Pues eso que quería yo haber puesto esta entrada ayer pero como fue precisamente ayer uno de los días "pico" de la depresión que en lugar de mejorar parrece ir empeorando, pues no reuní fuerzas literalmente ni para cenar y a las diez en punto estaba en la cama despues de una hora dormido mientras nos atormentaban con el teledirario. Así que tendréis que perdonarme el retrtaso,
Yo tenía pensada una serie de temas para las entradas de esta Navidad, como veis no está el horno para muchos bollos y cada cosa que no sea estar tumbado y medio dormido es un auténtico esfuerzo, y no son las pastillas que deberían sobreexcitarme. De nuevo tendréis que perdonarme.
Sin embargo, ayer, luchando para no caer en la modorra se me vino a la cabeza una cierta reflexión, muy al pelo. Las felicitaciones. Tengo por costumbre usar como elemento decorativo de la librería que tengo com pinta má seria las felicitaciones anuales que voy recibiendo e, igualmente para no olvidar a nadie, tengo en el ordenador la lista de aquellas personas a quienes quiero felicitar con sus direcciones actualizadas.
La librería seria tiene unos buenos volúmenes azules con letras doradas y la pátina del libro viejo y muy usado, hace unos años me veía y desaba para que cupieran las tarjetas, ahora sobra espacio, mucho espacio. Hay huecos, y no, no voy a hablar de los e-mail. También hay huecos en mi lista actualizada: primero suprimes los de Madrid por que las tarjetas son una pasta, dices "les llamo", luego les llamas o no encuentras momento o ganas o, en el fondo, malditas las ganas que tienes de hablar con ellos, o sencillamente tienes su dirección pero has transpapelado su teléfono, o no te da la gana que te obliguen a gastar más de lo que puedes llamando a un móvil. Este año me ha ocurrido algo curioso: he perdido -de verdad- una dirección que, en lo más profundo, quería perder, la de Mariola y Manuel, lo cierto es tengo demasiado conocido a Manuel como para que no me quiera mantener a cierta distancia, pero eso se hace con clase no como él, hubo un leve enfrentamiento que por mí hubiera sido mayor y se hubieran aclarado las cosas. Como no se hizo yo no tenía especial interés en felicitarles y, curiosamente, ellos tampoco a mí.
Otras tarjetas faltan por que sus destinatarios ya no tienen la firmeza suficiente en las manos para escribir y llaman por teléfono a pesar de estar sordos como tapias. Este año ha faltado uno lo que no augura nada nuevo. Era, además, el último testigo de los pocos meses de felicidad de mi familia. Otras tarjetas simplemente se han dejado de recibir sin motivo, por que sí. No pasaría nada si no fuesen el único vínculo que recuerda que esa persona forma parte de tus afectos y viceversa. Que los afectos estan, sin duda, pero cada vez es más difícil recuperarlos si los riegas de algún modo, aunque sea una tarjeta anual.
De modo que en todo esto empieza a haber demasiados huecos ¿Será esto la vejez?, ¿Será la soledad? ¿Será la incapacidad mía de establecer nuevas relaciones? ¿Será el deterioro de los vínculos personales a nivel social?
Ya que, sin pretenderlo, he abierto la sección Llantos y lamentos varios quiero contaros tres cosillas que me han ocurrido a un nivel estrictamente personal pero que no están contribuyendo precisamente ni a una feliz Navidad ni a salir del pozo de la depre.
La primera reconozco que tengo gran parte de responsabilidad: tengo una amiga llamada X con quien hablo poco y salgo menos por que tiene la costumbre de darme plantones de dos horas. El caso es que mi profesora de pintura también se llama X. Cuando ingresé en el hospital quería avisar a la profe del por qué no iba a ir y me encontré en la agenda del móvil a X, creyendo que era la profe, llamé y no lo era, saludé charlamos un rato y le expliqué la situaciónque no dejaba de tener su gracia. No esperaba que fuera a verme, por supuesto, aunque vive justo al lado y no es un decir: tres minutos andando. Pero sí un cierto interés, una llamada al menos. No hubo llamada.
Segunda: al día siguiente de ingresar unos parientes carnales -qie dicen los antiguos- llaman a casa y mi padre les pone al tanto. Hasta ahora.
Tercero ya en casa: llama un pariente al qque vemos y tampoco hablamos mucho pero de esos que sabes que puedes contar con el, yo siento un profundo cariño por él, la verdad. Le digo que acabo de salir del hospital y sencillamente cambió de tema, sin ni siquiera un "¿que ha pasado?" de los de compromiso.
Permitidme añadir un cuarto detalle más viejo: llevaba treinta y un años con el mismo grupo de alumnas que se había ido reduciendo por diversas causas hasta ser inviable. Cuando esto ocurre, lo sé por compañeras que han vivido situaciones parecidas, se suele organizar una despedida, las que están demasiado ocupadas para ir clase hacen un hueco para una copa y un bombón. Quizás un pequeño regalo. En mi caso simplemente dejamos de ir.
¿Es que no dejo hueco en nadie ni en nada? Por eso me siento cada día más absurdo escribiendo felicitaciones, comprando regalos, es como intentar comprar un espacio en vidas ajenas que ni me pertenecen ni me aceptan. No, esta Navidad no está siendo feliz, quizás por que está dejando al descubierto demasiadas cosas y yo no estoy fuerte para asumirlas. Sé que tampoco será para mí un feliz año, tengo en perspectiva un par de intervenciones pseudoquirúrgicas, que saldrán bien pero siempre son un latazo, espero recuperar fuerzas para no acabar de hundirme.
Diréis que qué clase de felicitación de año es esta, y tenéis razón. Más que una felicitación es una sesion de psicoterapia pero eso no quita que os desee de todo corazón un muy FELIZ AÑO 2015