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sábado, 29 de diciembre de 2012

Aquellos crismas

Dos de las deliciosas tarjetas de Juan Ferrándiz, últimamente parece que redescubierto. Es curiosa la contraposición de la superiore con un punto de partida medieval y santiaguesco y la inferior con un tema en el que se centra en lo que serán sus señas de identidad, los niños traviesos con o sin alas y los animalitos, menos formal pero más cercana. Un maestro en cualquier caso.

Cuando era pequeño, allá por los sesenta, no recuerdo que por estas fiestas el correo trajera la felicitación navideña, en cambio, sí llegaban postales por santos, cumpleaños o aniversarios, hoy de esa costumbre sólo quedan unas cuantas postales en las viejas cajas de lata, claro que entonces solía hablarse por el teléfono del bar que era el único del barrio y eso se guardaba para emergencias.
Prácticamente en un mismo proceso, que no deja de ser interesante desde el punto de vista sociológico, fueron llegando a las casas la televisión y el teléfono. Si bien la una no mató del todo la estrella de la radio, el otro sí que acabó con el uso de felicitar por correo. Todo ocurrió en muy pocos años, en mi casa, que no fuimos ni de lejos de los primeros en nada por la precariedad económico-sanitaria en que nos encontrábamos, puedo datarlo con exactitud: entre el 62 y el 66, salvo el teléfono que retrasó su entrada triunfal hasta el 72, cuando ya no había que ir al bar sino a casa de cualquier vecino para las llamadas urgentísimas (así nos enteramos de la muerte de mi abuelo en el 69 pues en mi barrio, aun a medio colonizar, no había ni cabinas)
En esa primera mitad de los sesenta fue cuando se generalizó la costumbre de los “crismas”, así, a la castiza: crismas. Poca gente corriente sabía que demonios quería decir la palabreja más allá de la tarjeta navideña. Quizás esa década fuera, al menos en España –y dejo sentado que no sé mucho del tema- la edad de oro de la felicitación navideña, si no en cantidad, sin duda sí en la calidad de los trabajos que incluso con técnicas notablemente inferiores a las actuales producían obras maestras del género; baste un nombre para demostrarlo: Ferrándiz, cuya obra aun hoy sigue vigente y cuya influencia se extendió notablemente durante muchos años. No era el único maestro pero sí uno de los pocos cuyo nombre se recuerda.
Hay que reconocer que había un elemento que favorecía el florecimiento artístico de este género que no era otro que el peso de la religión oficialista. No era concebible una felicitación sin el pie forzado del tema religioso a uno u otro nivel, incluso tras el Concilio.


Si en los 60 se produjo el pico de calidad fue en los 70 cuando se alcanzó el de cantidad. Según nos acercábamos al final del ciclo político iba subiendo el consumo del producto que, como consumo, no de dejó de crecer hasta bien entrados los 80. No puedo afirmar que exista una relación directa entre el cambio de régimen y el cambio de “iconografía” en las felicitaciones pero el caso es que fueron apareciendo desde los primeros 70 las fotografías de adornos navideños, los Papás Noeles, muñecos de nieve sin referencias religiosa y mil temas más. Hasta el punto de que guardo una felicitación que es el dibujo de una chica completamente a la moda (pelo afro, abrigo largo, etc) en un paisaje nevado, no recuerdo si con algún regalo y esa era toda la referencia navideña.
Entonces los buzones se llenaban todos los días de diciembre, se enviaban tarjetas incluso a quien veías todos los días, a la familia con quien ibas a pasar las fiestas y hasta al gato si se terciaba. Fue entonces cuando cogí la costumbre de usarlas como elementos decorativos apoyándolas en los libros, cubriéndolos casi por completo.
En algún momento, quizás a mediados de los 80, hubo un cambio de tendencia, al principio bastante coherente. No tiene sentido felicitar por escrito a quien ves a diario, luego vinieron las bajas, amigos y parientes que se fueron muriendo y, finalmente, la felicitación no respondida que envías un par de Navidades pero que acabas por dejar de hacerlo ante el silencio o la indiferencia. La llegada de las nuevas tecnologías fue una excusa perfecta para ir abandonando la costumbre y hoy apenas son siete u ocho las tarjetas que decoran mi biblioteca.


Aunque yo, que frecuente y violentamente, soy acusado de decimonónico, pertenezco a la vieja escuela de enviar felicitaciones (respondidas en un algo más del cincuenta por ciento), echo de menos el pequeño ritual que, en cierto sentido, preparaba las fiestas.
Cada año se elaboraba en casa la lista, a nadie se le ocurría guardarla de un año para otro (ahora tengo una carpeta en el ordenador “Felicitaciones”, con los nombres y las direcciones, muy funcional); se compraban una a una, cada miembro de la familia que veía algún “crisma” que le gustara lo compraba. Luego, una tarde, quizás en torno a un café con leche bien calentito, se escogían: “éste para tu tía Mari”, “éste para la tia Abuela Luisa”, “éste con el gatito para tu prima que al niño le va a hacer gracia”, y se anotaba en el sobre. Algunas tenían que ser de mano de uno de nosotros, la de la tía abuela tenía que escribirla necesariamente mi padre, la de uno de mis profesores era imprescindible que fuera mi letra por muy nefasta que fuera, otras tenían que decir cosas –una pequeña carta-, unas pocas había que tratarlas con pinzas, de esas se hacía una especie de borrador, eran las dirigidas a quien había perdido a alguien o cosa parecida. Se iban escribiendo a lo largo del mes, con calma. Hoy escojo un paquete de alguna ONG, con tarjetas más o menos estandarizadas y apenas elijo las menos feas para una o dos personas. Luego las escribo, una tras otra, sin pensar cual gustará más a quien, por fin, todas juntas, salen hacia su destino. Más o menos todos hacemos lo mismo, lo sé por que las pocas que me llegan son muy similares y todas con el nombre de la ONG al dorso. Cierto que ahora hay otro ritual que también cumplo, elaborar las felicitaciones en el ordenador, elegir tus contactos y enviarlas. Una liturgia de soledad ante un teclado y una pantalla con New Roman 12 o Monotype Cursiva, 14, negrilla. Sin embargo, por mucho cariño que quieras poner en buscar imágenes, escribir textos más o menos aparentes y montarlos, no es lo mismo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Felicitaciones

¿A quien no se le escapa una sonrisa o un pensamiento del tipo “que majos” o “que detalle” cuando abrimos el buzón y encontramos una felicitación navideña? Todas dejan un algo, incluso las de aquellos que preferirías no conocer pero a quienes por genética estás condenado.
Sin embargo, hay otras que van un paso más allá y acaban siendo pequeños tesoros que se almacenan en esas cajas –sí, esas cajas que tantas entradas han alimentado-, de lata madera o cartón en las que queremos, como si fuéramos Noé, salvar lo que fue nuestra vida o la de nuestros ancestros.
Algunas adquieren ese “valor añadido” por ser la última de alguien que se fue; otras por ser especialmente graciosas, bonitas u oportunas y otras no se sabe muy bien por que.
En alguna Navidad una señora amiga de los veraneos nos felicitó con una sencilla postal, cielo azul, casas, nieve y, aquí y allá, toques plateados, era apaisada con lo que cubría muy bien la base del diminuto árbol que entonces ponía, así que fue inmediatamente colocada bajo él. En años sucesivos fui descubriendo su gusto por los brillos y guardando cada tarjeta por puro placer estético. Una Navidad no llegó el sobre matasellado, ya no podía escribir. Cuando, bastantes navidades después, tampoco sonó la llamada con que contestaba a mi felicitación, supe que esas tarjetas brillantes eran lo único que me quedaba ella. Se habían convertido en reliquias de las largas charlas del mes de agosto, de las bromas, de su coquetería, de su inacabable parloteo, de todas sus historias, de una personalidad exuberante, reprimida y algo hortera, como sus felicitaciones. Hoy cuando las encuentro al buscar con qué tapar la maceta de plástico del arbolito de navidad no puedo evitar una sonrisa ni pronunciar su nombre en voz baja.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Felicidades a todos

Como era de esperar en el Espíritu de la Navidad Presente no podía ser otra entrada en un día como hoy. Feliz Nochebuena y Feliz Navidad a todos y, sobre todo, como dijo Ramón: no permitáis que os roben vuestros "momentitos" ni tirios ni troyanos.
Besos, abrazos y achuchones navideños varios para todos.

martes, 18 de diciembre de 2012

¿Feliz Navidad? Con esto, no puedo.

Cinco empleados asesinados en Pakistán durante una campaña contra la polio


Los líderes religiosos han emitido fetuas contra la vacunación de esta enfermedad

Quisiera que todo el mundo leyera esto, simplemente para reflexionar un rato sobre algunas cosas: http://internacional.elpais.com/internacional/2012/12/18/actualidad/1355825389_977746.html , no os perdáis el final.
Esta monada que parece un adorno para el árbol de Navidad es el puto virus de la poliomielitis cuya vacuna se logró en 1956.
Sala de pulmones de acero en USA durante alguna de las feroces epidemias de la primera mitad del siglo. En España no había salas de pulmones de acero, si acaso un par de ellos aquí y allá en la segunda mitad. La vacuna no fue obligatoria y gratuita hasta el 62. En esos seis años hubo 14000 afectados y más de 2000 muertos. Después la desatención más indiferente.
Para evitar las tremendas deformaciones que la enfermedad deja en los supervivientes se emplearon medios como el que vemos aquí. Casi siempre en vano. Es imposible que os hagáis una idea de lo que puede llegar a doler.
Si los mayas aciertan y el fin del mundo es pasado mañana, viendo estas noticias lo cierto es que lo suscribo. Habría que acabar con cualquier autoridad política, social, económica o religiosa de cualquier signo que permite o busca o utiliza esto para sacar tajada. Cuando digo acabar lo estoy diciendo en el sentido más estricto: acabar con ellos, literalmente. A las alimañas no se les puede dar una segunda oportunidad de matar.
Esta ya no podrá ser una Feliz Navidad por mucho que os lo siga deseando.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Segunda incursión navideña: de mulas y bueyes.

Como ya he comentado aquí en más de una ocasión Joaquinitopez es la identidad secreta de El Espíritu de la Navidad Presente, como Clark Kent o Peter Parker. Claro que por lo menos esos pueden dar de leches a quien les apetece con el pretexto de que “Eh, ellos son los pillos,¡sí!” como se traducía cuando yo leía aquellos comics. Como Espíritu de la Navidad Presente no me están permitidos tamaños desafueros, lógicamente. Sin embargo, estoy pensando seriamente en presentar mi dimisión irrevocable. O me autoriza la Superioridad a dar unos cuantos sopapos a quien fuere menester o el menda lerenda se larga a la cola del paro, aunque haya que emigrar a Chikititistán.

Es que, caramba, a veces hasta el más optimista de los mortales y de los inmortales (la escena en el Templo de Jerusalén nos habla de ello) se echa las manos a la cabeza y se le vienen ideas como coger una antorcha, montar una guillotina en la esquina más próxima o directamente gritar aquello de “paren el mundo que me apeo”. La última ha sido lo que ha dicho Benedicto XVI: primero que la estrella de los magos fue una supernova, cágate lorito, buen intento para que no quede establecido con precisión el momento de la Natividad. Belenísticamente esto supone que en lugar de un cometa con cola de lentejuelas y demás hay que poner un buen petardo sobre el portal para que chamusque las alas de los ángeles con el Paz en la Tierra. Segunda: que los pastores no cantaban. Vaya por Dios, ninguno de los pastores de todo Belén cantaba, bueno, sería lógico puesto que era plena noche pero ¿tan infalible es el Santo Padre (eso sí, sólo desde el 18 de Julio [oh, cielos] de 1870) como para asegurar que a ninguno de esos pobres hombres en una noche gélida del año 0 se le había ido la mano con el tintorro? Por que en aquella tierra había tal cantidad de razas y culturas que es realmente complicado asegurar que ni uno solo de todos los pastores de Judea estuviese cantando. Misterios del Dogma que repara en todo, desde estas minucias hasta la imposibilidad de que encajen las fechas de diciembre para la Natividad ¿o no? Además, Lucas 2, 20 dice: “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”. Que yo sepa el canto siempre ha sido la manifestación más rápida y directa para esta labor, en este caso gozosa.

Sin embargo, lo que me ha sacado de mis casillas y a punto ha estado de lograr que me quite la corona de muérdago –el acebo pincha- y la mandara volando por la ventana ha sido la afirmación gratuita de que no hubo ni mula ni buey en el Nacimiento de Jesús. Curioso que fuera un establo y no hubiera bichos, ¿habría cerdos, vacas, cabras u ovejas? ¿gallinitas, tal vez? El argumento es que no lo dice ningún evangelista. Genial, sólo uno (Lucas) trata del Nacimiento, y de un modo harto escueto, por otra parte. Teniendo en cuenta la luz y taquígrafos con que la Santa Madre ha decidido cuales son los canónicos y cuales no; item más, sabiendo que el más cercano a la vida de Jesús de los cuatro evangelios canónicos, que no es el que habla del nacimiento, data de, al menos el año 70, cuando muy difícilmente podía quedar un superviviente dada la esperanza de vida de la época; item más, conociendo de sobra que, forzosamente, los bienintencionados evangelistas tuvieron que apoyarse en tradiciones orales (eso sin querer ser heterodoxo). Teniendo en cuenta todo esto me cuesta creer que alguien pueda tomarse en serio esta afirmación y menos que nadie las personas tan cultas y preparadas que rigen la Santa Madre.

Bien, sigamos. La mula y el buey, ahora resulta que tampoco estaban allí. Vamos, que aceptamos que el bueno de José y la pobre parturienta María se meten en un establo sin animales, que, por cierto, son la primera calefacción usada por los humanos. Un establo en una noche de invierno vacío, si se dijera “cueva”, “ruinas” o algo semejante cabría esa posibilidad pero se dice textualmente “pesebre”, término cuyas definiciones son 1: Especie de cajón, hecho de obra de albañilería, donde se pone de comer al ganado vacuno y a las caballerías. 2: Lugar donde se coloca este cajón. Nada de ruinas ni de cavernas: pesebre. Afirma Lucas inmediatamente después “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño”, luego era zona ganadera. Bueno, pues no. Allí no había ni mula ni buey. Decidido. Ayer en el mercadillo navideño de mi Plaza Mayor una pareja decía: “No vamos a poner la mula ni el buey, vamos a poner la vaca y el burro”. Una buena salida y casi tan absurda como la afirmación que dio lugar a ella. Cierto que no son mencionados en los Evangelios, pero teniendo en cuenta que José tiene, según, los canónicos, dos genealogías diferentes, digamos que el rigor periodístico de los escritores de ciertas partes de los Evangelios deja un pelín que desear. El hecho de que en la mente popular ambos animales hayan encajado en la escena del Nacimiento de Jesús no es en absoluto gratuito, no soy antropólogo ni cosa parecida pero un tema iconográfico, por lo demás complejo de encajar en las composiciones artísticas de cualquier género, no perdura tanto tiempo sin un motivo más profundo. El inconsciente colectivo tendría mucho que decir aquí, el simbolismo egipcio, también, y, desde luego, la pura lógica del hombre rural, sencillo y que conoce lo que es una noche de diciembre al raso con una mujer alumbrando. Más interesante resulta preguntarse a santo de qué viene esta afirmación a estas alturas, cuando lo que iconográficamente hemos venido llamando el “Misterio” es uno de los pocos pilares universalmente aceptados o al menos no tan cuestionados como otros muchos (fecha de nacimiento, censo, matanza de los Inocentes, y sólo apunto unos ejemplos).

Si se me permite una reflexión personal he de decir que en muchos, sino en todos, los nacimientos y muertes de los grandes Maestros de la humanidad han estado presentes animales, representación quizás de la universalidad de su mensaje, en la más inocente de sus lecturas, por supuesto. Por eso alrededor de estos animales, lógicos en el pesebre, la tradición ha ido poniendo otros como el gallo (el término “misa del gallo”, es por algo), lechuzas, corderos, etc. Es evidente que se podría decir muchísimo del sentido de cada uno de ellos, algunos tan profundamente cristianos como la alegoría del cordero con el sacrificio Pascual y la propia Crucifixión, lamentablemente carezco de formación para ello y me tendría que limitar a una enumeración.

Sigamos con la, por ahora, última perla: Sus Majestades Los Reyes Magos llegaron a Belén nada menos que desde Tartesos. Cuando lo oí se me cayó la mandíbula de puro boquiabierto que quédeme. ¿Me mande lo qué? Senteme y cuasi desconectáronseme las neuronas ya en franca rebelión después de lo de la mula y el buey. La cultura tartésica se sitúa entre Huelva y Cádiz, hombre, salero no les iba a faltar a los buenos Monarcas, pero sólo creyendo que fueran capaces de dar la vuelta al mundo y llegar a Tierra Santa por Oriente se puede entender lo que dice Mateo 2:1 y 2:2: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Vamos que yo sepa Hispania siempre fue el finisterrae por OCCIDENTE. Además, no sólo es imposible comprobar la existencia de una ciudad llamada así, lo cual no tendría importancia alguna, sino que la cultura tartésica había desaparecido en el s. VI a. C. y en aquel tiempo, reinando Augusto en Roma, toda la zona era colonia romana, a menos que exista una “pequeña aldea hispana que resistiera al invasor” y que nos es históricamente desconocida. Creo recordar que afirma que eran astrónomos, no sé por que no me sorprende cuando vienen siguiendo una estrella, lo que sí me sorprende es que no hayan quedado, que yo sepa, restos de observatorios de entonces por estas tierra y sí, y bastantes, al Oriente de Judea.

Básicamente es increíble tanta tontería que en nada afecta a lo esencial del mensaje cristiano, que no siempre es el de la Iglesia. Entonces ¿Qué representa todo esto?, ¿es una cortina de humo?, ¿realmente uno de los más grandes líderes espirituales del mundo se dedica a contar las ovejas de Belén?, ¿realmente la gente que le rodea no ve que no viene a cuento todo esto en un momento crucial para la humanidad? Por que lo que no cabe dudar es que en la Iglesia están muchas de las mentes privilegiadas, que ha sido y es, en cierto modo, depositaria de la cultura, y que una institución tal ha de estar en manos muy inteligentes –y crueles- para sobrevivir dos mil años. Vamos, que tontos no son. Me pregunto a Santo de qué este numerito a estas alturas.

Leo en algunos blogs más o menos religiosos que los medios han hinchado y manipulado la información, que el Papa quiso decir o ha dicho esto o aquello. No me cabe la menor duda de que tienen razón pero primero: señores, han sido ustedes quienes han creado el monstruo de la manipulación de los medios. Segundo: aunque sólo fuera una nota a pie de página ¿es realmente necesario ese comentario en un libro sobre la infancia de Cristo?

En fin, como siempre digo: “Pasa y conóceme mejor”, aunque parece ser que cada vez lo ponen más difícil

Firmado El Espíritu de la Navidad Presente

lunes, 10 de diciembre de 2012

Una primera incursión navideña: Si, Virginia, existe Santa Claus

Con el llamado “Puente de la Constitución” parece ser que queda inaugurada la temporada navideña cuasi oficialmente. Como ya sabéis quienes me leéis habitualmente la Navidad es una de mis pocas pasiones y algo a lo que dedico mucho tiempo actuando y pensando en ella. Claro que últimamente los asuntos navideños andan por caminos ambiguos. Personalmente veo la Navidad como las expediciones de las películas de Tarzán: siempre al borde del abismo. Seguramente trataré más el asunto que, como sabéis, me interesa de siempre. Sin embargo, antes de entrar en mi propia perspectiva he querido recordar que el debate viene de lejos, quizás desde el principio, pues incluso la propia iglesia no celebró la Natividad de Jesús durante los primeros trescientos años e incluso después tardó mucho en adquirir la universalidad que posee actualmente. Sé que en el estado de la cuestión actual influyeron los grandes almacenes y su necesidad de mantener un calendario de compras que cubriera el año pero tampoco olvidemos que frutos artísticos como los tradicionales villancicos (y no me refiero a los del “ande ande ande la marimorena” sino a los exquisitos poemas medievales cantando el Nacimiento) son muy anteriores a todo este proceso. Incluso el más excelso relato navideño “Canción de Navidad” del nunca suficientemente alabado Charles Dickens data de 1843. Existe, igualmente, una inmensa tradición no evangélica sobre el Nacimiento de Jesús que se ha ido formando a lo largo de veinte siglos al margen de los intereses comerciales. Tradición no evangélica que ha sido cuidadosamente eliminada del catolicismo oficial pero que ahí está, perdurable. Lo cierto es que el debate pro y contra navideño viene de lejos y en esta entrada quiero recordar lo que ha sido una de las editoriales periodísticas más famosas de todos los tiempos, lo que en prensa vienen a ser trescientos años. Lamentablemente no es europea sino norteamericana, y digo lamentablemente por que la potencia con que Estados Unidos ha empujado las celebraciones ha eliminado en cierto sentido la memoria de lo que eran en el resto del mundo antes de ese impulso. Data el texto de 1897, publicado por el “The New York Sun” y escrito por Francis P. Church. Quizás, desde el cinismo de nuestra sociedad falsamente desarrollada, nos pueda parecer infantil o ñoño, pero quiero pensar que todavía quedamos más de uno o dos humanos a quienes todavía nos dice algo el texto, la Navidad y este tiempo, por que si no fuera así, realmente, esta vez sí que realmente, a la condición humana le queda muy, pero que muy poco, de tal.

SI, VIRGINIA, EXISTE SANTA CLAUS (traducción tomada de Epistemowikia)

¿Existe Santa Claus?
Para nosotros es un placer responder de inmediato la comunicación de más abajo, expresando al mismo tiempo nuestra inmensa satisfacción por el hecho de que su fiel autora se cuente entre los amigos de The Sun:

QUERIDO EDITOR: Tengo 8 años.
Algunos de mis amiguitos dicen que Santa Claus no existe.
Papá dice, 'Si le ves en The Sun es que existe'
Por favor, dígame la verdad: ¿existe Santa Claus?

VIRGINIA O'HANLON
115 WEST NINETY-FIFTH STREET.

VIRGINIA, tus amiguitos están equivocados. A ellos les ha afectado el escepticismo de una era escéptica. No creen salvo en lo que ven. Piensan que algo no es posible si sus pequeñas mentes no son capaces de entenderlo. Todas las mentes, Virginia, sean de hombres o niños, son pequeñas. En este gran universo nuestro, el hombre es un mero insecto, una hormiga, en su intelecto, si lo comparamos con el mundo sin fronteras que le rodea, si lo medimos según la inteligencia capaz de aprehender toda la verdad y todo el conocimiento.
Sí, VIRGINIA, existe Santa Claus. Ciertamente él existe igual que existen el amor, la generosidad y la devoción, y sabes que éstos abundan, dando a tu vida las mayores bellezas y alegrías. ¡Ay! ¡Cuán aburrido sería el mundo si no existiese Santa Claus! Sería igual de aburrido como si no existiesen VIRGINIAS. No habría fe infantil, ni, por tanto, poesía, ni romance para hacer tolerable esta existencia. No tendríamos placeres, excepto los de los sentidos y la vista. La luz eterna con la que la infancia llena el mundo se extinguiría.
¡No creer en Santa Claus! ¡Entonces tampoco deberías creen en hadas! Podrías pedir a tu papá que contratase hombres para vigilar todas las chimeneas la noche de Navidad para atrapar a Santa Claus, pero incluso si no viesen a Santa Claus descender por alguna, ¿qué demostraría eso? Nadie ve a Santa Claus, pero eso no prueba que no exista Santa Claus. Las cosas más reales en el mundo son aquellas que no pueden ver ni niños ni hombres. ¿Has visto alguna vez hadas bailando sobre el césped? Por supuesto que no, pero no hay ninguna prueba de que ellas no estén allí. Nadie es capaz de concebir ni de imaginar todas las maravillas que permanecen ocultas ni las que permanecerán para siempre en el mundo.
Rompes el sonajero de un bebé y ves lo que produce el ruido dentro, pero hay un velo que cubre el mundo oculto que ni el hombre más fuerte, ni incluso la fuerza unida de todos los hombres más fuertes de todos los tiempos, podrían romperlo. Sólo la fe, la poesía, el amor, el romance, pueden descorrer esa cortina y ver y contemplar la belleza sobrenatural que se oculta detrás. ¿Es todo real? Ah, VIRGINIA, en todo este mundo no hay nada real y perdurable. ¡Ningún Santa Claus! ¡A Dios Gracias! Él vive, y vive para siempre. Mil años a partir de ahora, no, diez veces diez mil años a partir de ahora, él continuará alegrando los corazones de la infancia.

jueves, 29 de noviembre de 2012

La Mariblanca y la Dama del Paraguas o viceversa.

La Mariblanca, en su nueva situación en la Puerta del Sol.
La Dama del paraguas, en el parque de la Ciutadella.
La una de origen más antiguo y poco claro pero seguramente no peninsular, con un desplante erótico festivo que sin duda fue lo que la dio inmediata fama entre los madrileños,
La otra obra de Roig Soler para decorar el recinto de la Exposición Universal de 1888, perfectamente datada, más reciente, de hecho trescientos años más reciente, con ese puntito de deliciosa pequeña burguesía.
Casi dan ganas de hablar de La Mariblanca y La Mariona. Ahora que tanto se empeña todo el mundo en resaltar diferencias entre ambas ciudades, en marcar diferencias, en enfrentar bandos catalán/madrileño, madrileño/catalán (Madrid entendida no sólo como ciudad, me temo) nos encontramos una vez más con que si miramos en serio, poco nos llevamos. Como poco se llevan estas dos mujeres. Ambas esencia de dos maneras de entender la femineidad y la seducción. Dos formas bellas que, por lo menos a mí, me arrancan una sonrisa cómplice, no sé si con ellas o con sus respectivos escultores que se deleitaron en sus obras quizás tanto como hombres como en su faceta de artistas.
Imagino que cada uno tendrá su predilección aunque yo no sabría elegir, ambas, los ideales que representan ambas, son como el yin y el yang del ideal femenino: diferentes pero inseparables. Por favor, no hagamos lecturas políticas ¿eh?

domingo, 25 de noviembre de 2012

Más adioses

El título del blog ya es bastante siniestro en  sí mismo y hay personas y personajes que exigen un recuerdo en él cuando nos dejan. Lo espantoso es que son tantos y han calado tan profundamente en nosotros, no sólo en mí, que prácticamente el blog se convertiría en una sección necrológica. Opté hace tiempo por no hablar de estas marchas y de los vacíos que van dejándonos sino de cinco en cinco. Número arbitrario y opción que puede resultar fría pero mis ánimos no me permiten desangrarme evocándoles sobre la marcha y menos aún en el calor de una pérdida reciente. 
Aurora Bautista en "La tía Tula"
Aurora Bautista o el desparrame emocional cabría titular cualquier artículo que se le dedicara pero eso demostraría conocer poco nuestro cine. Reinó en las pantallas en un tiempo en el que las emociones, las pasiones debian ser recluidas en ellas, en las coplas y en las radionovelas. Sin contar con que encarnó la pasíón patria en Agustina de Aragón, tan racial y adecuada al régimen a pesar de lo cual logró sacarla adelante con extrema dignidad, a Doña Juana I de Castilla, La Loca en una inenarrable "Locura de amor" (reina Juana por que lloras si es tu pena la mejor, que no fue pena de amores, que fue locura de amor) en una actuación casi impecable dada idelogía, guión y medios. Una notable Curra Albornoz en "Pequeñeces", personaje que, como los otros mencionados, siempre parece estar al "borde de un ataque de nervios". Se esperaba de ella que sobreactuara, que fuera desmelene perpetuo y, a mi modesto entender, eso limitó su carrera. Desmintió que ese fuera su único registro con una estremecedora Tula, el terrible personaje de Unamuno que inspiró la película (aunque con un guión que se tomó demasiadas libertades con el texto original, aun más espeluznante). El volcán contenido de esa mujer, lo aparentemente corriente de su personaje, sus ojos delatándola a pesar suyo, hacen de esta obra una interpretación magistral, no sin su momento desmelene (que fue aprovechado para el cartel, como si fuera mucho más importante de lo que realmente es, eso vendía). Bordó a una mujer cualquiera de una capital de provincia de la época, y representar lo cotidiano es lo más difícil de hacer en cualquier arte. Creo que su última interpretación fue con José Luis Garci en "Tiovivo" donde representaba a una mísera anciana que se gana la vida -de un modo más que sobrado- llevando y trayendo vírgenes y sacando donativos (inolvidable escena con Alfredo Landa y Tina Sainz) y que acaba siendo asesinada por ello. Es una película muy coral y por tanto es papel corto pero simplemente perfecto.
Carlos Larrañaga
Enraizado por ascendentes y por descendentes en algunas de las dinastías más importantes de nuestro teatro-cine, Carlos Larrañaga comenzó extremadamente joven en el cine, creo recordar que, precisamente, con "Pequeñeces" como hijo de Curra Albornoz, Aurora Bautista. Caprichito de Ava Gardner en su tiempo español y hombre de un aspecto que resultaba sumamente atractivo tuvo una vida extraña, por lo poquito que sé de ella, como lo fue también su carrera pasando de papeles infumables a trabajos magníficos, como en "El extraño viaje". Como a casi todos los "guapos", la madurez le quito belleza y le trajo oficio y calidad interpretativa. Envidiado concretamente por mí, secreto enamorado de Ana Diosdado, y presa permanente de polémica cotilleril quizás el barullo en torno a su vida y amores haya eclipsado su carrera.
Lina Canalejas
Deliciosa presencia y no solo por su incontestable belleza sino por un buen hacer y una simpatía personal que trascendía aun dentro del más antipático de los personajes. Vedette nata aunque no lo supiéramos lo descubririamos en su modo de despojarse del medieval vestuario en "La venganza de D. Mendo", hizo una relativamente corta carrera cinematográfica con papeles inolvidables con, además de la ya citada "La venganza de D. Mendo", "Mi calle", de Edgar Neville (joya del cine hispano, como su autor lo fue de la literatura y me temo que ambos escasamente valorados y recordados hoy día) y, entre otras, también "El extraño viaje", de Fernando Fernán Gómez. Más reciente y además mostrando su capacidad de adaptación a los tiempos es su Sor Vïbora en "Entre tinieblas", de Pedro Almodóvar, la monja empeñada en diseñar nuevos vestuarios para las imágenes religiosas enamorando sin pretenderlo al capellán, el siempre soberbio Manolo Zarzo.
Sylvia Kristel
Quizás no fuera ni la mujer más bella del cine de los setenta ni la mejor intérprete, pero sí que fue, indudablemente la mujer que supuso una cierta forma de revelación sensual para toda mi generación con su celebérrima "Emanuelle", película que, por otra parte, tampoco es que fuera una cumbre en el arte cinematográfico pero era la mujer perfecta para la película perfecta para unos años concretos. Hoy resultará sino inocente, casi, pero entonces, y más en España, resultaba incomodamente perturbadora con el amagar y no dar de unas imágenes que siempre prometían más de lo que eran. Todavía hoy, desde el 74, los sillones de mimbre con esa forma determinada nos sugieren las curvas entre inocentes y perversas de Emanuelle. Personalmente me gustó más tanto ella como la película en "El amante de Lady Chatterley", de 1981, claro que los tiempos eran otros y la posmodernidad ya había hecho del desnudo algo bastante más habitual, y quizás pasara demasiado desapercibida la adaptación de esta novela por demás dificil de adaptar. Su vida casi truculenta y sus adicciones nos privaron de lo que podía haber sido un inmenso mito erótico más allá de una década.
Tony Leblanc
Como en todo la sobredosis causa estragos. Mi generación tuvo una sobredosis de Tony Leblanc, sus apariciones diría que constantes en las noches de la única televisión, su Cristobalito Gazmóño (Mi padre tiene un barco mecachis en la mar), la repetición incansable de sus películas en la televisión y de papeles en el cine lograron crear, al menos en mí, un cierto hastío de su trabajo y de su personaje. Cuando logré desintoxicarme pude ver una carrera coherente con su tiempo y con más matices de lo que sabía apreciar en mi juventud. Su papel en Cuéntame, lejos del chuletilla graciosete que le había valido la fama y que fue columna vertebral de su carrera que empezó con Celia Gámez en el 44 y acabó, lamentablemente, con Santiago Segura en el 2011, demostró que ni la edad había acabado con un actor, uno más, desaprovechado. "El día de los enamorados", "Las chicas de la cruz roja", "Los ángeles del volante", "Manolo, guardia urbano", son hitos en nuestra cultura popular en los que él con mayor o menor protagonismo estuvo presente. Si tuviéramos que colocar en una pared las imágenes que fueron telón de fondo de nuestra vida sin duda él estaría en ella.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Letania de Madrid 5 (homenaje a Ramón)


Madrid es: el frío eterno de la calle Maudes.

Madrid es: colas a partir de mayo para comprar alpargatas en la calle Toledo.

Madrid es: el Guernika y Los fusilamientos de Paracuellos en la misma calle.

Madrid es: colas para comprar turrón en Casa Mira en diciembre.

Madrid es: colas en Doña Manolita, La Pajarita y La Hermana de Doña Manolita a partir de octubre.

Madrid es: un teatro que va a ser demolido. Siempre hay uno.
Teatro Albéniz, agosto de 2012, no se hace nada en él desde hace por lo menos dos años.
Madrid es: el oso de La Casa de Fieras.

Madrid es: que la calle Caballero de Gracia contenga un tesoro y se la conozca por una zarzuela.

Madrid es: un ciprés recortado contra el cielo de los Carabancheles.

Madrid es: canarios en el balcón.

Madrid es: la Calle del Arco del Triunfo.

Madrid es: La Antigua Farmacia de la Reina Madre.

Madrid es: un enigma.

Madrid es: un bocadillo de tortilla con pimientos, otro de calamares a la romana y vermouth de barril.

Madrid es: la momia de una joven sacada a pasear en silla de ruedas por el Prado.

Madrid es: mugre.

Madrid es: un cadáver descuartizado en un contenedor.

Madrid es: parir en la calle.

Madrid es: ancianas rebuscando de madrugada en los contenedores.

Madrid es: el duende de la Calle Fuencarral.

Madrid es: manchas de orines en cada rincón.

Madrid es: cinismo oficial.

Madrid es: vivir cada segundo como si te fueran a demoler las calles al día siguiente simplemente por que es posible.

Madrid es: querer olvidar las rosas rojas y no poder.

Madrid es: un eterno grito de “NO PASARÁN” y un no menos eterno susurro de “han vuelto a pasar”.

Madrid es: un gargajo en plena cara.

Madrid es: un “que bien va a quedar cuando acaben las obras”.

Madrid es: un puñal de hielo en abril y una ola de calor en noviembre.

Madrid es: miedo.

Madrid es: la demolición sistemática de cada recuerdo.

Madrid es: un mendigo en el suelo sentado junto a su silla de ruedas en Gran Via.

Madrid es: un jorobado que cobra por dejarse pasar el décimo de lotería por la chepa en Doña Manolita.

Madrid es: no escuchar villancicos salvo en un sex-shop.

Madrid es: camisas azules en noviembre.

Madrid es: putas gordas, putas viejas, putas ajadas, putas baratas, putas agresivas, putas apaleadas, putas vocacionales, putas enfermas, putas caras, putas finas, putas negras, putas eslavas, putas nacionales, putas ocasionales, putas de carro de compra, putas ludópatas, putas frustradas

Madrid es: un mantón de manila.

Madrid es: la impunidad.

Madrid es: el observatorio de Moncloa, el Pirulí, Torre Picasso, Torres Kyo, Torre de Madrid, el Platillo volante del parque de atracciones: falos sin atributos.

Madrid es: desolación posnuclear en Azca.

Madrid es: un gato en una tapia a medio derruir.

Madrid es: putas altas, putas flacas, putas rubias, putas de bote, putas en zapatillas, putas ansiosas, putas hambrientas, putas melancólicas, putas bajas, putas desdentadas, putas ebúrneas, putas ocultas.

Madrid es: la mirada de un niño en la Cabalgata de Reyes.

Madrid es: dos Rolls Royce en la Plaza Mayor para recoger a unos gays recién casados y toda la plaza mirando los coches.

Madrid es: el primer viernes de marzo en Medinaceli, el día trece de cada mes en el Niño del Remedio.

Madrid es: que la madrileña fetén ame el campo pero vaya a él con un bote de insecticida.

Madrid es: que las devotas de la Paloma estén más pendientes de los culos de los bomberos que de la Virgen.

sábado, 10 de noviembre de 2012

El hombre que cruza

Desde su ventana, mientras prepara sus clases, le ve. Cada día. Cada mañana, para ser más exactos. Baja por su calle, paso largo, pantalón corto, deportivo, camiseta blanca, zapatillas también deportivas, todo ello ajado, viejo. Cruza la avenida, es su nombre aunque no sea más que una calle estrecha de un solo carril paralela a los setos de un parque, sin mirar. Pelo más bien largo que se agita con su zancada decidida. Cruza los setos sin seguir los caminos, siguiendo los destrozos que otros han hecho, y se pierde cruzando el parque. Camina con prisa, o lo parece, no es desde luego el paso de alguien que quiere hacer deporte ni el de quien ha de hacer caminatas a paso ligero por su salud, es el de quien tiene que llegar a algún sitio con hora fija. Cuando se dio cuenta de su existencia, allá con el final de una fría primavera, pensó que se trataría de esa carpeta que lleva bajo el brazo. Cosa de media hora más tarde le ve aparecer entre los setos, cruzar la avenida y subir la calle arbolada. Con la misma prisa y con una carpeta bajo el brazo que no logra adivinar si es la misma u otra. Nada extraño, cabría suponer, si no fuera por que al rato de nuevo le ve hacer el mismo recorrido, ida y vuelta. Durante toda la mañana. Cuando sale de casa sobre las dos y media suele acabar de bajar con la misma urgencia. Con el paso de los días se fue fijando en él. Es un hombre que rondará por lo bajo la cuarentena, hombros anchos, fibroso, diríase que no tiene un átomo de grasa en su cuerpo, como alguien muy hecho al ejercicio duro; en la cara no tiene expresión pero resulta dura, desagradable, quizás hostil.

Es curioso como alguien que pasaría inadvertido puede convertirse con único rasgo en el centro y el eje de la atención de cualquiera. Nada hace a ese hombre especial, uno más entre quienes viven en una gran ciudad, se supone que convencionalmente apresurados, incluso su desaliño le esconde. Calzado deportivo ajado, calcetín verde militar, pantalón corto del mismo color y camiseta de manga corta blanca. No varía salvo las contadas ocasiones en que el frío extremo le impone un jersey azul oscuro y un pantalón de chándal gris. Nada que no sea corriente, indiscernible del entorno. Sin embargo, chirría. Por lo menos a él, espectador anónimo y distraído desde su mesa de trabajo junto a la ventana, le chirría y le inquieta. Siempre ha tenido que frenar su mente para no montar historias pero los años le han ido ayudando en esa tarea, sin embargo, no puede evitar ver cierto peligro en el hombre que cruza. ¿Alguien que vigila los movimientos de alguien? ¿un correo ilegal dentro de esa carpeta? ¿terrorismo?

Sin darse cuenta va estableciendo las horas en que el hombre cruza, siempre apresurado, siempre sin mirar nada, siempre con la misma ropa y con la carpeta bajo el brazo. No hay norma, no hay horario, no hay nada fijo salvo su figura a paso rápido.

Primero estas apariciones inquietan, excitan la curiosidad, luego se elucubra con ellas, se inventan historias, se hace uno preguntas, más tarde, inevitablemente aunque esas visiones sean de unicornios montados por hadas y guiados por ángeles guardianes, acaba uno acostumbrándose. Así, el hombre que cruza va desapareciendo de su vida y sólo ocasionalmente se tropieza con su visión al levantar la vista de los libros.

Hasta que se encuentra con él, cara a cara, fuera del barrio. En pleno centro de la ciudad, el mismo paso, la misma actitud, la misma mirada que parece no ver nada, la misma indiferencia ante los coches y los semáforos. El baja hacia casa, el hombre que cruza sube tan presuroso como siempre. Ve como casi le arrolla un deportivo demasiado lanzado sin que ni siquiera pestañee ni vacile un segundo en seguir su camino. Quizás no haya camino, no haya punto final de la subida ni lugar donde girar, quizás no vaya a ninguna parte sino que fluya, desorientado y asustado, perdido en un mar de cieno y niebla del que quiere huir, por eso camina a paso de carga, una mente fuera de lo que se considera “normal y sana”, por eso mira sin ver, lanzada a la destrucción de su laberinto bajo las ruedas misericordiosas de un camión.

Descubrir estas cosas a uno le incita la compasión, es cierto, nada nos hace compadecernos más del otro que aquel mal que sentimos cerca de nosotros mismos y cualquier hombre sensato debe sentir cerca la locura o ya no es que esté cerca. Ahora veía al hombre que cruza como quien ve a un suicida, a un iluminado o a un visionario. Le asusta, como a todo ser pretendidamente racional, la pendiente resbaladiza de la mente, le asusta tanto como para quedar paralizado y no asumir un papel protector, como por ejemplo enterarse de quien es y avisar a la familia o informar al menos a las autoridades y quitarse la responsabilidad de encima. Está demasiado asustado por la cercanía de la demencia y se paraliza. Lo peor es que él sabe que hay algo más, algo inconfesable pero que se podría verbalizar de un modo tan brutal como: “cuando alguien le atropelle ya no tendré que enfrentarme a su deslizarse enloquecido, perderé de vista esa amenaza y estaré más tranquilo”. Demasiado inhumano pensamiento para ser reconocido como propio, demasiado potente como para negarlo. Durante el invierno se esfuerza en convertir esa repugnancia intelectual en lástima, misericordia o algo que sea menos ofensivo para su autoestima pero apenas logra más que fingir una indiferencia forzada. Se tranquiliza cuando el frío se va alejando y esa indumentaria tan escueta va quedando menos fuera de lugar y, sin querer, a pesar suyo incluso, se siente bueno hasta lograr convivir en paz con el hombre que cruza y su idea de él. Primer paso para el olvido.

Aun viene el viento fresco pero el sol mañanero ya calienta incluso a primera hora de la mañana. Le gusta aprovechar esas mañanas para solucionar las gestiones que va abandonando a lo largo del invierno. Apenas son las ocho de la mañana pero ya inicia la subida de la cuesta que sale del barrio camino del ministerio, como le gusta hacer las cosas, con tiempo, sin apresuramientos ni agonías. La cuesta, según sube, se va incrustando en lo que debió ser torrentera del casco viejo de la ciudad; a un lado quedan casas viejas, un rombo recordando que allí nació no sé quien, un descampado, una antigua fuente, como todas sin agua, ropa tendida; al otro un aun más empinado parque, césped, pinos retorcidos y espaciados donde el sol refulge e irisa el riego de los aspersores. En pie, sobre el césped, lejos de la calle pero no lo suficiente, está el hombre que cruza, por primera vez le ve quieto y sin la carpeta debajo del brazo. La sorpresa le hace detenerse en la acera desierta. El hombre que cruza está sin su consabida camiseta blanca, con los pantalones en los tobillos y el calzoncillo, también verde militar, por debajo de las rodillas, la mano izquierda en la nuca, los ojos cerrados, expresión de deleite al sentir la brisa y el sol envolviendo su cuerpo desnudo y salpicado por los aspersores, la mano derecha en el inequívoco gesto de masturbarse. La viva imagen de la alegría de vivir, del gozo de simplemente estar. Se pregunta qué mente está deslizándose fuera de todo control, un autobús baja, como siempre, a toda marcha e incluso baja un pie de la acera para saltar bajo él pero no es lo bastante rápido. Sube de nuevo a la acera, saluda al hombre que cruza con la mano y sigue subiendo camino del ministerio.

jueves, 8 de noviembre de 2012

¡Lárgate Ana!


Por ilégitima al ocupar el puesto a dedazo limpio.
Por deslegitimada por la gestión del asunto del Madrid Arena.
Por elitista.
Por desalmada abandonando una ciudad de luto.
Por vender la ciudad,  todos sabemos a quien.
Por respaldar lo intolerable.
Por no reaccionar ante lo que tienes dentro de tu "equipo de gobierno".
Por trepa.
Por cínica con asuntos como las peras y las manzanas o los bomberos.
Por todo eso queremos que te vayas pero YA y bien lejos.
Atentamente.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Nuestros muertos

En estas fechas, cuando los crisantemos florecen, son las que la tradición manda para recordar a nuestros difuntos. No es de extrañar. En todas las culturas existe la creencia, no tiene por que ser falsa, de que hay momentos en que el muro que separa el mundo de lo natural del sobrenatural se hace más fino, permeable, y así San Juan, Nochebuena y algunos momentos más del año, como éste, tienen ese poder, en realidad, en un nivel práctico no es estrictamente una fecha pues entre Halloween, Todos los Santos y Los Fieles Difuntos (que ya nadie parece recordar que es el dos de noviembre) se convierte más bien en un periodo que en un instante. Es tradición precristiana que los poderes eclesiásticos hicieron suya al no poder eliminarla. A mí me gusta, sé que no es políticamente correcto para mi edad, formación y pensamiento pero, como ya sabéis, lo políticamente correcto me trae al pairo. Me gusta por que, en cierto sentido, me convierte en eslabón de una cadena, aunque sea el último, y por los huesos de santo, y por que es tiempo de visiteo, aunque no se haga, y por que, por un tiempo, poco, me libero de los muertos.

Hace poco tuve una larga charla con un amigo. Apenas le llevo un año pero él aun no ha empezado. Me explico. Aun no ha perdido a nadie realmente cercano, sí, claro, a un par de tíos del pueblo a quienes trataba poco, a los abuelos en la infancia, esas pérdidas que cuanto más joven eres más naturales ves, por que el abuelo te parece viejísimo o por que realmente lo es. Sin embargo, otros, llevamos ya una carga de muertos en nuestra vida, cercanos, gentes que tratábamos todos los días y a los que, de un modo u otro, amábamos. Personas que, al marcharse, han cambiado nuestra vida, nuestra relación con el mundo y hasta nuestra cotidianeidad. Muchas de ellas con largas enfermedades que hemos vivido de cerca y que, en no pocas ocasiones, han hecho sino desear la muerte sí verla como un alivio para ellos. O eso hemos querido creer para hacérnosla más soportable. Cada una es hoy un silencio estruendoso, un rosario de recuerdos, de fechas, de gustos, de datos, de recuerdos que, sin que nos demos cuenta traen otros y éstos otros más. Unos se enredan con otros y con otros más. Hoy hace años del tío Jacinto, mañana de la abuela Juana, el viernes hará años de la boda de la tía Rosa, que en paz descanse. Así empieza la telaraña, de ahí a “¿te acuerdas cuánto le gustaba el turrón de guirlache?”, o “calla, que menudo disgusto el día que se nos olvidó comprarlo”, para seguir con “lástima que se fuera tan pronto” o peor aún, “si hubiéramos ido antes al médico”, “le pasó lo mismo al tío Pedro, debería haber ido antes al especialista”. Los recuerdos del tío pasan a enlazarse con los de la abuela, con los del amigo, con los del primo hermano, con los del suegro; las fechas se solapan, a veces se confunden, a veces se diluyen en “sé que fue en agosto pero no me preguntes que día”. Luego vienen las reflexiones, esas reflexiones inútiles que nos hacen tanto o más daño que el que nos hizo en vida quererles: “si hubiera bebido menos”, “con lo buena persona que era tenía un pronto que te cruzaba la cara si te descuidabas”. Lo peor no es eso sino que el turrón de guirlache no te sabe igual sino que tiene regusto a ausencias y casi, casi, llegas a echar de menos las bofetadas, sólo casi y aún así sueles acabar diciendo “pobrecillo”

Y las cosas, aquel jarrón espantoso que te regaló tía Enriqueta que conservabas para que no se ofendiera cuando iba a casa se convierte en algo sagrado, ¿cómo vas a tirar el jarrón con el cariño con que te lo compró?, ¿y las gafas del abuelo?, ¿y la pulsera rota en siete pedazos de la abuela?, ¿y la acuarela del primo Andrés?, ¿y el alfiler de boda de la bisabuela de la vecina que nos dio con todo cariño? Además, lo primero que hacemos todos (creo que todos, a lo mejor somos sólo los especimenes que compartimos genética) al faltar alguien querido es hacernos con una fotografía y ponerla en un marco. Así nuestros muebles empiezan a parecer altares de los antepasados pero no es eso lo peor sino ¿cómo vamos a deshacernos de la “galería de difuntos” de tía Eulalia? De ahí solemos quedarnos con quienes compartimos con tía Eulalia pero no tenemos corazón para romper las otras fotos de gentes que no conocemos. Las sacamos de sus marcos que aprovechamos para otros difuntos y las guardamos en las clásicas cajas de bombones que se nos van llenando de niñas de comunión perfectamente desconocidas, bodas anónimas y caras pueblerinas que no hemos tenido el gusto de conocer. A veces son cartas que tío Antonio guardaba con mimo en una caja de puros, de hace cincuenta, sesenta años. No las leemos por un profundo respeto a su intimidad y no las quemamos por la misma razón. Yo mismo conservo un tratado de Latín que escribió el padre de un medio pariente que me lo dio para que lo guardase por que sabía que sus sobrinos lo tirarían, y una colección de revistas que una compañera de hospital que por entonces tenía cerca de noventa años quiso que no se perdiera, y un duro que me regaló la madre de mi vecina el día de mi comunión, y un billete de cien pesetas con la efigie de Bécquer sólo por que fue el último regalo de una amiga de la familia, y un abanico hecho con palos de helado de plástico con lentejuelas (sí, ni os lo imagináis) por que alguien me pidió que no dejara que se perdiera ese regalo de su hermano, e incluso me hizo prometer que si tenía ocasión bautizaría a mi hijo o ahijado con el nombre de ese hermano llorando a lágrima viva.

 
Que esa es otra, las deudas con ellos. Las deudas con nuestros muertos, éste nos enseñó a apreciar la pintura, aquella hacía unas croquetas que le han debido ganar el paraíso, el de más allá nos enseñó la técnica para envejecer la madera. El tío Pepe venía a poner las luces al árbol de Navidad, el primo Olegario consiguió que nos entrara en la cabeza las bases del álgebra, con algún pescozón, eso sí, pero lo hizo. Así cuando ponemos las luces en nuestro árbol de Navidad o cuando probamos unas croquetas, envejecemos un marco o resolvemos una ecuación se nos hacen presentes a veces trayendo una sonrisa, a veces una congoja.

Fechas, actos, cosas, deudas, todo ello teje una telaraña personal que se trenza con la de tu seres queridos vivos y los recuerdos de las enfermedades, de los comportamientos en torno a ellos, de los hospitales, de cómo cayó fulminado sobre el regazo de alguno de nosotros, cumpleaños, aniversarios de boda, “tal día como hizo la comunión su niña, iba él más contento”, de muerte. Para que no se nos olvide tenemos los recordatorios, objetos fetiche a los que nos aferramos irracionalmente.

Así, nuestros muertos nos van envolviendo hasta casi materializarse como ectoplasmas. Sin embargo, no es esto lo peor, ni siquiera esas ausencias que nos van dejando el alma y la vida como un queso gruyere. Lo peor es el perpetuo, continuo, recuerdo de su muerte y de su enfermedad. Quienes hemos vivido de cerca esas enfermedades las tenemos presentes como yagas que no cierran nunca, si largas por la angustia inenarrable que suponen, si fulminantes por el bayonetazo que fue un cambio brutal de vida en quince minutos o, peor aun, treinta segundos. A algunos el sonido del teléfono les pone el corazón en un puño por que fue así como supo del accidente, a otros son los aviones por que fue un bombardeo lo que se llevó por delante a su pariente, la sirena de una ambulancia, una tos, el aria de la Reina de la Noche que yo escuchaba mientras a unos pocos kilómetros me estaba cambiando la vida para convertirla en un infierno.

Siempre presentes, incluso en los momentos felices en los que te esfuerzas por no pensar en los huecos, siempre hay alguien que cae vencido y “que pena que no esté aquí el abuelo” y su presencia desembarca en una larga conversación recordando sobre todo su agonía, su enfermedad, su muerte. Aunque haga ya treinta años y estemos en la comunión de un bisnieto que no llegó a conocer.

A veces su envoltura es acogedora, a veces divertida, a veces, la mayoría, una tortura refinada que nos aprieta el pecho. Por eso, en estas fechas, yendo a los cementerios, comiendo los huesos de santo, me parece que hago las paces con todos ellos, que me libero de intentar no pensar en ellos, que tengo bula para hacerlo, para enfadarme con ellos, para reírme con ellos o para llorarles. Para eso florecen los crisantemos, las hojas se tiñen de rojo y llueve.

Claro que siempre hay otra forma de verlo.

sábado, 27 de octubre de 2012

La rosa de tela


Una de las pocas cosas que le hacen tolerables sus demasiado frecuentes visitas al hospital es que puede ir caminando. Cierto que la mayoría de las veces a horas intempestivas en la que los únicos peatones son quienes esperan los autobuses para incorporarse al tráfago de la ciudad y el trabajo y quienes pasean al perro con la bolsita en la mano, algunos con prisa, otros con toda la calma del mundo. Las calles suelen estar mojadas y cuando no es invierno suele ir descubriendo el despertar de los brillos grises de las aceras y el asfalto, la revelación de los verdes y el opaco definirse de los ladrillos. El espectáculo cotidiano que nunca sorprende pero que tampoco deja hacerlo, nunca es igual aunque el proceso sea el mismo.

Le gusta especialmente ver las gotas en el césped de los parques que atraviesa y, cuando las consultas son un poquito más tarde, correr a los chiquillos que llegan tarde al colegio. Le gusta mirar. Dejarse penetrar por la realidad que le circunda hasta sentir como si se deshiciese en ella. Le gusta observar con su paso lento y casi sibarita cada detalle. La luz que se enciende, el perro que se escapa del dueño, el apacible tono marrón de la hoja caída, el tono de los primeros rayos de sol en las bases de las nubes y el envés de las hojas de los chopos cuando las agita la brisa. Le gusta mirar. No sólo lo convencional, a veces en un simple trozo de acera descubre una infinita gama de matices, sombras, objetos, colores, y, en contadas ocasiones que le hacen llegar casi tarde a la cita, vidas enteras en un par de detalles: una mancha de sangre, de vómito, un trozo de papel de regalo con restos de cinta dorada, un camioncito de juguete, confeti, un zapatito, o un vaso medio lleno de algo que bien puede ser cerveza o el fruto de una vejiga demasiado borracha.

El último septiembre subiendo la cuesta junto al parque disfrutando del amanecer que iba iluminando las hojas más altas de los árboles que, aquí y allá, comenzaban a amarillear, recorriendo con su mirada cuanto le rodeaba vio junto a su zapato una rosa de tela, no de esas más o menos toscas que se usan para floreros o para sepulturas y ahorrarse así las naturales. No, era de un tejido semitransparente, beige, con el reborde de los pétalos ligeramente más rígido, un tallo de pocos centímetros y una hoja verde. Uno de esos prendidos que usan las señoras en los tocados de gala o en los vestidos de ceremonia. Lo sabía por que allá por el… hace un montón de años, cuando él todavía estaba vivo, su madre lució una parecida sobre un vestido azul eléctrico para la boda de un primo. Fue el canto del cisne. Ésta del suelo, ajada y empapada era algo más clara, menos pastel. Era lunes y lo mismo podía habérsele caído a la madrina de una boda el sábado por la noche que haber salido del contenedor en el que alguien estuviera deshaciendo una casa y su portadora hubiera muerto treinta años atrás. Siguió su camino un tanto entristecido, aunque burlándose de su mentalidad romántica que apenas podía dejar de imaginar historias sobre aquel trozo de basura.

Al día siguiente le volvía a tocar consulta, una de esas revisiones pesadas y absurdas que nunca llevan a ninguna parte, y volvió a hacer el mismo recorrido un poco antes, eso sí. Las calles estaban más mojadas, había menos perros escapándose y las hojas más altas de los árboles todavía no habían sido tocadas por el sol, aunque ya había suficiente luz para que las farolas estuvieran apagadas. No se dio cuenta de que la rosa estaba allí hasta que pisó el tallo, los eficientes servicios de limpieza no debían haber pasado por allí aquel día. Alguien había aplastado los pétalos llenándolos de barro, con la punta del pie arrincona junto al césped la maltrecha flor.

Cada vez que se sube una cuesta normalmente hay que bajarla, la espera ha sido eterna y es tardísimo cuando ese día le toca bajarla, el sol aprieta y el estómago vacío clama por sus derechos. Inconscientemente baja la mirada justo a tiempo para verla, aún húmeda, supone que ahora a causa de los aspersores. Se acuclilla y acaricia el tejido de uno de sus pétalos, seguramente sea gasa pero no entiende tanto de telas, rígido por el barro. Como si fuera un gorrioncillo herido la toma entre sus manos formando un nido, sonríe y baja a buen paso la cuesta. Desde entonces la rosa de tela beige preside su casa destacando entre las que rellenan un florero de cristal, delicada entre las resistentes, traslúcida entre las chillonas, extremadamente llamativa precisamente por no serlo y él. Él no puede evitar una sonrisa cuando la mira ni una caricia cuando pasa cerca, claro que tampoco una autoburla por su mente sensiblera y sentimentaloide. La sonrisa se hace más amplia y profunda.

lunes, 22 de octubre de 2012

Lluvia

Gustave Caillebotte (1848-1894), fue un pintor francés, coleccionista, mecenas y personaje muy cercano al círculo impresionista. Más cosas en Santa Wiki.
Ni siquiera conozco el título de esta hermosísima pintura. No hace falta. Caillebotte es mucho más conocido por sus "Acuchilladores de parquet" que por obras como esta. Sin embargo, pocas hay que trasmitan la atmósfera melancólica y gris, casi el sonido de las gotas y de los pasos del paseante por esa orilla. La humedad nos cala los huesos y el aire se hace más denso. Un trozo de vida.
Reconozco humildemente que me he encontrado esta obra por casualidad navegando sin rumbo por la red, pero vale la pena, una obra por sí misma valiosa aunque fuera anónima y no se relacionase con personaje tan bien relacionado. Ampliad la imagen y dejad que las gotas caigan en el agua, que el tiempo pase ante ella.
Otra obra olvidada pero que, una vez conocida, resulta difícil de olvidar.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Canas

La experiencia de mirarme al espejo nunca ha sido de mis favoritas (el narcisismo lo debo llevar por otro lado) así que cuando lo hago es por cuestiones estrictamente funcionales: el rizo indomable, la barba igualada y demás pequeñeces estéticas. Sin embargo, hay otros espejos en los que no puedes elegir mirarte o no.

El otro día recomencé mis clases y no pude evitar darme cuenta de cómo había cambiado en estos tres meses de vacaciones. La devastación interior que se ha precipitado –especialmente esa tarde- ha terminado saliendo al exterior. Como soy muy pillo dejé que la conversación fluyera y acabó en la edad, así que solté como quien no quiere la cosa el tema de las canas afirmando que se me habían multiplicado, la respuesta fue una afirmación general. No es que me importe tener el pelo más o menos canoso sino el por que de esa repentina velocidad en el proceso; me preocupa el cataclismo interior que no puedo remediar, por más que haga, por más que me esfuerce.

A no recuerdo quien que le pedía un retrato, Felipe IV le contestó que ya sabía lo vago que era Velázquez y que, además, últimamente le daban miedo los espejos. Viendo el último retrato del monarca que hizo el Rey de los Pintores se entiende perfectamente la actitud del pobre Felipe.

Dentro de unos días tengo una reunión familiar y me dan miedo los espejos. Esos que no puedes evitar ver. Esos que ponen de repente ante la realidad de que las pequeñas cosas de tu pasado pesan más ya que todo tu presente y todo tu futuro.

Todo, empero, tiene su toque de humor y no hay por que dejarlo atrás, Ayer esperando el ascensor en el hospital apareció, cual hada inesperada, una diminuta mujer, no tendría más allá de los treinta y poquísimos, bata blanca abierta dejado ver un vestido azul, adornos coquetones, muchos. Morena de verde luna, pelo negro, y –y aquí me perdí- calzando unos zapatos de tacón realmente glorioso. Ninguna belleza pero sí una mujer femenina y grata a la vista, voz suave y dulce en las pocas y convencionales frases (¿usted sube?, Ya está aquí) Una delicia poco corriente y más en un hospital masificado que se vio repentinamente deshecha con el comentario a otro pasajero sobre mí: “Este señor se baja aquí”. Hacía tiempo que lo esperaba, al fin y al cabo tengo 53 años, pero ayer me llamó señor por primera vez un adulto, adulta en este caso. Bueno, concedido el espacio al humor que merece la anécdota, volvamos donde estábamos.

Al abrir los armarios buscando la corbata me encuentro con todas las viejas ocasiones en que he usado cada una, con que venga la moda que venga tengo una corbata que encaja y lo que es mucho peor: que me da igual una que otra. Al abrir los armarios encuentro pulseras, anillos, relojes, y con ellos las viejas ilusiones, las alegrías, con que los compré o los recibí. Lo malo de las pequeñas cosas no es su presencia inesperada, no es que te pillen con la guardia baja y te hagan llorar a solas, como dice Serrat, no. Lo malo de las pequeñas cosas son aquellas que no están, los huecos que dejaron las que se perdieron, los que se fueron, y –las peores de todas- las que nunca estuvieron y se fueron convirtiendo en esperanzas vanas a las que uno nunca sabe en que momento renunciar.

Y uno siente la necesidad de vaciar los armarios hasta que no quede ni una mota de polvo y prender fuego a todo, como si destruyendo el pasado se pudiera partir de cero, recuperar la ilusión por algo, pero uno ya lleva demasiadas cosas –y me refiero a cosas- en sus espaldas, cosas que si renunciara a ellas sería renunciar casi a su esencia misma. Uno no puede partir de cero ni inaugurar una casa vacía. Así que con esa hoguera sólo conseguiría más espacio, eso sí.

Una de las esperanzas a las que no sé cuando renunciar: estar delgado

viernes, 12 de octubre de 2012

Letania de Madrid (homenaje a Ramón) 4



Madrid es: una mujer muerta en la calle.


Madrid es: un anciano muerto en su casa y descubierto seis meses después.

Madrid es: un gato esperando que un desconocido le lleve su comida.

Madrid es: un universo en un balcón.

Madrid es: una vidriera entrevista al paso.

Madrid es: que un pintor llamado Victoriano pasase a la historia llamándose Juan.

Madrid es: la lucha por la supervivencia de cada edificio, de cada rincón.

Madrid es: Joaquín Sabina, que no es madrileño, y Ana Belén que nació en la calle del Oso

Madrid es: que en un cruce las tres calles sean la misma.

Madrid es: el monumento al inventor de la taquigrafía.

Madrid es: que se pierdan las esculturas.

Madrid es: San Judas, Jesús El Pobre, La Paloma, La Almudena, La Virgen de Atocha, Medinaceli, San Isidro, San Andrés, el Niño del Remedio y La Macarena.

Madrid es: los Simpecado en El Retiro.

Madrid es: la fanfarria de destellos que deja el sol al despedirse en las ventanas de Palacio.

Madrid es: la noche llegando vestida de rosa y lila.

Madrid es: otro socavón.

Madrid es: la noche de reyes.

Madrid es: un oratorio en Fuencarral junto a una tienda de ropa para Dragg Queens.

Madrid es: caramelos de violeta.

Madrid es: que a una de las fueron principales entradas de Madrid se la llamara “Puerta Cerrada”.

Madrid es: una puta en la calle de la Cruz.

Madrid es: una cuesta.

Madrid es: unos gorriones robando las patatas fritas en las mesas del Retiro.

Madrid es: el paraíso del ladrón de guante blanco, de corbata y traje, de apellido ilustre. Del ladrón en suma.

Madrid es: el fascismo imparable.

Madrid es: una puta, una zanja, una puta, una obra, una puta, un andamio, una puta, una zanja.

Madrid es: sentirse despreciado y amordazado.

Madrid es: un montón de gente que no quiere estar aquí a la que nada le importa ni la ciudad ni sus desgracias.

Madrid es: un montón de gente que no se va, literalmente, ni muerta.

Madrid es: sobrevivir para ver el nuevo desastre promovido por el ayuntamiento.

Madrid es: un churro comido en Esparteros.

Madrid es: una mordaza vieja.

Madrid es: una mendiga institucional en Preciados.

Madrid es: una araña de cristal colgando de un edificio a medio derruir.

Madrid es: la Milagrosa en una garita.

Madrid es: “Asegurada de incendios”, “Gas en cada piso”, “Casa fundada”, “Carnecería”, “Fábrica de pan”, “Fábrica de patatas fritas”, “Degustación de café”

Madrid es: el olor a café en “La Mexicana”.

Madrid es: aroma de libros apolillados.

Madrid es: un botijo.

Madrid es: entresijos, gallinejas, fritangas de madrugada.

Madrid es: un “pa chasco”, un “no te digo lo que hay”, un “mosanda”, un “sodicen”.

Madrid es: Bravo Murillo lleno de gente a cualquier hora, cualquier día, cualquier estación.

Madrid es: Pepita Jiménez, Pedro Vargas, el Gaitero de Gijón.

Madrid es: que entre Ciudad Rodrigo y Pontejos quepa el universo (y sobre espacio)

Madrid es: Fortunata, Jacinta, la de Bringas, la Nardo, la Raimunda del palacio de Linares, La Mariblanca, María de las Mercedes.

Madrid es: que nadie sepa y a nadie le importe quien fue Don Pedro, el de la calle.