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miércoles, 26 de marzo de 2025

El Manzanares es noticia.

Nuestro aprendiz de río hace unos pocos días.
 

Bien podía haberse titulado esta entra "Anécdotas matritenses" en honor a D. Ramón de Mesoneros Romanos, pues es cierto que esta nuestra ciudad no se es urbe de grandes epopeyas, sobre todo por que nos vendemos mal, sino más bien de pequeñas y castizas anécdotas menores como lo de la "Ballena del Manzanares", el perro Paco o el duende de la Calle Fuencarral. Cierto es que, como el aprendiz de río "que lleva sin ser colegio, vacaciones en verano y solo curso en invierno", a veces, de pascuas a ramos se nos pone bravo y, claro, nos alucina, vecina. Y es que este nuestro río del que tanto se han reído los forasteros ("no hay un río más bueno que el Manzanares pues que nunca en sus aguas se ha ahogado nadie, para evitarlo, para evitarlo, cuando lleva más agua cabe en un jarro", decía la copla), a veces se cabrea, al igual que la ciudad, y cuando el uno o la otra lo hacen suelen ser noticiables. Como aquella pequeña anécdota del dos de mayo,  que inspiró tantos poemas y uno en especial cuya adaptación a los nuevos tiempos, abreviada para que no se agoten las neuronas de tener que prestar atención tanto tiempo, me permito recoger aquí:

 Oigo, patria, tu aflicción,

y escucho el triste concierto

que forman tocando a muerto,

la campana y el cañón;

sobre tu invicto pendón

miro flotantes ladrones,

y oigo alzarse a otras regiones

en estrofas monetarias,

de la iglesia las plegarias,

y del arte las canciones.

¡Pasta! clamó ante el altar

el sacerdote sin ira;

¡pasta! repitió la lira

con indómito cantar:

¡pasta! gritó al despertar

el pueblo que un mundo aguanta;

y cuando en hispana estepa

a los ancianos mataron,

sólo las tumbas se abrieron

gritando: ¡Venganza y guerra!...

Pequeñas anécdotas que a los madrileños nos gusta recordar y a los extraños ignorar. Nada más. Madrid es eso, rincones y pequeñas anécdotas como nos lo ha vuelto a recordar Isabel III, minucias con mínimos, anecdóticos, daños colaterales. 

 


martes, 18 de marzo de 2025

Hoy


 

miércoles, 5 de marzo de 2025

James Harrison

 

Este hombre que murió el mes pasado ha salvado casi a dos millones y medio de recién nacidos.

Este simple enunciado debería bastar para que ocupara las portadas y la atención de los medios y, sobre todo, de los individuos de a pie. Sin embargo, nos tiran a la cara tanto los unos como los otros los miles, millones de muertos, recreándose en ello con lo que parece delectación obsesiva. Nos refocilamos como gorrinos en charco m con los desastres y el sufrimiento ajenos, no con alegría, obviamente, pero sí con una especie de morbo insano que, a la larga nos está incapacitando para ver otras realidades menos siniestras no por ocultas menos tangibles. Dos millones y medio de personas son muchas vidas salvadas con el simple acto de donar sangre siempre que se le pidió, más de sesenta años donando. He dicho "simple" y quiero aclararlo. 
El acto en sí quizás no sea tan espectacular como un salvamento en el mar con helicópteros y toda la pesca. Lo que sí es valioso es la absoluta y por lo que parece incondicional disponibilidad de este hombre para donar. Empezó a hacerlo con dieciocho años, menor de edad en 1951, hoy a los jóvenes adultos de esa edad se les considera mayores de edad, pero se les trata como a críos de parvulario. Creo que les llaman la "generación de cristal" por lo frágiles. No lo son, los hace la sociedad. Veamos: si a un hijo, sobrino, o lo que sea vuestro, a quien visteis crecer desde la cuna a los dieciocho años os dice que quiere donar sangre asiduamente ¿no procuraríais disuadirle? ¿no veríais peligros sin nombre? Cuantas madres se desmelenarían en atroces sufrimientos ante tal perspectiva. Sin embargo, este hombre y su muerte no ha merecido más allá de una breve reseña, ni la más mínima atención del público que pierde bragas y calzoncillos por un rentable beso robado o por la canción? de Eurovisión. 
Revolcarnos en el lodazal de la miseria y la maldad humana hace que, poco a poco, nos vayamos acostumbrando a ellos y cerremos los ojos ante la otra cara mucho más cotidiana de lo que creemos, más cercana y más silenciada de los destellos de grandeza y bondad del bicho humano. A veces éstos son actos tan sencillos y grandes como el de este Caballero, otras son una caricia a tiempo, una ayuda no pedida de cualquier tipo o, incluso, una sonrisa. Muchas otras son algo más llamativo como toda esa gente que pelea día a día para sacar adelante a alumnos marginales, niños enfermos, ancianos abandonados, sin techo olvidados. Todo eso se calla y sólo sale a la luz pública cuando alguien mete la pata, es corrupto o aprovechado. Ignorar sus esfuerzos los invisibiliza y hace que la realidad parezca mucho más infernal de lo que es, aun siéndolo mucho. No es de extrañar que aumenten exponencialmente las depresiones y los suicidios, pues sobre lo que ya cada uno tiene encima (que no suele ser carga ligera) se nos incapacita para ver lo que hay de positivo y bueno en este despropósito zoológico llamado homo sapiens. 

lunes, 3 de marzo de 2025

Carnaval. Edición revisada.


 Publicado en 2013 y corregido posteriormente.

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

Baile del Círculo de Bellas Artes. Máscara. Miércoles de Ceniza. Cada año el mismo sueño. Incluso alguno ha llegado a comprar la entrada. El Baile del Círculo, toda una enseña de la ciudad.

-“Mascarita ¿me conoces?”

Zapato de terciopelo azul con hebilla de plata y tacón rojo, media de seda, calzas de raso azul celeste con lazos blancos, casaca azul cobalto con botones de plata, chaleco también celeste con botonadura de perlas, camisa con profusión de encajes desbordando los puños de la casaca, pelucón empolvado, tricornio cobalto, bastón de plata, un anillo en cada dedo, pañuelo de encaje en la mano, rostro blanco con un lunar junto a sus labios discretamente enrojecidos, cajita de rapé. La capa, la majestuosa capa negra de vueltas y forro de raso rojo abriéndose a su paso y la máscara.

-“Mascarita ¿me conoces?”

La máscara plateada, antifaz más bien, con plumas azules abriéndose hacia arriba. La máscara blanca, de porcelana, con un rameado en oro, veneciana, con ese aroma siniestro que evoca la peste, con esa mirada más vacía aun al estar rodeada de materiales nobles, la boca menuda con los labios blancos, sin sangre. La máscara. Quizás otro antifaz, negro, con ribete de encaje negro y fingidas pestañas plateadas. La máscara. Tiene el disfraz definido hasta el último detalle desde hace muchos años, pero la máscara varía, no lo ve claro. La máscara. Metálica sin boca, como la de la novela de Dumas, sugerir sin mostrar, desmentir el disfraz. La máscara. Realmente lo único necesario para ir disfrazado, una buena máscara, la adecuada. Un hombre, una capa y una máscara, podría cruzar desnudo las calles de la ciudad. Es el disfraz en sí mismo. No los detalles de la vestimenta. La máscara.

-“Mascarita ¿me conoces?”

Seguramente por eso, cada Miércoles de Ceniza guarda en el armario el disfraz cuidadosamente soñado y las máscaras, todas ellas. Quizás nunca vaya al baile del Círculo. Teme que, al volver a casa, o la mañana del Miércoles de Ceniza tener que contestar al quitarse la máscara.

-“Mascarita ¿me conoces?”

-No.