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viernes, 29 de marzo de 2019

EL PARIPÉ DE MARZO Y LA MUJER

 Eva de Alberto Durero
Se me acaba marzo si me descuido sin haber hecho esta entrada que llevo tiempo retenida en la cabeza sin pasarla a papel alguno. Básicamente se reduce a: después de marzo también existen las mujeres, incluso ante de marzo también.
Si, es una obvia redundancia absurda, pero la única respuesta a la actual estupidez con respecto al tema.  Además con la excusa del mes de la mujer trabajadora (que lo de trabajadora tiene bemoles, como si las paradas, jubiladas, enfermas y demás no fueran mujeres) no sé quien tiene las ideas mas peregrinas para movilizarse de las maneras a cual más y más estúpida. Ayer mismo crucé varios pasos de cebra en los que estaban escrito como mandamientos: “no acoses” , “no violes”, “no mates”. Es ofensivo para los hombres desde dos puntos de vista, nos presuponen a todos acosadores, violadores y asesinos y aun más por que damos ocasión a que eso ocurra al no movilizarnos como género contra esa pandilla de delincuentes y con soluciones más radicales que ir de mostrador en mostrador, o de tribunal en tribunal para que cada juez reduzca la condena anterior. Desde el ostracismo social,  un gallito no lo es si no tiene público que le jalee,  hasta la inmediata expulsión del trabajo y muy especialmente cuando éste es público y más aun cuando forma parte de las fuerzas de “seguridad” del estado. La sola mención de un miembro de éstas en relación a cualquiera de los supuestos debería implicar la inmediata expulsión de las mismas. Luego y tan sólo si lograba demostrar mas allá de toda duda su inocencia se estudiaría su reingreso y aun así si se le relaciona es por que, al menos, consintió o pasó del asunto, vamos que poco inocente es. Esa pasividad como género nos denigra pues:
-yo no acoso
-yo no violo
-yo no mato
¿Cuántos millones de varones de este país puede suscribir estas afirmaciones? Aproximadamente entre el 90 y el 95 por ciento de la población masculina. Al callarnos ante esas acusaciones colectivas las estamos admitiendo como válidas. “Quien calla otorga” pues he aquí uno que nones. ¿Qué no valga para nada? De acuerdo, ¿Qué muchos varones pensarán que no es cierto lo que digo? Pues vale, ¿Qué yo no sea nadie? Cierto. Un pelagatos que no es nada ni nadie pero que levanta la testuz y dice NO.  Ni todos los hombres somos violadores, asesinos, maltratadores, ni acosadores , ni nadie se está tomando el problema en serio, ni es un problema nacido ayer por la tarde,  ni las mujeres son las únicas maltratadas (nunca se habla del casi sistemático maltrato infantil, maltrato desde todos los puntos de vista, ni el de los ancianos, casi siempre oculto), ni las propias mujeres actúan con seriedad sobre el tema.
Para empezar, la lucha por la mujer no pasa en ningún caso por cambios en el diccionario. ¿Qué más dará que la llamen juez o jueza si les pagan lo mismo por el mismo trabajo? Hábil maniobra para hacer como que se hace y lo que se hace es el caldo gordo a los que no quieren atajar el tema salarial.
Por seguir por alguno de los mil puntos que podrían tratarse hay uno especialmente doloroso para todos: el machismo y el maltrato aumenta entre los jóvenes. Naturalmente estaré equivocado, parece ser que llevo toda mi vida equivocado en todo, pero creo que el problema está en que a la niña, curiosamente siempre lideresa en un grupo mixto, se le inculca de algún modo la eterna idea de la necesidad del emparejamiento y así al llegar a la adolescencia (esa edad sólo ligeramente más siniestra que la infancia) entre los batiburrillos hormonales y esa falsa idea la jovencita cede ante un maltrato de cualquier tipo y que viene de un desastre hormonal como el suyo a quien, encima, se le ha creado una enorme inseguridad pues siempre, y digo siempre, tiene que estar demostrando su hombría. ¿Defiendo o justifico esa actitud del jovencito gilipollas? No, simplemente enuncio que es muy cómodo socavar la seguridad individual para obligar a demostrar siempre, y digo siempre, que se tiene más larga que el otro. Unos pegan patadas, otros se estrellan en bicicletas, y otros, ejercen su hombría con el más débil, que no siempre es la jovencita aunque sea mayoritaria sino el gordo, el gafoso,  el cojo o el inteligente. Esto es uno más de los grandes logros de la educación española que viene en franca decadencia desde el programa del año 32 que yo sepa, seguramente el anterior sería mejor.
Me he criado entre mujeres, me he formado entre mujeres y he trabajado dando clases a mujeres y creo que, a pesar de que gran parte de ellas nos consideran el enemigo a exterminar, la solución pasa por esa fuerza imparable que llevan dentro. Una de mis abuelas era analfabeta por que desde niña trabajó para pagar los estudios al hermano. Esa misma abuela llevó a zapatillazo limpio a sus once hijos a la escuela sin preocuparse si eran chicos o chicas, allí el que no iba se la ganaba. Esa fuerza que hizo que en dos generaciones el analfabetismo femenino se redujera y que se llegara a pensar en que la mujer podía hacer algo más que servir, aplicada a la educación real de los hijos y hablo como seria políticamente correcto hijos/as en la base de la no necesidad de la pareja como única forma de existencia y autoafirmación posible y de la no dependencia del otro será, cuando logre ponerse en marcha, la que colocando el punto de mira en la igualdad salarial y la no necesidad de la pareja, lo único que arregle el problema actual de la condición femenina.
Por cierto, en abril sigue habiendo mujeres y desigualdad salarial.
Lilith de Collier

jueves, 21 de marzo de 2019

LA PRIMAVERA HA VENIDO...¡QUÉ LE VAMOS A HACER!


No es nada nuevo que la castiza primavera madrileña tiene muy mala leche, con perdón. Por decirlo finamente, la primavera en Madrid es una princesa renacentista: muy bella pero con el cuchillo del viento gélido cortante de la sierra en una mano y el veneno del repentino calor con sus excesos de polen y bichos. Una delicia como quien dice. Sin embargo, para compensar es cabrona. Me explico. Ahora mismo hay un sol espléndido que oculta esa leve brisa serrana, pasado mañana tendremos que quitarnos las chaquetas y al otro, por mucha sequía que haya, lloverá; pero la cabronada está en que por muy buen tiempo que venga haciendo, por mucho sol que tengamos y  etc en Semana Santa pasará de todo: lloverá, hará viento, hará frío y hasta se ha visto nevar alguna que otra vez. Sí, la primavera en Madrid es deliciosamente cabrona. Eso sí, lo compensa con ser interminable, esos fríos que le son propios pueden llegar, en casos extremos pero no infrecuentes, a mediados de junio. Alguien dijo que el clima de Madrid es sanísimo pues si se sobrevive a él se sobrevive a cualquier otro, exageradilla afirmación pero no tan lejana de la realidad como algunos quisiéramos.
Hoy he pensado en ilustrar la primavera madrileña desde el otro lado, desde mirar y escuchar a la gente, retazos de conversaciones, imágenes fugaces, no muchas, apenas un par o tres pero que retrata parcialmente a la ciudadanía.
Paseemos. Salgo a la calle y cojo el paseo caminito de ninguna parte. Señoras en grupo para bajar el colesterol, señores solos para hacer lo mismo, señores en pareja hablando de Ronaldo o del Presidente –siempre mal, claro- y grupos. Pequeños grupos de cuatro o cinco señoras y/o señores cuyas conversaciones quedan más o menos reflejadas en la que ayer mismo oí: “pues sí, le reventó el pulmón y claro como entonces….” Sobre estos grupos hay que añadir a esa gente que parece loca por que habla sola y es que está hablando por el móvil manos libres y que dicen más o menos “pues nada, que hay que operar por….” o “yo le dije mira rica…” o “a ver si se cree ese que voy a hacer su trabajo…”. Lo cierto es que escuchar todo eso viene a ser como estar en una reunión médica de quejas y lamentos, la primavera además trae dos frases tópicas ¿no será alergia? y “con este tiempo estamos todos igual”.
He de confesarlo: tengo alma de zoco y lo más parecido a un zoco es un bazar, y lo más parecido a un bazar es una buena tienda regentada por chinos donde puedes encontrar desde un Buda raro a una imagen de San Antonio pintada de verde pistacho pasando por cojines, ropa interior –algunas de encaje que me gustaría ver puestas, la verdad- juguetes herramientas etc. etc. y muchos más etc.  Lo reconozco, en uno de estos bazares soy casi tan peligroso como en la Feria del Libro. Hace poco fui a mirar unos sobres transparentes para la colección de postales y vine con dos  cojines, un libro de colorear,  dos máscaras venecianas de plástico (como nunca he podido llevarlas por las gafas me hacía ilusión) y… un peluche de una gata de color rosa: Lady Penélope. En fin que andaba yo en estas sendas de perdición y mala vida que supone el pasillo de los cuencos cuando escucho, era inevitable: estaban al otro lado del expositor y hablaban como todos los matrimonios de “cierta edad”, con esa violencia agria y contenida que ronda el grito pero no lo alcanza. Ella quería mirar un espejo. El que no sabía a santo de qué le había entrado esa manía por los espejos y he aquí la pincelada magistral: “Es que al cambiar los muebles el Cristo no “pega” con ellos” (primer trazo: Cristo, su figura, no tiene que pegar con nada. Si quieres tenerlo por que crees lo tienes y si no pues no, pero cambiarlo cada vez que cambies las cortinas es ofensivo, incluso para mí, creyente pero sin intolerancias) “Claro que no pega, Cristo ya no pega ni en las iglesias” (segundo trazo, llamadme susceptible o lo que tengáis a bien, pero me escoció. No soy fanático en ningún sentido, creo, y menos en asuntos de religión pero esa frase en ese contexto fue como si algo se desgajara no en mí, sino en alguna parte indeterminada) Se ve que como este año tienen controlada la procesionaria del pino algo me tenía que escocer.
Tercera y más evocadora pincelada. ¿Os acordáis cuando los niños comían en casa y les mandaban a comprar el pan?, ¿habrá llegado alguna vez una barra entera a su casa? El otro día un chavalín, ocho o nueve años, con su uniforme de colegio, su mochila y una cara de travieso para echarse a temblar venía por la calle con una barra de pan y, nostalgia, se venía comiendo el cuscurro. ¿Cuánto tiempo hace que no vemos esa estampa que no hace tanto era el cuscurro nuestro de cada día?
En fin que la primavera ha venido… ¡qué le vamos a hacer!

lunes, 11 de marzo de 2019

11 M

O el día que nos cambió a todos. 

miércoles, 6 de marzo de 2019

MARZO. ¡AY MADRE! O ENTRE MUJERES Y DRAGGS

 Portada de Leo Fontan para "La vie parisienne" 1921
 
 Como parece que la mujer como género y como fuerza de trabajo (triple) sólo existe en Marzo, pues nada que si no digo algo en el blog pues lo mismo aparece alguna diputada con las tijeras de podar buscando ciertas cosas muy queridas para mí. Por supuesto esto va casi en broma, y digo casi por que aquello de "miembros y miembras" y mil disparates semejantes los llevo clavaitos en el alma. De disparate y de estupidez y de desperdicio y de desvergüenza y de delirio y de absoluta y total infamia es la discriminación laboral. El principio de " a mismo trabajo, mismo sueldo" debería ser la bandera primordial de los movimientos feministas. Sin esa igualdad no son posibles las demás en las que, por otra parte, se ha avanzado bastante más, queda demasiado por hacer en este tema, sí, pero la prioridad ha de ser la laboral para encontrarse en un plano de igualdad. Incluso para pagar un abogado divorcista llegado el caso. Eso objetivamente (no quiero dejar pasar la ocasión de meter la puyita diciendo que muchas de esas empresas que contratan discapacitados suelen hacer lo mismo y encima desgravan, era un apunte nada más) Subjetivamente, si se me permite tal cosa, me he criado entre mujeres y no sé en qué narices el macho basa su superioridad desde que traíamos el mamut a la caverna. Si tuviera vergüenza, que no es el caso, me avergonzaría de mi condición masculina. Salvo en la fuerza física y los asuntos hormonales gracias a los cuales estamos en el mundo como especie, en nada, absolutamente en nada, el humano nacido con algo colgante entre las piernas es superior al que no le cuelga nada. Me  crié entre mujere, ya dije, en mi carrera eran un 90% mujeres, estuve muchos años dando clases a un grupo de mujeres del estado llano, no de alta cuna y colegio exclusivo y he visto mujeres brillantes, inteligentes, hábiles, rápidas de mente y siempre mucho más abiertas que los hombres, que bien por que al ser mujeres no se las dio la educación imprescindible, bien por que al casarse (¡que error, Señor, que error!) estaba casi reglamentado que dejaran el trabajo(eran los 60/70) pues suponía que el marido era incapaz de mantenerla  (mantenerla, la palabra esta muy cerca de otra, "mantenida" que tiene un sentido bastante diferente) no han aportado a la sociedad todo lo que podían ni han desplegado sus alas para su propia satisfacción dejando un escozor que se llevan a la tumba. Toda opción es válida, desde la neurocirujana al ama de casa tan denigrada, pero sólo si es voluntaria y en pie de igualdad, algo imposible sin la igualdad salarial. Ah, y por favor, señores politicastros y plumíferos de dictado, recuerden que la mujer no sólo existe en marzo; y ya que estoy dando caña: señoras feministas radicales, no pierdan el norte pues el exceso lleva a que teniendo todas las razones del mundo las pierdan por cosas como portavozas y demás, no entro en temas más peliagudos.
 Alguien dijo que la mujer ideal es un hombre. Por que si a una mujer le pides que interprete a una mujer te preguntará, muy sensata, a qué tipo de mujer, trabajadora del metal, monja de clausura o alta ejecutiva. Si a un varón se le dice que interprete a una mujer, interprete no parodie, a una mujer sin más si se lo toma en serio creará un personaje que reúna las cualidades y características que las diferencian del hombre dejando sólo lo femenino quintaesenciado. Antes de que nadie me eche los perros, la idea viene del Kabuki y sobre la figura del Onnagata.
Luego están las Dragg Queen que, podría decirse que hacen exactamente lo contrario: reunir en un solo personaje lo masculino y femenino sin destilarlo demasiado. Desde luego hay que verlo como algo lúdico y festivo (vamos yo no he visto a ninguna Dragg comprando en el super). Las galas de los carnavales de Canarias son una muestra clara de lo que digo, de que se han convertido en centro de atracción turística (pasta) y de que hay un punto reivindicativo que vendría a resumirse en "me acuesto con quien quiero y me visto como me sale de.."
 Yo, sinceramente las disfruto mucho, en parte por los cuerpazos esculturales que se trabajan, en parte por el número acrobático que supone moverse con esos zancos-andamios, en parte por el ingenio en los montajes y el vestuario/desvestuario delirante, pero también por que pese a esa aparente frivolidad absoluta siempre hay un punto reivindicativo no ya de la mujer, la dragg, el gay, el trans, etc. sino del diferente (gordos incluidos).
Sin embargo, la sana provocación no tiene límites, o no debería tenerlos pero las agresiones homófobas aumentan, sin límites pero con lindes. Me explico y voy a poner un ejemplo claro, el caso del número de la Virgen del año pasado, bueno, está bien que se asuma como un elemento más de este juego (recordemos que sólo en España hemos puesto a los ángeles a machacar ajos en la obra de Murillo) y comprendo a quien se sintiera molesto. A mí no me agradó, sinceramente, pero no son más que tres minutos de un número de circo, ni va a cambiar las creencias de nadie y, sinceramente, creo que Allá arriba se deben reír a mandíbula batiente con las polémicas que creamos. Lo de este año ha sido diferente. En primer lugar por la coyuntura actual con respecto al tirano y el creciente auge de la extrema derecha (queridas dragg, tened preparada la vía de escape), y también por el tema de Cuelgamuros y hasta por el uso de la bandera. Eso se llama dar armas al enemigo. Personalmente cuando se abrió el panel y vi la cara del tirano se me revolvió el estómago y me sentí muy ofendido por que su imagen siga siendo permitida (no ocurre así en otras tierras de tiranos) y por que estoy harto de verle por todas partes. En serio, ahorradnos la vergüenza de verle aunque sea en parodia.

sábado, 2 de marzo de 2019

Un viejo cuento sin título


Estoy pasando al ordenador viejos textos escritos a máquina y este me ha sorprendido, ni lo recordaba.

            La carta llegó demasiado tarde aunque, posiblemente nunca tuvo demasiada importancia. Se quedó en el aparador quizás apoyada en una figurilla que a ratos parecía una pastora con aires de reina y a ratos una reina a medio disfrazar de pastora. Quizás hubo alguna vez un pastor-rey pero entonces ya no estaba en el aparador grande y señorial.
            Los pasos apresurados y las voces angustiadas olvidaron rápidamente la carta y el sol de la tarde comenzó a filtrarse por las rendijas de la persiana. No tardaron en alejarse voces y zapatos rompiendo una y otra vez el reflejo de la bandeja en el techo. Es lo que tienen las casas viejas donde las cosas han creado con los años un espacio propio, que roen el aire de las gentes con la destructora lima del recuerdo; y entonces queda, imperceptible, el regusto de una ausencia sobre un aparador. El pastor-rey que se rompió hace treinta y cinco años o aquel florero tan espantoso que, un día por otro se fue quedando en la consola y que cuando se estrelló el día del atentado en la plaza hizo que toda la familia se llevara un disgusto.
            Es lo que tienen las casas viejas en las que los muebles de la salita los compró la bisabuela para casarse, que hay cosas que jamás tienen su sitio y van de la mesa del comedor al alfeizar de la ventana, a la mesilla de noche y a la consola del rincón. Cosas que parecen siempre de paso, como a punto de caerse, intrusas, manoseadas y zarandeadas. Otras en cambio, entran y, apresuradamente imponen su presencia, el teléfono y su descabalada mesita, la televisión invadiendo y desajustando la permanencia cotidiana con imágenes fugaces, pérdida parcial, sin embargo. Eso es lo que tienen las casas viejas en las que hay una alcoba, la de la tía solterona, presidida por una Virgen de los Dolores en una campana de cristal sobre la cómoda y por un Cristo opaco a la cabecera de la cama; eso es lo que tienen, que apenas se aleja uno de los reflejos huidizos de la pantalla todo recupera su eterna continuidad inalterada.
            La carta quedó, quizás olvidada, apoyada en la base del candelabro de plata que, dicen, es una antigüedad, mientras los pasos llevaban pasillo adelante a la destinataria cuyo nombre aparecía, con letra inclinada y picuda, en el sobre. Junto al sello, la esquina superior derecha una esquina se había doblado.
            Es lo que tienen las casas viejas y grandes, que cada imperfección fútil aparezca como subrayada en rojo sobre lo perdurable de los desconchones del tiempo en adornos, esquinas y antiguas molduras que ya no hay dinero para restaurar, racimos y cornucopias de escayola pintada que se van deshaciendo en el aire de los salones y las alcobas. Es lo que tienen las casas viejas, que el aire en ellas se hace espeso por el polvo de las molduras de escayola desmigándose, por el aroma de los cajones de las cómodas de castaño al abrirse, por los lejanos gemidos de amor que quedaron flotando desde que sonaron sobre sábanas bordadas, o desde que debieron haberse oído y dejaron a las paredes, los dinteles y las alacenas esperándolos. Por eso el aire se adensa en las casas viejas donde han vivido generaciones enteras y hace que las palabras pronunciadas deprisa, con urgencia por ser oídas, avanzan despacio y tardan tanto en llegar que, a veces, los oídos anhelantes se han ido, se han muerto, o, lo que siempre es peor, ya no esperan. Entonces las palabras se tornan hueras y quedan flotando del salón a la alcoba, de la alcoba al pasillo, hasta deshilacharse en partículas cálcicas que se posan, cuando no hay nadie en las casas viejas, en los muebles, las alfombras y los paragüeros tristes. Cuando entra alguien y enciende la luz se arremolinan y quedan suspendidas en el aire denso, como queriendo ser de nuevo palabras, a la búsqueda de la misión que no pudieron cumplir acaban posándose en las páginas blancas de los libros a los que amarillean año tras año y espesan, aun más, el aire con el olor a papel viejo, a cartón viejo, a viejas horas pasadas con ellas entre las manos.
            Así pasaron las palabras sobre la carta, nadie las oyó y se filtraron por la puerta de la vitrina a medio cerrar hasta los libros de poesía que hace tantos años que nadie lee.
            Es lo que tienen las casas viejas con ventanas altas y balcones estrechos, que los libros de poesía se acumulan en rincones de estanterías, vitrinas y armarios para irse olvidando y dejar deshojarse las miradas que recorrieron, cantaron y lloraron sobre los renglones cortos. Y, poco a poco, la madera se vence con el peso de los libros de poemas que adhirieron a los muros, y los muebles gimen en un crujido inaudible.
            Es lo que tienen las casas viejas con vidrieras de colores en los vanos que se abren a estrechos patios interiores, que la palabra en letras de imprenta pesa en la biblioteca y el despacho; pesan las palabras que enrarecen el aire del gabinete y la salita; pesan las palabras que se pronunciaron alrededor de la mesa del comedor y en el sofá tapizado de verde; pesan las palabras que no se pronunciaron en las alcobas de camas grandes, las que se escribieron furtivas y apresuradas y las que no se escribieron ante el escritorio solemne del despacho, meditadas y sensatas. Pesan versos y canciones, nanas y vacuidades, pronunciadas o no, en las tardes de tediosas visitas; pero más que nada pesan las convulsas palabras de los telegramas antiguos que fueron agoreros pájaros azules en otros tiempos. A su lado la carta, quizás siempre inútil, pero tardía a pesar de todo, apenas es un destello fugaz, todavía, cerca de la pastora con ínfulas de reina.
            Es lo que tienen las casas viejas con muebles antiguos, castaño, nogal, roble, que han ido llenando de aromas de madera las telas floreadas de los cojines, las telas escocesas de los uniformes colegiales, los tisúes de las fiestas, los tules de las bodas, los encajes de los trajes de cristianar, los bordados de los embozos y los tafetanes de los lutos. Y cuando se abre el cajón de la cómoda o se cierra la luna del armario grande, el aroma de los encajes de castaño de las bodas, los bordados de nogal de las fiestas, y de los tafetanes de castaño de los lutos se extiende a ras de suelo y trepa por los opacos zócalos de los pasillos, las torneadas patas de la vitrina de la salita, las sinuosas patas de la consola del pasillo, las faldas perdurables de la mesa camilla del gabinete y la extensión del papel de la pared hasta enrarecer un poco más el aire donde el relumbrar blanco de la carta, inútil y, sin embargo, tardía se va difuminando.
            Es lo que tienen las casas viejas con muchos retratos de lejanas gentes pintados al óleo colgados en los salones, las alcobas y los pasillos, que desde los lienzos miran altivos, airados, indiferentes o entregados a otras gentes móviles que reconocen en las pinceladas densas y en las líneas sabias, rasgos aquí y allá pero siempre ajenas al trampantojo de la imagen vacía y engreída en los oleaginosos colores que se irán, se van, se han ido, descascarillando, cuarteando, degradando y, a veces, descubren, traidores, la trama de la tela que amarillea como las fotografías con el lazo negro en las esquinas, con la huella de haberlo llevado o con la del que nunca se puso pero aparece trazado en el aire por lágrimas, añoranzas, posesiones. Ajenas fotografías, lienzos intrusos que cruzan miradas fijas en la pared, ignorándose y dejando sentir su presencia perdida como la del pastor-rey que desapareció hace tiempo, atónito, arrollado por un golpe de aire.
            Es lo que tienen las casas viejas que tienen un gabinete con butacas amables, cojines de flores y mariposas y un escritorio pequeño, con espacio apenas para escribir esquelas de amor y guardarlas en un cajoncito con llave y pensar a la luz verde que el grueso cristal de la lámpara filtra junto a la pluma aun abierta; que, a veces, el hada de bronce que sujeta la pantalla evoca caricias distraídas de quien escribió ahí, hace tiempo, cartas que quizás no fueron de amor en un papel verdeado por el color denso, de alga de estanque abandonado, del cristal de la lámpara. La luz mortecina, verde y arenosa hace que los brillos de los pisapapeles, los colores de las tapicerías y las líneas de techos y paredes, aristas geográficas determinantes,  se difuminen hasta confundirse con la atmósfera que se adensa.
            Es lo que tienen las casas viejas y ajenas, que la niebla de color verde, de partículas y de palabras, de gemidos y de poesías, no se va cuando, al amanecer, se apaga la lámpara del hada de bronce y no se encuentran las esquinas y la carta, tardía e inútil amarillea. Es lo que tienen las memorias extrañas y viejas, que, a veces, los enrejados barandales de los balcones de las casas viejas con ventanas altas y campanas de cristal, los frágiles enrejados ceden por el peso de las miradas al óleo, los lazos negros, las huellas de gentes que la memoria propia no encuentra sino en almacenes de recuerdos ajenos.
            Entonces, alrededor de la olvidada presencia del pastor-rey, los pasillos se enredan y acaban en paredes cerradas, se bifurcan y terminan en vitrinas invadidas de poesías polvorientas que nadie recuerda quien leyó. Entonces, en torno a la Virgen de los Dolores, los suelos se comban y las líneas de baldosas y maderas se curvan, sinuosas, precipitándose hacia ventanas y tabiques. Entonces, cerca de la lámpara de tulipa verde el aire se hace tan espeso que las memorias viejas recuerdan las bandadas de pájaros que nunca anidaron en el aparador, las consolas y las vitrinas llenas de polvorienta poesía, olvidan los frágiles enrejados de las balconadas tristes y no pueden esperar la carta tardía, quizás inútil, que tampoco encontrará sitio en las casas viejas y amarilleará apoyada en la pastora-reina, el candelabro de plata o la campana de cristal añorando al pastor-rey