Dije en la primera entrada de este mi primer blog, aún bastante torpe como podéis ver, que era un “buscador de la belleza”. En esa búsqueda, quien la haya emprendido lo sabe, uno se encuentra de todo desde la más insignificante hierba al darle un rayo de sol en la última gota de rocío a las grandes epopeyas históricas. El arte, las artes, reflejan en la medida de sus posibilidades estos estallidos de belleza.
A menudo hay episodios históricos que se pierde en la maraña de la Gran Historia con sus grandes líneas económicas, religiosas, sociales. Episodios que fracasaron casi siempre y así se difuminan, pero que si hubieran alcanzado un mínimo éxito habrían cambiado la faz de este mundo.
A menudo hay episodios históricos que no te los crees. Sencillamente por que sucedieron de tal manera que ni a todos los guionistas de Hollywood de todos los tiempos se les podría ocurrir uno mejor. Cuando el inmenso Oscar Wilde dijo aquello de que “la vida imita al arte” estaba mucho más cerca de la realidad de lo que seguramente él mismo creía.
Uno de estos episodios es el que voy a tratar aquí, durante un par de entradas o alguna más pues aunque entre los mamotretos de los libros de Historia que dormían a Alicia antes de entrar en el País de las Maravillas se haya extraviado y ocupe como mucho una línea, sigue siendo un momento apasionante de un siglo mal entendido casi siempre: el XIX.
Me estoy refiriendo al Segundo Imperio Mexicano (1863-1867) con Maximiliano de Austria y Carlota de Bélgica como protagonistas. Casi todo el mundo, por lo menos las generaciones de adictos al buen cine (A Dios pongo por testigo de que lo hubo) conocimos esta historia a través de la gran pantalla aunque fuera en la pequeña en blanco y negro de nuestro televisor y es que la historia es en sí misma un guión perfecto, no para una película de hora y media sino para una Superproducción de cuatro horas. Decía que conocimos esta historia a través de una película, “Juarez” de 1939 dirigida por William Dieterle y protagonizada por el hoy ya casi ni mencionado Paul Muni, Brian Aherne y, por supuesto, Bette Davis como Carlota de Bélgica, Emperatriz de México.
Era una aproximación no muy exacta, no muy buena, no muy nada pero si tenía el glamour de Hollywood y de no haber estado limitada en tiempo y seguramente en ideología hubiera sido magnífica y nadie se acordaría ya de Maximilian de Habsurgo, Archiduque de Austria y de Charlotte de Saxe-Coburg, Princesa de Bélgica sino de Brian Aherne y Bette Davis.
Puesto que este fue el primer conocimiento que tuvimos muchos de esta historia, recojo aquí alguna escena y carteles de la película.