a Chencho, el pequeño, que todavía no sabe hablar: “Chencho, Chencho” (a veces por estas fechas cuando voy me dan ganas de ponerme a gritarlo yo). Un drama que nos puso a todos el corazón en un puño y que, a la que te descuidas, aun lo hace a pesar de su torpeza y vulgaridad pero que salva ese actor que con su voz tan característica te estremecía y estremece.
Volviendo un tanto al esperpento pero esta vez pasado de rosca hemos de mencionar “Noche de Reyes” 2001, por lo que sé bastante más desquiciado y cercano a “El día de la bestia” que a cualquier relato navideño y, ojo, que “El día de la bestia” también es de tema navideño.
No quiero pasar por alto lo único que en nuestro cine puede semejar a un cuento de Navidad que no sea un esperpento o un canto a la crueldad humana o una majadería. “Un millón en la basura” de José María Forqué, 1967. Un reparto de los clásicos españoles: López Vázquez, Julia Gutiérrez Caba, Aurora Redondo, Juanjo Menéndez, nos cuenta como un barrendero ahogado de deudas se encuentra un millón en la basura y el debate moral entre devolverlo a una empresa, no a un nombre, o no, la decisión de devolverlo, el trabajo que le cuesta que se lo admitan y un final moderadamente optimista. Sí, tendrá todos los defectos del cine español de aquellos años pero por lo menos no destila ese veneno ibérico de los títulos anteriores. Bueno, sólo un poco, al enfrentarse con la burocracia empresarial.
Total que a pesar de mi pretensión de no ser tachado de costumbrista he decidido que en lugar de Cuento de Navidad voy a optar por tratar algo mucho más entrañable: las cenas familiares. Pero será otra entrada que esta ya peca de exceso.

7 comentarios:

  1. Bueno, yo no conozco muchas de las pelis que has citado pero algunas sí, y prefiero mil veces esas amargas y ácidas pelis españolas cutres que esas insoportables pelis americanas que ponen en esas fechas en todas las cadenas llenas de angeles que se aparecen para conceder un deseo por navidad, papanoeles que son de verdad y vienen a traer regalos a las adolescentes americanas, y cosas así, llenas de juguetes, arbolitos y lucecitas por todas partes.... Es que no las puedo soportar. YO es que veo un papa noel en la tele y cambio de canal inmediatamente..


    Bezos

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  2. Thiago: eso es televisión, productos para televisión, o sea para que duermas o para que compres, por eso no los he mencionado. Pero aun así La gran familia es tan pastelera como el más glucosado papa Noel

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  3. Qué buen repaso, Joaquinitopez. Hace unos años pude ver una versión preciosa en El Círculo de Bellas Artes de la vendedora de cerillas (tu fosforerita).
    No puedo compartir tu amor/odio por "La gran familia" porque tuve una vez implicaciones sentimentales con el elenco y eso me ciega.
    Sin duda Placido es nuestro mejor cuento navideño.
    Un abrazo

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  4. Uno: desde luego La gran familia es un imprescindible de nuestro cine, que duda cabe, pero el canto a la familia ultranumerosa es contrario a mis ideas. Por otra parte y sin ánimo de cotillear me has dejado en ascuas con la relación con el elenco. No veas el misterio que te da. (Entiendelo en el mejor de los sentidos)

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  5. Me quedo con Plácido, una Navidad en gris, pero una Navidad real, no es que sea devoto de estas fiestas, o mejor dicho, no soy nada devoto de como se entienden. Lo que más me molesta es esa hipócrita fraternidad universal, me revuelve el estómago, esa caras de estúpida felicidad y de falsedad bien estudiada, sólo la mirada de los niños me reconcilia con estas fiestas.

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  6. Pe-jota: yo no he conseguido dejar de mirarlas como cuando era un niño. Y no creas que es una suerte. Parezco un imbécil o un subnormal.
    Un abrazo

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  7. Jamás pierdas la inocencia y la curiosidad de niños, eso te da la capacidad de vivir con toda tu alma.

    Felices fiestas, un abrazo.

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