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viernes, 30 de diciembre de 2011

Antes de que se nos vaya diciembre.

Encontré esta imagen por ahí, en la red, y me pareció hermosísima. De crío tuve un jilguero muchos años hasta que un gorrión entró en la jaula y lo mató de una paliza. Era demasiado viejo para haber aguantado mucho más. Quizás por eso tengo cierta debilidad por los jilgueros, aunque no me entusiasman demasiado las aves en general, excepto buhos y halcones, por supuesto odio a las gaviotas y últimamente mucho más.
En cualquier caso parece una bella imagen para cerrar el año y desearos una buena Salida y mejor Entrada en este 2012.
FELIZ AÑO NUEVO.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Evocación navideña


 El primer recuerdo navideño de Joquín es un adorno hecho de bombillas que cruzaba la embocadura de la calle Arenal con Sol, aún no tenía tres años pero ese recuerdo está ahí, clavado. Las bombillas de los primeros sesenta eran grandes y resplandecían mucho más que las actuales que serán más ecológicas y económicas pero dan a la ciudad un aspecto más bien de melancólica tristeza que de exaltación navideña, sin embargo, él lo recuerda de día, apagado pues, recortado contra un cielo gris plomizo. Representaba los tres Reyes Magos. Aquel día de Reyes, en el alfeizar de la cocina de la casa ajena donde vivía encontró un camioncito y algo más pero sólo recuerda que el papel con que venía envuelto era blanco con un dibujo muy parecido a aquel diseño del luminoso en negro y rosa con un estilo muy psicodélico, por llamarlo de alguna manera. Era la época.
Madrid, como hoy, quizás como siempre, era una ruina sólo que cubierta de afeites pseudomodernos propios del mal llamado e incipiente desarrollismo. Era aun más gris que ahora y eso que Madrid es y será siempre una ciudad de grises. Que ningún pintor intente hacer un paisaje urbano de esta ciudad sin hacer antes un gris, sobre él podrá hacer lo que quiera, pero sin él será un buen cuadro, será un edificio conocido o un rincón típico, pero no será Madrid. De aquella casa ajena donde se ubican sus primeras referencias navideñas –el papel de envolver y los regalos, pues en esa casa eran ateos y sólo se ponían las imágenes religiosas donde se pudieran ver desde fuera- recuerda una portentosa gama de grises, a cual más oscuro, a cual más sucio, a cual más sórdido. El entresuelo entre dos patios de tierra, hundido en un pasillo de cemento gris con escaleras de cemento gris, con las paredes interiores de aquel edificio falansterio grises casi negras de pura mugre. Recuerda el gris, el frío, la radio “blanca y radiante va la novia”, “Esperanza, por Díos, Esperanza, sólo sabes bailar chachachá”, “Los niños del Pireo” y las bofetadas recibidas como descargas eléctricas. También había dolor, mucho dolor, dolor físico, dolor de alma, rencor. Recuerda también otra canción que aun hoy cuando se pone con las tareas domésticas se le viene a la boca y que por entonces la cantaba su madre: “eres mi vida y mi muerte, te lo juro compañero, no debía de quererte, no debía de quererte y, sin embargo, te quiero”. Recuerda con nitidez, aunque otro día gris, un glorioso día gris, tibio, de esos septiembres preotoñales de esta ciudad, en que aquel lugar y aquellas gentes en cuyas bocas solo había insultos y blasfemias quedaron atrás, las gentes no del todo, aun hicieron mucho daño, mucho, pero al lugar sólo volvió ocasionalmente.
El nuevo barrio era también gris, las fachadas eran, y son, de un gris deslucido aunque nuevas, por la mala calidad de los materiales –se iniciaban los pelotazos urbanísticos- y hasta los colores de las vistas del barrio eran grises. Entonces no podía saber que esos eran los grises de San Francisco el Grande, Palacio, etc. Un barrio entonces nuevo –Plan de Colonización del Manzanares, creo que se llamó- que estaba en el fin del mundo pero rodeado de verdes parques, solares también mugrientos y con las heridas de haber sido frente no demasiados años antes. El río apestaba y llenaba el aire de mosquitos pero sonaba en la compuerta como una cascada. El día en que llegaron no había sol, unas nubes casi blancas cubrían por completo el cielo. La casa estaba vacía, no había con que llenarla, una cama, tres sillas, una máquina de coser Singer, una mesa y muy poco más. El recuerdo de aquellas paredes vacías aún hoy escuece. Marilyn hacía mes y algo que había muerto, a Kennedy le quedaba poco y el mundo comenzaba a desperezarse, pero a aquellas paredes no llegaba el mundo. Sólo el frío, el frío de esos interminables inviernos madrileños que no se sabe nunca cuando empiezan y menos aun cuando acaban, normalmente se suele temer que no acaben nunca. Había algunas cosas más, que van dibujándose en sus recuerdos, un hule a cuadros en la mesa de la cocina, único refugio junto al fogón de carbón del frío, sobre el hule la radio y sobre la radio un tapetito de ganchillo cuadrado. Su madre un día trajo del mercado unos cuantos cuadros de fotos con casas cubiertas de nieve que aumentaban el frío y eran demasiado pequeños para las paredes. Debieron ser muy baratos. Otro día llegaron los primeros visillos blancos y transparentes con rosas rojas muy separadas. En la cocina ella cogía puntos a las medias bajo la luz de un flexo sobre la mesa que con cuatro tablas había hecho su padre, oyendo los seriales de la radio. Le gustaban “Los tres hombres buenos”, “El coche número trece”, “El criminal nunca gana”, “Matilde, Perico y Periquín”. Por las mañanas, “La Gran Vía” presentado por Juan de Toro donde había una sección, “Los nuevos vecinos”, un concurso de cantantes noveles que todos los días cantaban sin falta “El toro enamorao de la luna” y “María de la O”. Siempre en la SER que por entonces era Radio Madrid y de vez en cuando “SOCIEDAD ESPAÑOLA DE RADIODIFUSIÓN PRESENTA” con voz solemne. Trajo también algunas apilistras en macetas de barro grandes y en los azulejos blancos y ya rotos pegó calcamonías de muñecos pequeños.
Aquel primer invierno fue muy duro, quizás fuera el último en que el río se heló. Casi no se salía de la cocina pero más allá de las paredes blancas de ella había algo parecido a la vida. Al fondo de la casa había una habitación alargada donde se habían colocado los dos baúles que habían llevado todo cuanto se tenía por medio país, a lo largo, uno a cada lado. Una cretona con flores grandes había servido para hacer unas fundas-faldas, unos cojines y unas cortinas. Era una habitación fría, mucho más fría que el resto de la casa yJoaquinito, casi permanentemente enfermo, apenas iba allí. Las tardes eran tristes en invierno, a veces venían algunos vecinos que al niño no le gustaban, otras eran otros que sí. No tenía amigos y tampoco iba todavía al colegio aunque ya sabía leer y llenaba la casa de risas con Rompetechos o Mortadelo o la trece rue del Percebe, Pumby o Topo Gigio releídos al calor del fogón de carbón. Para él el resto de la casa era hostil, fría, oscura. Sin embargo, cierta tarde su madre le cogió en brazos, le abrigó bien, y le llevó a la habitación del fondo. Sobre la funda de cretona de flores grandes había colocado un par de macetas pequeñas enmarcando un Nacimiento recortado del número Extraordinario de la revista Ama. No había más, ni casas ni nieve ni serrín, sólo esos muñecos colocados sobre la cretona. Ni siquiera podía estar mucho rato viéndolo pues hacía demasiado frío y sus anginas le pasaban cuenta enseguida. Aquel fue su primer Nacimiento o Belén, o como queramos llamarlo. Nunca lo ha olvidado y hoy, a lo tonto, la red se lo ha devuelto, incompleto, mutilado, pero es el mismo que nunca más volvió a ver. Un par de lágrimas sí se han escapado y un escozor del pasado, de los que se han ido quedando, de la alegría que su madre perdió, casi de un día para otro antes de irse definitivamente, de todos aquellos que no estaban en la casa nunca pero cuya presencia era constante a través de evocaciones, llamadas desde el bar –único teléfono del barrio- y ocasionales visitas: abuelo, tíos, tías, que también se fueron yendo sin darnos cuenta, a los que quizás no soportara –el último recuerdo de su abuelo es que olía mal, pero antes le recuerda yendo a su casa con unas bambas de nata algunos domingos- pero que han dejado un vacío dolorido.
Nunca más vio aquellos recortes. Al año siguiente un primo suyo cambió algunas piezas de su Nacimiento, eran de barro y estaban bastante cascadas pero su madre hizo ya un Nacimiento tridimensional que fue creciendo poco. Seguro que guardó aquellos muñecos pero él nunca los volvió a ver hasta esta mañana. La vida fue viniendo como el caballo de Atila, destruyendo y arrasando. Todo cambió, se hizo un hombre, luego casi un viejales. Ahora construye portales de Belén, compra figuras, hace molinos, idea formas de fingir ríos y de encontrar espacios para ellos. Tres días tarda en montar su árbol de Navidad, pone cinco Nacimientos elaborados y ya ha perdido la cuenta de cuantos más en una pieza. Concretamente esta mañana, está intentando imaginar una forma original de hacer un pozo con ganas de llorar, con ganas de recuperar, aunque sea por unos pocos segundos aquella tarde fría de diciembre del 62 en que su madre le llevó a la habitación del fondo donde unos muñecos de papel sobre unos baúles forrados de cretonas le abrieron las puertas de un mundo diferente; pero por encima de todo, volver a sentir, no a su madre, sino la alegría que ella llevaba dentro, esa alegría que la hacía luminosa y que dejó que se fuera perdiendo hasta convertirse en exactamente lo contrario, hasta el punto de no poder añorarla. Un instante de aquella alegría, nada más. Entretanto piensa qué podría usar de molde para el pozo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Queda inaugurada esta Navidad.

Lo cierto y verdad es que nos guste o no la Navidad está aquí y que las repiqueteantes voces de los niños de San Ildefonso, santo tan manchego por otra parte, nos traen la decepción de que TAMPOCO este año nos toca nada y el anuncio de que ya han empezado las fiestas.
He querido compartir aquí una vieja felicitación, de esas que me van apareciendo por los rincones de los armarios, es de los años noventa y de un anciano fraile que respondía siempre a mi felicitación; cierto que no sé por que le felicitaba pues, ahora si lo miro bien, en su úlcera de estómago tenía una excusa perfecta para un notable mal carácter y una manera de tratar a los demás con la misma delicadeza de un rinoceronte en celo. Ya no está entre los vivos, murió con cerca de cien años, no sé si ésta fue su última tarjeta, pero poco debió faltarle. En cualquier caso la conservo y la uso para decorar mi casa. Algo debió dejar el hermano en mí para que no la haya hecho desaparecer después de escanearla.
En fin, que os deseo a todos una muy Feliz Navidad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Nacida en un baúl

Judy Garland cantaba en “Ha nacido una estrella”, versión 1952, una hermosa canción que, supongo, tendrá un inmenso valor emotivo para las gentes del teatro y, desde luego, también para mí: Nacida en un baúl, en Pocatello, Idaho. En ella, para quien no la recuerde, la portentosa Judy relata cómo llegó al éxito desde la compañía de teatro ambulante de sus padres, nacida en un baúl, en Pocatello, Idaho, no tenía más destino que las tablas, la canción y cantar “Niña melancólica”. En cierto sentido, a quien más quien menos, le ocurre algo semejante. Cada uno nace en su baúl, unos es un baúl de ingenieros, o de vividores, o de chachas (en el más respetuoso y cariñoso sentido del término) o de actores. El caso es que Judy quería cantar Niña melancólica o hubiera podido quedarse en cualquiera de las estaciones de su camino, buscarse otro trabajo o fundar una familia, aunque hubiera nacido en un baúl en Pocatello, Idaho.
Digamos, por seguir con el tema, que el suyo era un camino de baldosas amarillas en medio del campo, vamos que con dar un pasito con sus escarpines de rubíes ya estaba fuera de él y podía trotar campo a través. Nada la “obliga” literalmente a seguir ese camino salvo su propia voluntad y el sueño de llegar más allá del arco iris. La Madre Superiora del Monasterio de María, la que sería María von Trapp y que a la sazón era Julie Andrews, le canta, en la versión  sin censurar –en la que se proyectó en España en tiempos de Franco las únicas monjas que cantaban eran Lola Flores, Rocío Dúrcal y Carmen Sevilla- que tenía que perseguir su sueño y que para eso iba a necesitar toda la capacidad de amar que pudiera reunir –acabado en un sobreagudo espectacular-. María hizo lo mismo que Dorita: seguir su camino de baldosas amarillas y atrapar al Capitán de la Marina Austriaca. En  otras palabras: eligieron si seguir o no el destino marcado por haber nacido en un baúl en Pocatello, Idaho.
Tal y como yo lo veo más o menos es así. La inmensa mayoría de nosotros los humanos nacemos en uno u otro tipo de baúl, unos en Pocatello, Idaho, otros en Villarobledo, Ciudad Real, o en Navalmoral de la Fuente Rota, en yo que sé donde. Ese baúl y su camino de baldosas amarillas son la opción más lógica, no digo fácil, digo lógica. Pocos escritores veremos nacidos en baúles de ingenieros que no leen, o pocos ingenieros en baúles de abogados, etc. Salir de ese camino de baldosas amarillas es tomar una decisión tan libre como la de seguir por él pero, diferente. Quizás se pierda algo de seguridad, algo de protección, algo de apoyo pero es una decisión propia; en el fondo es rebuscar bajo la tierra y las malas hierbas otro camino de baldosas amarillas pero que habrá que ir descubriendo y hasta trabajando cada baldosa. En el fondo, que es a lo que iba, una opción, no una obligación. Nacer en un baúl en Pocatello, Idaho, y seguir el camino de baldosas amarillas no son más que eso, opciones más obvias que las demás, no determinantes. No obligatorias.
Mi buen amigo, con su permiso, Uno, habla, con mucha coherencia, del sentido de celebración obligatoria de estas fiestas y eso me ha hecho pensar. Gracias Uno. Pensar en las actitudes que vivo y veo con respecto a estos días y he llegado a ciertas explicaciones, no sé si válidas ni siquiera sé si son coherentes pero mi cerebrito no da para mucho más.
Para quienes nacen en un baúl, no importa donde, el concepto obligación es algo, hasta cierto punto, relativo. Para muchos no sólo relativo sino detestable per se y huyen de él como de la peste bubónica. Para otros es una excusa, comodísima, para no tomar decisiones, nada hay más placentero que delegar responsabilidades y, encima, sentirse víctima de la obligación. Deliciosa arma de chantaje emocional que es manejada demasiado a menudo y esa si que puede ser calificada como de destrucción masiva por la cantidad de cadáveres que va dejando a su paso.
El asunto, la clave del asunto, es que hay quienes creen haber nacido en un baúl y disponer de un camino de baldosas amarillas que seguir o no, cuando lo cierto es que han nacido en un toril. Hemos nacido en un toril. En esa estructura diabólica el animal no tiene más opciones que seguir las rutas que están marcadas con paredes altas y blancas, infranqueables, y por más que se revuelva y salte y embista y berree nada le va a sacar de allí.

Leí hace unos poco años un libro de cuyo título y autor no logro acordarme pero que, como referencia, es el que sirvió de muy lejana inspiración al Merlín el Encantador de Disney. Como todo recordamos de la película Arturo, el futuro rey Arturo, va siendo convertido en sucesivos animalitos para su formación pero en la versión Disney no aparece cuando se convierte en hormiga. Cuando lo hace a la entrada del hormiguero encuentra un cartel: Lo que no está prohibido es obligatorio. Esa es la vida de quienes nacemos en un toril. Cuanto esfuerzo hagamos será inútil, cuanto más luchemos por salir a buscar el camino de baldosas amarillas o el pasto verde, más nos dolerán los huesos al rompérnoslos contra las paredes, cuanto más vacía sea nuestra vida menos hostil nos resultará el toril. Por fin, un día, no hace falta que sea un día especial en el que pase nada en concreto, simplemente un día, renuncias al camino y a la hierba, aceptas que el pienso es lo que hay y que nunca saldrás del Laberinto miserable que es tu abyecto toril, aceptas que, arriba, afuera, te ven, te juzgan, te calibran, y te desprecian. Aceptas todo eso y piensas: “bueno, hagámoslo lo menos intolerable que podamos”. Así inventas recursos para que lo que es obligatorio pueda ser también agradable, para poder encontrar, no sin esfuerzo, un cierto placer en ello. El problema es la soledad. Claro, quienes han nacido en un baúl, no coinciden en tus obligaciones salvo en momentos concretos, uno de ellos, Navidad. En el toril montamos un circo contando con que esa obligación-placer va a ser compartida, pero resulta que para los demás es sólo una obligación de la que huyen o aceptan de mala gana dejándolo bien claro. Los lazos, las cintas, las felicitaciones pierden así todo sentido fuera del toril, dentro no. Dentro quieres vivir como te han educado, con la convicción profunda de que hay cosas importantes aunque no te apetezcan en principio, dentro recuerdas cuantas veces has hecho esas cosas y, finalmente, las has disfrutado, y también cuantas veces te han obligado las paredes blancas y desconchadas del toril. Dentro esperas como puta por rastrojos que alguien quiera compartir tu esfuerzo por hacer un tiempo menos insoportable la existencia.
Error, un gran error, por que, al hacerlo, dejas de ser un toro o un Minotauro encarcelado en el toril, que lo eres y lo estás, pierdes toda tu dignidad y te conviertes en un perro tirado en la calle, perdido, vacío y suplicante que nadie quiere ver.
Creo que esa es la clave de las actitudes tan enfrentadas ante las fiestas navideñas.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Reflexión navideña.

Ilustración de "La fosforerita" o "La pequeña vendedora de fósforos" que con ambos títulos aparece en los libros.
Durante estos días me siento a menudo como un estúpido. Sí, ya sé que habitualmente me lo tomo a broma con eso del Espíritu de la Navidad Presente y demás, pero algo va mal. Me gustaría ser capaz de expresarme con claridad, sin liarme en exceso y sin que lo que voy a decir suene a lamento de viejo o queja de neurótico. No es fácil, por que ya tengo algo de ambos. Me gusta la Navidad. Ya sé que eso está empezando a ser políticamente incorrecto; como bien me dices, Uno, el espíritu de la Navidad lo tiene cada vez más complicado.

Si se me permite una reflexión autobiográfica, que no será la última, me temo. Nunca he tenido una Navidad que pueda considerar “feliz”, momentos aislados, sí, pero relacionados siempre con el regalo del día de Reyes y, en realidad, más con la avaricia infantil que con un momento “feliz”. Sin embargo, soy un fanático de estas fechas. Por ejemplo: es en el único tema en que soy ordenado: tengo las listas con las direcciones de las felicitaciones, los días en que tienen que salir, los regalos que he de hacer y los que hice, para no repetirme, los precios, los gastos año a año, hasta empiezo a comprarlos allá por el mes de Mayo. Meticuloso sólo a la hora de proteger los adornos y de colocarlos en su sitio, los regalos cuidadosamente envueltos con sus lazos y tarjetas hechas por mí, etc. Sin embargo, algo va mal.

Las felicitaciones no son contestadas, los regalos apenas son apreciados, unos ni siquiera los puedo dar en persona, otros los entrego allá por junio por la simple falta de interés en quedar conmigo de esas personas a las que aprecio, muchos no son correspondidos, eso no tendría mayor importancia si no fuera algo peor, que ni siquiera se hace acuse de recibo de ellos con un “gracias” o “me ha gustado mucho”, hasta un “Mira, que digo que si lo puedo cambiar”, sería más de agradecer que el silencio indiferente. Cuando hacen el regalo se nota la falta de interés, el comprarlo aprisa y corriendo por compromiso y por salir del paso. Entendedme: me da igual qué regalo sea, siempre y cuando sienta que se ha pensado para mí y se ha comprado con la ilusión de era para mí, una simple postal me bastaría si supiera que ha sido así, no es el valor del regalo. Ya os he dicho que tengo algo de neurótico o de loco de atar, como queráis. Los adornos son más que nada objeto de burla. Las llamadas contestadas arrastras, interrumpidas por el ya conocido “te dejo que me entra otra llamada” y nunca devueltas, la idea de tomar un café conmigo se vuelve ciencia ficción pues siempre, SIEMPRE, hay algo más importante que hacer, y si no fuera así –o sea si se ven acorralados por el “compromiso”- percibes la tensión de lo que no se quiere hacer, incluso en las comidas navideñas se nota la sensación de obligación. Si sugieres algo así como “oye que si no te viene bien…” ya se agarran como a un clavo ardiendo y ólvidate. Ya ni comento como se me ocurra decir: cuando os venga bien.

Algunas personas incluso se me han ofendido cuando les deseas “Feliz Navidad” por que: “¿como quieres que sea feliz si tengo artrosis o se me ha muerto el marido hace 29 años?” (os juro que esto me ha ocurrido más de una vez). El Elfo Doméstico de quien ya hemos hablado, compite para que su felicitación llegue antes que la mía pero si la mía no llega se pone tan furioso como si llega antes que la de él, y ya ni os cuento las que me monta como no llegue, pero los amigos comunes te dejan claro que no les llames “ya te llamamos nosotros” –en plan casting- y lo hacen pero cuando les resulta menos molesto, menos “comprometido”.

No sé si seré yo, que simplemente no soy una compañía deseable, pero me temo, por lo voy oyendo aquí y allá que no. Al ir tomando nota de lo que se escucha y se ve, atando cabos y puliendo verdades llenas de adherencias que las enmascaran, vemos, veo otra cosa que no sé que es ni quiero entrar ahora en ello. No quiero por que hoy estoy tratando, o esa era mi intención, de mí. De cómo me hace sentir estúpido nadar contracorriente, ser objeto de burla por mis floripondios navideños, de indiferencia por mis regalos y el escamoteo constante de mi compañía –que repito creo que es un problema no exclusivamente individual-. Estúpido, infantil, despreciado y solo.

El año pasado sostenía que el mejor cuento de Navidad es “Canción de Navidad” del bueno de D. Charles Dickens, hoy me planteo si no será “La fosforerita” de D. Hans Christian Andersen, conocido por su cuasi-odio a los niños, como muestran sus cuentos destinados a aterrorizarles para toda la vida. La niña que vende fósforos y que acaba congelada la noche de Navidad mientras mira, al fugaz calor de las cerillas que va encendiendo para calentarse, la celebración de una familia tras un cristal. Quizás sea ese el único cuento de Navidad posible y realista en este 2011.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Pintada para una crisis

Simple pero estimulante ¿no os parece?

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Crisis navideña.

Como ya sabéis mi personalidad actual es una tapadera para que en cuanto se acerca diciembre, cual Superman o Spiderman o cualquier otro superalgo, se revele mi verdadera identidad de Espíritu de la Navidad Presente. Pero, claro, por muy espíritu que uno sea hay cosas que a uno le provocan crisis de identidad incluso en la Navidad Presente y acaba uno pensando ¿Quién soy? ¿De donde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué no empiezo a incendiar cosas? ¿Quién es el loco de atar, ellos o yo? Y sobre todo ¿Por qué, oh, porqué?
Supongo que os sorprenderá sabiendo lo navideño que soy que estas cuestiones afloren precisamente en mí, con mi corona de pámpanos y mi saborizante navideño, con mi “Pasa y conóceme mejor” tan proverbial y, aunque sea vanidad, tan hermoso. Pues no debería sorprender a nadie. Veréis.
Primer motivo de mi crisis existencial (y ya van unas cuantas): la “Navidad por lo civil”. Sí, ya sabemos que desde hace algún tiempo se viene celebrando algo parecido a una primera comunión por lo civil en la que hay de todo menos comunión propiamente dicha, en algunos ayuntamientos se hace, o por lo menos se empezó a hacer, un bautizo por lo civil, basado en el mismo principio: todo menos el bautizo. Pues desde hace unos pocos años pero cada vez con más fuerza vemos como el tiempo de Navidad no es que se comercialice, eso casi es lo de menos, es que está siendo despojado de su principio. Veamos: en los grandes almacenes y/o decoraciones públicas se hacen estructuras con castillos, vidrieras, renos, nieve, conejitos con corona, paquetes de regalo, circos, en fin algo que más parece obra de Lewis Carrol el primer día que probara el LSD o cosa parecida. Vamos que Alicia y el Conejito con Prisas son seres casi sensatos y eso ya, per se, es mucho decir. Pero en ningún rincón de ese laberinto veremos un sólo símbolo que recuerde qué se celebra, ni siquiera el “pagano” arbolito navideño. Sé que se me podrá argumentar que existe en este país un abanico de culturas no cristianas y que la decoración opta por no definirse quiero pensar que no con el criterio de “no ofender” por que eso ya sería la pera y la repera. Argumento que es fácil de rebatir si pensamos que en Yanquilandia tienen un mucho mayor abanico cultural y no han optado por esta majadería. Pero bueno, estamos en un país en el que te pueden llamar terrorista por no votar a alguien y no te puedes ofender pero te puedes ofender por la representación del Nacimiento en Belén de un Maestro que, curiosamente, ninguna de las religiones “sensibles” niega, aunque, en fin dejémoslo ahí. Admitamos “gilipollas” pues como animal de compañía y sigamos adelante.
Si admitimos la estupidez institucional que opta por esta actitud miremos pues a la actitud individual. La libertad de credo es incuestionable –de momento, ya veremos dentro de unos meses jejejeje- por tanto no seré yo quien censure a quienes no creyentes deciden no decorar su casa con motivos navideños, ni a quienes no creyentes deciden hacerlo por pura tradición familiar, ni siquiera a los creyentes que deciden no hacerlo por cualquier causa o simplemente por que no les apetece. Sin embargo, no puedo dejar de reseñar algo que hace que mi mandíbula cuelgue estupefacta y ojiplática, anonada y pasmadita: el Nacimiento por lo Civil que mandan… perdón.
Me explico. Desde hace unos muy pocos años las gentes no creyentes pero que por alguna razón que no logro desentrañar deciden decorar su casa con una escena navideña, con figuritas, casitas, puentecitos etc. El caso es que esta escena es, no la pretendidamente bíblica del Nacimiento de Jesús en el pesebre, no, es sencillamente una escena del Londres invernal y decimonónico en la que pueden aparecer bien Jane Eyre, Oliver Twist, o un sindicalista del primer movimiento obrero de la revolución industrial, incluso no me extrañaría que haya por ahí figuritas con Dorian Gray cargando con el retrato o de Jack el Destripador con unas cuantas vísceras colgando de la levita. Sí, también puede aparecer el Pequeño Timmy pero no creo que con semejantes heladas el chaval pueda salir de casa patinando con la muleta.

martes, 6 de diciembre de 2011

Respuesta 15 sobre No podemos.

Veo que compartimos la idea. Será duro, sí, claro que sí, pero miremoslo de otra manera, si me lo permitís.
La confianza, nuestra confianza, nuestra guardia bajada, es su mejor arma. Ahora, en esta especie de estado de excepción en que nos vamos encontrando nos vemos obligados a no descuidarnos, en cierto sentido estamos comenzando a desarmarles. Yo tampoco creo en milagros pero sí en que el bicho humano es demasiado correoso y resistente como para aplastarle del todo, siempre sale de debajo de la bota de quien le pisa el cuello, que se lo pregunten a Luis XVI, Ceaucescu  o Gadafi, por ejemplo. Sé que me podéis matizar mil cosas a esta afirmación pero, al final, las cosas van cambiando demasiado lentamente, cierto, pero cambiando.
Por otra parte No Estoy Dispuesto A Que Cierta Gentuza ME Amargue La Vida, que bastante tiene cada uno con lo suyo. Igual que siempre he sostenido que la mejor arma del ciudadano contra el terrorismo y las catástrofes es luchar por mantener la normalidad sin aspavientos ni grandes gestos, creo firmemente que "defender la alegría" que decía el poeta y cantó Serrat, nuestra alegría menuda y cotidiana, es el primer paso para iniciar la resistencia.
Uno, Pe-Jota, gracias por dejar vuestros comentarios y por el honor que me hacéis leyéndome. Un abrazo

sábado, 3 de diciembre de 2011

No podemos

"Las mujeres dan valor" de Los desastres de la guerra, de Goya, por supuesto

Sé que mantener la moral alta ahora, en medio del naufragio, es casi imposible pero tras lamentarnos un poquito, tras lamernos un poquito las heridas, tras comprobar entre quienes vivimos y hacer una inspección de daños resulta que: no podemos.
No podemos, no nos lo podemos permitir, renunciar. No podemos dejarles el campo franco. Vale. Esta no ha sido nuestra victoria, de acuerdo, pero tampoco vamos a permitirles que sea la suya, la definitiva.
No podemos por aquellos que cayeron defendiéndonos.
No podemos por aquellos que aun no han nacido.
No podemos por que si nos rendimos ahora nunca más podremos levantar la cabeza ante ellos.
No podemos por que la historia nos juzgará como cobardes, como ahora juzgamos a otros que vieron, se encogieron de hombros y callaron.
No podemos por que quienes no conocieron tiempos peores no saben la que puede caerles encima y, por tanto, no saben defenderse.
No podemos por que si dejamos que nos destruyan ¿Quién recordará las cunetas, las tapias de los cementerios o el millón de muertos?
No podemos por que si nos dejamos vencer sin resistencia ¿Cómo podremos mirarnos al espejo cada mañana?
No podemos por que si nos dejamos machacar en nuestra moral ¿Quién echará aceite a la lámpara para que siga iluminando aunque sea débilmente?
No podemos por que si no levantamos ahora, ya, la frente, aunque sea descalabrada, ya no lo haremos nunca
No podemos por que si no erguimos nuestra espalda ahora, ya, aunque el lumbago nos la doble, no sabemos qué o quien seremos.
No podemos por que somos lo que somos a pesar suyo y a pesar de lo cómodo que sería renunciar a serlo y ser como ellos. Para ser como ellos sólo hay que dejar de pensar y de cuestionar, eso lo hace cualquiera.
No podemos por que tarde o temprano tendremos que pasar la antorcha y hemos de mantener la llama.
No podemos por que la marcha de la Historia o corre a nuestro favor o a la aniquilación y ellos pierden más.
No podemos por que somos humanos y nos vencerán pero no nos uncirán a la yunta otra vez. No sin resistencia, no sin consciencia, no sin hacerles saber que aquellos tiempos pasaron.
No podemos por que si lo hacemos perderíamos nuestro sentido de la vida y eso nos convertiría en algo, no en alguien, justo lo que ellos buscan.
Pero sobre todo no podemos por respeto hacia nosotros mismos a quienes somos, a quienes nos formaron, a quienes debemos lo que nos quieren quitar, a quienes construyeron lo que hay y que quieren destruir.
Puede que ganen, de momento, puede, pero no sin que alguien, nosotros, ofrezca una resistencia sorda, cada uno en sus posibilidades, no dejándoles que impongan eso que tanto aman, el olvido y lo que viene siendo lo mismo, la impunidad.


"Y son fieras" de Los desastres de la guerra, una segunda parte de la frase. De Goya, por supuesto.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Antes de que se nos vaya noviembre.

"Dama parisién en la plaza de la Concordia" de Jean Beraud.
Una de mis damitas, quizás una cocotte disfrazada de tal, pie menudito y bien calzado, recoge las faldas y, al desgaire, como quien no quiere la cosa, muestra, provocadora, el tobillo, quizás incluso, la muy descocada, un poquitín de media. El gris frío, el viento que agita su boa, los árboles despojados ya de hojas hace que los caballeros bien nutridos del fondo no hagan mucho caso a nuestra damita, frágil con su paquetito blanco sobre el negro respetable del vestido, quizás lleve a empeñar sus cubiertos de plata o vuelva a casa con un surtido de patés, o de visita llevando unas exquisitas pastas de té. El toque rojizo de lo que vemos de su cabellera sobre la caramba también negra y la técnica del velito -prodigiosa para un abogado como su autor, virtuosismo del momento- y de la boquita menuda, detalles incitantes, se estrellan contra una mirada dulce, casi inocente. Y la damita cruza presurosa la plaza huyendo del viento fresco de la tarde parisién.

martes, 29 de noviembre de 2011

Respuesta 15 sobre Nueva Era

Roberto T: lo malo de las torres de marfil es aquello de:


Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,


guardé silencio,


porque yo no era comunista,


Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,


guardé silencio,


porque yo no era socialdemócrata,


Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,


no protesté,


porque yo no era sindicalista,


Cuando vinieron a llevarse a los judíos,


no protesté,


porque yo no era judío,


Cuando vinieron a buscarme,


no había nadie más que pudiera protestar.

O, quitándole la veta siniestra al poema, el problema de las torres de marfil a las que nos están empujando es que pueden impedir que veamos la realidad, que nos alejemos demasiado de ella, quizás sea ese un objetivo de alguien pero es por ese alejamiento de la realidad y de la capacidad de interactuar sobre ella por lo que me cuesta tanto encerrarme en las torres de marfil.

Pe jota: ese es exactamente mi estado de ánimo y supongo que el de toda mente inteligente y sensata. Sin embargo, como dice el compañero Roberto T todo acabará pasando y si hemos sobrevivido a tanto combate (verbal, ideológico e incluso físico) no van a machacarnos ahora. Lo triste es esa palabra que has dejado caer en tu comentario: desesperanza, que no es ni siquiera desesperación, es mucho más profundo el concepto. A pesar de todo hay algo bueno: hemos aprendido entre quienes vivimos y, hasta cierto punto, quienes somos un poco más. Me cuesta mucho levantar la cabeza, especialmente ahora, pero hay una cosa que sé: esto no se acaba aquí y, más temprano que tarde, las cosas tomarán el cauce correcto y estos retrocesos serán sólo parte del camino, y si no es así, sencillamente no será de ninguna otra manera. Los sistemas, todos, están muertos, o se asume y se avanza o todos, ellos también nos vamos al garete. Ellos pierden más.

Stultifer: me quedé ayer sorprendido por el premio que no puedo sino agradecer. Lo cierto es que jamás pensé ganar un premio por el placer de escribir estas entradas. Así que gracias y, bueno, ya has visto el premio en primera línea.

Un abrazo a todos y gracias por leerme especialmente en estos tiempos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Nueva era.

Habréis observado que mis últimas entradas estaban un tanto cargadas de actualidad, excesivamente, diría yo. Recuerdo que hace un tiempo me propuse que no volvería a tratar ciertos temas y está claro, viendo estas últimas entradas, que no lo he logrado. Bueno, “errare humanum est” y me pido perdón a mí mismo y a los amigos que me vienen leyendo.

Está claro que ahora todos estamos entrando, no sin un profundo pavor, en una nueva era. Personalmente lo percibo como un proceso siniestro, me posee un sentido de catástrofe ya ocurrida pero de la que aún no conocemos sus verdaderas consecuencias. Nos envuelven las tinieblas… otra vez y van… Pero como lo que nos mata nos hace más fuertes y como a todo se sobrevive aunque no se sepa muy cómo se consigue estoy seguro de sobreviviremos, eso sí: cada uno a su aire y pagando un precio, espero que no muy alto, aunque lo dudo. Personalmente he decidido abandonar. Sí, directamente abandono, lo dejo, me rindo con armas y bagajes. “Cautivo y desarmado”… de nuevo, acepto lo que toca y humillo mi cerviz… de nuevo, y me encojo de corazón y de hombros cuando veo el “vivan las caenas”… de nuevo.

Así, derrotado por la historia, devastado en mi ética y desesperanzado en mis creencias más íntimas me dispongo a atravesar el desierto… otra vez; y cuando uno se encuentra en tales circunstancias se pregunta, lleno de mala intención como tengo por costumbre, ¿Qué tienen de malo las torres de marfil? ¿Es que acaso lo que queda fuera vale la pena? Si lo que queda fuera son los hombres tirando del carruaje del déspota, Jovellanos encarcelado y la Santa Inquisición campando por sus respetos ¿realmente es tan horrible encerrarse en la torre de marfil cual Dama de Shalott asegurándonos de no asomarnos la ventana… de nuevo, para no ver otro Lancelot a quien veríamos caer… de nuevo?

Bueno, pues he decidido encerrarme en mi propia torre que, si no es de marfil (por que es ilegal y yo no cometo ilegalidades pues no tengo ambiciones políticas), es de algo parecido, que me aísle lo suficiente como para vivir en paz y llevándome la menor cantidad posible de berrinches que no tengo yo el cuerpo pa comistrajos ni las neuronas pa basura.

Afortunadamente, el material del que están hechos los sueños y las paredes de mi torre no es el estiércol de fuera sino la sensibilidad a algo (pinturas, cine, literatura, personas incluso, palabras, poesía, música no por que soy un negado para ella, salvo excepciones muy literarias) Afortunadamente dentro hay nociones de lo que es ética, vergüenza y delicadeza. Afortunadamente puedo intentar mantener mi torre limpia de la contaminación del exterior. Conseguirlo, no sé pero intentarlo, sí.

Ahora que naufragan las esperanzas que me guiaron.

Ahora que mueren los sueños.

Ahora que nacen los monstruos que la razón soñó.

Ahora que todo es el Carro de heno

Ahora que se ha apagado la luz.

Nos queda, dijo el poeta, la palabra. La certeza de que la luz existe, el gozo de la contemplación estética, la satisfacción de la propia estimación aunque no podamos estimar a nuestros compañeros de destino, y, en último término “siempre nos quedará París”.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Poema ¿infantil?

Lo leí hace un montón de años en un libro de cuentos desvencijado y roto que me prestaron y no sé por que últimamente se me viene mucho a la cabeza, sobre todo en los telediarios y demás.
EL RATÓN DENTRO DEL QUESO
(Pablo de Jérica)

Mientras en guerras
se destrozaban
los animales
con justa causa,
un ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
estaba siempre
dentro de un queso.

Juntaban gente,
buscaban armas,
formaban tropas,
daban batallas:
y el ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
siempre metido
dentro del queso.

Pasaban hambre
en las jornadas,
y malas noches
en malas camas;
y el ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
siempre metido
dentro del queso.

Ya el enemigo
se ve en campaña;
al arma todos,
todos al arma;
y el ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
siempre metido
dentro del queso.

A uno le hieren,
a otro le atrapan,
a otro le dejan
en la estacada.
y el ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
siempre metido
dentro del queso.

Por fin lograron
con la constancia,
sin enemigos
ver la comarca;
y el ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
siempre metido
dentro del queso.

Mas ¿quién entonces
lograra alcanzar
el premio y fruto
de tanta hazaña?

El ratoncillo,
¡qué bueno es eso!,
que siempre estuvo
dentro del queso.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Jornada de reflexión

Ambiente antes de la JMJ en Madrid. Reflexionemos pues.

domingo, 13 de noviembre de 2011

...que por doler me duele hasta el aliento.

No sé quien dijo, este país ha inspirado muchas frases célebres pero también el olvido de quien las dijo por que el pensar siempre ha estado mal visto aquí (salvo si piensas como Torquemada, que siempre gusta): “Me duele España”. En realidad no es cierto, no me duele España, de hecho una España que consiente y pasa por alto esto –francamente- me importa un rábano. Lo que me duele es la absoluta, total, completa y definitiva impunidad en que el país y sus instituciones están dejando caer el asunto. Ahora se habla, se hace público, pero nada más. ¿Qué va a pasar dentro de un mes, dos? Si tres cuartos de siglo después todavía resulta escandaloso para algunas mentes desenterrar los asesinados en las cunetas ¿qué pensarán, si es que piensan, de algo tan reciente, tan sangrante aun? Por otro lado, estamos, asistiendo a espectáculos como éste, que ni el esperpéntico Valle ni el propio Goya en sus Disparates fueron capaces de imaginar, impávidos, como quien ve un capítulo más de una zafia serie yanki, en lugar de darse cuenta de la mafia-secta que sigue ocupando poltronas por que la impunidad, Uno, no sólo la generó la dictadura sino que ahí sigue, inmutable e inasequible.
Una España que deja que maten y tiren a sus muertos, que dejan que roben a sus niños, que permite que un uniforme de un tipo u otro no sólo delinca sino que culpabilice a la víctima y que, encima, se crea autorizado a decidir que mejor muerto que “mariquita”; esa España que lo tolera como algo natural, que no reacciona, que mira a otro lado y que se extasía:
ante el azar prohibido
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero
la suerte de un tahúr o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
(A. Machado)
Una España que engrandece al delincuente si es de su equipo de fútbol, de su pueblo, o por tener un buen culo o el insulto fácil; una España que ni ha borrado ni quiere hacerlo el oprobio del “vivan las caenas”; una España descreída que se entrega por pereza o miedo a las sectas de todo pelaje cuyo poder crece a ojos vista, esa España no puede doler. No a mí. Pero “por doler me duele hasta el aliento” (que dijo Miguel Hernández), no ella, sino cada humano suelto, perdido, vejado, humillado y culpabilizado que la conforma, humanos asustados por que, no lo neguemos, el miedo nos come. El miedo que nos inculcaron nuestros padres y abuelos a los que tenemos cierta edad y el miedo a no que si protesto mucho no pueda llegar a la videoconsola o al coche de lujo en quienes no la han alcanzado. Humanos despojados de sus muertos y de sus niños que han pululado, que aún lo hacen, por estas tierras, sin pasado y sin futuro. Con la vergüenza de unas cunetas y la certeza de la impunidad de esos sacamantecas hospitalarios. Sin pasado y sin futuro.

martes, 8 de noviembre de 2011

Tanto dolor se agrupa en mi costado...

que no tengo palabras. Me limito a recoger el artículo publicado ayer por El Pais, sé que es largo pero vale la pena para ver en donde estamos.
"Entre tanta niña, su hijo le habría salido mariquita. Mejor así"

Una monja de la clínica San Ramón comunicó a unos padres la supuesta muerte de su bebé de cuatro días - Cuarenta años después lo ocurrido consta como aborto
Era el quinto hijo y el primer y esperado varón del matrimonio Rubio Arribas. Nació el dos de marzo de 1971 en la clínica San Ramón de Madrid. "Está un poco bajo de peso. Hay que llevarle a la incubadora, pero usted váyase a casa y ya la llamaremos", le dijeron a la madre. Gloria Arribas insistió en ir a ver y dar de mamar todos los días a su hijo. "Al cuarto día, le dijeron que había muerto. Mi madre no entendía nada, porque lo había visto unas horas antes y estaba perfectamente. '¿Pero de qué?', preguntó llorando. Y entonces el doctor Eduardo Vela Vela, director de la clínica, le dijo a mis padres: 'Ha muerto de un enfriamiento. Como se empeñó usted en sacarlo de la incubadora para darle de mamar, se ha enfriado'. Encima, le echó la culpa a mi madre", relata Gloria Rubio Arribas, de 50 años, que busca ahora a su hermano, convencida de que no murió, se lo robaron.
Cuando pidieron ver el cadáver, como en tantos otros casos denunciados en fiscalías de toda España, el personal de la clínica San Ramón les dijo que era "imposible". "Nosotros nos encargamos de todo. Ya está dada la orden en el cementerio de La Almudena, es el procedimiento habitual", recuerda Gloria que le dijeron a sus padres. "Mi familia protestó. Mi tío, que era un militar muy influyente entonces, dijo que cómo era posible que lo fueran a enterrar ya donde le diera la gana al hospital, cuando la familia tenía un panteón. Años después, mi tía nos dijo que él había intentado hacer algo, pero que alguien le había dicho: 'Gregorio, no toques este tema, olvídate".
En el pasillo de la clínica, Gloria Arribas y Antonio Rubio lloran desconsolados cuando pasa una monja. "Les preguntó a mis padres por qué lloraban, y mi madre le contó que les acababan de decir que su bebé había muerto. '¿Tienen más hijos?', preguntó la monja. 'Sí, cuatro niñas', respondió mi madre. 'Pues ya tiene bastantes. Piense que hay gente que no tiene ninguno y que entre tanta niña, además, le hubiese salido mariquita. Mejor así".
El matrimonio salió del hospital sin el niño. "Fue muy triste porque el día que nació nos habían llamado para decirnos que teníamos un hermanito rubio guapísimo y cuando llegaron a casa nos tuvieron que explicar que ya no, que había muerto...", relata Gloria, que entonces tenía 10 años. "Mi madre no paraba de llorar. Se obsesionó. Y mi padre, que vio que aquello iba a acabar con ellos, decidió un día guardar todos los papeles en un arcón y decir que no se hablaba más del tema. Y así se hizo".
En aquel hogar no se volvió a hablar del niño - "mi madre solo lo hacía cuando no estaba mi padre"- hasta que empezaron a ver en medios de comunicación casos similares de familias a las que años atrás les habían dicho en aquel mismo hospital o en otros que su hijo había muerto y que ellos se "encargaban de todo". Gloria, la hermana mayor, decidió empezar a investigar.
"La primera parada fue el Registro Civil. Cuando nació mi hermano le dijeron a mi padre que ellos hacían este trámite. Así que fui allí a buscar una partida de nacimiento suya. No existía. Tampoco de defunción. Me sugirieron que mirara en el legajo de abortos, y fui, pese a que mi hermano había vivido cuatro días, dos más que las criaturas abortivas". Y allí estaba. Con la fecha de nacimiento cambiada y pese a que a la clínica había cobrado a los padres cuatro días de incubadora (1.200 pesetas, 7,2 euros). Un detalle de avaricia que hoy puede servir de prueba para la investigación del caso, que lleva la fiscalía de Madrid gracias a que Antonio Rubio pidió una factura antes de abandonar aquel hospital y la guardó toda su vida.
"Cuando empecé a buscar, creo que lo hice con la esperanza de comprobar que mi hermano había muerto de verdad, que no nos habían engañado. Pero cada papel que pedía era una nueva irregularidad, cambiaban las fechas, los médicos...El día que me dieron el legajo de abortos, me quedé allí sentada, en shock, dos horas. No me podía creer que esto nos hubiera pasado a nosotros. No me podía creer, como mi padre no quiso creérselo tampoco, que médicos y monjas pudieran hacer algo así", explica Gloria, que enseñó toda su documentación al fiscal el pasado 13 de abril. "Mis padres habían decidido que mi hermano naciera en el San Ramón y no en casa o en un hospital público porque pensaron que era lo mejor de lo mejor. Y mira lo que pasó. Mi madre me contó, además, que aquel mismo día se había muerto el bebé de una señora que estaba en otra habitación. A lo mejor también lo robaron".
El padre de Gloria ya ha muerto. Su madre vive con angustia la búsqueda. Gloria admite que el asunto les obsesiona. "Cuando veo en las noticias que ha muerto un hombre de 40 años en un accidente de coche, pienso que puede ser mi hermano. Otras veces imagino las barbaridades sobre nosotros que pueden haberle contado sus padres adoptivos. Durante mucho tiempo, el único consuelo era pensar que había ido a parar con una familia bien posicionada que quería tanto un bebé que había pagado por él. Pero hemos oído casos de niños que dieron con familias que les maltrataban... Lo cierto es que aunque no esté en nuestro libro de familia, a ese niño ni nos lo inventamos, ni lo soñamos. Mi madre fue a verle cuatro días. Y cuatro días le cobraron de incubadora".

NATALIA JUNQUERA / JESÚS DUVA - Madrid - 06/11/2011

Pero aun hay más y aunque volveré sobre el tema ahí os lo dejo:
- Los fiscales han archivado masivamente casos de niños robados por falta de indicios o prescripción de los posibles delitos. Por ejemplo, en Madrid, donde el fiscal jefe recibió más de 200 denuncias, se han archivado cerca de 65. El paso del tiempo impide, además, la obtención de pruebas o testimonios. Los supuestos restos de muchos de esos niños fueron trasladados a los diez años del fallecimiento a un osario común, lo que impide exhumaciones para extraer muestras de ADN

domingo, 6 de noviembre de 2011

Respuesta 14 sobre ¿Qué nos hace humanos?

Roberto T: me estremece lo que me cuentas de los niños, ya no se les lleva a los hospitales para que no se contagien (jejejeje) y se les oculta la realidad de la enfermedad, quizás no sea sólo un problema para con la infancia (quizás la edad más perversa del ser humano, muy lejos de esa inocencia ficticia, más que nada por que el niño ni es consciente del daño que hace ni tiene normas morales fijas, hay que dárselas. Hablo, por supuesto, del niño que ya se ha socializado, que ya no es un bebé, vamos.) sino que observamos el afán de ocultar a los seres cercanos, todo lo negativo o siniestro. También creo que lo propiamente consumista no es responsable de esto, al fin y al cabo tanto la enfermedad como la muerte son y podrían ser más, unas vías de consumo muy potentes. Es otra cosa. Algo infinitamente peor y más siniestro.

Pe-jota: completamente de acuerdo contigo salvo en el término que empleas “descreido”, creo que gran parte de la responsabilidad de esta “deshumanización” está, precisamente en el exceso de creencias. La ley del péndulo, por supuesto, pero también en estar demasiado guiados por unos comportamientos –hablo de la iglesia católica- acomodaticios ante todo. Eso es lo que el creyente ve. Las fuentes de creencias se acomodan con mucha facilidad a según que cosas (regímenes, explotación, etc) y se mesa las barbas y rasga las vestiduras por que sus “fieles” no obedecen sus tiránicas leyes. Ese es el modelo que sigue el creyente y la consecuencia es la deshumanización, entre otras muchas, claro. La causa es que se tiene una fe igualmente acomodaticia que no exija un esfuerzo a las neuronas, creer sin pensar. Ah, la delicia de todo déspota.

Carlobito: el ser humano es el único que es consciente de su extinción, no el único que tiene miedo a la muerte, los animales huyen del peligro despavoridos. Sólo que nosotros podemos imaginar y proyectar nuestros miedos igual que deberíamos ser capaces de asumir quienes somos y de quienes venimos.

Un abrazo a todos y gracias por seguir leyéndome.

martes, 1 de noviembre de 2011

¿Qué nos hace humanos?

No soy antropólogo, más quisiera yo, pero siempre he oído que dos son los hitos que marcan la evolución del hombre desde el peludo semisimio con cara de alcalde de Marbella o concejal de urbanismo al hombre civilizado (en la medida que nos podamos considerar tales). El primero de ellos ha sido determinado recientemente, hará unos cinco años, cuando se descubrieron los restos de un humano o humanoide que se pudo comprobar que había vivido bastante tiempo sin dientes, lo que en una vida en la que la comida se arrancaba a mordisco limpio de la presa implica que alguien estuvo masticando por él. A partir de ahí podemos considerar que la especie se hizo humana. El gran y vilipendiado por la Santa Madre, que Madre tenía que ser, Jean Jacques Rousseau sostenía que el hombre es intrínsecamente bueno, cosa que también ha sido probada en experimentos recientes de un modo tan curioso como entrañable. Se cogía a un niño de año y pico, dos años y se le dejaba con sus juguetes tranquilamente, se montaba un tendedero y alguien comenzaba a tender la ropa, deja caer una pinza y e intenta cogerla desde el otro lado, hace como que no puede y el niño, instintivamente, se la alcanzaba, siempre. Curioso comportamiento en alguien que no tiene aún las pautas de comportamiento social aprendido. Luego, uno de los pilares fundamentales de la condición humana es la preocupación por “el otro”.
Como de humanos pasamos a iniciar el proceso de la civilización supone el segundo hito a los que me refería. Volvamos a los hallazgos antropológicos. En tribus nómadas que han llegado a nuestros días (y me refiero hasta el XIX que fue cuando se iniciaron muchas investigaciones, no siempre con fines lícitos ni éticos) en las formas de vida más primitivas, cuando se les preguntaba como habían muerto padres o parientes la respuesta era “se quedó atrás”, y la tribu siguió su camino, es la segunda parte de esta respuesta. Creo que la civilización comenzó el día en que alguien se detuvo, cubrió el cadáver y dejó una marca en aquella primitiva tumba. Cada vez que la tribu pasara por ese lugar reconocería que allí había uno de los suyos. Las primeras muestras de cultura y civilización siempre surgen en torno al arte y la cultura funeraria, se le puede llamar culto a los muertos, se le puede llamar recuerdo a los que faltan o se le puede llamar consciencia de las raíces de las que venimos. “Como queráis que igual es” que diría el ínclito Don Juan Tenorio. El caso es que lo que nos hace humanos civilizados en el principio son estos dos pilares en los que sin duda alguna se apoya todo lo demás que ha ido viniendo después tanto en lo más excelso como en lo más abyecto.
Recientemente y como tengo este maldito triple vicio de observar, pensar y opinar –cosas todas imperdonables en esta sociedad en que alguien mastica por nosotros sí, pero nuestra forma de pensar, no aquello que realmente necesitamos- he descubierto cosas extrañas, inquietantes. Por ejemplo, hace unos días tuve a un familiar ingresado en el hospital, nada serio pero una semana sí que nos pasamos allí. Pues bien, si en la sociedad actual el peso de la tercera edad es enorme, dentro de los hospitales es infinitamente mayor no sólo entre los pacientes sino también entre los acompañantes, maridos –los menos, suelen estar ya enterrados- hermanas, hijas, cuñadas, primas incluso forman una inmensa mayoría de los acompañantes. El lugar de encuentro es el restaurante-comedor donde acuden cada día acompañadas por alguien diferente, otra pariente de más o menos su quinta suele ser la norma, también hay maridos, e incluso hijos y, menos frecuentemente, nietos. Lógicamente cuando una persona está en esas circunstancias suelen ocurrir dos cosas: primero su salud se deteriora, aunque por lo visto no es cierto pues estas señoras, enfermas de todo, se metían entre pecho y espalda unos guisotes, unos pedazos de cerdo grasiento que si lo hubiera hecho yo acabo en la UVI directamente desde el comedor pero ellas resultaban capaces de digerir una viga de acero colado, segundo efecto esperable es la preocupación por el enfermo, el supeditarlo todo a como va a salir de este momento –que muy bueno no es precisamente- pero tampoco debe ser cierto por que de lo que más se oía hablar era de los viajes que iban a hacer con el Inserso o con lo que fuera. Ah, y de comida, de cómo habían comido en tal o cual viaje, de lo mala que era la comida que estaban comiendo, de qué había de menú. Comida –en todas su variables, la que habían comido, la que estaban comiendo y la que pensaban comer- y viajes que habían hecho y, mucho más, de los que pensaban hacer. Por otro lado no hago sino escuchar a la gente que “ellos pasan de ir a los cementerios”, que eso son “tonterías”, “que, total, ya están muertos”, e intentan argumentar con mil y un recursos de niñatos malcriados, Peterpanes eternos y cómodos, hedonistas sin placer, el simple hecho de que no están dispuestos a tomarse la más mínima molestia por sus ancestros, padres, abuelos y demás. Con lo simple que es decir “no voy por que no quiero”, pero no, por que eso implica un posicionamiento vital y ¡ah, no!, ¡eso sí que no! Hasta ahí podríamos llegar.
Creo que estoy divagando y alejándome del tema. Intento retornar a él. Con estas actitudes desde mi punto de vista estamos atacando lo que nos hace humanos, los dos pilares a los que me refería más arriba. La pregunta, lo que realmente me inquieta, es: si nosotros mismos estamos trabajando, muy intensamente, para acabar con aquello que nos ha hecho humanos y al hacerlo no sentimos racionales, modernos y ¡libres! ¿qué puede esperar la especie sino aquello por lo que tanto está trabajando? La regresión al estado animal, al “se quedó atrás”. No cabe duda de que alguien saldrá ganando con ello, si no, no estaría ocurriendo pero ¡es tan cómodo emborracharse en Halloween y dormirla en Todos los Santos! Eso sí, con argumentos ¿eh? Con argumentos.
No quiero decir que considere obligatorio ir a un sitio u otro, quiero decir algo más grave, que ni siquiera se tiene la conciencia de que se brota de unas raíces y que su recuerdo ha de respetarse este día de Todos los Santos o cualquier otro yendo o no a los cementerios pero sí teniendo presente de qué va todo esto y quien gana cuando lo olvidamos.
En cierta ocasión estuve en un hospital varios meses y un pariente muy cercano me dijo: “mira con el buen tiempo que hace no voy a desperdiciarlo viniendo a verte así que ya cuando salgas nos vemos”. Lo que hacía este buen hombre era irse a la sierra de bares por los pueblos para acabar como una cuba. Años después otro me dijo “no voy a verte por que no me gustan los hospitales”, jódete y baila, ¡pues anda que a mí! El caso es que, encima, hay que respetar su honradez y, de paso, su desvergüenza en el mejor sentido, yo, aunque fuera cierto, no tendría valor para decirlo. Pero si ni a los vivos les atendemos ni a los muertos les recordamos ¿es el alcohol en Halloween o en las tabernuchas infectas de la sierra o la caravana camino de la playa levantina con sus correspondientes chiringuitos igualmente infectos a lo único que ha de aspirar el bicho humano?
Por cierto: felices huesos de santo, que eso funciona siempre.

Respuesta 13 sobre Antes de que se vaya octubre.

Uno: creo que ya he salido de todos los armarios aunque de algunos nunca he sabido si estuve dentro alguna vez y de otros estoy como dicen de los gallegos que nunca se sabe si suben o bajan la escalera, pues igual, no sé si entro o salgo pero lo cierto es que ¿A quien le importa duduaaa?

Pe-jota: una novedad descubrirte alguien por que tú me tienes hundido en la miseria con la cantidad de aportaciones que estás haciendo a mi conocimiento estético. En realidad Tissot no dejó nada nuevo en la historia de la pintura pero tanto sus damas como sus paisajes bíblicos son de una alta calidad pictórica auque ya entonces superada por las sucesivas oleadas de modernidad en las artes.

Gracias por leerme a ambos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Antes de que se nos vaya octubre.

"Octubre" de James Jacques Joseph Tissot (1836-1902)
Pintor francés que en su primera época se dedicó a dejarnos deliciosas damitas como esta en la línea de identificar a la mujer con la naturaleza, o lo que para la mentalidad del XIX venía a querer decir que la mujer y la naturaleza eran algo que el hombre debía perfeccionar, dominar y superar. La relación mujer-naturaleza que hoy nos parece enaltecedora era entonces el equivalente a equipararlas poco menos que a animales, seres sin pulir ante la innegable perfección del hombre. Que esto fuera lo que quisiera decir el pintor o no es otra cosa pero era lo que pensaba el cliente -burgués nuevo rico y bastante bruto en general que se sentía justificado con esas ideas y que, en el fondo, compraba el cuadro por que "hacía bien" en el salón de recibir para que todo el mundo viera que había posibles.
Es un autor que tiene una historia que parece de novela, sé poquísimo de él pues poco dejó de nuevo al arte pictórico pero sí que al morir su amante y modelo abandonó casi todo y acabó dedicándose a recorrer Tierra Santa y pimtar escenas religiosas con bastante rigor arqueológico lo que acaba por poder enmarcarle dentro del orientalismo, fenómeno tan decimonónico como yo mismo.
No pretendo dar una clase de nada aquí pero estas damitas, lo reconozco, son una de mis debilidades.

Respuesta 13 sobre Estar con la gente

Ahora resulta que tampoco puedo seleccionar identidad así que de nuevo tengo que responder en una entrada. Creo que va a venir siendo que mi ordenador es un dinosaurio de hace ¡seis años!

Angel: gracias por tus palabras, para empezar. ¿Qué a donde nos lleva la corriente? Simple: un hombre aislado es un hombre indefenso, ¿Qué más pueden desear los poderes fácticos? No estamos deshumanizados, estamos asustados de nuestra propia humanidad, de que relacionarse implica en cierta medida sufrir, preocuparse “sentir con” y por ahí no pasamos, pasan.

Pe-jota: el tema de la banalidad es casi necesario hoy, precisamente por lo que comentaba a Angel. Si pasas de ahí, te encuentras con vida, y eso duele. Así que degrademos la calidad de nuestra comunicación-convivencia y todos tan contentos.

Roberto T: sí, son historias de nuestros tiempos que no siempre son negativas, mira esos dos que cuentas. A lo mejor incluso no se matan o logran aguantar diez años sin divorciarse. Jejejeje. Por cierto, que el móvil es un gran invento… bien usado. La de apuros que me ha solucionado con las dos o tres llamadas que hago y recibo al mes. No seré yo quien critique el avance que supone pero es que como casi todo ha caído en manos de psicópatas potenciales, o sea, todos.

Uno: ese día la red y en especial los blogs estaban como vaca sin cencerro. En realidad el monstruo somos nosotros, por eso cualquier cosa se convierte en garra.

Como siempre gracias por leerme tened en cuenta que ahora sólo puedo dejar comentarios en aquellos blogs que me reconocen así que ando limitadillo. Un abrazo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Estar con la gente.

Hubo un tiempo en que había tertulias, en que la gente, las personas, se reunían a charlar, los importantes hablaban de cosas importantes: del realismo literario, del modernismo, del cubismo, de la política o de a cuanto había acabado el Consolidado en bolsa; los menos importantes hablaban cosas menos importantes, de las obras, de quien se casa con quien, de la salud de unos y otros. Solían ser en cafés o en domicilios particulares, a la manera de Salón dieciochesco, el café de Pombo, por ejemplo, representando con la obra de Solana toda esa forma de estar con la gente.

Luego la gente dejó de ir a las tertulias, esta fase sí que la conocí yo, pero se reunía en casa de unos y otros; en verano, al caer el sol, salían a tomar el fresco a veces con su silla, en los pueblos sobre todo, a veces sentados en la acera o, si podían permitírselo, en la terraza de un bar, y allí se hablaba de todo lo divino y de lo humano, a veces se cantaba, poco por aquello de dejar dormir, se interesaban los unos por los otros. Los vecinos y las vecinas pasaban a tomar café a casa del otro para seguir charlando en invierno y en verano. Incluso ¡se hacían visitas! ¡Sí! La gente iba de visita. ¿Os acordáis como era eso de “tener visita o ir de visita”? Conocidos, viejos amigos, parientes más o menos lejanos, se presentaban en las casas de visita, llamaban, cuando ya hubo teléfonos en todas las casas, y venían o íbamos de visita, los niños nos aburríamos como galápagos pues había que ser formalitos y tal, pero íbamos, bueno, nos llevaban. Ni que decir tiene cuando había un enfermo en casa aquello era más o menos una romería aunque muchas veces se quedaran los vecinos en la puerta sólo para preguntar como estaba el enfermo; incluso en los hospitales a pesar de que las visitas estaban bastante más restringidas, había turnos para pasar a ver al paciente.

La televisión fue acabando con la costumbre de salir a tomar el fresco y a charlar, al principio no se notó tanto por que en un bloque podía haber dos o tres televisores y sus orgullosos propietarios invitaban a unos y otros a ver los toros –entonces no había debate sobre el tema-, a ver Galas del Sábado o Bonanza. Los niños nos relacionábamos así también fuera del colegio y de cualquier forma de organización. Los adultos tomaban café, charlaban, criticaban y se interesaban unos por otros. En los veranos de los pueblos, al principio, se daba la vuelta al televisor con la pantalla hacia la ventana y los corrillos se formaban en torno a ellos, corrían las pipas y los cacahuetes. No digo nada cuando el Teresa Herrera era de los pocos torneos veraniegos, se partía el grupo en dos: los hombres en torno al fútbol y las mujeres aparte charlando o jugando al parchís, que anda que no he visto yo vicio con el parchís. El caso es que cada vez íbamos siendo más ricos y, al poco tiempo, había un televisor en cada casa y ya sólo servía de excusa para reunirse los vecinos en torno a uno ¡el Festival de Eurovisión! Reconozco que era triste reunirse para saber quien manejaba la barca a una pobre muchacha descalcita pero era así, también lo hacíamos con Eres tú o Sobran las palabras (¿a que nadie se acuerda de esta canción, Braulio, Eurovisión 1976?) Eurovisión cayó en el abismo de horteridad subliiiiiiime que todos padecemos hoy día y la mitad de la población ni sabe donde cojones esta Nosecuantosstan que da duepoin a Meimportaunbledostan, cosa que, además dice el comentarista antes de empezar el circo. En fin que esa excusa también se perdió.

Entonces ciertamente se perdió la espontaneidad de las relaciones, las visitas desaparecieron por que no se salía hasta después de que acabara la película o por que esa tarde había un partido y era más cómodo verlo en casa. El color en las televisiones trajo algo del viejo invitarse a ver el partido o los toros o lo que fuera pero duró poco. Pronto todos tuvimos tele en color. Vale, no había la añeja costumbre ni la espontaneidad en las relaciones: había voluntad. La gente se relacionaba por que quería hacerlo, sin más. Nos llamábamos por teléfono y luego los recibos subían una barbaridad, quedábamos ex profeso a medio camino, cosas así. Claro, en el camino se perdieron las viejas amistades que pasaban de padres a hijos, el concepto “amigo de la familia” se perdió –ahora eres amigo de Pepe o de Manolita, pero no “de la familia”-, hubo un proceso de selección natural más acorde con los cambios sociales. Nada que objetar por que en todas estas maneras de relacionarse la gente estaba ahí, aunque fuera a veinte o quinientos kilómetros, estaba. “Estaba”.

Hoy ese concepto de relacionarse “estando”, es decir, completamente presente en la relación, volcado, aun en la relación más superficial, es un concepto y una realidad no sólo inexistentes sino también inconcebibles. Es una presencia parcial, incompleta. En estado de alerta ante una llamada de móvil, por ejemplo, o del pitido que indica cuando estás al teléfono que alguien llama. Todo se relativiza ante esa llamada, sea lo que sea ese todo. Ya nunca puedes estar con alguien pues ese alguien realmente está existiendo en relación únicamente a esas llamadas y con ellas tampoco va a estar más presente que contigo, pues como entre otra cortará aquella por la que cortó la conversación contigo. Es curioso que en el siglo de los medios de comunicación el bicho humano esté perdiendo la capacidad de establecer comunicación en el nivel que nos ha hecho humanos. Hace muchos meses que no logro acabar una charla personal, telefónica e ¡incluso una consulta médica! (el lunes 17 del presente, consulta urólogo, o sea, ya sabéis lo que eso supone a ciertas edades, tres veces el móvil del médico interrumpió la consulta, era la misma persona, una dama, y, lo peor es que el médico me cortó para llamarla él, a punto estuve de preguntarle si me iba y volvía en un momento que le viniese mejor pero, dado lo cerca de ciertas partes que va a trabajar dentro de unos meses decidí callarme, el miedo a que se le fuera un bisturí me coartó un tanto) sin que suene un puto móvil o entre otra llamada. Sé que no son cosas importantes por que las respuestas a esas llamadas de móvil suelen ser “En el estante de la cocina” o “No, no, un Ribera siempre”. Pero ahí estás tú, con cara de lelo, esperando el resultado del informe de tu dolencia, o la palmada en el hombro o el final de un chiste, en un segundo plano, eres “no prioritario”. Hubo un tiempo en que las parejas eran tres: ella, el y el radiocassette del coche para que no lo robaran. Ahora si que son “parejas abiertas” pues son ella, él, los dos móviles y toda llamada que se haga que se colocará siempre como más urgente que él o ella. Los niños no pueden decir aquello de “Mamá mira lo que hago” por que la mamá (o el papá) están con el móvil, ni llamarles por teléfono por que “Cariño, me está entrando otra llamada”. Subliminalmente estamos diciendo a esa persona, sea quien sea:” mira, lo cierto es que me importa más cualquier otra cosa que tú y perdona que me está entrando otra llamada”. Curiosamente esa otra llamada sufrirá el mismo destino haciendo que el siglo de las comunicaciones acabe en la absoluta incomunicación del individuo. ¿Será ese su objetivo?

Mientras estaba escribiendo esto, que no ha salido de un tirón ni cosa parecida pues me parece que el texto no fluye adecuadamente, he visto algo muy ilustrativo. Vivo cerca de un instituto, o sea: hormonas despendoladas saltando por todas partes y en todas direcciones, o así debería ser. La escena era la siguiente: en un banco una muchachita apoyaba su espalda en el hombro de un muchacho, él metía la mano en el escote de ella, tiernamente, ella tenía la mano en el paquete de él, esperemos que fuera asunto menos tierno, él en la mano izquierda tecleaba en el móvil, ella con la mano derecha jugaba a algo en el suyo, ni se miraban ni se hablaban. Creo que esa es la imagen de lo que he querido decir y que no me ha salido.