El –se me atraganta hasta decirlo- Ministro de Justicia, de infaustísima memoria para muchos se atrevió –él, precisamente él- a decir que no estaba dispuesto a hacer ciudadanos de segunda con la ley del aborto evitando que nacieran personas condenadas a sufrir gravísimas taras de por vida, dolores inenarrables y demás lindezas con que la naturaleza adorna a quienes no son sus elegidos, por que la naturaleza es madre y cabrona y como tal tiene sus favoritos. Ciudadanos de segunda. Y lo dice él, que a las viejas de mi barrio, salían enfebrecidas a gritarle vítores de quinceañeras calientes como perras sarnosas mientras él las miraba como si fueran apestadas (como nos mira a todos y más o menos como las miro yo desde entonces). Él, ellos, que se formó en las más caras instituciones del Reino. Precisamente ese ser, él, ellos, se atreve a hablar de ciudadanos de primera y segunda categoría. Simplemente es una infamia, por no decir palabras mayores que son las que vienen a mi boca y las que se me quedan cortas, no hay insulto ni habría castigo suficiente para él, ellos.
La pintada que recojo todavía está en un barrio madrileño. Por supuesto no el de Salamanca. Por supuesto no en el que las viejas berreaban como verracos en celo hasta quedar afónicas vitoreándoles antes de embestir como vacas locas a quien, yo, decía algo en contra. Por supuesto no en los barrios de sotanas apolilladas y aun más infames–si cabe que cabe poco-. No, es simplemente un barrio en que la gente vive, lucha por vivir y sacar adelante unos hijos con un sueldo, normalmente miserable, educarlos en una escuela asediada con profesores que mayoritariamente hacen lo que pueden pero que, en no poca medida, lo son por que era la solución laboral más cómoda (una amiga mía sacó una plaza de Agregado pero se las apañó para no dar clases hasta que consiguió un barrio fino por que “ella no había estudiado para enseñar a pobres”). Lógicamente no podía estar en uno de esos reinos de Bella Durmiente en que parecen vivir nuestros politicastros de pacotilla. Ni en una de esas urbanizaciones con rejas y guardias de seguridad. Ni en los paraísos acotados de las grandes mansiones donde se crían las camadas que mañana explotarán a nuestros hijos. Ni en los otros aún más acotados donde se refugian mientras las “autoridades” miran hacia otro lado gángsteres, dictadores, traficantes, dinero no negro sino rojo de sangre humana, que envenenarán, tirotearán y prostituirán a nuestros hijos.
Pues bien, Señor Ministro: le habla un ciudadano de segunda, gracias a ustedes y sus por siempre malditas ideas. Si Dante hubiera conocido a los abominables engendros de las que partieron y que las defienden hubiera creado un décimo círculo del infierno para albergarles por toda la eternidad y no imagino tormentos adecuados, claro, yo no soy Dante. Él tuvo la suerte de no conocerles.
Como no voy de bueno en esta entrada voy a dejar clara mi opinión sobre el aborto: la mujer debe tener derecho a hacer lo que la plazca, sin límites. Punto y seguido. Prefiero pagar abortos a mantener o añadir privilegios a quienes no saben tener sus bajos controlados y procrean indecentemente. En realidad creo que la mujer sabe lo que se hace, aunque quien hoy ocupa el Notariado Mayor del Reino diga que no son responsables sino víctimas. Igual que condenaría a la mayor pena que se pueda imaginar a quienes mutilan genitalmente a las mujeres, exactamente con el mismo rigor creo que ellas deben decidir. Siempre y sin paliativos. Sin excusas y sin excepciones. No una ley dictada por un hatajo de gentes que, como mínimo, nada saben de no hacer su voluntad, y, como máximo, sirven a intereses aún más infames que ellos.
Hubo alguien que dijo “quien quiera vacunar que se lo pague”, y fueron catorce mil niños afectados entre 1956 y 1960, afectados reconocidos por que la enfermedad se negó en gran parte de este país (de los no reconocidos obviamente, no hay datos), de esos catorce mil más de dos mil murieron. Hubo otro alguien que dejó, por negligencia o por interés, que se administrara al menos una partida de vacunas en mal estado. Las pirámides de población de determinada provincia del sur de España, se hunden en la barra de los niños menores de cinco años. Fue una matanza. En aquella semana de septiembre y en aquel hospital sólo hubo un niño superviviente, yo. Yo que no fui tratado como un ciudadano de segunda, sencillamente no fui tratado ante la impavidez de las monjitas de la caridad con sus airosas tocas que negaban los calmantes ante los “lacerantes” dolores (el entrecomillado está motivado por que es el término empleado en textos médicos). Tampoco fui tratado como un ciudadano de segunda, por que no fui tratado, cuando pasó la fase aguda. Simplemente fui abandonado sin iniciar el tratamiento rehabilitador básico en las primeras fases. Ya hubiera querido yo ser tratado como un ciudadano de segunda, incluso como a un ser humano cuando caí, por que no se puede expresar mejor, en la sanidad religiosa. Si algo hay lejano al amor cristiano y a la compasión que tanto predican es negar, o dar con cuentagotas y tras llorosas súplicas, los calmantes a alguien con un hueso recién fracturado; ignorar tu dignidad personal, ser vejado y exhibido, insultado llamándote de vago para arriba y fomentando un sentimiento de culpa que, puedo asegurar, perdura aun en los afectados, por mucho que queramos esconderlo tras capas de falsa arrogancia.
Tampoco fui tratado como un ciudadano de segunda cuando, al iniciarse las campañas de vacunación masivas, después de los catorce mil casos, se dio por zanjado el asunto y oficialmente los afectados desaparecimos, ni cuando me fueron negadas todas las ayudas que se podían solicitar, que eran pocas, ni cuando con expediente brillante se me negaron las becas mientras veía a gente con bastantes más posibles pero de genitales inquietos que se las llevaban de calle, de hecho, muchos de nuestros actuales oligarcas estudiaron con becas. Ni fui tratado como un ciudadano de segunda cuando se me expulsó de la rehabilitación física de la sanidad religiosa por que “eso a ti no te vale, a quien les es útil es a los subnormales” (palabras textuales). Ni cuando los supuestos profesionales de esa sanidad sonreían ante mis alaridos mientras me retorcían los miembros (necesario, sin duda el tratamiento, vejatoria e infamante su aplicación) ante la indiferencia de sus superiores.
Creo que debo darles las gracias a quienes crearon las ideas que usted tan ardorosamente defiende Sr. Ministro, gracias por que no fui tratado como un ciudadano de segunda, sino directamente expulsado de la sociedad. Hasta que cumplí los cuarenta no empecé a ver rebajes en las aceras sistemáticos, lo que quiere decir que prácticamente no podía entrar en casi ninguna parte y en algunas de las que podíamos entrar se nos expulsaba. Hartos estamos de oír “yo no sé como salen de casa”, “total, ya no les puede pasar nada más”, “la silla de ruedas la aparca usted fuera del cine”, “el ascensor no se abre en la segunda planta por que molesta a los señores profesores”. Hartos estamos de ver como cuando se nos veía después de haber hablado con nosotros por teléfono o mantenido correspondencia profesional sin mencionar que teníamos tal o cual minusvalía (ahora este término es políticamente incorrecto), al interfecto se le cambiaba la cara, reculaba y acababa toda relación personal y, lo que es más grave, profesional. Hartos estamos de que los taxis se negaran a llevarnos, de que en los colegios no se nos aceptara, incluso pagando un buen dinero y con el dedo de la culpa cristiana diciéndote “no te vales por ti mismo por que eres un vago”.
Ahora bien, lo mío es un caso personal representativo de un colectivo, condenado por la pura maldad y la competencia. Digamos que una enfermedad “a posteriori” no entra en los parámetros de la aberración que usted propone. De acuerdo, a diferencia de ustedes yo soy razonable y no sirvo a nadie. Sin embargo, soy alguien con derecho a hablar pues, gracias a ustedes, soy un ciudadano de segunda y sé lo que eso supone. En esa bestialidad de prohibir el aborto de embriones con malformaciones y enfermedades congénitas, está usted condenando a ser de facto ciudadanos de segunda a quienes nazcan, por que ni ustedes ni la Santa Madre Iglesia van a hacer nada por ellos. Deliberadamente ustedes condenan a una vida de sufrimientos, dolor y miseria a esas criaturas. Fría y deliberadamente, como asesinos en serie. Eliminan las ridículas ayudas a la dependencia, reducen y acabarán eliminando la sanidad pública, reducen y acabarán eliminando la enseñanza pública (y ningún colegio privado va a admitir a según que deformaciones en sus aulas, ¿se imaginan las ceremonias de graduación con niños y adolescentes retorcidos en sus sillas de ruedas en lugar de algo que se asemeje al modelo yanqui?) y ningún pobre podrá pagarse un centro especializado así que ustedes condenan deliberada y fríamente, como asesinos a sueldo, a la miseria a esas criaturas y a sus familias para que otros tirándoles un mendrugo mohoso o las moneditas de cobre que les sobran en la cartera, o tratándoles pero dejando claro lo buenos que son por tratar con ellos/nosotros crean ganarse su cielo. Ustedes ni siquiera proponen regresar a las situaciones que hemos vivido nosotros (que tras el final del “ancien regimen” o régimen del anciano, fueron mejorando, a paso de tortuga, pero mejorando), no, ni siquiera a la edad media, entonces los chavales que nacían con esos problemas morían pronto. No, lo que ustedes proponen cínicamente hasta que acaben con la sanidad pública es mantenerles sádicamente vivos entre sufrimientos y miseria física, mental y social, alargarles artificialmente la vida –como ya sabemos preconizan- hasta que ocurra lo inevitable.
Estoy seguro que ustedes no tendrán hijos así, completamente seguro, y ustedes también. Por eso se permiten estas barbaries, sencillamente no van con ustedes. Siempre habrá una clínica discreta en un barrio tranquilo sin circulación, o un anhelado viaje a donde corresponda. Conozco los resortes, no tan bien como ustedes, por supuesto, pero los conozco. Los conocemos todos, aunque el fondo de rebaño del señorito que queda en este país no quiera reconocerlo.
Parece que la Ley del aborto sólo afecta a esas víctimas no responsables que, según usted, son las mujeres. Pues mire, dejando aparte el hecho de que ninguna mujer aborta por gusto y que las que lo hacen tienen sus motivos más que justificados y si no es que están enfermas mentalmente lo que ya es un motivo, lo cierto es que, dado que su cantera de voto es mayoritariamente femenina, especialmente entre la viejas desgañitadas que le vitoreaban siendo alcalde de esta villa y corte, que las ha tratado como a menores de edad exonerándolas de toda responsabilidad en este asunto y que no he oído protestas sobre esa expresión, sinceramente: allá ellas. He dejado clara mi opinión sobre el asunto. Sin embargo, en los casos de malformación o enfermedad congénita ustedes no tienen ningún derecho ético ni moral a decidir. Los únicos que tienen ese derecho son los padres, que son quienes van a afrontar, convivir y a inmolarse ante ese hecho. No seré yo quien censure a quienes tomen una u otra decisión pero ha de ser suya, de nadie más. Y menos de ustedes.