Esta entrada se correspondía al mes Diciembre, pero por problemas técnicos y personales no he podido subirla hasta hoy. Feliz Año Nuevo, Felices Reyes y que Dios reparta suerte.
CUENTO DE NAVIDAD 2020
Me lo encontré sentado en la puerta
de mi casa. Yo venía refunfuñando por que la mascarilla me agobia cantidad, el
ascensor hace lo que le sale de los cables y fuera hacía un frío que pelaba
pese a los pronósticos meteorológicos que anunciaban lluvias, pero con
temperaturas suaves, claro que los muy cabrones no cuentan nunca con el viento
y el viento norte en Madrid es gélido. Que ya lo decía Galdós “Madrid es mucho
Madrid para estar en la esquina de Gobernación sin capa”. Al principio creí que
era un sin techo borracho que había decidido anidar en mi rellano, bueno, en
algún sitio tendrán que refugiarse, pensé. Sin embargo, luego empecé a darme
cuenta de incongruencias. La primera era que no olía a vino sino a calor de
horno encendido. La segunda era que no tenia aspecto de borracho sino de
agotado, nada de la gama de rojos de mayor a menor que da el alcohol, sino una
extraña escala de grises y malvas más propio de hombre envejecido
prematuramente que de un borrachín, además qué de viejo, nada de nada, que esa
era otra.
Quizás la mayor de las
incongruencias fuera su indumentaria: una bata verde de seda adamascada
reluciente sobre el cuerpo desnudo, o por lo menos lo bastante poco vestido
como para permitir ver un ancho pecho y unas poderosas piernas. Tampoco su
rostro delataba vejez, todo lo contrario, mandíbula fuerte, cuello de toro,
pelo recio espeso y abundante con algo verde mezclado que no supe distinguir.
Al acercarme comprobé que no estaba sentado sino recostado apoyando un hombro
en el muro y la espalda en la puerta. Sin embargo, lo peor, lo más incongruente
subjetivamente era que me sonaba su cara incluso su lamentable intento de
sonrisa al verme, un vago y viejo recuerdo, un recuerdo más allá de mi memoria.
Como si aquel desconocido hubiera estado siempre conmigo.
-Pasa
y conóceme mejor -me dijo y pensé “vaya por Dios un chiflado”- Mejor, déjame
pasar y conóceme mejor – quizás no tan chiflado.
-Sí,
hombre, en mi casa le voy a meter, venga, levante y largo.
Lo intentó, ciertamente lo intentó,
pero no tenía fuerzas y eso era evidente así que si quería entrar en casa tenía
que ayudarle o llamar a la policía, pero esa opción no me atraía lo más mínimo.
Le tuve que levantar prácticamente a pulso y me sorprendí aun más al notar el
calor que trasmitía, como el de una hoguera a punto de extinguirse o recién
apagada. Al ponerse en pie se le cayeron de los bolsillos unos absurdos
bastones de caramelo. Remembranzas de niño quizás, aquello me inspiró confianza
y pensé que podía abandonar esa desconfianza creciente que me invade, a mí al
menos y me atrevería a decir que a todos, y dejarme llevar por esa oleada de
descanso que es bajar la guardia. Era un hombre alto y ya dije que fuerte pero
apenas podía avanzar por el pasillo sin apoyarse en mis hombros, mientras que
de la bata seguían cayéndole mil menudas chucherías, minúsculos juguetes,
bombones, o eso me parecía a mí pues cuando quería comprobarlo no había nada
desparramado por el suelo. “A ver si el chiflado soy yo”, me dije encontrándolo
mucho más lógico que el que lo fuera él. Se dejó caer en una butaca
A partir de ahí digamos que me pusieron en
piloto automático. La desconfianza había desaparecido y me precipité a la
cocina para prepararle un chocolate bien caliente. Siempre tengo chocolate en
casa, de ese medio prefabricado, que suele ser el que me sobra de las navidades
pasadas, así que no tardé nada en prepararlo ni siquiera sé como lo hice pues
no podía pensar más que en de qué o quien me sonaba esa barba pelirroja y esos
rizos asalvajados y lustrosos, incluso ese inicio de sonrisa sin poder
localizar ese recuerdo. Cuando salí de la cocina el hombre parecía haber
crecido un poco y miraba un ángel navideño que este año había puesto con
demasiada antelación.
-Ven
y conóceme mejor, gracias gentil anfitrión por tan reconfortante como sabroso
brebaje -hizo el gesto de echar un pellizco de sal sobre la taza y apareció esa
amplia sonrisa tan conocida como desdibujada, tan evocadora como, todo hay que
decirlo, como inquietante -¿Aun no me has reconocido, pequeño impostor?
-comentó estallando en carcajadas de moribundo.
-¿Nos
conocemos?
-Está
claro que tú a mí no, a pesar de que llevas casi once años vanagloriándote en
tu blog de ser yo. Claro que ni a ti ni a mí nos toma nadie en serio. Nadie nos
ve, nadie nos reconoce, pero, a pesar suyo, existimos. O casi.
-Eh
que yo no me hago pasar por nadie –protesté sofocado de santa ira.
-¿Seguro,
Joaquinitopez? Entonces por que no usas tu nombre real, aparte de la pedantería
-de nuevo esa risa tan conocida, tan acogedora como unos cálidos cojines- de
que nadie te adivine de donde has sacado el Nick.
-Bueno,
hay que tener una identidad en
-Paparruchas,
pequeño impostor. Si que te haces pasar por mí, cada año, por estas fechas o un
poco más adelante dejas salir al divertido farsante que llevas dentro, a ese
histrión que busca la alegría forzando los surcos que las lágrimas no vertidas
han dejado en tu cara y afirmas “Lo confieso soy
-El
Espíritu de la Navidad Presente, siempre lo digo, es cierto, entonces
-Usurpas
mi identidad durante las tres o cuatro entradas que poca gente lee y mucha
menos disfruta. Yo sí, por cierto, me divierte ver como te esfuerzas por
parecerte a mí y como intentas que quienes te lean entiendan algo de lo que tú
apenas atisbas por qué, seamos sinceros, nunca has pasado a conocerme mejor. No
te preocupes, pocos lo han hecho. Pero es la humana condición la que os lleva
siempre a quedaros con los envoltorios de colorines, los lazos, las cajas, la
belleza por que ¿qué hubiera pasado si Helena hubiera sido fea? Pues que no
habría habido guerra, según vosotros.
Sus rasgos se perfilaban y
difuminaban constantemente y su voz, grave, a veces sonaba como un hilillo y
otras enérgica y poderosa.
-Quizás
el Espíritu de la Navidad sea una de esas cosas que no están a la altura de la
mente humana, eso que creéis tan importante: la mente. La diosa Razón que
convierte un presente o una comida en números, los misterios en paparruchas y
niega lo que no entiende ¡y entiende tan pocas cosas, la pobre! Tú al menos lo
intentas, Joaquinito el cobarde que se esconde en un pseudónimo pedante, y
hasta vas un poquito más allá, pero siendo consciente te quedas en la pura
estética. Intentos lamentables, pero bienintencionados al menos.
-Vamos
a ver -logré articular apenas recuperándome en ese filo de realidad, sueño o
agujero de gusano-. ¿Usted cree ser el Espíritu de la Navidad Presente, el de
verdad?
-Exacto,
pasa y conóceme mejor.
-Esto
es de locos
-Ah,
claro, has perdido la razón.
-Yo
no, usted
-¿Seguro?
Yo sé quien soy y lo digo, tu dices cada año ser quien no eres. Ah, la razón la
Diosa Razón te ciega, es lo que hace cuando la conviene, por eso parece ganar
siempre, pero diosas más altas cayeron.
-Vamos
a ver, ¿tiene usted alguna medicación que no se ha tomado?
Su respuesta fue una carcajada
estruendosa que estalló casi con violencia.
-¡Cuantos
esfuerzos, pobre Joaquinito, para negar esa llamita que cada vez crees más
débil y que sabes que es lo más real que hay en ti!, ¿Cuántos esfuerzos para
convencerte de que ya no eres un niño y que has madurado? Madurar, querido
cobarde, es asumir la realidad y lo que se es. Por eso casi nadie quiere ver
esa llamita, en la mayoría ya muerta, que lleváis dentro. Dime, ¿alguna vez
deja de vibrar, deja de darte un calor raro, que no quema, pero duele? ¿alguna
vez ha dejado de estar en lo más profundo de ti por más que te has esforzado?
Ni siquiera te tomas la molestia de negarlo, deja de esforzarte, ahí seguirá
hasta que la mates deliberadamente no ignorándola, y sabes, lo sabes
perfectamente, que el día que lo hagas habrás matado lo mejor de ti y por eso
no lo harás nunca.
-Pero
-Si,
las fuerzas fallan. Mis horas en esta tierra son pocas, como las de todos mis
hermanos mayores pero las mías aun más pues ya están acabando y falta aun mucho
para Navidad. Este año me habéis matado antes de nacer
Señaló una pared que pareció abrirse
como una ventana irregular e inestable y allí vi el año que está acabando, los
hechos visibles, los invisibles, los sentimientos, las trampas, la maldad, la
mentira todo ello chorreaba por las paredes de todo el salón con repulsivos
colores rojos de sangre semicoagulada, verdes de fermentos de almas podridas,
muertas, amarillos purulentos de mentira, violáceos sucios de dolor. Lentamente
un sonido fue creciendo, era llanto, gritos, risas malignas, tintineo de
monedas, leves sonidos de laboratorios, estertores de agonía, insultos,
alaridos desgarrados de dolor y un aun más poderoso rumor bajo de indiferencia,
de ceguera, de docilidad de buey, hasta hacerse insoportable. Volví la vista
para mirarle y lo que había bajo la seda adamascada podía ser un cadáver o una
momia que habló con un último suspiro.
-Os
quedáis solos, este maldito año, el espíritu de la Navidad Presente os lo
tendréis que trabajar solos. De vosotros depende, yo ya morí hace tiempo. Está
en esa llamita que no queréis ver pero este año no estaré para ayudaros a
resucitarla con escusas. De vosotros depende.
Desapareció como desaparece un recuerdo
despacio y poco a poco, sin que uno se dé cuenta.
Así que la Navidad y su esencia
este año depende de nosotros, sólo de nosotros.
Pues estamos apañaos.
Acabado a 20.11.20