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miércoles, 30 de marzo de 2011

Relato oportunista o Tocas blancas 2

Bueno, a raíz de "Relato oportunista o Tocas blancas" hubo algunos comentarios, ciertamente pocos, pero que me gustaría responder con más tranquilidad y espacio de lo que permite el formato comentario.

Empezaré de atrás hacia delante:

Rober: la historia de este país si de algo no se ha cansado en el último siglo y medio es de dar temas oscuros y ocultos. Lo que asusta de éste es que se haya extendido hasta prácticamente ayer. Hablamos de los 80. Otro punto que quiero destacar, esta vez de mi relato, es que nada de lo que se dice en él es inventado salvo la relación de pareja. Todo lo demás lo he ido escuchando estos últimos meses a afectadas por el tema. (Es fascinante pensar hasta que punto el hombre, quien al fin y al cabo era quien tenía entonces que mantener a la familia y por tanto el hierro que se iba a llevar los martillazos seguía y sigue dominado por el miedo, como si esos hijos no fueran también de un padre o como si por ser hombre no sintiera afecto por esos hijos: a esos extremos nos ha llevado el miedo, un miedo profundamente inculcado, al extremo de que sean madres y hermanas, algún hermano pero poquísimos padres quienes estén dando la cara ahora, treinta y tantos años después) Nada hay inventado.

Médicos y religiosas: dos oficios para ayudar al prójimo. De las religiosas hablaré un poco más adelante, pero de los médicos hay tanto que decir –y no digamos de los traumatólogos- que es pa no parar. Por un puñado de dólares se hace cualquier cosa según quien o incluso sin según quien, es cuestión de que sean dos, tres o veinte puñados de dólares. El médico es –afortunadamente cada vez menos- el hechicero de la tribu, elegido e infalible pero sobre todo: intocable. Pero como diría chef Moustache “esa es otra historia”. A veces no es un puñado de dólares sino un puesto mejor o ciertas gabelas, un hacer la vista gorda, o vete a saber qué. Eso no ha cambiado, si algo ha cambiado en el tema es que ya no son invulnerables, cuando la clase obrera ha logrado hijos médicos durante dos o tres generaciones esa visión de la “casta elegida” cuasi teocrática ha desaparecido de la sociedad. Algo hemos ganado por que los juramentos son sólo palabras cuando habla poderoso caballero.

Uno: tres años como mínimo. Menudo era. Y que mayores estamos que nos acordamos aún de D. Guillermo Sautier Casaseca, el mayor autor de radionovelas de la radiodifusión española interpretasdas por el cuadro de actores de la Cadena Ser (entonces Radio Madrid) con Matilde Conesa –voz que fue de Bette Davis, además- y Pedro Pablo Ayuso, efectos especiales Remedios de la Peña, narrador Teófilo Martínez y en el papel de niño Matilde Vilariño –inolvidable Periquín-. Lo dicho, o somos muy mayores o es que la historia se ha acelerado demasiado. Claro que no le habrían admitido el tema, le dirían que no se lo iba a creer nadie, por que como siempre la realidad supera la fantasía. No era mi intención hacer llorar, pero me ha encantado lograrlo, si la literatura, incluso la mía, no se teje con sentimientos mejor hacemos ganchillo. ¿No?

Thiago: me gustaría puntualizar algunos detalles de tu comentario realmente… incendiario. Las monjitas estaban en hospitales públicos, benéficos y privados también, los suyos y no creas que las cosas variaban mucho de unos a otros. Abundaban las monjas en una España sin hombres tras la guerra y con una población femenina poco preparada, era una salida laboral también, no sólo vocacional. Con respecto a su buena labor, pues sí, la hicieron en un país destruido y machacado. Lo lamentable es que son seres humanos con sus taras y errores y que tenían demasiado poder y demasiado protegidas por las instituciones. Pero negar la labor sanitaria e incluso educativa que dio la iglesia en sus mejores ejemplares humanos sería faltar a la verdad tanto como afirmar que todos fueron santos, y te lo está diciendo quien padeció en manos de la sanidad benéfico-religiosa muchos años. Lo mismo te digo con la educación: no todos los religiosos son pederastas, ojo que podemos caer en sus mismos fanatismos. Hay que tener en cuenta también que la iglesia era una salida laboral para los chicos inteligentes y pobres, pero laboral, no religiosa, lo que quiere decir que esos hombres sólo buscaban sobrevivir en muchas ocasiones y lo malo vuelve a estar en la impunidad con que sus errores se trataron y se tratan. Eso es lo que tu llamas mafia, esa impunidad. Seguramente si contara mis experiencias y las de amigos míos podría escribirse un libro de terror que ni Poe, pero siempre de personas, individuos protegidos, luego están los otros, la buena gente que con vocación o sin ella hacen lo que pueden y lo que les dejan las órdenes, los obispados o Roma, a algunos les prohiben escribir, a otros les excomulgan y a una inmensa mayoría les desoyen y su labor se pierde pero a ese niño que enseñan a leer en alguna parte del mundo o esa herida que curan hay quedan. Eso es lo reprochable a la Iglesia: lo que puede hacer y no hace. Sin embargo, buenas labores han hecho los buenos hombres y mujeres que están dentro casi olvidados por la institución.

Lo que dices de los incendios en guerra simplemente no es admisible bajo ninguna circunstancia. Primero: por que se quemó un patrimonio cultural inmenso que hoy podía estar produciendo dinero y no necesariamente en los templos, para eso están los museos, y segundo por que se ofreció al mundo una imagen de bárbaros sangrientos innecesaria y falsa, por que no todo el pueblo español fue por ahí matando religiosos/as e incendiando iglesias. Es más, te diría que se regaló un arma publicitaria de primer orden y se justificó mucha obra de arte “hecha desaparecer” por manos ni obreras ni eclesiásticas.

Realmente dudé a la hora de escribir este relato por el momento, pero para evitar que alguien me acusara de oportunista ya me lo llamé yo, pero oportunista o no: son hechos. Gracias por lo de “novelar la actualidad”.

Bueno que esto ya empieza a ser bastante largo para ser una aclaración. Un abrazo y gracias por leerme de nuevo.

lunes, 28 de marzo de 2011

Primavera

La Primavera por Boucher.
Ya sabéis que tengo debilidad por este siglo XVIII de mis entresijos y que, aunque n lo parezca ha llegado la primavera asi que permitidme ponerme cursi, y cursivo, en esta entrada, descanso de la anterior que no fue parto fácil. 

viernes, 25 de marzo de 2011

Relato oportunista o Tocas blancas.

Hoy ha madrugado más que nunca, en realidad no ha dormido dando vueltas en la cama y en la cabeza a todo aquello, a todo esto, en realidad, siempre ha sido esto, nunca ha habido distancia suficiente para que fuera “aquello”. Ha desayunado su leche desnatada con descafeinado, su tostada con aceite, sus cinco pastillas, su protector gástrico y su calmante para los dolores de las cervicales. Se ha asegurado de meter en el bolso el cartoncillo con algunos ansiolíticos otro juego de pastillas por si se le hace tarde y tiene que comer fuera. Se ha vestido como si fuera a una boda, con la misma ilusión por estar guapa, ayer fue a la peluquería y se tiñó el pelo del mismo color, castaño oscuro, que tenía entonces. Hoy incluso se ha pintado un poco, nunca fue dada a pinturas y potingues, tampoco hubiera podido pagarlos pero no le atrajeron nunca, no como otras cosas que jamás ha podido comprar y que, sin embargo, aun se detiene a mirar en escaparates o revistas. Unas gotas de Maja, las últimas de un frasco viejo, del último regalo de… Ya no existe esa colonia ¿o si? No la ve en los escaparates ni en los hipermercados. Hace tanto tiempo ya de todo que casi cuesta creer que sea en la misma vida, a pesar de todo. Se ha comprado un vestido del mismo color que aquel con que lo supo, e incluso ha intentado llevar los taconazos de entonces pero los kilos de más y los juanetes se lo han impedido. Al cuello la Cruz, La Milagrosa y La Virgen de Lourdes, como siempre. Sujeto al sostén el escapulario que le dio Sor Isabel, aquella monjita tan risueña. En el bolso, metido en una bolsita de tela, el rosario de su abuela, y en la cartera, en lugar de las fotos de los nietos, estampas de Lourdes y Fátima, el relicario con un trozo del vestido de Santa Gema y una fotografía diminuta del Niño del Remedio. El niño.

Hoy ha pedido el día libre y no tiene que ir a fregar la oficina, algunas de sus compañeras se ríen de ella por lo bajo, otras, lo sabe, la creen loca de remate y alguna la compadece. Ninguna toma en serio su historia. La historia de una mujer de pueblo, un pueblo blanco y perdido, que llegó de niña a la ciudad con unos padres que huían de un pasado rojo y que se asentaron en el anonimato de un barrio obrero, que se dejaron la piel para llevarla al colegio de monjas donde le dieron lo que entonces se llamaba “una cultura general”, una profunda formación religiosa y la más profunda enseñanza de guardar: había que guardar los bienes, administrarlos, decían, guardar las distancias, por eso dejaban claro a las educandas a qué clase pertenecía cada una, guardar las formas, por eso ocupaban mucho tiempo en clase de urbanidad y buenas maneras, pero sobre todo le enseñaron que había que guardar la pureza.

Hoy coge un taxi, hace años, muchos años, que no lo hace; desde que Enrique… En parte por que es un día grande y en parte por que duda mucho que el temblor de piernas le permitiera subirse a un autobús. La ciudad desfila ante ella pero no la ve. Ve aquella que recorrió de joven, entregando las prendas de costurera de su madre, en Feria del brazo de sus amigas -esas que hace años que dejaron de prestarle atención-, riéndose de todo, del brazo firme de Enrique. Guardó su pureza, claro que sí. Inmaculada llegó al altar como le enseñaron las monjas. Ella hubiera querido casarse en la capilla del convento anejo al colegio donde le enseñaron las vidas de Santa Catalina de Siena, de Santa Teresa de Jesús –censurada-, de San Juan Bosco y alguna más que ya no recuerda, a rezar el rosario con sus misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos; a recitar la letanía en Latín, por supuesto, (Virgo prudentísima,Virgo veneranda, Virgo prædicánda, Virgo potens, Virgo clemens,Virgo fidélis), a rezar los novenarios, las flores de María, a recorrer las estaciones en Semana Santa, a seguir los Santos Oficios y la Santa Misa todos los domingos y fiestas de guardar, pero las hermanas se negaron cuando recibieron los informes del párroco del pueblo, aunque arguyeron que decorar la capilla con flores adecuadas les iba a salir demasiado caro y que no estaba la pareja para tirar el dinero, sugirieron la parroquia como solución y allí fue, en un barracón con una cruz construido por Regiones Devastadas donde se casó de blanco, con el azahar, la liga azul, el velo prestado y los pendientes de su abuela.
Por fin llega, un edificio nuevo cercano al centro, un centro social o algo así. Se baja del taxi y sube los tres escalones, lleva el sobre con la cita en la mano, casi no se ha desprendido de él ni un minuto desde que lo recibió. Le indican que pase a una sala de espera que está casi llena. Matrimonios más o menos de su edad, mujeres con hijos o hijas, incluso nietos ya grandes. Ella va a un rincón donde se sienta alejada de los demás. Enrique lo ganaba bien, compraron ya antes de casarse un piso pequeño pero soleado con una preciosa habitación para el niño. Ella dejó de trabajar ayudando en el taller de costura de su madre y fueron felices unos pocos meses, querían un hijo pronto, no llenarse de niños para que fuera a un buen colegio y luego a la Universidad, pero querían desesperadamente tener ese hijo. Pasó un año y luego otro, y otro más. La casa se llenó de estampas a qué rezar para pedirles el hijo, de remedios caseros de vecinas y viejas, de direcciones de médicos de pago que no podían pagar… pero lo hacían. No había motivo ni en ella ni en él –a Enrique no le dolían prendas en pensar que podía ser el culpable, no era como los hombres de su época- pero seguía sin llegar. Pensaron en adoptar pero de nuevo los informes de los párrocos de los pueblos respectivos se interpusieron. Su padre murió de angustia por sentirse culpable de la desgracia de su hija -como no paraba de recordarle su mujer transida de ese dolor de yermo de la hembra vacua-, por haber tenido una opinión, su suegro se había matado unos años antes, cuando le quitaron las tierras. Ellos se compraron una casa mejor y un utilitario. Ella recorrió todas las iglesias de la provincia rogando por el hijo, abriendo la bolsa para que las monjitas, sus monjitas como ella las llamaba, se acordaran de ella y de sus ansias en sus oraciones. Así pasaron diez años, iba a cumplir treinta, y cuando él no estaba pasaba el día llorando por los rincones de la casa, sobre todo en esa habitación soleada y grande donde tenía que haber un niño y no lo había. Cuando él llegaba, Beatriz se comía sus lágrimas y fingía, como él, una alegría que no sentían. Pero seguían queriéndose y así un mes no le bajó la regla. “Eres vieja”, le dijo la suegra, “Sí, no te hagas ilusiones” le dijo la madre. “Si Dios hubiera querido que tuvieras un hijo no hubiera esperado tanto”, dijeron las hermanas. Sólo Enrique, en la oscuridad de su alcoba, casi con miedo, le dijo que sí, que estaba seguro de que iban a tener un bebé. El segundo mes tampoco bajó la regla y las dudas comenzaron a disiparse. Pidió a las monjas, a sus monjitas, que les recomendasen una buena clínica a pesar de que suegra y madre se empeñaran en que naciera como siempre había sido, en casa y atendido por una comadrona de confianza. Parió en la clínica privada, cara que no podían pagar… y pagaron.

Hasta ahora nada de cuanto sonaba en la sala de espera le llegaba al oído. Sin embargo, algo ha resonado. Nombres, nombres que llevan años resonando en su cabeza y repetidos en silencio el silencio, el doctor XXX y la matrona YYY, atiende a la conversación entre dos mujeres viejas, más viejas que ella.

-Y a mí el doctor XXX me dijo que se había muerto y yo le estaba oyendo llorar.

-A la mía se la llevó la matrona YYY diciéndome que estaba muy sana y vino media hora después a…-nombres que tuvo que callar para que no la creyeran loca o algo peor.

-A mi me lo dijo la monja, Sor Isabel, y que no me preocupara, que ya tendría más si Dios quería.

Fue un parto difícil pero al final nació un niño precioso que lloraba como un becerro, se lo enseñaron, tres kilos doscientos, con mucho pelo negro. Apenas un par de minutos y se lo llevaron. A la mañana siguiente a Enrique le dijeron que había nacido muerto. Se lo dijo el médico bajo la mirada de Sor Isabel, no le permitieron verle. Sólo ella sabe que nació vivo, nadie más le vio, nadie más le tuvo en brazos y ni siquiera les permitieron asistir al entierro. Se dieron cuenta entonces de que era mejor no seguir adelante, no preguntar, no decir nada, cuando, sencillamente, alguien, no recuerda quien si el médico, la monja o la matrona sacó a relucir ciertos informes parroquiales y todo quedó dicho.

-A mi es que mi padre me contó que me compraron a una monja de la orden de JJJJ en Navalperales de la Malcruzada, a plazos, iba todos los veranos a pagarle un tanto y por eso estoy aquí, quiero saber quien soy.

“Me han robado a mi niño”, decía primero a gritos, luego en un susurro y finalmente para sus adentros. Tendría ahora treinta y dos años, y treinta y dos años lleva su cerebro gritando “me han robado a mi niño y está vivo en alguna parte”. Apenas pudo moverse acudió a su refugio de siempre, el convento, sus monjitas, que le dieron el consuelo de que estaba con Dios y que alejara esos pensamientos del diablo de su cabeza.

-A nosotros –dice otra mujer un poco más joven- es que el padre de mi marido lo fusilaron por rojo y…

-En la clínica Tal había una monjita muy risueña ¿verdad? Esa fue la que le dijo a mi marido que…

Sí, en la clínica Tal, había una monjita sonriente, Sor Isabel, Beatriz la recuerda por que iba a menudo al convento a Las flores a María y a la Novena de San José y… siempre sonriente. ¿Sonreiría cuando se lo dijeron a Enrique? Su mano busca en su escote y arranca el escapulario.

-Por lo que me dijo mi padre les pagó –la cifra se le escapa pero era mucho dinero y a la vez no era nada por un hijo-.

-Y ¿Cómo es esto del ADN o como se llame? –pregunta una anciana que apenas se mantiene sentada en su silla de ruedas, alguien se lo explica.

Enrique aguantó mucho tiempo sus afirmaciones, sus obsesiones, sus insomnios, su salir corriendo detrás de un niño por que creía reconocer sus rasgos, mucho tiempo, pero al final no pudo más. Tenía que seguir adelante, para él su hijo había muerto, lo creyera o no, y no podía obligarla a hacerlo. Una mañana él no estaba. Le dejó cuanto tenían pero no volvió. Cuando se legalizó el divorcio él fue a lo que había sido su casa a pedírselo. No, no estaba con nadie, no, no quería a otra mujer, sólo quería vivir en paz, salir de aquellos dos días en los pasillos blancos de la clínica y vivir en paz lo que le quedara. No hubo una palabra más alta que otra, no hubo más que unos papeles y ella que al despedirse le dijo como tirándoselo a la cara: “Me han robado a mi niño”. Ella no recuerda la muerte de su madre, ni la de sus hermanos, ni la de su suegra. Sólo aquellos días y la rutina diaria de trabajos y devociones y limosnas al convento. ¿A cuanto habrían cobrado a su niño? ¿Cómo un médico puede hacer eso? ¿Cómo una comadrona que ve a los niños nacer todos los días puede…? No. Ellos, aunque quisieran, entonces no podían solos. Solos, no. Hoy quizás sí, entonces no. De un manotazo se arranca las medallas y las tira al cenicero.
Alguien pronuncia su nombre y entra en una salita que parece la consulta de un médico. Le hacen unas preguntas: la clínica Tal, el Doctor XXX, la Matrona YYY, las fechas, cosas del embarazo, si vio al niño. Una joven muy dulce le acerca un bastoncillo a la boca y la abre con tanta fe como cuando comulga, incluso siente ese estremecimiento que sólo la recorre ante la presencia de Dios en forma de oblea. Sale de allí y abre la cartera, saca las estampas y las reliquias y busca una papelera con la misma rabia y desesperación que repitió millones de veces “Me han robado a mi niño”. Después respira hondo y levanta la cabeza, por primera vez en años levanta la cabeza y siente que el mundo vuelve a su sitio. Sí, le han robado a su niño y no está loca, y no tiene que callarlo, y no tiene que imaginar nada, así, por primera vez deja de sentir la necesidad de gritarlo, de argumentarlo. Sí, le han robado a su niño y punto. A buscarlo y a vivir lo poco y lo mal que le quede con esa esperanza, no en el callejón sin salida de un silencio estruendoso. Levanta la cabeza y a través de la gente que aún está allí, esperando, ve otra cabeza levantada, el pelo blanco, los ojos fijos en ella. Sólo en ella y en su gesto altivo y firme. Enrique se acerca y coge su mano. Como entonces. No necesitan decirse nada pero él dice casi para sí mismo: “Nos han robado al niño”. “Vamos a encontrarlo” responde ella aferrándose a esa mano cálida y un tanto débil ya. “Vámonos a casa”.



jueves, 24 de marzo de 2011

Adiós, Liz.

Llevaba muchos años enferma de una en otra pero siempre brillante, siempre deslumbrante y siempre donde debía estar. Comprometida, adicta, abierta, algo promiscua, pasional, irregular, amante de los personajes con sufrimientos desgarradores (Jimmy, Michael, Monty), torrencial con Burton, desesperada a menudo, sorprendente pero siempre, siempre deslumbrante incluso en aquel horror de aparición en Los Picapiedra.
Esperábamos que ocurriera lo que ha ocurrido hoy pero eso no ha evitado que algo se haya roto. Entre ruinas se llama este blog y cada vez más veo que ese es el camino, un sendero entre ruinas que se nos van desmoronando.
Yo no alcancé a verla en sus grandes momentos en cine pero como en mi tiempo las grandes películas te las encontrabas en cualquier reestreno o perdidas en un cine de barrio o de verano. Ya no quedan ni de los unos ni de los otros. Los unos convertidos en bancos y los otros en urbanizaciones-colmena. En uno de ellos me tropecé con Liz en pantalla grande, naturalmente ya la había visto en televisión pero en bodrios sublimes como Ivanhoe de infaustísimo recuerdo y cosas parecidas por que Liz ha hecho muchas malas películas, eso también hay que decirlo. Tendría quince años y era un día laboral de un mes de julio, en el cine aquel, en tales circunstancias no eran muy estrictos con la edad y entre a un programa doble en el que estaba "La gata sobre el tejado de Zinc" y guauuuuuuuuu. Esa no era la belleza insípida de Ivanhoe o Mujercitas. Eso era una bomba de relojería, en todos los sentidos. Primero la belleza incontestable de Liz, luego el formidable duelo contra el mundo que esa mujer estaba presentando, además el duelo con Paul Newmann y ese sexo indefinible que flotaba incluso para alguien que no terminaba de entender la mitad de lo que allí estaba ocurriendo. Hubo dos cosas que se me quedaron clavadas en la mente hasta hoy. Paul Newmann, huyendo del acoso de ella, la gata, se refugia en el baño y se aferra al camisón de ella para olerlo y sentirla. No sé si ha filmado algo con más carga sexual en la historia del cine, incluyendo cine X. Otra frase que se me clavó en el cerebro es cuando el suegro de la gata descubre que su enfermedad es mortal y tiene un espasmo de dolor intenso, Paul Newmann corre a preparar el calmante y su padre se niega por que mientras siente el dolor es que sigue vivo. Es frase que aun duele en mis neuronas, creo que nunca he compartido ese arrebatado afán de vivir a cualquier precio, desde luego no a ese.
Más tarde la volví a ver en pantalla grande en cosas contemporáneas como "Victoria en Entebbe" que he de calificar como lamentables, mínimo. Pero un día en el Cine Progreso, en la casticisima Plaza del Progreso, hoy Tirso de Molina, reestrenaron su "Cleopatra". Siendo como es uno de mis personajes totenmicos no podía faltar y acudí a verla con unción casi religiosa. Mankievich hizo la película que pudo con un buen guión, una actriz que enfermaba continuamente, y que cuando no lo hacía vivía un tórrido, torridísimo más bien  con un poco creible Antonio-Burton, y con el sabotaje que eso no tiene otro nombre del diseñador de vestuario, maquillaje y peluquería de la actriz. A veces el horror de alguno de sus peinados no sólo hacen que sea desagradble ver semejante belleza como la suya sino que hace que las neuronas que se ocupan de seguir el texto se paralicen de puro espanto unos segundos. En cualquier caso Cleopatra es un hito en todas las Cleopatras de la historia del cine y ella saliendo de la alfombra así como entrando en Roma vestida de faraona, el diseñador ahí no pudo destruir mucho, son imágenes que permanecen.
Liz se nos ha ido, teniendo en cuenta que desde los trece años sufria tremendos dolores de espalda, eso tengo entendido, y que llevaba muchos, pero muchos años con una salud extremadamente delicada -Cleopatra tuvo que suspender rodaje al menos en un par de ocasiones por tener que ingresarla en Londres- creo que podemos decir que descansa, al menos del dolor a pesar de lo que dijera su suegro en "La gata sobre el tejado de Zinc"

lunes, 21 de marzo de 2011

Perturbado

Puerta del Sol Madrid, Sábado 19 de Marzo de 2011 10'30 de la mañana

Empezaba el fin de semana, como cada sábado me acerco a disfrutar de mi Madrid, un Madrid doméstico y humano que tiene poco que ver con las torres Kyo y demás, un Madrid donde nadie parece verte pero que pasas un día y alguien te dice "cuanto tiempo sin verle" como si formara parte de tu barrio. Es como dijo alguien el rompeolas de las Españas y en su centro, en el cerebelo de ese Madrid, el centro del sistema: la puerta de Gobernación (para los más jóvenes y quienes no conocen la ciudad: la sede de la Comunidad Autónoma o Casa de Correos, los menos jóvenes lo conoceremos toda la vida como Gobernación). Allí con cierta algarabía nada luctuosa sino enérgica vi lo que desde que a los 22 años me entregué en cuerpo y neuronas al estudio de la cultura japonesa creí ver; aquellas personas, estaban recaudando para Japón, para la tercera o cuarta potencia económica mundial. Fue un golpe bajo para mí pero aún no habian acabado conmigo.
Esa tarde vi en la televisión un reportaje en el que aparecían japoneses llorando. El japonés está educado para esconder sus sentimientos y es muy difícil ver que brotan incluso en situaciones límite como lo atestiguan tantísimos ejemplos, esa es una más de las muchas causas del enorme índice de suicidios que tiene el Imperio del Sol Naciente. Las cosas iban cambiando en Japón, no es momento de entrar en detalles, pero ante estas dos imágenes me dejaron terriblemente perturbado por que creo que hasta entonces no había medido en su justa proporción el gigantesco golpe que ha recibido, que está recibiendo mi Japón, hasta que punto no ha sido sólo lo relativo los desastres conocidos sino que, mi modesto entender, ha venido en un momento que ha traído una especie de cataclismo interior, sociológico quizás, de actitud ante el mundo quizás, no lo sé. Sé que jamás creí ver lo que vi el sábado. Y que no me sorprendió que los jubilados se presentaran voluntarios para entrar en los reactores de Fukushima, eso no ha cambiado, kamikazes o simples guerreros han demostrado siempre actitudes semejantes. También otras menos loables pero no vamos ahora a echar cuentas ni a idealizar, el aspecto siniestro, la oscuridad del Japón es, como la nuestra, muy profunda.
Sin embargo, algo me perturbó aun más. Al echar en aquella caja de cartón en forma de hucha lo que estaba en ese momento a mi alcance, otra de las mujeres que estaba al lado me entregó esto: una diminuta grulla de origami. Una verdadera belleza que no me es posible captar con mis médios técnicos en toda su minuciosidad. La cultura tradicional japonesa se basaba en un sistema de vínculos personales, de deudas contraídas que deben ser devueltas en la medida de lo posible, a veces matemáticamente, a veces de un modo simbólico. Me pregunto si esta grulla no será una muestra de hasta que punto esa vieja cultura permanece en lo más profundo de la mente japonesa. No me he recuperado del impacto de ver esto el sábado 19 de marzo de 2011 a las diez y media de la mañana.

viernes, 18 de marzo de 2011

Entre cisnes (sí, más cisnes) y armarios o una terapia por narices

En la entrada del día trece de marzo de este blog que trataba sobre la tragedia japonesa que a la hora de que este texto vea la luz espero haya acabado y esté el pueblo japonés de nuevo en marcha sin miedo y con su habitual disciplina férrea e inquebrantable reconstruyendo su país, un compañero plateado, Thiago lógicamente, dejó este comentario que me voy a permitir reproducir –sin su permiso- “El caso es que lo que cuentas me alucina, como siendo tan exmadiro[creo que aquí debo entender “marido”] de esa cultura, la tenias tan apartada del blog. Cualquiero bloguero -yo incluido- hubiera explotado ese matrimonio hasta la saciedad”. Thiago me hizo pensar y eso rara vez es bueno y pocas veces perdonable. No sé si en este caso lo será.


Como sabéis, estoy reorganizando armarios y demás en casa, ahora les toca a los libros –unos seis mil sobre poco más o menos (cerca de dos mil sobre Japón y adyacentes)-, por otro lado ver Cisne Negro me trajo a la memoria que hasta casi adulto yo tenía verdadera pasión por los cisnes. Con estos elementos estaba preparando una entrada en la que la exhumación de libros y las sucesivas épocas que evocaban los cisnes reconstruían ciertos momentos de mi existencia. El comentario amigo y plateado me hizo dar la vuelta a la cosa.

Tras pasar 25 años de mi vida dedicado al estudio del Japón y su cultura, a la hora de expresarme a través de un blog decido arrancar todo ese tiempo y esfuerzo para no mencionarlo ni siquiera de pasada en él. Y eso me ha hecho pensar, ya sé que no es sano pero uno tiene sus vicios inconfesables ¡que se le va a hacer! Para colmo de males en un meme que hoy 17 de marzo ha colgado también el amigo plateado (no sé muy bien que es un meme, si alguien me lo explica, please) una de las respuestas que se me vinieron a la mente era “no ser yo”. Alarma, código azul, fallo generalizado en el sistema. ¿Qué? Quiero ser un tal Enrique (otra respuesta al meme).

¿Cómo es el interfecto? Pues obviamente guapo, fuerte, delgadísimo, sanote y medio tonto, o mejor aun, tonto del todo, que se creyera hasta que los concejales de urbanismo son honrados.

Pero lo malo no es quien quiero ser, ese tal Enrique López García de profesión chapero de lujo o gigoló de Ladys y Concejalas de Urbanismo. No, lo peor es quien no quiero ser: yo. Y peor aún que he estado y creo que sigo escapando de aquello que me define, en lo cual el renegar de mis 25 años de estudio del Japón es sólo una parte.

He intentando, cual serpiente, cambiar de piel y con ella de naturaleza. De jovencito me apasionaban los cisnes, el cine clásico, la escultura griega, el ballet, los cuentos infantiles, la mitología, China y Japón que por entonces confundía. Al hacerme mayor fui abandonando a mis primeros amores hasta casi ser otra persona. Entonces entre Natalie Portman y el desastre japonés me pegan el revolcón y me hacen volver a recordar mi sacapuntas con forma de cisne y el amor-odio que me mantiene y mantendrá ligado toda mi vida con la cultura japonesa al igual que con la griega y con la ensoñación de los cuentos de hadas en donde una bailarina de papel y gasa levantando una pierna ante un castillo se refleja en un lago de espejo donde nadan los cisnes mientras un soldadito de plomo sin una pierna la mira enamorado. Le ponemos un par de canéforas (que no sé que narices son), unos rododendros y un montón de ripios y ya tenemos modernismo-cursi a la orden del día. Y resulta que yo soy ese: Joaquinitopez a quien le siguen gustando todas esas cosas aunque le hagan daño (incluso lo cursi del modernismo barato), quien no ha conseguido separarse de Japón, ni de Troya, ni de Las Zapatillas rojas, ni de Madame Butterfly … ni del patito feo esperando convertirse en cisne.

De nada me ha valido luchar para mantener alejado a Japón de este lugar en el que me expreso libremente, al final he tenido que volver a lo que soy. El yamatólogo enmascarado ha vuelto por sus fueros, compone haikus y últimamente sólo lee novelas japonesas, en las que las grullas y los cisnes del norte del país no dejan lugar a dudas.

Pero preferiría ser Enrique López García aunque sólo fuera para creerme que los concejales de urbanismo son honrados.

domingo, 13 de marzo de 2011

Japón

Cuando inicié este blog me hice el firme propósito de no hablar de Japón. Había un motivo. He dedicado casi la mitad de mi vida al estudio de su cultura, su pensamiento, sus artes, su historia, su estética y su forma de ver el mundo. Al cabo de esos veinte años dicho estudio me había llevado laboralmente a ninguna parte y personalmente a darme cuenta de que cuanto más conocía la forma de entender el mundo y la realidad de la cultura japonesa más se alejaba de mis principios más profundos y esenciales, los que a uno le hacen persona. Así que me propuse que Japón y su, por otro lado fascinante cultura, quedaran fuera de esta vía de expresión personal.
Nunca supuse que llegara el caso presente. La suma de catástrofes que se suceden en el Imperio del Sol Naciente están empezando a superarles incluso a ellos que tienen tan asumida la cultura del terremoto que nunca hablan de ellos -al menos en los cientos de obras que he leído-, que tan bien entrenados están para hacerle frente y que han convertido el tsunami -término de origen japonés, por algo será- en una de sus obras maestras a traves de las prodigiosas manos del maestro del Ukiyo-e (pintura del mundo flotante, del mundo impermanente) Hokusai en obras como las que aquí vemos, tampoco creo que sea en vano el género en que se expresó. Imaginar a un Japón moderno en esta situación era algo para mí impensable, reconozco mi ignorancia visto lo visto. Japón es para mí como una ex esposa con la que te divorciaste de buen rollo por que no podías soportarla más: queda un poso de profundo amor a cada cosa que te hizo vibrar de ella, en cada palabra, en cada vez que te arrancó una lágrima, en cada vez que te descubrió una verdad, te llevó al éxtasis o te hizo enfrentarte a ti mismo cuando menos querías hacerlo. En cierto sentido ella, en este caso Japón y su cultura han quedado infiltrados en mí y han modelado mi mente y, en parte, mi espíritu.
Como su propia cultura me enseñó no parpadeo al ver esas atroces imágenes pero no por eso dejan de perturbarme y hacerme sentir como el grandioso Monte Fuji en estas estampas: diminuto ante la fuerza bestial desatada contra Japón.
Conmovido por el desastre, admirado por la reacción de la población -esperada, por otra parte- e indignado por tener que decir "¿Veis? A esto nos referimos los enemigos de la energía nuclear. Y ahora ¿que?" Otra vez tuvo que ser sobre carnes japonesas el infierno atómico.
Perdonadme si cierro con palabras que no son mías sino del más grande de los escritores de haiku de la historia: Basho y uno de sus más célebres poemas:
Las yerbas del verano

Cual si los guerreros

Hubieran sido un sueño

Un comentario más: si habéis seguido el blog os habréis fijado que nunca pongo cuatro ilustraciones. El cuatro es signo de muerte y luto en la cultura japonesa, por eso en esta entrada hay cuatro imagenes.

viernes, 11 de marzo de 2011

Tanto dolor se agrupa en mi costado

Que por doler me duele hasta el aliento.
Sobra decir que es la Elegia de Miguel Hernández

martes, 8 de marzo de 2011

Martes de Carnaval

Pierrot, desde el puente ve pasar el canal, ha dejado atrás un Carnaval más y, como todos los demás, no le ha traído ni dejado nada. La ilusión fue eso, ilusión. Ella tampoco apareció este año. El canal, plácido, llevaba a los condenados a la cárcel o al cadalso. El canal, placido, arrastra, un año más el sueño de Colombina, el sueño de algo que cada Carnaval puede ser... pero ninguno ha sido. El canal, plácido, se lleva hoy la esperanza de que sea el próximo. Sin embargo, a primeros de febrero del año que viene Pierrot se engalanara otra vez ilusionado. Vivirá otro Carnaval y verá, de nuevo al canal, placido, arrastrar el sueño de lo que puede ser cada Carnaval ...pero ninguno ha sido. Y mañana es Miércoles de Ceniza.

viernes, 4 de marzo de 2011

Entrada 200

Don José Manuel Pita Andrade, quien me formó como lo que soy.
Creo que es justo dedicarle esta entrada un tanto emblemática a este hombre que tanto ha influido en mí, tanto que sin lo que recibi de él como un alumno más perdido entre tantos no sería ni la mitad de apto en mi profesión de lo que soy.

De Cisne Negro a Pato Mareao

 Me vais a permitir que continúe con mis plumíferas entradas de los últimos días eso sí de un modo más íntimo y personal hoy que tengo buenas noticias cardiacas y eso te alegra el día por lo menos unas horas. No creáis  gratuita la relación. Al entrar el otro día al cine pasé por delante de varios restaurantes de esa comida que me esta prohibida –o sea, toda- y cogí la entrada junto a cinco o seis zánganos que deberían estar en galeras por hacer lo que estaban haciendo ante gente de cierta edad: comer palomitas como locos. El caso es que ocupé mi butaca pensando en el fiambre de pavo, bajo en sal y grasas, el tomatito sin sal y el yogur desnatado que me esperaban en casa para cenar. Casi lloro oliendo las palomitas de los zánganos, e incluso en las primeras imágenes de la película se me pasó por la cabeza si el cisne será o no comestible y, de serlo, si estaría o no prohibido en mi dieta. Sin embargo, en el climax de la película, extasiado ante aquella actriz, atrapado en la telaraña de la creación, otra idea me vino a la mente: vale la pena vivir aunque sea a base de pavo desgrasado y leche agria desnatada si se pueden ver obras maestras de esta talla o por lo menos que le lleguen a uno tan hondo como me estaba llegando a mí en aquel momento.

El cisne, ese bicho tan cursi que parece que siempre está componiendo una fotografía o a punto de convertirse en algo (cambios de color, príncipes, patitos feos, etc), ese bicho modernista que encaja sólo con el castillo de Blancanieves al fondo o con los paisajes helados del Norte del Japón y sus aguas termales, el mismo que parece siempre deslizarse sobre un espejo, ese, todavía volaba por mi cabeza en cierta sensación parecida a la resaca de la borrachera cinematográfica –algo que me ocurre cuando una película, no hace falta que sea una obra maestra, me llega en el momento justo- cuando de repente la realidad se convirtió en un pato mareao. Ni siquiera un patito de goma que ahora, no sé si quiero saber por que, se venden en los sex-shop, (en serio ¿Qué se puede hacer con un patito de goma que parece el de Tom y Jerry que sea minimamente erótico?), no en un pato mareao, feo y desplumado, que iba dando tumbos con el tío de las Ocas de Los Aristogatos, borracho perdido.

La culpa no fue del chachachá  (chiste no apto para lectores posteriores a la movida madrileña) sino, como no, de la televisión que suelta, así, como quien no quiere la cosa, con una alegría indiferente, justo después de hablar de las matanzas en Libia y ya imagináis de qué más, algo parecido a esto: “La cantante Lady Gaga lanzará al mercado un perfume que contiene muestras de su propia sangre y de semen, dicho perfume no tiene olor” (no fueron estas las palabras pero sí las ideas) Hasta el pato mareao se dio de pico en el suelo y los cisnes que flotaban elegantemente en el jardín sonriente de la Princesa Rosalinda, tan bonita, Margarita, tan bonita, como tú, se ahogaron en él. Los que volaban de nuevo hacia la primavera todos, simultáneamente, se estrellaron protagonizando el más grande accidente aereo-avícola de la historia. Los coreógrafos del mundo sintieron como los tobillos se les debilitaban y parte de sus cerebros se licuaban imaginando a sus bailarinas como patas mareás y hasta los pianistas que ensayaban tan insigne obra se plantearon seriamente dejar el piano y ponerse a apretar tuercas en plan “Tiempos modernos”. Por cierto, ¿habéis reparado que el cuello del susodicho palmípedo tan en boga y que tanto juego está dando en este blog es un signo de interrogación de la Mamá Naturaleza? ¿Será por que se imaginaba tamaño … lo que sea, que ni nombre tiene?
 He aquí como en tres días escasos se pasa de ser un cisne a ser un pato mareao.

miércoles, 2 de marzo de 2011

De Cisne Negro y otras hierbas


Bueno, pues he visto “Cisne Negro” y he de decir que no sólo me ha gustado mucho sino que me ha abierto alguna puerta secreta. Para empezar la interpretación es soberbia por parte de todos y la música huelga decirlo, apasionante el trasmundo pocas veces reflejado de la dureza física del mundo de las bailarinas que vienen a ser a la mujer normal lo que un bonsái es a un árbol: el colmo de la exquisitez pero a un precio muy alto como ya lo apuntaba Degas con sus bailarinas rascándose los piojos o frotándose el juanete, aunque él lo hacía con peor intención. Ella, la prima donna, sublime, tanto que te crees cuanto te quiere hacer creer y eso que el componente fantástico-terrorífico está presente de vez en cuando y queda –en abstracto difícil de tragar en medio tan exquisito-, se podría decir que la película es un largo primer plano de la protagonista.

Desde luego esa majadería que se ha dicho de que el don implica el látigo para autoflagelarse es eso, una majadería decimonónica y pedantesca que tiene poco que ver con la película, por lo menos con la que se proyecta, la que lleve cada uno en su cabeza es asunto suyo. En el fondo “Cisne Negro” es una sutil mezcla que bien agitada y en las proporciones justa es explosiva y desde luego nada parecido a aquello que la compone. Otra majadería es esa de que “empieza siendo Eva al desnudo”. Valgame San Quiencorresponda, patrón del cine que no sé si tiene pero que el pobre debe estar alucinando a colores y en cinemascope, claro. Es evidente que cuando el diablo, digo el crítico no tiene que hacer, con Bette Davis mata moscas.

La primera referencia que me vino según la iba viendo era esa estremecedora película y antes novela “La pianista”, relaciones con la madre muy, pero que muy parecidas, madre con algo de Bernarda Alba sin duda. Luego vino El retrato de Dorian Gray, por supuesto, con el desdoblamiento de la mujer y de su reflejo, pero eso venía de antes, del Dr. Jeckyll concretamente, con su afirmación del bien y del mal absolutos en la misma persona. La búsqueda obsesiva de la perfección ante si misma remite inmediatamente a “El piano” y la exigencia física de perfección a “Las zapatillas rojas” que tampoco dejaba de lado un aspecto terrorífico como bien resalto el llorado Terenci Moix, la perfección hasta la muerte. Sin embargo, aquí es lo contrario, el Cisne Negro debe “sentir”, y eso es labor de Svengali, nacido en otra novela decimonónica “Trilby” lamentablemente olvidada, en la que Svengali hace salir de la chica lo mejor de sí misma cantando. Aquí el director de escena, Svengali moderno, debe obligar a una pura bailarina cuya alcoba está llena de conejitos de peluches, a sentir como un halcón, como una bestia depredadora. Aquí la referencia es casi inmediata: La bella y la bestia, literaria y psicológicamente la Bella ve en el hombre a la Bestia hasta que lo trasciende mediante el proceso de madurez sexual, en Cisne Negro, Nina ve la bestia en la imperfección y es tan sólo cuando deja salir o busca deliberadamente el Mr. Hyde que lleva dentro cuando descubre al hombre o lo que viene a ser lo mismo: al instinto sofocado por peluches y una culpabilidad sabiamente manejada por la Madre. La violencia de ese descubrimiento y de ese desdoblamiento es tan brutal que desencadena un juego de cajas chinas en la que Nina y el espectador llega a no saber en que plano de la realidad está. Se le ha achacado esto como defecto, desde mi punto de vista es meterte tanto en el personaje –gracias a esa mujer en estado de gracia- que te pierdes con ella y que harías con ella lo mismo que ella hace en ese estado de realidad confuso ¿o no? Por que en ningún momento lo que ella vive es absurdo, no, es incluso coherente en un mundo tan competitivo. Sí, ya sé que me van a decir lo de las plumas y las alas, vale, pero ¿Quién no ha sentido cuando está seguro de sí mismo y tiene que brillar en lo suyo algo parecido a eso, aunque sólo sea pensando “que bien hago esto, coño”?

La apoteosis final, cuando ya todo se encamina al momento cumbre de “El lago de los cisnes” –no se quebraron la cabeza eligiendo la obra, precisamente-, cuando ya ella y el espectador, de nuevo desdoblados, sabemos que sólo hay un posible desenlace y la música alcanza el climax nos sentimos envueltos por la tragedia y por la inmensa belleza que trae consigo.

Y todo esto ¿Por qué? Sencillo, por que todos, de una u otra manera hemos vivido algo parecido a nuestro humilde nivel y nos hubiera gustado alcanzar algo de grandeza, de esa grandeza que Nina alcanza por unos segundos. La grandeza del fracaso final. Por eso cuando acaba la película la gente tarda unos segundos en reaccionar y sale de la sala en silencio, un silencio de respetuoso duelo ante el cadáver que todos hemos dejado con Nina.

martes, 1 de marzo de 2011

Es de bien nacidos...





Habréis observado que he dejado de reseñar las necrológicas de los actores, actrices, escritores y demás personajes admirados por mí desde hace bastante tiempo. Hay un motivo. Primero, que esto parecería la sección mortuoria del célebre periódico. Segundo, que los grandes son todos tan mayores que al irse nos empequeñecen a los que van quedando dejándonos más conscientes del mundo entre ruinas en que vivimos. Tercero, que uno no está para berrinches constantes. Cuarto, que, entre las ruinas, crece también la hierba y no es humano recrearse en las pérdidas sino en la vida que recomienza aunque el caído sea un roble y el naciente una mala hierba, vida es, al fin y al cabo. Sin embargo, pese a todo, estos grandes que se nos están yendo a chorros dejan su hueco en nuestra memoria personal y colectiva.
Pensaréis que esto parece la entrega de los Goya pero para mí, que tanta compañía he recibido de todos ellos, casi más que de los humanos táctiles, es una deuda. Y es de bien nacidos ser agradecidos. Sé que no están todos los que son y que pocos considerarían a Amparo Muñoz una de las grandes estrellas de nuestro cine, pero quienes vivimos los setenta sabemos colocarla en el lugar que realmente ocupó en nuestras vidas, no sólo en nuestro cine.
Yo aquí pondría la canción aquella de Teatro cantada por La Lupe pero no sé hacer esas filigranas tecnológicas.
Va por ellos este recuerdo un tanto indefinido pero no menos sentido.