Así
se hizo pero cuando Lady Sophie entre mil equilibrios bajó había tres figuras
más en el portal: una gata gris, un perro con un lazo rosa y una diminuta y
hacendosa ratona con cofia victoriana. Ellos no las vieron y los humanos
recordarían que habían estado ahí “de siempre”. Las luces de castillo se fueron
apagando y el estruendo de la orgía deja paso a un silencio decepcionado. Algún
centinela se reincorpora a su puesto recomponiendo sus togas interiores. La
estrella se va tranquilizando y el pueblecito coba su quieta y apacible
normalidad ante los ojos de los tres. Lady Sophie se pregunta si los copos de
nieve estarían ya cayendo.
-No creo –responde Golfo señalando con
el hocico.
De
Lady Sophie se desprende un polvillo dorado formando una nube donde, entre
destellos, se van formado imágenes que no terminan de definirse del todo, igual
que el cortejo inmovilizado fuera pero más pesadas. Son las esencias de todos
los felinos que en el mundo han sido. Hay un momento en que casi se perfilan
por completo todos y cada uno. Justo entonces se acercan al pueblecito y se
inclinan en respetuosa reverencia. Están todos: el ancestral Dientes de Sable,
los leones con su aire de superioridad, los tigres, leopardos, panteras, pumas,
jaguares, linces, los divinizados gatos egipcios, los sabios gatos de los magos
y las brujas, los duales y enigmáticos gatos japoneses y el arquetipo de Gato:
tan majestuoso como el león, tan misterioso como el egipcio, tan desconfiado
como el tigre, tan sinuoso como la pantera, tan hogareño como los angora y todo
ello en el brillo equívoco de sus ojos. Eso sin contar con especies extintas en
tiempos remotos. Toda la felinidad se había concentrado en ella y ahora vuelven
a donde quiera que estuvieran antes presentando sus respetos a la figurita del
bebé, o eso le parece a ella pero no podría asegurarlo. Cierra la comitiva el
gato callejero trotando feliz.
-Lady Shophie –dice la Sra. Rat
escondida entre las patas de golfo, aterrada ante tanto felino- sus ojos ya no
son rojos.
Lo
que fuera que haya pasado, está acabando. Julieta ha dejado de apuñalar a Romeo
y recobraba su compostura. Napoleón vuelve a montar su caballo aunque con
cierta expresión de desconfianza, la bailarina se recupera del desmayo sin que
nadie le acerque las sales. Hasta las destrozadas Gracias se recomponen y
siguen mirando al David con ojos libidinosos y los bailarines rococó, ya con
las cabezas en su sitio, vuelven a bailar esa música inaudible. Los puros,
ruborizados, se apresuran a cubrir sus vergüenzas y vestirse con sus vitolas y
el Pensador deja de hacer crucigramas.
Vuelven
a la ventana y ven que los copos de nieve, por fin, caen y e cortejo avanza
despacioso, viéndose sin verse, sólo fugaces colores, brillos. Como siempre
salvo que, se acerca la densidad de magia ha desaparecido, ni siquiera el
alcanza el nivel cotidiano, sencillamente no hay. Las piezas del ajedrez han
vuelto a sus puestos sacudiéndose el polvo de la batalla y las cristalerías se
recomponen a toda prisa. Junto a la butaca en cuyo respaldo han asentado sus
reales pasan, atravesando los cristales de las ventanas, las tres figuras que
varias veces ha entrevisto. La barba blanca, capa púrpura y centelleos de oro
en la corona; la barba negra le sigue con gemas en la corona, la capa se pierde
en la oscuridad. “Podría ser azul, de un azul muy profundo” piensa Lady Sophie
al tiempo que sus bigotes le dicen que toda la magia ya está en su sitio. La
última figura es de piel hermosamente oscura, viene sonriendo, como sólo pueden
sonreír los jóvenes, y su sonrisa amplia ilumina su imagen –telas flotantes,
blancas, doradas, agitadas por los vientos del desierto-. Les mira y sus ojos
brillan, cómplices, y su sonrisa aun crece e ilumina las almas. Tan embebidos
están contemplando las tres figuras que no se dan cuenta de la cabeza de dromedario
que también ha atravesado la ventana.
-Lady Sophie –lo dice con aire
cortesano, lo que no debe ser fácil cuando uno se está comiendo un manojo de
zanahorias- buenas noches. Buenas noches, Sir Wilfredo, buenas noches Sra. Rat
espero que sus pequeñines se encuentren en buen estado de salud.
-Buenas noches, están todos sanos y
traviesos –responde la ratona con voz temblorosa.
-Lady Sophie, siempre tan hermosa y
elegante –no tiene ni la menor idea de quien es el galante comedor de zanahorias, le saluda con un
femenino y casi cortesano movimiento de cabeza, agradece el cumplido pero no lo
considera excesivo, simplemente justo.
-Bienvenido, Alí-Ben Yatal, emir de las
arenas y califa de todos los desiertos –hay que ver la palabrería del saco de
pulgas, Golfo o Wilfredo, o como morros se llame- Es un placer inesperado y
gratísimo charlar con vos, aunque sean cortas siempre nuestras conversaciones.
Una noche fría ¿no?
-Más que fría, extraña; aunque hermosa
como pocas. También para mí, Sir Wilfredo, estos encuentros anuales un
valiosísimo placer.
-Ciertamente los buenos amigos nunca
están separados en sus corazones.
-Sabias palabras, como no podía ser
menos viniendo de vos, Sire. Veo que hemos de retomar el viaje. Por cierto, Sir
Wilfredo, veo que a sus humanos se les ha olvidado el anisete –se aleja con
paso aun más majestuoso del que trajo.
-Una imperdonable negligencia, Mi Señor.
Discúlpeles, al fin y al cabo son humanos y ya se sabe.
-Sí, ya se sabe –responde el dromedario
y su voz suena lejana y difusa.
Lady
Sophie no saldría de sus varios asombros sino sintiera cómo el nivel de magia
que ya parecía no haber, si se pudiera medir en algún tipo de unidades, ahora
estaría bajo cero. Las tres figuras de las capas aparecen casi completas
iluminadas por un resplandor blanco que sale de la casita donde dejaron la
figurita del bebé. Pronto comienzan a caminar hacia la ventana diluyéndose de
nuevo y según se acerca el nivel de magia desciende aun más y un gato sin magia
es como un pez fuera del agua. La figura de los dorados ondulantes, aromas de
desierto y sonrisa deslumbrante se les acerca y acaricia la cabeza de Golfo.
-Tú, pequeño, tienes la magia de
entender a los humanos, algo casi imposible cuando ni entre ellos lo hacen.
Usted, mi querida Sra. Rat –despacio y con sumo cuidado pasa un dedo por su
blanco lomo-, tiene la magia de poder hacer imaginar a los humanos universos de
todo tipo y aprender de lo que ellos mismos han imaginado. En cambio, Lady
Sophie –acaricia ese punto entre la oreja y el cuello, el punto traidor lo
llama, por que si se toca no se puede evitar un grato ronroneo- es y sabe. Es,
y hubo un tiempo en que los hombres lo sabían, la puerta de los hombres a la
Magia grande, la que les permite vivir y ella lo sabe, como lo son y lo saben
todos los gatos; por eso ahora mismo está agobiada, no siente las magias ¿Sabe
por qué, mi Lady? Por que estamos en la absoluta realidad. Lo demás son
ensoñaciones, por eso os necesitan tanto, aunque, como vuestra hazaña de esta
noche, no lo sepan nunca, o prefieran no saberlo pues quizás intuyan que les
sería imposible vivir en la absoluta realidad. He de seguir mi camino, quedad
en paz y alegría.
Las
últimas palabras suenan cuando ya monta su dromedario y el cortejo evanescente
se pone en marcha, despacioso y eterno. Apenas deja de vérseles y el árbol,
bueno, esa burda imitación, ya canta con sus cascabeles y campanitas, los copos
caen y el fuego se aviva.
-¿Wilfredo? –comenta distraída Lady
Sophie.
-Wilfredo Norberto Lambert decimoquinto.
-Abulta más el nombre que tú –deja caer
la gata, más que nada por chinchar.
-Pues a mí me gusta –añade la Sra. Rat
sacando su labor del bolsillo del delantal.
-Hay unos cojines que llenar de pelos y
están cerca de la chimenea. ¿Os apetece pasar ahí lo que queda de noche
–propone Lady Sophie.
-De acuerdo –responde Golfo/Wilfredo-
pero antes habrá que encontrar el paso.
Si,
habrá qué hacerlo, pues toda la habitación esta llena de paquetes, grandes y
pequeños envueltos en vistosos papeles y brillantes lazos. Mañana tendrá que
hacer el número de colarse por todas partes y demás. Por fin llegan a los
famosos cojines y se acomodan en ellos frotándose todo lo posible. Golfo hace
lo propio y la Sra.Rat. encuentra una acogedora madriguera entre los cojines.
-Con que Wilfredo ¡eh? ¿Por qué les
consienten que te llamen Golfo?
-A la niña de las trenzas le gusta
llamarme así.
-Ya voy entendiendo.
-Delicioso lugar MyLady, procuraré dejar
todo el pelo posible.
-Muchas gracias, Sir Wilfredo.
-No hay de qué, MyLady
El
silencio de la nevada les arrulla y el sueño les vence casi al instante,
acabará cuando los humanos descubran los paquetes, al fin y al cabo no se puede
esperar mucho: son humanos.