Judy Garland cantaba en “Ha nacido una estrella”, versión 1952, una hermosa canción que, supongo, tendrá un inmenso valor emotivo para las gentes del teatro y, desde luego, también para mí: Nacida en un baúl, en Pocatello, Idaho. En ella, para quien no la recuerde, la portentosa Judy relata cómo llegó al éxito desde la compañía de teatro ambulante de sus padres, nacida en un baúl, en Pocatello, Idaho, no tenía más destino que las tablas, la canción y cantar “Niña melancólica”. En cierto sentido, a quien más quien menos, le ocurre algo semejante. Cada uno nace en su baúl, unos es un baúl de ingenieros, o de vividores, o de chachas (en el más respetuoso y cariñoso sentido del término) o de actores. El caso es que Judy quería cantar Niña melancólica o hubiera podido quedarse en cualquiera de las estaciones de su camino, buscarse otro trabajo o fundar una familia, aunque hubiera nacido en un baúl en Pocatello, Idaho.
Digamos, por seguir con el tema, que el suyo era un camino de baldosas amarillas en medio del campo, vamos que con dar un pasito con sus escarpines de rubíes ya estaba fuera de él y podía trotar campo a través. Nada la “obliga” literalmente a seguir ese camino salvo su propia voluntad y el sueño de llegar más allá del arco iris. La Madre Superiora del Monasterio de María, la que sería María von Trapp y que a la sazón era Julie Andrews, le canta, en la versión sin censurar –en la que se proyectó en España en tiempos de Franco las únicas monjas que cantaban eran Lola Flores, Rocío Dúrcal y Carmen Sevilla- que tenía que perseguir su sueño y que para eso iba a necesitar toda la capacidad de amar que pudiera reunir –acabado en un sobreagudo espectacular-. María hizo lo mismo que Dorita: seguir su camino de baldosas amarillas y atrapar al Capitán de la Marina Austriaca. En otras palabras: eligieron si seguir o no el destino marcado por haber nacido en un baúl en Pocatello, Idaho.
Tal y como yo lo veo más o menos es así. La inmensa mayoría de nosotros los humanos nacemos en uno u otro tipo de baúl, unos en Pocatello, Idaho, otros en Villarobledo, Ciudad Real, o en Navalmoral de la Fuente Rota, en yo que sé donde. Ese baúl y su camino de baldosas amarillas son la opción más lógica, no digo fácil, digo lógica. Pocos escritores veremos nacidos en baúles de ingenieros que no leen, o pocos ingenieros en baúles de abogados, etc. Salir de ese camino de baldosas amarillas es tomar una decisión tan libre como la de seguir por él pero, diferente. Quizás se pierda algo de seguridad, algo de protección, algo de apoyo pero es una decisión propia; en el fondo es rebuscar bajo la tierra y las malas hierbas otro camino de baldosas amarillas pero que habrá que ir descubriendo y hasta trabajando cada baldosa. En el fondo, que es a lo que iba, una opción, no una obligación. Nacer en un baúl en Pocatello, Idaho, y seguir el camino de baldosas amarillas no son más que eso, opciones más obvias que las demás, no determinantes. No obligatorias.
Mi buen amigo, con su permiso, Uno, habla, con mucha coherencia, del sentido de celebración obligatoria de estas fiestas y eso me ha hecho pensar. Gracias Uno. Pensar en las actitudes que vivo y veo con respecto a estos días y he llegado a ciertas explicaciones, no sé si válidas ni siquiera sé si son coherentes pero mi cerebrito no da para mucho más.
Para quienes nacen en un baúl, no importa donde, el concepto obligación es algo, hasta cierto punto, relativo. Para muchos no sólo relativo sino detestable per se y huyen de él como de la peste bubónica. Para otros es una excusa, comodísima, para no tomar decisiones, nada hay más placentero que delegar responsabilidades y, encima, sentirse víctima de la obligación. Deliciosa arma de chantaje emocional que es manejada demasiado a menudo y esa si que puede ser calificada como de destrucción masiva por la cantidad de cadáveres que va dejando a su paso.
El asunto, la clave del asunto, es que hay quienes creen haber nacido en un baúl y disponer de un camino de baldosas amarillas que seguir o no, cuando lo cierto es que han nacido en un toril. Hemos nacido en un toril. En esa estructura diabólica el animal no tiene más opciones que seguir las rutas que están marcadas con paredes altas y blancas, infranqueables, y por más que se revuelva y salte y embista y berree nada le va a sacar de allí.
Leí hace unos poco años un libro de cuyo título y autor no logro acordarme pero que, como referencia, es el que sirvió de muy lejana inspiración al Merlín el Encantador de Disney. Como todo recordamos de la película Arturo, el futuro rey Arturo, va siendo convertido en sucesivos animalitos para su formación pero en la versión Disney no aparece cuando se convierte en hormiga. Cuando lo hace a la entrada del hormiguero encuentra un cartel: Lo que no está prohibido es obligatorio. Esa es la vida de quienes nacemos en un toril. Cuanto esfuerzo hagamos será inútil, cuanto más luchemos por salir a buscar el camino de baldosas amarillas o el pasto verde, más nos dolerán los huesos al rompérnoslos contra las paredes, cuanto más vacía sea nuestra vida menos hostil nos resultará el toril. Por fin, un día, no hace falta que sea un día especial en el que pase nada en concreto, simplemente un día, renuncias al camino y a la hierba, aceptas que el pienso es lo que hay y que nunca saldrás del Laberinto miserable que es tu abyecto toril, aceptas que, arriba, afuera, te ven, te juzgan, te calibran, y te desprecian. Aceptas todo eso y piensas: “bueno, hagámoslo lo menos intolerable que podamos”. Así inventas recursos para que lo que es obligatorio pueda ser también agradable, para poder encontrar, no sin esfuerzo, un cierto placer en ello. El problema es la soledad. Claro, quienes han nacido en un baúl, no coinciden en tus obligaciones salvo en momentos concretos, uno de ellos, Navidad. En el toril montamos un circo contando con que esa obligación-placer va a ser compartida, pero resulta que para los demás es sólo una obligación de la que huyen o aceptan de mala gana dejándolo bien claro. Los lazos, las cintas, las felicitaciones pierden así todo sentido fuera del toril, dentro no. Dentro quieres vivir como te han educado, con la convicción profunda de que hay cosas importantes aunque no te apetezcan en principio, dentro recuerdas cuantas veces has hecho esas cosas y, finalmente, las has disfrutado, y también cuantas veces te han obligado las paredes blancas y desconchadas del toril. Dentro esperas como puta por rastrojos que alguien quiera compartir tu esfuerzo por hacer un tiempo menos insoportable la existencia.
Error, un gran error, por que, al hacerlo, dejas de ser un toro o un Minotauro encarcelado en el toril, que lo eres y lo estás, pierdes toda tu dignidad y te conviertes en un perro tirado en la calle, perdido, vacío y suplicante que nadie quiere ver.
Creo que esa es la clave de las actitudes tan enfrentadas ante las fiestas navideñas.