E Estos días he estado haciendo memoria. Sé que no siempre es bueno, pero también sé que tampoco se puede pasar por alto pues somos lo que fuimos, mejorados o empeorados pero lo que fuimos. Además todos sabéis que estoy en terapia por aquello de la depre y aunque a muchos os parezca una tontería estas cosas obligan a replantearte mirar tu vida de otro modo. Casi siempre sales ganando pues te quitas fantasmas, rencores y hasta te das cuenta que estás furioso con gente que lleva muerta treinta años. Así que sin pasarme el día rumiando el tema si he hecho memoria.
La semana santa de las heridas, no la infantil, comenzaba el miércuoles yendonos en plan paseo a comprar el pan de torrijas a la Plaza de Tirso de Molina, el Jueves nos ibámos a intentar entrar en la anterior catedral de San Isidro a ver a la Esperanza Macarena, digo intentar por que no siempre la rampa que ponían nos lo permiría, En general las iglesias suelen ser bastante complejas para las sillas de ruedas, por fácil que tengan arreglarlo no oo hacen, lo que, a veces, si no paras tu mente iracunda te da la impresión de que hasta Él te rechaza; por las tardes los jueves santo mi madre y yo nos poníamos a hacer torrijas de leche y de vino y nos quedaban de cine, modestia aparte, claro que yo era simplemente un pinche. Los viernes nos ibamos tooda la familia, primos y demás, al chalecito de la sieerra de una de mis tías a comer. Ella hacía el potaje, muy rico, por cierto y luego cada cual aportaba algo, mi madre las tortillas que lindamente nos era robadas por el Principito, uno de mis primos, el hereu que dirían en Catalunya, dejándonos a los demás a dos velas, en aquellas comidas había cosas importantes, nadie bebía agua excepto yo, lo que creaba serios problemas pues, según ellos, no se podía beber la del grifo y había que pedírsela al del chalec de enfrente el dueño de la más importante casa de fabricación de inodoros de Madrid. Que mi tío fuera fontanero venido a más no tendría nada que ver en el asunto, digo yo. Mi tía hacía el café sin café, las copas con un eterno culín de lo que fuera, culín que debia rellegnar con otro culín pues jamás he visto en su casa una botella entera salvo de champán, y las torrijas de pan de molde y vino tinto. Parecían un filete crudo. En fin, el caso es que estábamos todos hasta que apareció la vaca gallega, lease, la novia del Hereu, una individua que, educada en París, todavía conservaba el ancestral instinto de tirar del arado en lugar de empujar, vamos una burra parda naciera donde naciera. A todos les encantaba por su espontaneidad, a mí aquello me parecía simplemente mala educación que ni las monjas francesas pudieron corregir. Ella fue alejando al Hereu de esas reuniones -gracias a Dios-.
Al volver a casa solían pasar un parr de vecinas, a compartir las torrijas, tomar un café y charlar largo y tendido, ¡lo que que pude aprender yo de Semana Santa de Doña Aurora! aunque ella no fuera tan santa. Si había alguna procesión en televisión ya era tremanda lección de iconografía y teología.
Las familias son como los azucarillos. Entre el año 80 y el 86 murieron seis miembros de la mía cinco menores de sesenta años. mientras las viejas de casi noventa se empeñaron en sobrevivir diez añ0os más. Como los azucarillos se fueron igualmente deshaciendo las costumbres. Las vecinas se muerern o pierden la cabeza, o las dos cosas, y este año no ha sonado ni el timbre de la puerta ni el del teléfono una sola vez en mi casa. Hemos comprado las tottijas y el bacalao nos quedó seco. Lo malo es que aquellas semanas dantas tampooco me gustaban.