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lunes, 14 de octubre de 2019

OFENDIDO

La imagen de la cabecera de hoy es sólo para quitar hierro a lo que voy a contar que no tiene nada de humorístico, ni siquiera con el Dr. Sheldon Cooper.
Como bien sabéis quienes me siguen soy discapacitado y dos veces por semana viene una señora para hacer las tareas domésticas que no puedo afrontar yo. Dado que mis problemas son locomotores y articulares no siempre tengo mis hombros en condiciones de hacer las mismas cosas. Pues bien, y aunque esto suene a queja de maruja histérica del tipo "como está el servicio" (que no es servicio sino ayuda y como tal lo cofinancia la autonomía) hoy me he encontrado con algo que no creí volver a encontrarme.
Víctima del de Cuelgamuros caí, como otros 14000, víctima de la polio y, como detrás de mi generación llegó la vacuna y la enfermedad prácticamente se erradicó en Europa, los médicos decidieron que nos extinguiéramos sin hacer por nosotros nada más que reprocharnos no hacer esfuerzos. Vejaciones, insultos, humillaciones, más insultos, burlas e indiferencia fue lo que recibí de ellos, eso y una más que notable y perdurable culpabilidad. Para que no creáis que exagero aunque dudo que creáis lo que os voy a contar voy a relatar una de las experiencias por las que había de pasar periódicamente.
Necesitaba (hasta los 18) una especie de corsé. El método para hacerlo pasaba por colgarte absolutamente desnudo y hacer un molde de escayola sobre el cuerpo. Realmente estabas casi ahorcado pues lo único que evitaba la asfixia era que te sujetaras a un travesaño por encima de la cabeza. Una situación perfecta para un preadolescente. Para empezar no se cerraban las puertas y prácticamente estabas en medio de un pasillo, pero eso una vez superada la suprema vergüenza del primer momento era lo de menos. Lo malo venía con el "estas gordo", "hay que ver que gordo estás", "no te esfuerzas por mantener derecha la espalda", "te va a salir chepa", "mira si ya le ha salido vello", "estás muy gordo", "eres un tragón y un vago". Y yo tragado quina mientras me envolvían en la escayola caliente sin tener precisamente cuidado donde te tocaba. Con todo y eso no era lo peor. Lo peor era el dedo acusador, permanente y radicalmente ofensivo.
Esta mañana tras un tiempo de tolerar a la eficientísima señora que viene a ayudarme, no es broma, lo deja todo perfecto y trabaja como una máquina y tiene más o menos la misma capacidad de diálogo. Después de que haya dejado en varias ocasiones objetos necesarios fuera de mi alcance -demasiado rápida para retener la idea cuando se lo decía- y pequeñeces que no merecen ser reseñadas esta mañana le comento que el otro día me tiró una cafetera llena de café con la intención de que supiera que mi costumbre es esa, para evitar que volviera ocurrir. Su respuesta fue decirme que era mentira y que siempre se encontraba la casa hecha un desastre y que yo tengo las manos bien y que puedo hacerlo yo.
Jamás desde que me veía colgado como un pedazo de carne sin sentimientos ni condición humana me he sentido más ofendido.
Esto, sin embargo, es un problema menor. El gran problema personal que es lo que me lleva a esta entrada que hacía necesario este preámbulo -al final más largo que la reflexión que quería hacer- es ¿hasta que punto debe un hombre (masculino singular como el diccionario de la Rae decreta para definir ambos géneros) soportar actitudes como esa sin ofenderse y sin enfrentarse a ellas reduciéndolas a cosas que pasan sin más? pero aun hay más ¿hasta qué punto debe uno, debería yo en este caso, callarme y no tomar medidas para que no me envíen a esta señora con el fin de no causarle problemas laborales sabiendo como está la situación para los trabajadores?
¿Acaso la moral, el respeto y la solidaridad pueden pesar tanto en nosotros como para dejarnos pisotear por temor, en este caso, a dejar una persona en la calle?
Hace poco un amigo triste me dijo algo como que "no lo (el respeto) han tenido con nosotros". Siendo rigurosamente cierto, no esargumento, desde luego pero ¿hemos de ser campo abierto para no perjudicar a costa de nuestra dignidad?
¿Vale nuestra dignidad ofendida un parado más?
¿Merecemos que se nos ofenda impunemente?

2 comentarios:

  1. Nunca.
    Las vejaciones no son el pan nuestro. De impunidad, nada. El que la hace, la paga. Pero cómo se le ocurre a la señora? Asumir es un pecado mortal.

    XoXo

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  2. Gracias, veo que alguien también se niega a tragar siempre y todo.
    Un abrazo

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