Sentado a la mesa del rincón, ante un periódico que hace mucho dejó de interesarle, pierde la vista en la tarde que cae temprana. Pronto no verá más que las luces anaranjadas de la ciudad, abajo. Del pasillo llega una luz brillante y un cierto bullicio, las limpiadoras, las enfermeras, un médico apresurado, un paciente que pasea su oxígeno y su sonda apoyado en su mujer, una señora desgreñada que se cruza con él envuelta en una raída bata de abrigo. Van llegando las visitas, un matrimonio maduro llega a la habitación de enfrente ocupada por una señora muy mayor, un hombre llega con ojos asustados llevando a tres niños a la habitación de su esposa que carga un cacharro de esos de estar midiendo constantes todo el tiempo, parecen muy jóvenes; un señor mayor apoyado en un bastón que blande violentamente pidiendo explicaciones se dirige a la tercera habitación de la izquierda, un grupo de jóvenes entran en la quinta a la derecha gritando “hola abuela”. Casi no hay luz en la habitación ya. Escucha las conversaciones cercanas, “el cateterismo salió bien pero con esos años…”, “Sí, nos han dicho que mañana nos vamos”, “No quiere beber”, “El médico dice que claro que podrá ir al bautizo de la bisnieta”, “Nosotros no podemos hacernos cargo, hay que hablar entre los hermanos por que así ya no podemos seguir”, “Llamó tía Engracia, con esa edad ¿Cómo va a venir? Noventa y siete cumple el mes que viene”. “Está mal, muy mal”, dice alguien a un teléfono móvil a punto de llorar, “Hoy no ha comido mal. Sí, ochenta y tres”, “La 1245 es por el otro pasillo”. “Sí, mamá cumplirá ciento tres en febrero”. El pijama azul no abriga demasiado y le da algo de frío, no espera a nadie, no hay nadie a quien esperar. En horas de oficina anteayer delegaron en Anita para que se enterase de si había sobrevivido al infarto y de cuanto tiempo va a estar ingresado. Demasiado joven a sus cuarenta y tres años, dicen los médicos, debe ser cierto escuchando las cifras que escucha en ese pasillo, pero parece que su miocardio no lo debe saber.Las tardes de hospital son largas y en el otoño tardío más. Tampoco esperó a nadie ayer, ni lo hará mañana. Conoce las excusas, las disculpas, el trabajo, los horarios, los niños, pero también la realidad. No es nada para nadie, salvo un jefe, un compañero, un subordinado, un amigo de cervezas, nada que le incluya en la vida de nadie al cerrar la puerta de su casa. Nada que le incluya en una cena de Nochebuena, por ejemplo. Seguramente se lo ha ganado, siempre ha estado dedicado al trabajo, era un buen refugio, cómodo, excusa perfecta para no compartir tiempo, campar por sus respetos sin contar con nadie, evitar a esa chica que no le gustaba o que le gustaba demasiado. En realidad, nunca le ha importado un comino su trabajo ni ha dejado de sí en él más de lo imprescindible y él lo sabe. Esa labor rutinaria y remunerada ha sido tan sólo una más de las cosas de las que no ha formado parte. Como no forma parte de la corriente de visitas y enfermeros que vienen y van por el pasillo, nunca ha sido parte de nada, caminando por una cuneta de la vida pero asistiendo a ella como espectador a menudo desinteresado. No sabe en qué momento se salió de la corriente pero sí que no supo reincorporarse a ella. “La vida sigue”, dice alguien en el pasillo cuando ve llegar a una pariente joven luciendo un hermoso vientre embarazado. Sí, la vida sigue, para todos y también para él en su cuneta. No, no espera nadie esta tarde, ni mañana. Quizás si el domingo siguiera ingresado y su primo lo supiera se pasara un momento antes del vermouth. Pero para eso tendría que decírselo, y para hacerlo tendría que saber que le importa. Ni una cosa ni otra son realidades, tampoco ficciones, sencillamente la cuneta nunca se cruza con la calzada ¿Cuándo dejó de intentarlo? “Si todo sigue así, en un par de días a casa”, dijo un galeno. Sí. Y con suerte en un par de meses al trabajo, a lo que le permitan hacer, a las putas los sábados de madrugada ¿Cuándo dejó de pretender ligar?, ¿Cuándo renunció a buscar una mujer?, ¿antes de salirse de la carretera o fue después? No lo recuerda. En la habitación sólo entra la luz del pasillo y los ruidos del pasillo, las voces. Desde su silla les ve, a pocos metros pero lejos, muy lejos. Un pinchazo le paraliza el brazo izquierdo, reconoce el síntoma y se levanta hacia el timbre junto a la cama, el pecho se aplasta violentamente, es como la otra vez, quizá peor, coge el timbre y se ve envejeciendo en la cuneta, de puta en puta, de oficina en oficina, sin esperar hoy ni mañana a nadie y decide no apretar, dejar que las cosas sigan su curso en la oscuridad de su habitación, sólo y al lado del ir y venir de la vida. Le descubrirán en un par de horas, cuando traigan la cena.
Cari, desoladora radiografía de un hospital eh. Es curioso como vamos los sanos a ver a los enfermos, como entramos con aprensión y como salimos de allí con alivio.
ResponderEliminarClaro que tu enfermo imaginario parece bastante misántropo. Si tuvo una vida así, no parece lógico que ahora en el hospital le vayan a salir los amigos de debajo de las piedras. Creo que esto es como los entierros... Si quieres que vayan mucha gente al tuyo tienes que ir tú a muchos entierros, pero teniendo la precaución de que no se te mueran todos antes que tú, jajaja
Bezos.
Desgarrador pero muy realista, estupendamente descrito el ambiente y las conversaciones de hospital, y esa soledad-refugio que al final se vuelve una losa... excelente, querido joaquinito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo como siempre ando desmarcándome un poco, parce que andas un poquito de terapia, está bien, y sí por desgracia todos hemos asistido alguna vez a situaciones sino iguales sí similares, es desolador, tal vez el que menos cuenta se da es el enfermo, pero la vida también tiene lados mágicos y sorpresas inesperadas.
ResponderEliminarComo la vida misma. Estupendo Joaquinitopez.
ResponderEliminarEs curioso como las visitas a los hospitales y todo lo que las rodea, son lugares y momentos para la reflexión. Será porque recordamos que somos mortales.
Y lo digo por mi que ultimamente estoy visitando amigos en hospitales mas a menudo de lo que querría.
Un abrazo
Thiago: me preocupas.
ResponderEliminarThedore: muchas gracias, pero sigo necesitando demasiadas palabras.
Pe-jota: toda la razón, terapia pura y dura, observación y una forma de distanciamiento. Mientras lo ves como relato no lo ves como vida.
Uno: un mal profesor que tuve en la carrera decía que hay un tiempo en que la gente se muere y hay un tiempo en que nos morimos. Nosotros me temo que estamos en la transición del uno al otro.
Gracias a todos por leerme. Un abrazo
JAJ Cari, por dios, explícame qué es lo que te preocupa de mí... Ahora no me dejes preocupado a mí, jaaj ¿He metido la pata?
ResponderEliminarY respecto a lo que preguntas en mi blog, pues no tengo más remedio que decirte que, desde luego, tienes todo el derecho a escribir lo que quieras, que mi autorización no debería ser necesaria, solo que espero que lo que escribas me gusta. A mí me gusta inspirar -pero en contra del viejo dicho- a mi me gusta inspirar, aunque sea bien, ajajaj
Bezos.
Bueno, pues nada, quedo más tranquilo a la espera del post que, supuestamente, quieres realizar en parte inspirado por mí (bueno, suena un poco pretencioso, no?) jaj
ResponderEliminarBezos.
Tu prosa, insisto, es magnífica. El enfoque que le das a esta clase de ambientes es muy interesante. Me gustó muchísimo!
ResponderEliminarBESOTES QUERIDO AMIGO Y MUCHAS GRACIAS POR TU VISITA!
BESOTES GUAPO!