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sábado, 27 de octubre de 2012

La rosa de tela


Una de las pocas cosas que le hacen tolerables sus demasiado frecuentes visitas al hospital es que puede ir caminando. Cierto que la mayoría de las veces a horas intempestivas en la que los únicos peatones son quienes esperan los autobuses para incorporarse al tráfago de la ciudad y el trabajo y quienes pasean al perro con la bolsita en la mano, algunos con prisa, otros con toda la calma del mundo. Las calles suelen estar mojadas y cuando no es invierno suele ir descubriendo el despertar de los brillos grises de las aceras y el asfalto, la revelación de los verdes y el opaco definirse de los ladrillos. El espectáculo cotidiano que nunca sorprende pero que tampoco deja hacerlo, nunca es igual aunque el proceso sea el mismo.

Le gusta especialmente ver las gotas en el césped de los parques que atraviesa y, cuando las consultas son un poquito más tarde, correr a los chiquillos que llegan tarde al colegio. Le gusta mirar. Dejarse penetrar por la realidad que le circunda hasta sentir como si se deshiciese en ella. Le gusta observar con su paso lento y casi sibarita cada detalle. La luz que se enciende, el perro que se escapa del dueño, el apacible tono marrón de la hoja caída, el tono de los primeros rayos de sol en las bases de las nubes y el envés de las hojas de los chopos cuando las agita la brisa. Le gusta mirar. No sólo lo convencional, a veces en un simple trozo de acera descubre una infinita gama de matices, sombras, objetos, colores, y, en contadas ocasiones que le hacen llegar casi tarde a la cita, vidas enteras en un par de detalles: una mancha de sangre, de vómito, un trozo de papel de regalo con restos de cinta dorada, un camioncito de juguete, confeti, un zapatito, o un vaso medio lleno de algo que bien puede ser cerveza o el fruto de una vejiga demasiado borracha.

El último septiembre subiendo la cuesta junto al parque disfrutando del amanecer que iba iluminando las hojas más altas de los árboles que, aquí y allá, comenzaban a amarillear, recorriendo con su mirada cuanto le rodeaba vio junto a su zapato una rosa de tela, no de esas más o menos toscas que se usan para floreros o para sepulturas y ahorrarse así las naturales. No, era de un tejido semitransparente, beige, con el reborde de los pétalos ligeramente más rígido, un tallo de pocos centímetros y una hoja verde. Uno de esos prendidos que usan las señoras en los tocados de gala o en los vestidos de ceremonia. Lo sabía por que allá por el… hace un montón de años, cuando él todavía estaba vivo, su madre lució una parecida sobre un vestido azul eléctrico para la boda de un primo. Fue el canto del cisne. Ésta del suelo, ajada y empapada era algo más clara, menos pastel. Era lunes y lo mismo podía habérsele caído a la madrina de una boda el sábado por la noche que haber salido del contenedor en el que alguien estuviera deshaciendo una casa y su portadora hubiera muerto treinta años atrás. Siguió su camino un tanto entristecido, aunque burlándose de su mentalidad romántica que apenas podía dejar de imaginar historias sobre aquel trozo de basura.

Al día siguiente le volvía a tocar consulta, una de esas revisiones pesadas y absurdas que nunca llevan a ninguna parte, y volvió a hacer el mismo recorrido un poco antes, eso sí. Las calles estaban más mojadas, había menos perros escapándose y las hojas más altas de los árboles todavía no habían sido tocadas por el sol, aunque ya había suficiente luz para que las farolas estuvieran apagadas. No se dio cuenta de que la rosa estaba allí hasta que pisó el tallo, los eficientes servicios de limpieza no debían haber pasado por allí aquel día. Alguien había aplastado los pétalos llenándolos de barro, con la punta del pie arrincona junto al césped la maltrecha flor.

Cada vez que se sube una cuesta normalmente hay que bajarla, la espera ha sido eterna y es tardísimo cuando ese día le toca bajarla, el sol aprieta y el estómago vacío clama por sus derechos. Inconscientemente baja la mirada justo a tiempo para verla, aún húmeda, supone que ahora a causa de los aspersores. Se acuclilla y acaricia el tejido de uno de sus pétalos, seguramente sea gasa pero no entiende tanto de telas, rígido por el barro. Como si fuera un gorrioncillo herido la toma entre sus manos formando un nido, sonríe y baja a buen paso la cuesta. Desde entonces la rosa de tela beige preside su casa destacando entre las que rellenan un florero de cristal, delicada entre las resistentes, traslúcida entre las chillonas, extremadamente llamativa precisamente por no serlo y él. Él no puede evitar una sonrisa cuando la mira ni una caricia cuando pasa cerca, claro que tampoco una autoburla por su mente sensiblera y sentimentaloide. La sonrisa se hace más amplia y profunda.

lunes, 22 de octubre de 2012

Lluvia

Gustave Caillebotte (1848-1894), fue un pintor francés, coleccionista, mecenas y personaje muy cercano al círculo impresionista. Más cosas en Santa Wiki.
Ni siquiera conozco el título de esta hermosísima pintura. No hace falta. Caillebotte es mucho más conocido por sus "Acuchilladores de parquet" que por obras como esta. Sin embargo, pocas hay que trasmitan la atmósfera melancólica y gris, casi el sonido de las gotas y de los pasos del paseante por esa orilla. La humedad nos cala los huesos y el aire se hace más denso. Un trozo de vida.
Reconozco humildemente que me he encontrado esta obra por casualidad navegando sin rumbo por la red, pero vale la pena, una obra por sí misma valiosa aunque fuera anónima y no se relacionase con personaje tan bien relacionado. Ampliad la imagen y dejad que las gotas caigan en el agua, que el tiempo pase ante ella.
Otra obra olvidada pero que, una vez conocida, resulta difícil de olvidar.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Canas

La experiencia de mirarme al espejo nunca ha sido de mis favoritas (el narcisismo lo debo llevar por otro lado) así que cuando lo hago es por cuestiones estrictamente funcionales: el rizo indomable, la barba igualada y demás pequeñeces estéticas. Sin embargo, hay otros espejos en los que no puedes elegir mirarte o no.

El otro día recomencé mis clases y no pude evitar darme cuenta de cómo había cambiado en estos tres meses de vacaciones. La devastación interior que se ha precipitado –especialmente esa tarde- ha terminado saliendo al exterior. Como soy muy pillo dejé que la conversación fluyera y acabó en la edad, así que solté como quien no quiere la cosa el tema de las canas afirmando que se me habían multiplicado, la respuesta fue una afirmación general. No es que me importe tener el pelo más o menos canoso sino el por que de esa repentina velocidad en el proceso; me preocupa el cataclismo interior que no puedo remediar, por más que haga, por más que me esfuerce.

A no recuerdo quien que le pedía un retrato, Felipe IV le contestó que ya sabía lo vago que era Velázquez y que, además, últimamente le daban miedo los espejos. Viendo el último retrato del monarca que hizo el Rey de los Pintores se entiende perfectamente la actitud del pobre Felipe.

Dentro de unos días tengo una reunión familiar y me dan miedo los espejos. Esos que no puedes evitar ver. Esos que ponen de repente ante la realidad de que las pequeñas cosas de tu pasado pesan más ya que todo tu presente y todo tu futuro.

Todo, empero, tiene su toque de humor y no hay por que dejarlo atrás, Ayer esperando el ascensor en el hospital apareció, cual hada inesperada, una diminuta mujer, no tendría más allá de los treinta y poquísimos, bata blanca abierta dejado ver un vestido azul, adornos coquetones, muchos. Morena de verde luna, pelo negro, y –y aquí me perdí- calzando unos zapatos de tacón realmente glorioso. Ninguna belleza pero sí una mujer femenina y grata a la vista, voz suave y dulce en las pocas y convencionales frases (¿usted sube?, Ya está aquí) Una delicia poco corriente y más en un hospital masificado que se vio repentinamente deshecha con el comentario a otro pasajero sobre mí: “Este señor se baja aquí”. Hacía tiempo que lo esperaba, al fin y al cabo tengo 53 años, pero ayer me llamó señor por primera vez un adulto, adulta en este caso. Bueno, concedido el espacio al humor que merece la anécdota, volvamos donde estábamos.

Al abrir los armarios buscando la corbata me encuentro con todas las viejas ocasiones en que he usado cada una, con que venga la moda que venga tengo una corbata que encaja y lo que es mucho peor: que me da igual una que otra. Al abrir los armarios encuentro pulseras, anillos, relojes, y con ellos las viejas ilusiones, las alegrías, con que los compré o los recibí. Lo malo de las pequeñas cosas no es su presencia inesperada, no es que te pillen con la guardia baja y te hagan llorar a solas, como dice Serrat, no. Lo malo de las pequeñas cosas son aquellas que no están, los huecos que dejaron las que se perdieron, los que se fueron, y –las peores de todas- las que nunca estuvieron y se fueron convirtiendo en esperanzas vanas a las que uno nunca sabe en que momento renunciar.

Y uno siente la necesidad de vaciar los armarios hasta que no quede ni una mota de polvo y prender fuego a todo, como si destruyendo el pasado se pudiera partir de cero, recuperar la ilusión por algo, pero uno ya lleva demasiadas cosas –y me refiero a cosas- en sus espaldas, cosas que si renunciara a ellas sería renunciar casi a su esencia misma. Uno no puede partir de cero ni inaugurar una casa vacía. Así que con esa hoguera sólo conseguiría más espacio, eso sí.

Una de las esperanzas a las que no sé cuando renunciar: estar delgado

viernes, 12 de octubre de 2012

Letania de Madrid (homenaje a Ramón) 4



Madrid es: una mujer muerta en la calle.


Madrid es: un anciano muerto en su casa y descubierto seis meses después.

Madrid es: un gato esperando que un desconocido le lleve su comida.

Madrid es: un universo en un balcón.

Madrid es: una vidriera entrevista al paso.

Madrid es: que un pintor llamado Victoriano pasase a la historia llamándose Juan.

Madrid es: la lucha por la supervivencia de cada edificio, de cada rincón.

Madrid es: Joaquín Sabina, que no es madrileño, y Ana Belén que nació en la calle del Oso

Madrid es: que en un cruce las tres calles sean la misma.

Madrid es: el monumento al inventor de la taquigrafía.

Madrid es: que se pierdan las esculturas.

Madrid es: San Judas, Jesús El Pobre, La Paloma, La Almudena, La Virgen de Atocha, Medinaceli, San Isidro, San Andrés, el Niño del Remedio y La Macarena.

Madrid es: los Simpecado en El Retiro.

Madrid es: la fanfarria de destellos que deja el sol al despedirse en las ventanas de Palacio.

Madrid es: la noche llegando vestida de rosa y lila.

Madrid es: otro socavón.

Madrid es: la noche de reyes.

Madrid es: un oratorio en Fuencarral junto a una tienda de ropa para Dragg Queens.

Madrid es: caramelos de violeta.

Madrid es: que a una de las fueron principales entradas de Madrid se la llamara “Puerta Cerrada”.

Madrid es: una puta en la calle de la Cruz.

Madrid es: una cuesta.

Madrid es: unos gorriones robando las patatas fritas en las mesas del Retiro.

Madrid es: el paraíso del ladrón de guante blanco, de corbata y traje, de apellido ilustre. Del ladrón en suma.

Madrid es: el fascismo imparable.

Madrid es: una puta, una zanja, una puta, una obra, una puta, un andamio, una puta, una zanja.

Madrid es: sentirse despreciado y amordazado.

Madrid es: un montón de gente que no quiere estar aquí a la que nada le importa ni la ciudad ni sus desgracias.

Madrid es: un montón de gente que no se va, literalmente, ni muerta.

Madrid es: sobrevivir para ver el nuevo desastre promovido por el ayuntamiento.

Madrid es: un churro comido en Esparteros.

Madrid es: una mordaza vieja.

Madrid es: una mendiga institucional en Preciados.

Madrid es: una araña de cristal colgando de un edificio a medio derruir.

Madrid es: la Milagrosa en una garita.

Madrid es: “Asegurada de incendios”, “Gas en cada piso”, “Casa fundada”, “Carnecería”, “Fábrica de pan”, “Fábrica de patatas fritas”, “Degustación de café”

Madrid es: el olor a café en “La Mexicana”.

Madrid es: aroma de libros apolillados.

Madrid es: un botijo.

Madrid es: entresijos, gallinejas, fritangas de madrugada.

Madrid es: un “pa chasco”, un “no te digo lo que hay”, un “mosanda”, un “sodicen”.

Madrid es: Bravo Murillo lleno de gente a cualquier hora, cualquier día, cualquier estación.

Madrid es: Pepita Jiménez, Pedro Vargas, el Gaitero de Gijón.

Madrid es: que entre Ciudad Rodrigo y Pontejos quepa el universo (y sobre espacio)

Madrid es: Fortunata, Jacinta, la de Bringas, la Nardo, la Raimunda del palacio de Linares, La Mariblanca, María de las Mercedes.

Madrid es: que nadie sepa y a nadie le importe quien fue Don Pedro, el de la calle.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Artesania madrileña

Esta entrada viene a ser una segunda parte de la anterior pero más localista y ya sabemos que no hay nada más universal que lo más local, lo más íntimo. Situémonos: centro de Madrid, concretamente Calle de la Sal, esquina Marques Viudo de Pontejos, a menos de cincuenta metros de la Plaza Mayor. Para quienes no conozcan Madrid este rincón es uno de los puntos más “madrileños” de la ciudad. Bien. Ahora situémonos en la circunstancia: desde hace unos pocos años esta ciudad se ha convertido en uno de los centros turísticos del país, claro, eso ha generado una proliferación de comercios dedicados a la fértil industria del Souvenir, no sólo aquí sino por toda la ciudad. Aparte de la presentación hortera y directamente atentatoria contra el entorno que tienen la mayoría de ellos quisiera destacar unas cuantas cosas. Primera: su descuido absoluto y me explico alguna hay que sigue teniendo el rótulo de “Droguería”, muchas tienen los suelos levantados y el aire de haber sido montados como quiosco de mercadillo. Segunda: la desfachatez de anunciarse así como quien no quiere la cosa como “Artesanía madrileña”. Aquí me quiero detener con calma y tranquilidad por que si me dejo llevar empiezo a echar espuma por la boca y a soltar sapos y culebras.
Madrid, en mi modesto saber y entender, tiene una artesanía propia de toda la vida que es la platería, especialmente en esa zona. Evidentemente no conozco a fondo el tema pero supongo que dada la posición geográfica que tenemos las artesanías castellano-manchegas tendrían buena representación en nuestra tradición. Es obvio que un comercio de este tipo necesita algo más, lo que ha dado en llamarse merchandaise: jarritas, abanicos y demás cosillas turísticas, baratijas absurdas pero que siempre funcionan. Incluso se ha creado una semindustria que cabría decir meninesca, que se basa en hacer mil y una versiones –éstas sí artesanales- de una o varias de las figuras de las Meninas. Podría ahora despotricar sobre que en pseudocomercios como esos que se amparan en “artesanía madrileña” aparece todas las folclaradas andaluzas (que como bien sabéis adoro), como miles de muñecas flamenconas y ninguna chulapa. Aunque hay algo peor: en el gran almacén por excelencia de esta ciudad hay flamenconas y mozos de San Fermín, pero nada de tradición madrileña (y digo nada). Sin embargo, no es eso lo que me indigna, entre los decimonónicos y el Hemingway España ha de cargar con esas visiones. No, no es eso lo que hace que mis neuronas se ericen y echen chispas y hasta que se me pasen ideas neronianas.

Veamos y contestemos a una pregunta ¿En cual de los dos conceptos expresados por “artesanía madrileña” encajan los uniformes de los equipos de fútbol, me temo, además que hechos en China, aunque no lo he podido comprobar?, ¿desde cuando un balón es “artesanía madrileña”? Es más: ¿desde cuando los escaparates tienen permitido ocupar media calle con sus maniquíes futboleros? E incluso más aun: ¿madrileño el uniforme de Barcelona?

No sería sino otra de las contradicciones de esta ciudad e incluso cabría meterlo dentro de la vieja idea, creo que cierta, de que Madrid acoge e incluye a todos, si no fuera por que es fútbol. La célebre Marca España se potencia, corrige y aumente si hablamos de deporte en general y de fútbol en particular. Es decir, si hablamos de magnates y mangantes que manejan miles de millones, camiones de sustancias como mínimo sospechosas cuando no abiertamente ilegales y que hacen uso de las masas, convenientemente hipnotizadas por la avalancha de los medios de comunicación vendidos, para intereses (ahora si digo políticos se entenderá que me refiero a lo sucedido el domingo en el Camp Nou pero no es SOLO eso, recordemos al G. I. L. por ejemplo), intereses, decía en absoluto deportivos. Sinceramente me siento ofendido al ver reducido todo, es decir TODO, a eso, y me siento ofendido al no poder salir a la calle sin que los maniquíes con equipaciones deportivas me corten el paso, al ver como desaparece cualquier otro producto –madrileño o no- bajo esa oleada.

No hace mucho un sociólogo o escritor decía que por primera vez en quinientos años Inglaterra tenía que tragar –ese fue el término que empleo- con las victorias españolas. Y se quedó tan ancho el tío. Aquí los únicos que tragamos, además de las nadadoras de natación sincronizada, claro, somos nosotros, no los españoles o habitantes de este territorio, que empieza a dar miedo emplear según que términos para que no se malinterpreten, sino quienes nos resistimos a considerarnos victoriosos por que un equipo de lo que sea pero siempre de jovencitos/as de élite, venerados como ídolos, gane a otros semejantes o idénticos a ellos, todo eso presuponiendo (lo que empieza a ser mucho presuponer) que el jueguecito no este amañado. Que nos negamos a que eso sea lo que somos. Que nos resistimos a quienes quieren imbuirnos la idea de que esos músculos nos representan. En suma: otra forma de hacernos perder la identidad individual y colectiva para sumirnos en mareas de mentes manipuladas, en reses arreadas hacia no sé muy bien donde pero me temo lo peor.

lunes, 8 de octubre de 2012

Marca España

No suelo tardar tanto en publicar en el blog pero es que estos días he estado intentando masticar con la intención de subir aquí un par de conceptos que se me han atragantado. Como me he propuesto que la gentuza que nos dirige, gobierna, manda y mangonea (que son cuatro conceptos y cuatro grupos no necesariamente coincidentes) me amargue la vida lo menos posible (ya me la han destrozado varias veces y “se contaron por miles” las veces que lo ha intentado) no me puedo permitir digerir sino muy poco a poco las cosas. El caso es que nos han quitado la identidad.

Sí, no penséis que me he vuelto loco: nos han quitado la identidad y no hablo de este mundo cada vez más global para lo bueno y para lo malo. No. Es algo más innecesario, evitable y estúpido –exactamente como la gentuza a la que me refería hace un momento-. Por que, veamos e intentemos responder a esta básica pregunta: ¿qué somos?

La respuesta dada a bote pronto, así como a la remanguillé nos dice mucho de la persona:

Hombre, faltaría más (macho ibérico)

Mujer, a mucha honra (feminista feroz)

Cristiano, por la gracia de Dios (ejem, ya sabéis)

Madridista/Atlético/Culé etc (también conocéis el ejemplar)

Contribuyente (ministro de hacienda hablando de lo que son otros)

Votante (político pensando en lo que quiere que sean otros)

Currante (hombre de la calle que no da más de sí)

Gordo (alguien que pasa mucho hambre)

Español/catalán/gallego/andaluz etc (de nuevo un ejemplar por todos conocido)

Pobre (alguien que espera que tú le hagas dejar de serlo y que, posiblemente, tenga más que tú en el banco. El pobre de verdad no responde eso como primera opción)

Así podríamos seguir bastante tiempo sin contar con los consabidos ejemplos de complejo de Cenicienta que abundan a punta pala. Es evidente que ninguna de esas respuestas tiene un valor absoluto, sino que son calificativos del concepto que debería ir delante (pero no va): persona, ser humano, incluso animal bípedo me valdría. Pero no, nosotros mismos nos rebajamos a no ser más que aquello que simplemente nos califica en relación a otros. Sin embargo, no es suficiente. Todavía eso parece a algunos demasiado digno y librepensador y han inventado algo que simplemente destruye toda identidad, incluso las que son tan falsas y banales como las anteriores. Ya no somos ni humanos, ni naturales de tal o cual tierra, ni profesionales, ni personas espirituales: somos una marca.

La Marca España (Cataluña, Euskadi, Madrid, etc). ¿Puede envilecerse más un concepto de cientos de años de historia? ¿puede caerse más bajo que considerarse a la altura de un yogourt o un papel higiénico? Quienes antes eran representantes de la soberanía popular, símbolos de una nación, frutos de una cultura milenaria, son ahora meros viajantes de comercio mendigando un mendrugo no con la cabeza alta de un vuelco histórico sino con la mezquindad de mercachifle que se ve a sí mismo sólo como una marca, como un puro objeto, una marca comercial. Y somos millones.

Sin embargo, yo no soy un bote de Colacao ni un jamón de jabugo, no tengo Marca España, todavía no me han tatuado el código de barras (¿no iremos hacía eso?) y me niego a ser considerado un muñequito o una chorradita cualquiera que viene dentro de la caja que trae la Marca España en mi caso, que cada quien ponga aquí lo que le cuadre.

El ínclito Asteríx en cierto episodio se hace vender como esclavo en Casa Tifus (sin duda pensando Audrey Hepburn) y pasa a ser un “objeto delicado” junto con Obelix, un producto de la mejor empresa de trata de esclavos de Roma. Son “Marca Tifus”, un galardón para quien los compra. ¿Es eso lo que se pretende con la Marca España? ¿reducirnos a eso?

Las palabras tienen el extraño poder de parecer inofensivas pero de ser la mayor arma de destrucción conocida. No nos dejemos engañar por el fluir inocente de las lenguas de periodistas y gerifaltes incultos y falaces que parecen no ser conscientes de esa fuerza, lo son y saben como esos conceptos ocultos en la palabra van creciendo y echando raíces. ¡Y es tan fácil de manejar!